7. Tan fácil como hacer huevo frito
Alerta: pánico.
Cuando le dije a Adam que me acompañara a casa, sabía exactamente lo que quería hacer. Lo deseaba, con todas mis fuerzas. Sus labios devorando los míos y esa mano en mi cintura que me apretaba como si no pudiera contener la energía en su interior. ¡Dios sus caricias en mi muñeca!, ni siquiera sabía que podía ser tan sensible allí.
Sus labios ahora escalan mis hombros de beso a beso, alcanzando mi cuello. Sus besos son más bien suaves, de labios cerrados, tal como si siguiera un rastro de migas que encontró en mi piel.
Entonces.
Un momento.
Son los lunares. Es eso lo que está siguiendo.
Mierda. Como iba a llevar la capa no me esforcé mucho en cubrir los lunares de esa zona, y tampoco de mi cara en general. Los odio. No es que esperara que no los notara, en algún momento tendría que hacerlo. Es que a mí no me gustan, ¿se estará preguntando por qué demonios tengo tantos?, ¿o por qué mi piel está manchada?
De verdad que quiero seguir, porque el aroma en la piel de Adam y el calor que va desprendiendo me hipnotizan aún más que sus ojos llenos de deseo. Pero no puedo. No dejo de pensar en los estúpidos lunares. Mi cabeza ya no está en la sensación de sus manos por mi piel, sino en todos esos momentos en que alguien se quedó atónito al ver que mi cuerpo completo está cubierto de puntos y manchas. Ya no puedo sentir nada. Y Adam es alguien con quien quiero estar sintiendo todo.
—Espera. Creo que... no quiero hacer esto.
Se me ha escapado cada gramo de deseo que tuviera en el cuerpo, y se ha ido todo a la sección de mi cerebro que recoge las vergüenzas, que me juzga por todo lo que no me gusta de mí. Todo eso que debo cambiar, pero soy incapaz.
Odio que después de haber adelgazado, se me quedaron estrías en el abdomen y en las piernas. Los chicos dicen que no les importa, pero lo noto en su mirada, de repente no están mirando mis ojos, sino contando los lunares. Me preguntan si es una enfermedad, si se pueden quitar, si los he tenido siempre. Yo sé que no es común, pero ¿pueden por favor cerrar la boca? Odio que me pregunten eso.
A veces creo que soy insoportable. Soy complicada, soy difícil de convivir, ¿cómo espero que alguien me ame o por lo menos me soporte?
Nadie me aguanta al dormir porque tengo sueños en los que salto de tejado en tejado y eso me hace dar patadas de vez en cuando en medio de la noche. Ni me reciben con desayunos románticos porque soy incapaz de levantarme temprano para tomarlos. Soy llorona, las películas, las bodas, las rupturas. No me gusta cocinar. Nunca sé donde dejo las llaves o el control.
—¿Pasó algo?
Lo único que pasa es que creo que soy insoportable y pronto te darás cuenta. Quizá las personas se dan cuenta de que soy intolerable con pocas horas de conocerme, pero logran aguantarme una noche. Ahora estoy asustada, porque me gustas y no quiero que te vayas tan pronto.
Mierda, estoy llorando.
Necesito detener mi cabeza.
Abro los ojos, y ya es de día.
Anoche mi cabeza se detuvo, sin pensar bien en las consecuencias de nada. Me puse la pijama más tierna y mata-pasiones de mi repertorio. También terminé pidiéndole a Adam que se quedara a dormir conmigo. No solo que se quedara, ¡sino que me abrazara! Seguro el pobre no pudo ni dormir porque lo pateé toda la noche. A lo mejor es medio día, debe estar muerto de hambre, porque su brazo se quedó bajo mi cabeza, no puede sacarlo y no ha querido despertarme.
Aunque... sus ojos parecen decir otra cosa.
Juraría que sus ojos me dicen «quédate dormida otro rato, si quieres. Estaré aquí cuando despiertes». Me mira como si me agradeciera por pasar una noche maravillosa, aun cuando en realidad no hicimos nada. Su sonrisa se ensancha para darme la bienvenida.
