Capítulo 5
Elisandro Fiore.
Ya me estoy arrepintiendo de esto.
Su sonrisa es una señal de malos problemas, es como si pudiera escuchar su cerebro maquinar desde aquí. Un poco más y le saldrá humo de su cabeza, apuesto que nunca ha pensado tanto en su vida. Cuando María me llamó y dijo que podía hacer que mi reputación no esté por completo arruinada, dije: bueno ya que. No pregunte los detalles, pero quería que nos reuniéramos con el chico de la foto. Obviamente que algo malo iba a salir de esto, pero joder, no puedo bajar los puntajes solo por un desliz insignificante.
— ¿Para qué?
—No sé —digo con altivez.
Giro en mi eje, caminando hacia la cafetería, pero el primer paso, confirma un espasmo sobre mi muslo. La estúpida de Mika me tuvo que haber dado más duro de lo que pensé. Suelto un suspiro, y es cuando el peso de Keelan sobre mi cuerpo, me desconcierta. Keelan es caliente, en general, pero el acto de buscar mi mano para ponerla sobre su hombro y ayudarme a caminar, es demasiado a lo que puedo aceptar.
— ¿Qué estás haciendo?
—Pensé que era obvio, Fiore.
—Como si necesitara tu ayuda para caminar —afirmó, pero la tensión en mi pierna se vuelve insoportable después de dos pasos más.
Keelan se detiene en seco a mi lado y asoma su brazo, no dice nada mientras me sujeto del mismo y me terminó apoyando en su cuerpo para entrar al establecimiento. La cafetería es tal cual recuerdo con sus suaves colores cafés y verdes oscuros, y Edgar en el mostrador está dándome una sonrisa burlona mientras nos acercamos. Mi rostro debe demostrar el gesto obsceno que quiero mostrarle.
—Estas hecho papilla —comenta, chasqueó la lengua cuando mira a Keelan con una sonrisa prepotente. Estúpido Edgar, y estúpido brazos de Keelan. Me suelto de los brazos de Keelan y me aferro al mostrador—. Me dijeron que te enfrentaste a Mika, querido, necesitas un trago después de eso.
Esta mierda de vivir en un pueblo pequeño es algo que nunca acabará.
—Ya he tomado suficiente para toda la vida, dame un maldito café negro sin azúcar, y espero un panecillo por la molestia del comentario.
—Espero que Keelan pague por tu orden, un placer verte, por cierto.
Antes de que Keelan pueda responder, saco mi billetera y muestro la black card. —Puedo pagar por mi maldito café, no estoy de humor para bromas, Edgar.
—Nunca al parecer.
Edgar me sirve el café tal cual me gusta, y giro encontrando los ojos de Keelan sobre él. En este momento, quisiera poder leer sus pensamientos, pero todo sobre Keelan siempre me ha parecido curioso. Alejo la mirada y alrededor apenas hay gente, aún no llega María, tampoco hay nadie detrás de ellos, así que no espera ser movido de repente.
— ¿Tienes una bolsa de hielo? —pregunta Keelan a Edgar, mientras ruedo los ojos.
—Si, ya te paso una, por favor tomen asiento —dice eso en mi dirección luego desaparece en la cocina.
—¿Qué?
—Nada —pero sus ojos seguían brillando, mientras sonríe de forma paulatina, como si fuera una especie de humor interno, del que no debería formar parte.
—Ten —Edgar deja la bolsa de hielo que Keelan paga.
Me ayuda a sentarme en una de las mesas más cerca de la ventana. Agarra un puñado de las servilletas y me pone la bolsa de hielo pequeña sobre la pierna. Al principio el ardor es fuerte sobre la tela de mis mallas negras, pero luego es soportable. Su mano sigue en el mismo lugar de la bolsa de hielo, pero no digo nada ante esto. Posiblemente se esté formando un moretón, pero no parece que me vaya a pasar nada más, debe ser lo reciente.
María entra unos minutos después con su asistente, Octavia.
—Tienes un excelente gusto —dice Octavia al llegar, sin siquiera saludar, solo mirando a Keelan con su mejor sonrisa.
—Buen día para ustedes también —murmuró. Keelan me mira de reojo luego presiona con ligereza la bolsa de hielo y me saca una mueca—. Bastardo.
— ¿Cómo se conocen? —pregunta María después de haberse sentado, enfocándose en un bloc de notas mientras saca un lápiz y anota.
