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7. La fiesta de compromiso

Bajo al estar cuando el reloj marca las nueve de la mañana, con la esperanza de que sea lo suficientemente tarde como para que Eliot ya no se encuentre en el departamento. Lo había sentido entrar a la habitación antes de las seis, darse una ducha y luego salir a toda prisa. Pero me hice la dormida durante el corto tiempo que le tomó alistarse para ir a trabajar.

Tal y como esperaba, no hay rastros de él. Me aproximo a la cocina y abro la heladera para preparar algo de desayunar. Afortunadamente hay todo lo que necesito, por lo que no tardo en servirme una taza de yogurt y acompañarla con unos cereales, un sándwich y unos dulces. Me acomodo en la mesada y me dispongo a comer, cuando me fijo sin pensar en el balcón. Y es ahí que llama mi atención algo que no estaba anoche: un elegante caballete de fina madera, que sostiene un gran lienzo totalmente blanco.

Dejo mi comida, maravillada por la escena que estoy contemplando, y me acerco al exterior. Rodeo el caballete, inspeccionándolo como si estuviera en un sueño. Reluce de nuevo y sé que es de la mejor calidad. Al costado del mismo, hay una mesita con un cajón repleto de diferentes elementos para pintura. Hay pinceles de diferentes tamaños, óleos, paletas para mezcla, diluyentes, aceites y algunos instrumentos que ni siquiera acostumbro a usar.

Corro a traer mi celular y le tomo una foto que envío a Leah al instante. Ella me responde con muchas caritas con ojitos de corazones.

"¿Te has fijado en el modelo? ¡Es el mejor!" escribe. "Eliot sí que quiere quedar bien contigo".

"Bueno... sí" le contesto, aunque tengo mis dudas al respecto.

No creo que Eliot quiera estar bien conmigo después de la discusión que tuvimos anoche.

Termino mi desayuno y me dedico a hacer uso de tan hermoso regalo. Las montañas nevadas que se vislumbran a lo lejos hacen el escenario perfecto para mi nueva pintura.

Eliot no llega para la hora del almuerzo, por lo que me veo obligada a salir al exterior y buscar alimento. Afortunadamente, hay un café en la vereda de enfrente y consigo comer algo.

Si me iba a dejar sola, al menos se hubiera asegurado de que tuviera algo para almorzar. No es consciente de que es mi primer día viviendo en una ciudad que no conozco para nada.

Ya de vuelta en el departamento, continúo trabajando en mi cuadro durante lo que resta de la tarde.

El timbre suena cuando el sol se ha empezado a perder en el horizonte. Me levanto y me acerco a la puerta principal. Como soy precavida, observo primero por la mirilla. Sin embargo, no se ve a nadie del otro lado.

Me quedo en donde estoy. No me animo a abrir sin saber quién está afuera. Pero el sonido del timbre me hace dar un salto. Me apresuro a mirar de nuevo, sin ver a nadie otra vez.

Aún con serias dudas encima, me decido a abrir.

Mis ojos bajan hasta una pequeña niña con cabello rubio, mejillas rosadas y mirada angelical, que me recibe con una sonrisa.

—Hola, vengo a ver a mi padre —anuncia, con inocente voz.

—¿Tu padre...? —pregunto, confundida.

—Sí —afirma ella—. Eliot es mi padre, ¿y tú quién eres?

Me quedo con la boca abierta, intentando sopesar esa noticia. Entonces, una voz se oye histérica cuando se abre el ascensor.

—¡Lorelei! ¿Cuántas veces debo decirte que no te separes de mí?

Hasta donde estamos llega una mujer joven de cabellos claros, con un corto vestido al cuerpo que permite entrever bastante piel y unos zapatos altos en punta fina. Se detiene delante de mí y su mirada se tranquiliza al encontrarse con la mía. La reconozco al instante, a pesar de que han pasado años sin verla.

—Buenas tardes. Tú debes ser Deborah, ¿no? —me saluda, luciendo algo avergonzada—. Yo soy Andrea, la esposa de Donovan Kendric, y ella es nuestra hija.

Asiento, confundiéndome todavía más. Entonces la niña se echa a reír.