Ver a los ojos a alguien es de las cosas más extrañas y maravillosas que existen. Observo el iris de Adam, sus ojos son azules, preciosos, no tengo quejas, pero más bien me quedo mirando las líneas cafés que salen detrás de su pupila, parece una explosión de fuegos artificiales de color. Tiene las pestañas largas, negras, tan gruesas como sus cejas y caídas como una cascada sobre el mar de sus ojos. Luego me centro en su pupila expandiéndose después de verme.
No sé que debería decir, no logro ponerme de acuerdo ni siquiera en sí debería decir «buenos días», «hola» o fingir que no recuerdo cómo terminé aquí. Por lo regular no estoy tan nerviosa, pero es que esta vez me da más miedo que nunca arruinarlo todo. Por ahora seguiré perdida en sus ojos, en el calor que transmite la mano que tiene sobre mi mejilla y el hecho de que mis piernas están enredadas con las suyas, no sé desde cuándo.
De repente la sonrisa de él se ensancha, deja que observe los colmillos con los que ayer mordía mis labios. Sería imposible fingir demencia, sería imposible olvidar la noche anterior. Llega a mi mente la imagen de Adam inclinado frente a mí pidiéndome un baile, la mirada poca discreta con que me comía sus labios, su risa cuando no podía quitarme el corsé y la otra clase de sonrisa que conocí al verme con la pijama puesta. Entonces me rio, sale de mí una carcajada tan natural que me siento fuera de mí, me retuerzo de la risa sin razón alguna. Adam comienza a reír también, aunque creo que tampoco sabe la razón.
Se van los nervios, las dudas y todo lo demás. Ahora verlo es como un cielo despejado sobre el que se posa un arcoíris al verlo reír. Por un segundo, mis inseguridades parecen jamás haber existido y creo que a este chico puedo decirle cualquier cosa y seguirá aquí. Solo por un segundo.
Volvemos a perdernos en la mirada del otro, como si eso fuera más fácil que hablar. Ahora respiro con tranquilidad y puedo pensar con claridad en lo que quiero decir: Hola. Ayer me la pasé como nunca. Perdón por traerte hasta aquí a base de engaños y luego hacer que me abrazaras toda la noche. Lamento que tuvieras que aguantar mis patadas, pero me alegro de qué siguas aquí, ¿piensas quedarte? Porque yo sí.
No me salen las palabras, y él habla primero.
—No suelo despertar tan tarde —se disculpa.
Miro de reojo el reloj en la pared que July insistió en que era necesario tener, a pesar de que en pleno siglo XXI todos podríamos ver la hora en el teléfono. Por primera vez agradezco que esté allí, no tengo idea de dónde quedó mi celular. Son las 8:00 a.m.
—Y yo no suelo despertar tan temprano, a menos que haya un incendio —explico. Él se ríe—. Bueno, estoy exagerando. Si me he levantado a las ocho, pero solo contra mi voluntad.
Parece que tenía un incentivo más fuerte para abrir los ojos y ver lo que estaba frente a mí. O no sé, a lo mejor solo es que estaba nerviosa por dar la impresión de que no soy una floja todo el tiempo, solo la mitad. Aunque la explicación con cursilería me gusta más.
—¿Tienes hambre? —preguntamos al unísono.
Otra risa que me derrite de felicidad.
—Debe haber algo en la cocina. Vamos.
Me ha sucedido durante ya varias mañanas, que me levanto para encontrarme con Bryce en la cocina, siendo el novio tierno que le hace el desayuno a July, y ella la ayudante. Tienen en el rostro unas caras de felicidad que dan asco de los lindos. Se intercambian besitos cada vez que su camino se cruza entre el refrigerador y la estufa.
Me encanta la idea de recrear eso con Adam, de cocinar juntos como si fuéramos una pareja de todos los días, aunque no sea así. Aún no se rompe la magia y quiero creérmela, vivir en el hechizo. El problema es qué odio cocinar, tendré que fingir que lo amo.