—Desde niños.
María alza la ceja en mi dirección, pero la ignoró mirando a la ventana con gran interés. No iba a responder eso.
—Información que ocultaste muy bien.
—No muy bien, si él la está soltando como si fuera el clima —reconozco.
Pongo mi mano en la suya, que sigue sobre el hielo y la quito. Puedo ver esa mirada salvaje, que siempre ha tenido cuando no lo dejan tener algo que si quiere. Agarra mi muslo con una delicadeza y los abre, frunció el ceño en su dirección, pero su mano se desplaza y agarra mi pierna para dejarla sobre la suya. La bolsa de hielo se asoma sobre la mesa.
— ¿Qué te pasó allí? —señala la bolsa de hielo.
—Me caí en el hielo.
—Esto no tiene nada que ver con el sexi chico que está a tu lado —acusa Octavia—. ¿Eres golpeado por el? Parpadea una vez si ese es el caso aquí.
—Nadie me está golpeando, no exageren.
—Creo que parpadeo —susurra Octavia y María asiente pensativa.
— ¡Nadie me está golpeando! ¡No exageren!
—Les contaré —dice Keelan alzando la voz, y apenas puedo mirarlo tan rápido que el cuello me cruje ante el movimiento.
—¿Qué nos debe contar, Fiore? —La chillona voz de María me pone los pelos de punta. Mi respiración se altera con velocidad y puedo sentir otra vez el burbujeo de algo bajo mi piel, el caliente y ruidoso espacio a mi alrededor y la falta por completo de control en mi entorno. Algo se está desprendiendo de mi cuerpo como una mala piel, y antes de que pueda decir nada. Quito mi pierna del hielo y me levanto del asiento compartido, de ellos, de Keelan.
Estoy en control.
—Elisandro —escucho la voz de Keelan gritar, pero lo ignoro.
El músculo está frío lo que me permite caminar sin cojear. Doy un par de pasos antes de sentir las manos de Keelan en mi cintura y darme la vuelta. Tiene esa sonrisa que no dictamina nada bueno. Antes de que pueda pensar, me alza y me deja caer en su hombro.
— ¡Keelan! ¡No puedes hacer esto! —golpeo su espalda, pero es inútil.
El idiota es alto, por un par de centímetros decentes y macizo como un bloqueo. A un maldito ladrillo es fácil moverlo, a Keelan no.
Camina como si solo llevara un costal en su hombro, y puedo entenderlo que debe ser fácil, ya que pasó un tiempo trabajando en la constructora del padre de Abigail. Llega al baño de la cafetería, dejándome caer con toda la delicadeza que puede tener sobre el lavamanos. Me abre las piernas y se posiciona en ellas, después me toma el rostro para que pueda mirarlo. La secuencia de acciones me deja un poco mudo. Siempre ha sido arrogante, líder entre su grupo y resaltando en todas partes como un idiota, pero esto parece lo mas estúpido que ha hecho en un tiempo, claro si dejamos de lado, la vez que casi se ahoga en el lago cerca de la casa.
— ¿Te vas a dejar de comportar como un idiota?
—Depende —Mis ojos bajan casi por precaución a sus labios para mirar como nota el cambio en su mirada—. ¿seguirás coqueteando y revelando mierdas que nadie te pidió?
Frunce el ceño por un momento y luego ladeó el rostro estrechando sus bonitos ojos en mi dirección.
— ¿Estás celoso, Fiore?
Lo golpeó en la cabeza con fuerza haciendo que se remueva y me mire de reojo.
— ¿Qué celoso, imbécil? Le ibas a decir a María que fui como un impulsivo niñato a pelear, te parece algo que puedas decir a la ligera sin pensar en las consecuencias, me pueden botar de las regionales, me puede quitar el patinaje, ella no puede saber...
Pone una mano en mi boca obstaculizando mi perorata—: Calla y respira, hiperventilas. Sigue mi ejemplo.
Mis manos tiemblan con sutileza y me sostengo del lavabo mientras sigo respirando de la misma forma que él. Es rutinario, puedo sentir el aire entrar a mis pulmones, retenerlo y salir, en una secuencia perfecta. Cuando después de varios minutos nuestras respiraciones se sincronizan, me dejo caer en su pecho como si la sensación de agotamiento se hubiera apoderado de mi cuerpo. Sus manos se mueven a mi nuca y termina acariciándola con suavidad. El movimiento es envolvente, suave, pacifico. Dios, tengo tantas ganas de llorar porque no entiendo cómo es que nunca antes había sentido algo así.