—¡Mamá! ¡Arruinaste mi broma! —se queja, haciendo pucheros—. Le dije que mi hermano es mi padre. ¡Debiste ver la cara que puso!

—¡Lorelei! —su madre la regaña, sin dejar de avergonzarse—. No puedes hacerle ese tipo de bromas a la gente. Podrías haberle dado un gran susto.

Y por supuesto que me lo dio.

Es decir, me encantan los niños, pero aún no me siento preparada para ser madre, o madrastra en este caso.

Yo sabía que el padre de Eliot contrajo matrimonio con Andrea, pero la señora Lester nunca me contó que tuvieran una hija. Debe ser una de esas cosas de las que prefiere no hablar.

—En verdad lo lamento, Debbie. ¿Te puedo llamar Debbie? —pregunta ella y, a pesar de que nunca me ha caído bien, por haberse envuelto con el padre de Eliot cuando este estaba casado, me limito a asentir de nuevo y las invito a pasar.

Ambas ingresan y la niña corre hasta el sofá y enciende el televisor. Parece sentirse cómoda en este lugar. Su madre y yo nos sentamos en los sillones que están en una esquina, acompañados de una mesita de lectura.

—Si hubiera sabido algo de todo esto, habría venido mucho antes —se disculpa ella, dejando su cartera sobre la mesada—. Pero Eliot no nos dijo nada hasta el día de hoy. Imagínate nuestra sorpresa cuando llamó a su padre y le contó que irá a casarse —coloca una mano en mi rodilla, soltando una risa—. Sabes que él es muy reservado, por lo que Lorelei y yo decidimos venir nosotras mismas a conocerte —le lanza una mirada a su hija, quien ahora está enfrascada en los dibujos animados, y la vuelve de nuevo a mí—. Debo admitir que estoy muy sorprendida. Ni siquiera sabía que Eliot estaba en una relación.

Me dedico a contarle la misma mentira que les habíamos dicho a nuestros padres, sobre cómo nos vimos por pura casualidad y nos dimos cuenta de que nos quisimos desde que éramos niños.

—Espera... ¿Eso quiere decir que tú eres la hermana de Dylan Dawson? —pregunta sorprendida, cuando estoy a mitad de mi historia.

—Sí... lo soy —contesto. Evidentemente, aunque no se acuerde de mí, ella recuerda lo que ocurrió con mi hermano. Y, ¿cómo no? Fue algo que conmocionó a mucha gente y ella estaba empezando su relación con Donovan en esa época.

—Fue una horrible tragedia —comenta, al no tener mayor respuesta de mi parte y me limito a asentir, lo cual no parece satisfacerla, porque continúa—. Su pie atascado en las vías del tren... Realmente horrible. ¡Y el pobre Eliot que fue testigo de todo! ¡Oh! ¡Terrible! Su padre cree que se siente culpable por no haber podido sacarlo a tiempo.

¿Eliot se siente culpable? ¿Será por eso que me ha prohibido mencionar a Dylan...?

A decir verdad, nunca vi a Eliot como responsable de lo que pasó. Sólo lo considero partícipe de un accidente que se pudo haber evitado si no hubieran estado caminando sobre las vías en plena madrugada. Pero ellos tenían tan solo quince años, y no fueron conscientes del peligro al que se expusieron.

—Lo sé... —susurro, buscando detener el rumbo de esa conversación. No me gustaría hablar de ello, porque cada vez que lo hago me duele demasiado, por lo que cambio de tema—. ¿Cuántos años tiene Lorelei?

—Ocho —me contesta Andrea con una sonrisa—. Es una niña muy inteligente. Y la malcriada de su hermano.

—Oh... —comento, sorprendida—. Pensé que a Eliot no le gustaban los niños...

Al menos esa impresión me dio el día en que vine a verlo, debido al comentario que me había hecho.

—Bueno, a decir verdad no le gustan. Pero Lorelei es la excepción. Se llevan muy bien.

Clavo mis ojos en la niña y ella me muestra su lengua cuando su madre no alcanza a verla.

Ya entiendo por qué le agrada a Eliot... Es una pequeña arpía igual que él.

—Entonces, tenemos que organizar la fiesta —comenta Andrea más tarde, cuando estamos terminando de tomar la merienda—. Eliot me encargó que la hiciera.

