5. El extraño hombre
Paso delicadamente cada pincelada sobre el lienzo que está ya casi totalmente cubierto de colores. Me relaja tanto dedicarme a mis obras. Podría estar días enteros pintando, aun si me olvidara de comer o dormir.
Es casi medio día y Leah está sentada detrás del mostrador de la galería de arte. Ya le he contado casi todo lo ocurrido la noche anterior, la propuesta de matrimonio que acepté y alguna que otra cosa. No le dije que tendré que ir al sur durante unas semanas, porque no me animo a abordar ese tema. Siento que no es justo que yo me vaya ahora que ella está con un embarazo bastante avanzado.
Se levanta un momento después, cuando escucho que una voz de mujer le consulta sobre el autor de unos cuadros que están ubicados en una de las paredes.
Volteo a verla, pero no parece necesitar mi ayuda, por lo que continúo trabajando en mi pintura durante unos minutos más.
—Debbie —se acerca más tarde, con una sonrisa pícara, y se apoya en mi hombro—. Créeme cuando te digo que esa belleza que acaba de cruzar la puerta es más agradable a la vista que tu pintura y cualquiera de las que hay en este salón —me guiña un ojo—. Hazme el favor de atenderlo. Lo haría yo misma, pero estoy ocupada y no debería tener pensamientos impuros siendo casada.
Dejo el pincel a un lado y me paso el trapo por las manos, riendo de sus ocurrencias. Ella vuelve de nuevo junto a la mujer a quien está atendiendo y yo camino hacia la entrada. Me detengo de golpe, en medio del pasillo, al ver a Eliot de lado, observando fijamente un cuadro en la pared.
—¿Qué estás haciendo aquí? —me acerco a él, evitando alzar la voz porque el silencio en la galería es tal que no quiero que mi jefa y la clienta me oigan.
Voltea su rostro hacia el mío.
—¿No puedo venir a conocer el lugar de trabajo de mi novia? —dice irónicamente y llevando las manos a los bolsillos.
"Mi novia". Se siente raro que me llame así.
Al menos aparenta estar de mejor humor que la noche anterior.
Desvío la mirada y me mantengo en silencio, porque la clienta está pasando a un lado de nosotros ahora, seguida de Leah, quien le agradece y la despide en la puerta. Mi amiga se acerca de nuevo, observando a Eliot con grata curiosidad y él se gira hacia ella.
—Buenos días, mi nombre es Eliot Kendric —la saluda, extendiendo una mano—. Y usted debe ser Leah Boyle, la dueña de este lugar.
Me confundo por un segundo. Yo nunca le dije a Eliot en dónde queda mi trabajo ni el nombre de mi jefa. ¿Se lo habrán dicho mis padres?
—¿Eliot Kendric? —Repite mi amiga, perpleja, y lleva hacia mí unos ojos abiertos en sorpresa—. Él es tu...
Asiento, lo cual hace que se sorprenda aún más y en sus labios surja una sonrisa incrédula.
—Veo que Deborah ya le ha hablado de mí —contesta él con algo de gracia.
—Ay, cariño, puedes tutearme —ella le reclama con ese humor que la caracteriza—. ¿Cuántos años tienes?
—Veintisiete —le contesta él, cortante ahora. No parece agradarle demasiado la confianza que mi amiga trasmite.
—Y yo tengo treinta y tres, ¿ves? No tienes que hablarme como si fuera tu abuela.
Contengo la risa, especialmente porque Eliot parece sentirse fuera de lugar. Él suelta un suspiro y rueda los ojos a continuación.
—Vine aquí porque necesito hablar contigo —le dice, obedeciendo en tutearla, para mi asombro—. Como sabrás, Deborah y yo nos iremos durante un tiempo a la ciudad del sur.
Ella abre los ojos asombrada y luego me recrimina con la mirada.