— ¿Quieres hablar...? —dice bajo, pero niego. Sus manos se mueven hasta mi espalda y da suaves caricias.
El momento se vuelve suave, algo tierno e inofensivo se torna en el aire, algo que parece frágil como el cristal. Cuando en eso, la puerta del baño es abierta y Edgar asoma la cabeza, suelta un suspiro contenido y rueda los ojos con una sonrisa.
—Que bueno que estén decentes —sonrió un poco incómodo al ver nuestra posición, me remuevo incómodo, pero las manos de Keelan se afianzan en caderas y muslos. Quiero matarme—. Casi... hay políticas de nada de sexo en la cafetería, y María me mando a buscarlos.
—Dame un momento, por favor —suelto ronco, y quizás Edgar noto el atisbo de mi voz casi rota y la súplica en el "por favor" que casi nunca decía, porque se fue con prisa y con las mejillas enrojecidas.
— ¿Quieres hablar? —susurra Keelan y me giró a mirarlo. Siempre me han gustado sus ojos grises, son suaves cuando me toman bajo su mirada. Sus palmas frotan mi cuerpo con ligereza como si intentara estabilizarme, tranquilizarme.
—Solo...—trago grueso y calló un momento antes de volver a hablar—, no me hagas parecer débil ante ella, ante ellos y si algo no te gusta, o quieres decir algo, dímelo a mi, y podemos discutir esto. No me dejes fuera de combate.
—Nunca más.
Asiento reconociendo la mirada de sinceridad en sus ojos. Me ayuda a bajar del lavamanos y mi pierna apenas reconoce el dolor de la misma. Pone una mano en mi espalda baja y me guía a la salida, esta vez hay más gente en la cafetería y desvían la mirada en nuestra dirección cuando salimos del baño. Es incómodo, pero no me dejo intimidar y camino a donde María está esperando.
—Bien, supongo que no quieres hablar sobre eso —señala mi pierna y asiento—, pero debemos hablar sobre eso —señala a Keelan y ruedo los ojos.
—Dilo.
—Las relaciones venden más que el descaro desmesurado, si la gente cree que es tu novio, el público puede cambiar de opinión. Lo venderemos como si tuvieran tiempo de novios unos meses para hacerlo realista, y como se conocen de niños eso puede hacer factible la historia.
Miro a Keelan quien no dice nada. Puedo escuchar los engranajes formarse en su cabeza con cada palabra dicha, frunce el ceño antes de que sus ojos grisáceos golpee contra los míos como una montaña endurecida.
—Salir haría las cosas más complicadas —refuto. María alza la ceja en una protesta silenciosa, casi nunca refutó sus estrategias, pero esto lo puede hacer todo más complicado.
—Puede ser, pero es la opción inteligente, y pueden terminar después de las regionales, cuando sepamos los cambios de los jueces, claro hable con tu abogado, y dijo que sería bueno si Keelan firmará un acuerdo de confidencialidad.
—Él no irá por allí diciendo eso.
—Es por seguridad.
—Lo haré —interviene Keelan.
Alzo la ceja en su dirección y no me mira. Octavia chilla al igual que María. María sonríe y abre su bolso sacando un archivo con un documento, tenía de título que dice "Acuerdo de Confidencialidad" y algo en mi cabeza enciende alarmas rojas. Algo en mi cuerpo grita que todo será falso, pero es justo esto a lo que puedo aspirar. Algo que no quiero. No quiero que la primera vez que la gente sepa que salí del closet sea con alguien que está firmando un acuerdo de confidencialidad para estar conmigo, que nuestra relación tenga comillas y debe parecer real ante el público.
Pero Mika y Ren me quitaron esa posibilidad, como me han quitado cada cosa buena que tengo en mi desde que los conozco.
—¿Fiore? —pregunta Keelan y es cuando me doy cuenta que me perdí en mis pensamientos el tiempo suficiente como para saber que María y Octavia me estaban mirando, esperando.
Mi firma, el contrato es de las dos partes.
Estoy en control.
Agarro el bolígrafo y firmo. Giro y los ojos de Keelan me encuentran a mitad de camino. Es como si estuviéramos encadenados por algo más pesado que nuestras miradas.
—¿Pareja?
—Pareja.
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