Así que le pongo todo el glamour que puedo al huevo frito con pan tostado y café negro. Es lo único de lo que dispongo en la cocina, por lo regular yo compro hecho, July casi no está aquí y el resto de los habitantes de la casa tampoco. Me fijo en el especiero, con el montón de cosas que Clarease tiene para darle buen sabor a su comida, otras tantas que Bryce ha ido dejando. Le pongo el ojo a la pimienta molida, es un toque, no puede quedar mal.
Me veré ridícula con esto, seguro que Adam cocina cosas deliciosas y sabe que al huevo le va mejor el... cardamomo —leo en la etiqueta—, sea lo que sea eso. Rapto la pimienta del estante, se la pongo a la comida antes de qué el me vea.
Pero resulta que no tomé la pimienta, porque ahora el huevo está cubierto de un polvo rojo.
Paprika, leo en la etiqueta.
Mierda.
—¿Qué es eso? —pregunta Adam, está detrás de mí, observando que acabo de arruinar nuestra comida con algo que no sé si es venenoso en altas concentraciones o a qué demonios sabe.
—Paprika —respondo como si tuviera idea de qué es.
—¿Le pones eso al huevo?
—La verdad, no. Quería usar pimienta y lo arruiné —confieso.
—Mierda. ¿Y eso a qué sabe?, ¿no será venenoso en grandes cantidades o algo? —Cuando él lo pregunta me parece ridículo, pero la verdad es que tengo la misma duda. No quiero morir por un condimento al que quizá soy alérgica, ¿se puede ser alérgico a las especias?
—No creo, pero sería mejor quitarlo.
—Yo lo hago —se ofrece él.
Entonces, en un acto de estupidez humana más allá de un nivel aceptable, Adam decide que la mejor manera de mantenernos a salvo es lavar el huevo a medio cocinar bajo el chorro de agua y luego volverlo a poner en el sartén lleno de aceite para que se termine de cocer Como era de esperar, el aceite y el agua no se mezclan, por lo que, lo próximo que sucede es que el aceite sale volando como protesta y me cae una gota en la mejilla antes de que me cubra con el brazo.
—¡Apaga eso! —le grito. Me alejo de la estufa y me coloco detrás de él como si me fuera a proteger en lugar de irme a la otra punta de la casa como debería hacer.
Él toma un trapo de la cocina con el que se envuelve la mano y con él gira la perilla para apagar el fuego. El problema es que una gota gorda de aceite le salta al brazo que tiene descubierto, eso lo hace saltar como instinto de protección. El trapo se queda sobre la lumbre e inicia una pequeña fogata. ¡Una puta fogata en mi cocina!
Adam reacciona de prisa y lo tira el trapo al suelo para pisarlo. Yo tomo un vaso y lo lleno de agua. Lo arrojo más bien sobre el pie de Adam, en lugar que sobre el trapo. El fuego finalmente se va.
Casi muero en un incendio por no querer intoxicarme con Paprika.
Miro a Adam, que tiene una cara de susto como si acabara de ver su vida pasar frente a sus ojos. Me imagino que yo tengo la misma cara, pero con pijama de dinosaurios rosas. Me parece tan ridícula la imagen de dos tipos de veintidós años que fueron incapaces de hacer un huevo frito, que se me sale una carcajada.
—¿Te burlas de mí? —cuestiona indignado.
—¿Cómo no voy a burlarme de ti? ¿A quién se le ocurre lavar un huevo y luego ponerlo al aceite? —reclamo entre risas.
—¡Es porque tú le pusiste veneno a nuestra comida!
—¡Solo era paprika! —me defiendo.
—¿Y qué demonios es paprika?
—No tengo idea —explico. Y mi risita salta a una carcajada completa que se le contagia a él.
No partimos de risa. No puedo parar hasta que me duelen las mejillas y mi vientre se queja por haber hecho más ejercicio ahora que en todo el año. Terminamos en el piso de la cocina hombro con hombro, muertos de carcajadas por nuestra incompetencia.