—Ah, ¿sí? Debbie no me dijo nada sobre eso —se cruza de brazos, a lo que yo me encojo de hombros en señal de disculpa.
—Me gustaría que le permitieras conservar su trabajo, una vez que estemos de vuelta —propone él—. Si hubiera algunos gastos derivados de eso, con gusto los cubriré. Serán sólo una o dos semanas.
¿Una o dos semanas? ¡Ayer dijo sólo días!
Leah se queda con la boca abierta, al igual que yo.
—Eliot, no tienes que hacer esto —le digo, intentando no demostrar mi molestia—. Ya iba a hablar yo con Leah al respecto —me dirijo a mi amiga ahora—. Puedo presentar mi renuncia si te parece bien, así podrás contratar a alguien más.
—¡Tonterías! —exclama ella—. No quiero a nadie más aquí. Te esperaré.
Me invade el alivio al escucharla y me impulsa a darle un fuerte abrazo. A pesar de lo que mamá piense de mi trabajo, a mí me encanta. Estar en la galería me da el tiempo que necesito para poder pintar cuadros, que es lo que más me apasiona. Y también me permite estudiar online sobre mi segunda pasión: la decoración de interiores.
—Perfecto. Nos vamos esta misma tarde —anuncia Eliot.
Leah me suelta y lo mira con el ceño fruncido.
—Pues más vale que la cuides y la devuelvas aquí en muy poco tiempo —lo amenaza—. No querrás conocer la furia de una embarazada. Créeme.
Él agacha la cabeza, conteniendo la risa, y se pasa una mano por el cuero cabelludo.
—Te buscaré a las seis de la tarde —me observa ahora—. Nuestro vuelo parte una hora después, así que no tardes.
Luego de almorzar y pasar unas horas más con mi amiga hablando sobre lo que creo que me depara el futuro, me retiro de la galería y me dirijo a casa. Todavía debo preparar mis cosas para el viaje.
—No te preocupes, —me dice mamá al verme estresada por no saber exactamente qué cargar en la valija— todo irá mejor desde ahora. Este es un cambio positivo, querida.
Estoy segura de que sabe que no es solamente la ropa lo que me tiene así, a punto de arrancarme los cabellos, sino la situación. Estoy por dejar mi casa, mi familia y mi trabajo por ir tras un hombre que no me inspira nada de confianza y que no ha resultado ser ni la mitad de lo que yo esperaba de él. Y mamá me conoce bien, aunque no me lo diga. Ella misma me contó sobre los deseos de papá de que me case con Eliot, así que lo más probable es que ya se haya imaginado que estoy haciendo esto sólo por él, y no por amor como les dije.
—Gracias —me limito a contestar, mientras continúo doblando mis chaquetas y acomodándolas en el fondo. Sé que debo dejar una a mano para llevarla durante el vuelo. Llegaremos al sur por la noche, que es cuando las temperaturas son incluso más bajas de lo habitual.
Mamá se retira y papá ingresa a mi habitación un momento después. Se sienta en la cama sin decirme nada, pero observándome fijamente.
—¿Cómo te sientes cariño? —me pregunta al cabo de un momento.
Es obvio que puede percibir mi frustración, a pesar de mis intentos por disimularla.
—Bien —miento—. Sólo un poco ansiosa por el viaje.
Él sonríe, satisfecho con mis intentos de disimulo. Me duele engañarlo de esta manera, pero sé que es lo mejor para él.
—Recuerdo una vez, cuando tenías ocho o nueve años —se recuesta contra el respaldo de mi cama, con actitud soñadora—. Estábamos en la boda de una vecina y te habías quedado maravillada con su vestido blanco y su largo velo.
Sonrío también, mientras ubico mis enseres particulares en un bolsillo del bolso. Lo dejo continuar.
—En ese momento te pregunté si querías casarte alguna vez, sólo para ver tu reacción. Hiciste una mueca de asco y me dijiste que nunca lo harías —ríe con más ganas ahora, y me contagia su risa—. Entonces tu hermano, que había escuchado todo, dijo que él jamás te permitiría casarte si no aprobaba primero a tu novio.