—Todavía no he decidido una fecha... —me excuso.

—Oh, no. No hablo de la boda —me corrige ella—. Me refiero a la fiesta de compromiso.

Me sacudo la cabeza sin comprender.

—¿Habrá una fiesta de compromiso?

Ella suelta una risita ante mi pregunta.

—¡Por supuesto! ¿Eliot no te dijo nada? Me pidió que la prepare para el fin de semana. Parece que quiere hacerla a lo grande.

Me quedo con la boca abierta. Por supuesto que Eliot se "olvidó" de decírmelo. Maldito.

—Lo siento, tal vez debí esperar a que él te lo dijera... pero pensé que lo había hecho —se disculpa ella.

—No te preocupes —la tranquilizo, porque aparentemente la preocupación en mi rostro la hizo sentir culpa.

—Además, está claro que debe haber una fiesta de compromiso, querida. Las cosas buenas hay que celebrarlas. Y si va a ser él quien pague, nosotras dediquémonos a disfrutarla —me hace un guiño y suelta una risa—. Yo me encargaré de todo, Deborah. Tú no tendrás que hacer nada.

—En realidad sí me gustaría ayudarte —le contesto.

No tengo demasiado por hacer aquí después de todo.

Ella me muestra una sonrisa complacida.

—Perfecto. Lo haremos juntas entonces —acepta—. Sé la clase de eventos que le gustan a Eliot. Estoy segura de que quiere impresionar a la gente de su trabajo. Especialmente a ese jefe suyo. Así que tendremos que asegurarnos de que todo salga de lo mejor.

Durante la hora siguiente nos dedicamos a hacer la planificación de la fiesta. Más tarde se oye girar la cerradura de la entrada principal y la niña se pone de pie y corre hasta la puerta, entusiasmada. Se lanza a los brazos de Eliot al mismo tiempo en que este ingresa y él la sostiene en el aire, mostrando una sonrisa mientras hace un saludo general.

—¡Hermano! ¡Tu novia es muy fea! —se queja ella haciendo una mueca de falsa tristeza—. ¡No me gusta! ¡Déjala!

Su madre se pone de pie, completamente ruborizada.

—¡Lorelei! —la regaña—. ¡Discúlpate con Deborah ahora mismo!

—¡No lo haré! —replica, y me muestra su lengua de nuevo—. Sólo digo la verdad y tú siempre dices que debo decir la verdad.

Eliot comienza a reír mientras yo contengo las ganas de estrujar el cuello de esa niña. Me limito a mirarla mal, mientras Andrea gira hacia mí con una expresión de disculpa.

—Cuando está con él hace y dice lo que quiere... —se excusa—. Lo lamento mucho. Debe estar sintiendo celos de ti.

Pues por mí se puede quedar a su hermano y al mismísimo diablo.

Intento mostrarme comprensiva y tomo de nuevo el papel entre mis manos, para continuar con el planeamiento de la fiesta de compromiso.

Él pasa por nuestro lado y se dirige a la heladera, con la intención de tomar algo.

—¿No saludas a tu prometida con un beso? —le pregunta Andrea y me hace un guiño en supuesta complicidad.

—Trabajé el día entero, estoy cansado y hambriento —se queja él, como para evadir la pregunta.

Toma una botella de leche y vuelve a acomodarse de nuevo en el sofá, con la niña en brazos. La veo explicarle sobre qué trata el capítulo del dibujo que está viendo y él la escucha con atención. En varios momentos incluso le contesta y le pregunta sobre los personajes. Andrea tenía razón, se llevan muy bien. Tanto que me sorprende percatarme de que bajo ese cuerpo de yeso parece haber una persona en realidad.

¿Será real?

—Dices que yo soy una malcriada —le reclamo cuando ellas ya se han ido y nos quedamos a solas en el departamento—, pero tu hermana lo es aún más.

Eliot está recogiendo las vajillas de la cena que compartimos con su familia y las lleva al fregadero. Abre el grifo sobre ellas y suelta un suspiro pesado.

—Lori tiene ocho años —apunta, mientras le pasa el jabón a cada plato—. Tú tienes veintitrés y te comportas igual que ella.

—No me comporto igual que ella —me defiendo, refunfuñando.