—Creo que si queremos mantenernos vivos será mejor pedir a domicilio —sugiere en cuanto logra recuperarse.
Me ofrece una mano para levantarme del suelo. Saca su teléfono y abre la aplicación. Ambos fijamos la mirada en la comida china.
—¿Qué pides normalmente? —indaga al tiempo que teclea la dirección de esta casa.
—Pollo agridulce y rollitos primavera.
—¿Y tú?
—Justo lo mismo —sonríe de lado.
Adam me pide permiso para usar la ducha y se mete a bañar mientras la comida llega. No puedo evitar imaginarlo en la regadera, pero como no soy una persona que se distinga por su creatividad, solo logro llegar hasta su torso desnudo, que fue lo único de lo que tuve un vistazo a través de la tela delgada en su camisa.
Por un momento fantaseo con meterme a la ducha con él, pero la idea se descarta de inmediato, es probable que si lo hago los dos resbalemos con el jabón y quedemos muertos ahogados o algo así. Somos un desastre.
Me obligo a apretar bien las piernas y no apartar la mirada de Boris en el momento que escucho a Adam abrir la puerta del baño. La casa se llena del vapor de agua caliente mezclado con el aroma de Adam. Un Adam medio desnudo justo detrás de mí.
Meow.
—Lo sé Boris, no me cuentes lo que viste —le pido al gato.
Después de unos minutos de fracasar en el intento de no pensar en Adam vistiéndose en mi cuarto —es como cuando te dicen que no pienses en un elefante y el puto elefante aparece con sus orejas gigantes ocupando todo el espacio de tu mente—, entonces llega la comida.
Él sale con el cabello mojado que de alguna manera lo hace ver mil veces más sexi que antes. Se quedó con la ropa del día anterior, pero como el cuarto sigue lleno del vapor caliente, se deja la camisa abotonada a medias. Luce despreocupado, no se ha dado cuenta de que mis piernas están sufriendo justo ahora.
Tenemos frente a nosotros una glamourosa bolsa de papel y dos contenedores de comida china con exactamente la misma orden. Me levanto por un tenedor, porque nunca aprendí a usar palillos, y Adam me pide uno también.
—Me daba vergüenza decirte que no sé usarlos, pensaba comer con las manos cuando te distrajeras —bromea.
Por un momento creo que ya se rompió la magia, que con esto nos daremos cuenta de que no funcionamos. No nos parecemos a Bryce y July, su magia con Fayna y Nori. Pero en lugar de eso, el hecho de no parecernos a ellos parece respaldarlo todo.
Mis ojos se cruzan con los suyos de fuegos artificiales. Ambos sabemos que es momento de hablar, pero parece que lo seguimos aplazando.
—No quiero hacer esto —suelta en un suspiro, como si llevara guardándolo por demasiado rato dentro de sí.
Se acabó, ¿no? No quiere hacer esta estupidez de pretender que somos algo, que puede funcionar, de actuar como si esto fuera más que solo un error de una noche que ni siquiera se concretó.
—¿El qué? —Temo averiguar.
—Tratar de parecernos a ellos.
Oh, eso.
Parece que no soy la única que lleva demasiado tiempo viendo a July y Bryce actuar como la pareja perfecta de la película. Es agotador querer parecérseles.
—Es que son tan perfectos juntos que dan asco —declaro, ¿lo dije en voz alta? Salió de mi pecho como un secreto que lleva mucho tiempo guardado.
—¡Lo sé! Es justo de lo que hablaba conmigo mismo anoche —coincide. Me apunta con el tenedor y mira el cielo, agradecido por encontrar a alguien que piense lo mismo que él. Su gesto tan exagerado me hace sonreír de nuevo, a pesar de que mis mejillas aún duelen por las risas de hace un rato.
La sonrisa se esfuma. Hay que volver a la charla seria.
—Quiero intentar esto, Michelle —me informa. Su mirada está clavada en los fideos que le quedan en el cuenco, pero la lleva hasta mis ojos antes de continuar—. Pero no voy a obligarte o insistir para que tú también quieras.