—Dylan siempre pensaba en mi futuro —suspiro.
—Siempre —él se pone de pie de nuevo, como para irse. Se acerca a la puerta y se detiene una vez más, antes de salir—. Y estoy seguro de que, si estuviera aquí, aprobaría esta unión.
¿Lo haría? No puedo evitar tener mis dudas, ahora que Eliot ha cambiado tanto.
Mi prometido llega puntualmente a las seis, tal y como había dicho. Se queda conversando con mis padres en la sala, mientras yo termino por ultimar los detalles de mi valija y reviso una vez más, para no estar olvidándome de nada.
—Por favor, cuídala —le pide papá, mientras se despide de mí con un fuerte abrazo.
—Para eso estoy —le contesta él, con una leve sonrisa.
Me extraña un poco la manera tan agradable en que se comporta frente a mis padres. Es verdad que siempre había sido muy cercano a ellos. Pero conmigo se porta como un verdadero idiota y sigo sin entender por qué.
Subimos al vehículo luego de acomodar mis pertenencias en la valijera. Eliot se sienta a mi lado, en la parte de atrás, dejando el asiento del copiloto vacío.
La mayor parte del viaje hasta el aeropuerto lo ocupo conversando con el taxista. Mi prometido casi no emite sonido alguno, se pasa escribiendo mensajes en su celular. Aparentemente, está enfrascado en una conversación de trabajo, lo que puedo notar cuando le echo una mirada furtiva a su teléfono.
Ya en el aeropuerto, nos quedan unos minutos antes de tener que embarcar y aprovecho para mirar algunas cosas en las tiendas. Estamos en la fila delante de la caja, esperando para pagar un libro que Eliot va a llevar para leer en el avión.
Él no busca conversación conmigo, por lo que yo tampoco lo hago. Sin embargo, no puedo evitar sentirme cada vez más incómoda. Para estar mejor, intento recordar a papá, la noche anterior, y su sonrisa cargada de orgullo cuando me vio aceptar el anillo que ahora decora mi dedo. Instintivamente, levanto mi mano y lo observo con detenimiento, la perla es discreta, delicada y se ve realmente costosa. La mujer que está detrás de mí en la fila llama mi atención, al haber notado aparentemente lo mismo que yo.
—¿Se van a casar? —pregunta con amabilidad. Volteo a verla y ella me sonríe—. Lo siento, no quise ser atrevida —se disculpa—. Es sólo que estamos en camino a nuestra luna de miel —señala al joven que está a su lado y toma su mano con cariño.
—Felicidades —le contesto, devolviéndole la sonrisa—. Nosotros estamos recién comprometidos.
—Uy, aún les queda un largo camino por delante, pero créeme que valdrá la pena.
Hacemos las presentaciones correspondientes. Mi prometido ni siquiera se ha dignado en voltear hacia ellos, hasta que digo su nombre. Les pasa la mano a ambos y vuelve a girar hacia adelante, dedicándose a pagar su compra.
Nos separamos de ellos al dejar la tienda. Me comentaron que estarán hospedados en un hotel en la montaña, bastante lejos de donde estaremos nosotros. Lo cual me decepciona un poco.
Aparentemente, estoy destinada a la soledad de haberme comprometido con un témpano de hielo con patas.
Al fin estamos en camino a la puerta de embarque. Como Eliot no se fija en nada que no sea su celular, me resigno a hacer lo mismo, mientras caminamos por un pasillo bastante desolado.
Un repentino golpe a mi costado llama mi atención. Un extraño y corpulento hombre ha aprisionado a mi prometido contra la pared y ahora parece amenazarlo en voz baja.
—¿Pensaste que te irías de la Capital así nada más? Lo has hecho enojar y me ha enviado a darte tu merecido.