Él termina de fregar los platos, sin contestar, como siempre. Luego voltea y se acerca a mí. Se detiene delante y me observa serio.

—¿Quién cocinó la cena ayer y hoy? —pregunta.

Desvío la mirada, clavándola en el suelo.

—Tú... —contesto—. Pero esta mañana me dejaste sin comida...

Llevo la vista de nuevo a él y lo veo arquear una ceja.

—¿Quién acaba de lavar los cubiertos a pesar de haber trabajado el día entero? —se cruza de brazos—. Y, aun así, recibe reclamos por no haber dejado listo el almuerzo...

—Tú —repito, mordiéndome el labio inferior—. Aunque eso no me hace una malcriada.

Rueda los ojos ante mi respuesta.

—No puedes pretender que sea yo quien se ocupe de todo —sentencia— Tendrás que aprender a cocinar, y nos turnaremos para hacer la comida.

Frunzo el ceño y me niego rotundamente.

—A mí no me gusta la cocina. Además, yo también trabajo, aunque ahora no lo haga. Cuando vivamos en la capital tendremos que contratar una mucama y una cocinera.

Eliot suelta un bufido.

—¿Algo más, princesa? —pregunta con ironía—. ¿No te hará falta un chofer también?

Siento que mis mejillas se enrojecen debido a su burla.

¿Acaso está mal pretender tener comodidades si te las puedes costear?

—No voy a cocinar, Eliot —insisto.

—Entonces no comerás, Deborah.

Nos miramos durante un momento, serios los dos. Él no desvía la mirada, no le intimido en lo más mínimo. Yo, sin embargo, termino por hacerlo al cabo de unos instantes.

Entonces Eliot me esquiva y comienza a subir las escaleras de camino a la habitación.

—No me dijiste que harías una fiesta de compromiso —resalto, pero él no se detiene, continúa en su camino y no me deja más opción que empezar a subir tras él—. ¿Qué me vas a regalar?

—No tengo por qué darte nada —contesta.

Por supuesto que sí. Mi padre me regala algo cada vez que surge un evento especial. Como cuando terminé la universidad y me obsequió un automóvil.

Pero Eliot no parece pensar lo mismo. Y, una vez más, me decepciona.

Me voy a la cama resignada en que serán largos los días hasta que pueda volver a casa junto a mis padres. Me hago una nota mental de llamar a papá al día siguiente, ya que no he hablado con él desde que le envié un mensaje avisando que habíamos llegado al sur.

Sin embargo, mamá se me adelanta y se pone en contacto conmigo en la mañana, mientras estoy desayunando. Me comenta sobre algunas cuestiones poco interesantes, como el encuentro que tuvo con su grupo de yoga o el cumpleaños de una de las vecinas, al cual asistieron ella y la señora Lester.

—¿Cómo van las cosas con Eliot? —me pregunta al cabo de un momento—. ¿Estás pasando bien?

—Sí... muy bien —miento, porque no puedo decirle que las pocas veces que he hablado con mi prometido han terminado en discusiones.

—Nívea está muy emocionada —comenta entre risas—. No ve la hora de que su hijo venga a vivir aquí.

Me siento mal por la señora Lester. Siempre está pendiente de Eliot aunque él ni siquiera parece pensar en ella. Estoy segura de que no se ponen en contacto regularmente, a pesar de que ella lo intenta.

Pensar en ella también me hace sentir un poco culpable, porque los días previos a la fiesta de compromiso me paso acompañando a Andrea en la organización. Y sé que, por lealtad a la señora Lester, debería mantenerme alejada de esa mujer. Pero no puedo evitarlo, ella es tan atenta y termino por descubrir que no es una persona tan mala como la que yo tenía en la cabeza.

Andrea parece ser la clase de persona que siempre obtiene lo que quiere. Tal vez por eso no tuvo problemas en separar a un hombre casado. Aun así, se nota que está haciendo un esfuerzo por llevar una buena relación conmigo. Me consulta sobre cada arreglo que irá en el salón, sobre las bebidas que se van a servir y hasta los postres. Al final, cada cosa que he escogido ha terminado reemplazándola por otra que considera que Eliot preferiría. Pero supongo que se debe a que prefiere complacer a su hijastro antes que a la prometida de este.

Luego está Lorelei, quien resulta ser un dolor de cabeza para mí. Durante todos esos días nos acompaña a las pruebas de catering, a la elección del salón y las compras de enseres. Cada vez que Andrea se aleja la deja conmigo, y la niña sale corriendo como si tuviera los pies atados a un carro. Lo peor de todo es que cada noche es lo mismo. Eliot llega al departamento y ella aprovecha para decirle que yo fui una mala amiga, que no la cuidé lo suficiente y que en ningún momento quise jugar con ella. Cuando la verdad es que tuve que aguantar mucho tiempo de juegos a las escondidas. Minutos de mi vida que nunca recuperaré.

Pero lo peor de mi estadía en el sur termina siendo Eliot.

A diario sale del departamento bien temprano, por lo que nunca lo veo en las mañanas. Llega por las tardes y se centra solamente en esa niña, porque ella insiste en que cuando él vaya a la capital, ya no se verán. Y una vez que Andrea y su hija se han ido, él se ocupa de la cena o se queja de que yo he comprado comida para no tener que cocinar. Luego de eso, cada uno va a dormir a su respectiva cama. O, mejor dicho, él va al sofá.

Llegó el sábado y Andrea no vino al departamento porque ya hemos terminado todos los preparativos para la fiesta de esta noche. Así que me paso la mañana pintando un nuevo cuadro. Al medio día, almuerzo sola como ya se me está haciendo costumbre. Y cuando llega la tarde, el timbre de entrada interrumpe la serie de televisión que estaba viendo y le abro la puerta a un hombre que se presenta como colorista profesional y se pasa la tarde entera ocupándose de mi cabello, porque Eliot lo envió para cambiar el castaño por mi rojizo natural.

Cuando el hombre se va, me doy cuenta de que son ya las siete de la tarde y, considerando que el brindis comenzará a las ocho treinta, se me hará tarde si no me muevo de inmediato. Así que me dirijo arriba, lleno la tina hasta el tope y me doy un relajante baño de burbujas durante al menos media hora. Me estresa bastante pensar en que conoceré al entorno de Eliot en la fiesta. Estarán principalmente las personas de su oficina y, como él trabaja en una importante compañía, debo verme lo mejor posible. Afortunadamente traje de la capital un vestido que es perfecto para esta ocasión. Es corto, negro y lleno de pequeñas florecillas de color marfil, ceñido en mi cintura, pero suelto en la falda. Lo acompaño con unos zapatos beige de taco nueve.

—¡Deborah! —escucho la voz de Eliot llamarme un momento después, desde el piso de abajo.

Demonios, el ogro ha vuelto.

Hago caso omiso de su grito y continúo dándole los últimos retoques a mi maquillaje, delante del espejo del ropero.

Sus pasos comienzan a sonar en la escalera —Espero que hayas terminado de prepararte. No quiero que por culpa tuya lleguemos tar... —sus palabras se detienen ahí.

Termino de aplicarme la máscara de pestañas y llevo la vista hacia la puerta.

—Ya estoy lista —contesto. Pero él está quieto, observándome con la boca levemente abierta y una extraña expresión en el rostro—. ¿Ocurre algo? —le pregunto.

Se acerca sin responder, hasta quedar a solo centímetros de mí. Si esto hubiera sido una película romántica, pensaría que se ha quedado encantando conmigo. Pero él, por el contrario, parece más bien haber visto un fantasma del pasado.

Levanta una mano hasta enredarla entre mis cabellos, rozando mi nuca al paso y proporcionándome un delicado cosquilleo que me fuerza a inclinar la cabeza.

—Eliot... —susurro.

Él parece perdido en mí, o tal vez en sus propios pensamientos. Su mirada no se ha despegado de mi cabello.

—Ahora sí te pareces más a ti misma —expresa, con la misma seriedad de siempre.

No sé si tomarlo como un cumplido o no, por lo que procuro sacarme la duda.

—¿Te gusta mi color? —esbozo una débil sonrisa.

Entonces sus ojos encuentran los míos, antes de contestar.

—No.

Cuando frunzo el ceño en respuesta, él dibuja una sonrisa burlona.

—Vamos —extiende una mano y la coloca encima de la mía—. Tenemos una fiesta de compromiso a la que asistir.


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