¿Habla en serio? Quizá no debería confiar en la intuición, porque casi siempre me juega mal. Esa voz en mi cabeza, por un lado, susurra que es sincero, y por el otro, grita que yo también lo soy, que debería decirlo. Y al diablo, si ya la he seguido tantas veces... una más no dañará a nadie. Después de todo, este es el tipo por el que he estado babeando tres años.
—Yo quiero —confieso en un hilo de voz.
—¿Segura? —Sus ojos se iluminan, como un cachorro.
—Sí —confirmo con una sonrisa en mi rostro. Y la suya me dice lo mismo. Veo el hoyuelo que se hace en su mejilla izquierda—. Pero necesitamos algunas reglas, para ir despacio y no rompernos el corazón en tres días.
—Vale, ¿como cuál?
—Todas mis referencias para las buenas relaciones vienen de películas, y allí existe esta regla de esperar tres días para llamar a la chica después de que el tipo le pide el número.
—Pero yo tengo tu número hace como tres años.
—Bueno, suponiendo que te lo di ayer —explico. A este chico tengo que transmitirle mis sabios conocimientos de películas.
—Vale, ¿te puedo llamar hasta nochebuena?
—Mejor después de Navidad. Con un buen plan de cita.
—Tendré uno bueno.
En nochebuena estoy en pijama, practicando para Navidad. Además, es mi día para hacer las compras de todos los dulces que comeré al día siguiente viendo películas. Es todo un ritual basado en ir leyendo recomendaciones en Instagram y seleccionar las mejores.
Lo que busco con esta regla es que no nos veamos todos los días, porque mientras más convivo con él, mi corazón más se ve tentado a enamorarse. Necesito espacio, para ir lento.
—Yo preferiría ocultarlo de Bryce y July al menos por un tiempo —sugiere él—. Creo que las razones quedaron bastante claras hace un rato, que casi nos matamos por intentar parecernos.
Estoy de acuerdo, iba a ser mi siguiente regla.
—Sip. Además, si al final resulta que tú y yo no encajamos... no quiero que se haga un escándalo con ellos.
Él asiente para decirme que lo comprende.
—En ese caso tampoco podemos tomarnos fotos juntos.
—Eso si me va a doler —se queja con la mano en el pecho. Sonríe.
—Tampoco valen los regalos. Ni que dejes prendas en la casa.
Odio la crisis de no saber qué hacer con las cosas del otro.
Asiente de nuevo, colocando el contenedor de comida vacío sobre la mesa. Ambos nos miramos, conscientes de cuál debería ser la siguiente regla, pero ninguno de los dos quiere decirla, probablemente porque no queremos que exista.
—¿Abstinencia? —sugiere él. Por un segundo pensé que me libraría.
—Creo que sí —suspiro con pesadez.
Y yo que solo puedo pensar en volver a meterlo en la habitación y aprovechar que su piel sigue caliente por el baño. Es lo mejor, al menos para hacerlo durar.
—Es algo casual, ¿no? Solo para ver si funciona. Digo, no tenemos que enamorarnos ni nada —digo como si la idea de enamorarme de Adam fuera ridícula y no una posibilidad que me asusta más de lo que puedo admitir.
—No, no. Claro que no —confirma él.
Nos reímos, burlándonos de la idea. Es la risa más falsa que he dado en toda mi vida. Ambos miramos a nuestro costado, no sé cómo encontrarme con sus ojos en este momento. Al menos ya terminamos de establecerlo.
Ya está:
1. Primera cita después de Navidad.
2. Ocultarlo de la pareja de tortolitos.
3. No tomarnos fotos.
4. Nada de dar regalos.
5. Abstinencia.
El reto personal, el fin de todo esto, es la regla 6, que está más bien implícita: no enamorarse.
Será fácil.
Este capítulo es de vital importancia para ver que Mich y Adam son ambos unos pendejos 😂
Sacarán muchas risas.
¿Cuál de las reglas romperán primero y cuál al final? Predicciones aquí ➡️
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