Me llevo la mano a la boca, sin saber cómo reaccionar ante esa escena. Observo rápidamente a todos lados, buscando ayuda, pero no hay nadie por ahí.
Lo que ocurre a continuación me deja incluso más confusa. Ambos se echan a reír, al tiempo en que el hombre se aparta de nuevo.
—Jordan, bastardo —se queja Eliot entre risas—. Me diste un susto.
—Te asustas justamente porque vives metido en problemas, Kendric.
—¿Por qué demonios te envió? Ese maldito tiene ojos en todos lados —reclama Eliot con un evidente buen humor que no es característico de su nueva personalidad. Me recuerda más bien a la persona que era de chico.
El hombre llamado Jordan se encoje de hombros.
—Sabes que le gusta tener a todos bajo su control —lleva ahora la vista a mí y me muestra una sonrisa—. Y recibió tu nota con respecto a tu prometida... ¿Es ella?
Eliot asiente, sin dejar de sonreír. Se ve incluso más guapo cuando no muestra esa mirada seca de siempre.
—Sí, y también la asustaste. Mira cómo está —cuando dice esto me doy cuenta de que mis manos no han dejado de temblar.
—Yo también estaría asustado si fuera a casarme con un idiota como tú —le contesta el otro, al tiempo en que le coloca una mano en el hombro y vuelve a reír—. Pero me agrada, es bonita —me observa de arriba abajo.
—¿Tú crees? —le pregunta Eliot—. Tiene unas pecas bastante feas.
Me cruzo de brazos y le demuestro mi molestia frunciendo el ceño.
—Soy Deborah Dawson —me presento ante el hombre, esperando que él haga lo mismo, pero éste lleva una mano al bolsillo y, en lugar de decirme su nombre, extrae un papel y me lo pasa.
Me fijo en que es una tarjeta personal. Tiene el logotipo de una empresa de moda femenina y abajo figura un número de teléfono, seguido de un nombre: Keene Thompson.
—Mira, Deborah. Si necesitas algo en el futuro, no dudes en llamarme —propone, haciéndome dudar de su nombre real, puesto que estoy segura de que Eliot lo había llamado Jordan. Entonces gira el rostro hacia mi prometido y le habla—. Aunque no lo creas, ésta petición viene directamente de él.
Los ojos de Eliot se agrandan levemente.
—Así que tiene interés en ella...
—Sólo quiere asegurarse de que no le falte nada. Sus palabras exactas fueron: "Kendric es un imbécil, si ella tiene algún problema, prefiero que acuda directamente a mí".
Eliot comienza a reír de nuevo, mientras yo entiendo cada vez menos. Y ambos se ponen serios un momento después.
—Entonces... ¿Los rumores son ciertos?
El hombre lleva ambas manos a los bolsillos, antes de contestar. —Sabes que no puedo hablar de eso.
—Pero alguien debe decirle que eso lo pone en una situación comprometedora. Debí haberme hecho de tiempo para ir a verlo hoy, pero tuve otro asunto del cual ocuparme —me mira de reojo, como si fuera culpa mía.
—Tú déjalo, que ya está grandecito y puede cuidarse solo —le asegura el hombre—. Mejor preocúpate por ti mismo, que bastantes problemas traes encima.
Eliot asiente, aunque dudoso. Y yo me pregunto a qué problemas se refieren.
—Nos veremos de nuevo más adelante —se despide y coloca una mano en mi espalda baja para hacerme mover—. Tenemos que tomar el avión ahora.
—Te recibiremos como al bendito hijo pródigo —dice el hombre y se va caminando por el otro lado, no sin antes levantar su mano y moverla en dirección a mí—. Nos vemos, Deborah. Es un gusto haberte conocido.
Me hubiera gustado decir lo mismo, pero me limito a despedirme, porque hubo tantas cosas que no comprendí de esa conversación que no sé qué pensar al respecto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro