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6. Princesa de la luna

Aparto el cabello que cae sobre la cara de Scarlett. Quiero quitarle esa máscara que lleva puesta, necesito poder besarla de nuevo y pasar mis manos por su cabello, por sus mejillas. Quiero besar a la chica real que está aquí debajo, pero no sé si ella también lo desee.

Así que cuando me propongo a quitar su máscara, lo hago muy despacio, me acerco y le muestro mis intenciones antes de seguir. Primero retiro la parte de abajo, todo sale bien hasta allí. Ella al inicio se vuelve para atrás, alejo mis manos de inmediato.

—Lo siento —me apresuro a decirle.

Niega con la cabeza, pero no emite sonido alguno. Me parece que está nerviosa, porque hace un curioso gesto tratando de tocar las puntas de sus uñas unas con otras. Se queda con la mirada fija en las manos, parece que lo está pensando.

—No tienes que... No era mi intención presionar —comienzo la frase, pero no logro terminarla.

—No. En algún momento tengo que quitarme esto, ¿no? —suspira—. Si te soy sincera, pensaba que podía irme de aquí como la Cenicienta, sin que supieras quien soy, pero creo que eso me convertiría en la que huye cuando siente un poco de compromiso, ¿no? —ella devuelve su mirada a mis ojos. Yo no sé que responder, sus ojos están llenos de sinceridad, está exponiendo sus sentimientos y al verla así me da la sensación de que sus pupilas tratan de mostrarme su alma—. Aunque, de nuevo, si soy sincera, escapar lo que quisiera hacer justo ahora. Estoy un poco asustada. Siento como si derribara mi última capa de protección.

—¿Te serviría si me la quito yo primero?

—Uy. Si... sobre eso, y ya que estamos siendo sinceros —desvía la mirada a la pared—. Yo ya sé quien eres, Adam.

Sus palabras me calan como si me acabaran de tirar agua en la cara. Mi corazón de repente se encoge en el pecho, parece que acaba de decidir esconderse en lo que averigua si eso es algo bueno o malo, ¿significa que ya le gustaba?, ¿o qué solo se atrevió a hablar conmigo porque no podría reconocerla después?

—Tramposa —es todo lo que atino a responder.

—Solo juego con ventaja —declara encogiéndose de hombros—. ¿Cómo no voy a reconocerte si llevas colgada la cámara igual que todos los días? No creo que haya nadie en la escuela más obsesionado con la fotografía como tú, ni otro que se busque un traje rojo, que tiene pinta de ser caro además, en lugar de usar uno negro como las personas normales.

—No sé si es un insulto o un cumplido, pero lo tomaré como un halago, considerando que tu vestuario tampoco fue de último momento.

—Tenemos buen gusto —concluye.

La sonrisa que se forma en mi cara pronto se ahoga. ¿Qué pasa ahora?

—¿Qué pasa si no te gusta quien soy debajo de la máscara?

—Me ha gustado quien eres debajo de la máscara desde hace horas. La máscara no baila, ni besa, ni me roba mis frases de coqueteo, ni canta como si estuviera en un concierto —ella sonríe, pero aún no habla—. A lo mejor estabas mostrando una personalidad que no es tuya, sino de una especie de otro-tú que tiene vestidos caros. Pero algo me dice que no es así, que esta eres tú. ¿Si te quitas la máscara dejarás de hacer esas cosas?, ¿dejarás de comerte mis labios con la mirada?

Antes de que hable, ya tengo la respuesta, me la dio esa mirada que le vuelve a dedicar a mi boca para luego morderse su propio labio inferior.

—Eso no puedo dejar de hacerlo —confiesa.

—Entonces me seguirás gustando.

Sus labios se curvan de nuevo, hasta ahora solo he podido ver esa sonrisa tímida con los labios apretados, pero me encanta como sus ojos se le iluminan al hacerlo. Pongo la mano sobre mi rodilla, ofreciéndola. Vacila, pero no tarda mucho en entrelazar sus dedos con los míos. Tengo la sensación de que nuestras manos encajan como piezas de un rompecabezas.

Con la mano libre me deshago de mi máscara, es inútil, pero lo que importa es la intención.

Me vuelve a sonreír, esta vez significa «bien, allá vamos». Entonces suelta mi mano. Me mira a los ojos mientras se quita la capa roja que cubre su cabello. Creo que mi maquinaria interna está tratando de resolver, ¿dónde es que he visto esa cabellera castaña alborotada? Me parece tan familiar, solo que, no tenía esos rizos, ¿cierto?

Mi ceño se frunce en el intento de adivinar la respuesta antes de tiempo. En ese momento se coloca las manos sobre la liga que le sostiene la máscara, la toma con los dedos y abre el elástico. Mi corazón se vuelve loco, el pecho me queda pequeño para contener los latidos. Hago una foto mental de este momento.

Ella retira totalmente la máscara de su rostro.

Observo las mejillas sonrojadas que llevo toda la noche siguiendo para que delaten su sonrisa, las pestañas negras como ningunas que enmarcan los ojos que ya me habían conquistado antes.

La reconozco de inmediato. Michelle.

Me detengo las pecas que le recorren el rostro, pierdo rastro de ellas en el cuello, pero me da la sensación de que siguen. Ahora que la capa no la cubre de la luz, puedo verlas a pesar del maquillaje. No lo había notado antes, pero ahora cada una de esas salpicaduras de color me parece preciosa, como si su piel fuera una constelación para descifrar, o como si un ángel se hubiera pasado la mitad de su vida pintado con delicadeza cada una de las manchitas que la adornarían.

—¡Tarán! —exclama y fuerza una sonrisa.

No sé como sentirme, creo que algo dentro del cableado que me mantiene más o menos funcional, se acaba de romper.

Por un lado, Michelle es genial. Siempre me ha parecido muy linda, me contagia de su buen humor y cada vez que mensajear con ella, termino con una sonrisa en el rostro. Cuando Bryce comenzó a irse a la salida con July, la primera persona con la que pensé que querría caminar a casa es con ella. Hablamos siempre a la salida.

Pero solo como amigos, claro.

¿Pude ser tan imbécil de jamás fijarme ni un poquito en ella aun teniéndola a lado todos los días? ¿Eso me convierte en un tipo fiel o un tonto? Puede que ambas, aunque la parte de que algo no funcionó bien en mi cabeza estos años está bastante confirmada ahora. ¿Por qué con la máscara me pareció tan extraordinaria y me dejé conocerla y antes no?

Es una linda coincidencia que sea ella... pero estoy muy confundido.

—Tenía razón, ¿cierto? Fue demasiado —pronuncia ella. Por un segundo veo como sus ojos se llenan de un pequeño saco de lágrimas, pero pronto aparta la mirada y se deshace del rastro de sus ojos con una mano.

—No, no es eso. O sea... —Le toco el hombro para que vuelva a mirarme—. Si fue demasiado, pero no en un mal sentido. Es que es mucho que procesar, ¿sabes? Digo, ¿todo el tiempo supiste que era yo? —Michelle asiente—. ¿Y por qué no dijiste nada?

—Yo... no sé. —Se encoge de hombros. Ya no me mira, ahora tiene la vista clavada en sus zapatos mientras los columpia—. No quería tener que preocuparme por lo que iba a pasar mañana, ni meterte a ti en ese compromiso tampoco. Solo quería tener un buen rato hoy y ver que surgía, ¿entiendes?

Entonces, ¿ese es mi problema? Soy demasiado intenso con todo. Seguramente Michelle sabe que cuando me fijo en alguien no salgo de allí, y por eso prefirió no decirme quien era.

—Y no es que no quiera algo contigo en particular, es solo que yo siempre me pongo un poco intensa y me hago ilusiones. Quería no ser esta vez yo la que se queda esperando algo más, para variar —continúa ella, tal cual si leyera mis pensamientos.

—Bueno, si lo que buscabas era encontrar a alguien más intenso que tú, llegaste al lugar correcto —apunto. Me levanto del asiento y de pie hago una reverencia señalándome para presentarme como «mucho gusto, me dicen el intenso».

Michelle se ríe, por primera vez, sin la máscara. Sus mejillas suben y sus ojos se vuelven más pequeños. Puedo ver que se le escapan micro-restos de las lágrimas que le quedaban. Su sonrisa ilumina nuestro pequeño rincón, deja en ridículo a la luna. No es de las que se cubren la cara al reír, ella sonríe con la cara completa, como si no tuviera nada que ocultar.

—Tampoco quiero hacerme demasiadas ilusiones, ¿sabes? —regreso a mi asiento y tomo su mano entre las dos mías—. Somos amigos, ¿no? No quiero arruinarlo. Por otro lado, no creo que pueda volver a verte sin pensar en ese beso —Los ojos de Michelle por fin se encuentran con los míos y destellan. No me está dejando fácil esto de no enamorarme a la primera—. Pero vale, lento, ¿cierto? Bueno, solo si aún quieres.

Y la pregunta se queda sin respuesta, porque lo siguiente que recibo de ella es un beso.

Me toma por sorpresa, con los ojos abiertos. Me toma un minuto asimilarlo para volver a sus labios. Me sigue sorprendiendo la facilidad con que coordinamos cada movimiento, incluso cuando comienza a volverse intenso.

—Si —me susurra cuando se separa para recuperar el aliento.

Vuelve a besarme.

Ahora su mano no se queda quieta sobre los latidos de mi corazón, sino que se desliza por mi pecho, muy lento pasa sus dedos por sobre mi ropa, siento sus uñas en mi piel como si quisiera desgarrar la prenda. Y me permito pasar mis manos por su cintura y bajarla hasta sus caderas para hacer que se quede más cerca de mí. El vestido que hasta hace un momento me parecía hermoso, ahora es más bien un estorbo.

Los besos ahora son más abrasadores, como si cada uno quisiera absorber una parte de otro que aún no conocemos. Son menos las caricias lentas a los labios del otro y más las mordidas y los roses de su lengua con la mía.

—Deberíamos irnos —declara ella. No es un deberíamos irnos de «esto no me gusta», es más bien uno de «vamos a otro lado». Y no sé si esto califica en el término de ir lento, pero ya me olvidé de ello.

Ninguno de los dos conocemos a nadie en la fiesta, así que no tenemos motivos para volver a la pista antes de salir. Tengo que pedir un taxi porque claro, le dejé el auto a Bryce, y Michelle planeaba volver con July, que también está con Bryce.

En el taxi recupero el aliento que se robó Michelle, aunque no sé qué hizo con él, porque ella luce como si también hubiera olvidado cómo se respira. La observo reírse para sí misma y morderse el labio como si no supiera que tengo la mirada clavada precisamente allí. El taxista mira demasiado por el retrovisor, y aunque le dará igual que dos chicos se besen en el asiento trasero del auto, porque seguro ha visto a cientos de parejas así; el hecho de saber que ha habido cientos de parejas comiéndose aquí mismo es lo que me detiene.

Así que le tomo la mano a Michelle, solo eso. Ella me mira como si eso fuera lo más lindo del mundo. Me entrega una sonrisa con los labios juntos y las pestañas rizadas. Le aprieto la mano y le acaricio el borde de la muñeca, se le eriza la piel de los brazos.

Por fortuna llegamos pronto a hasta la casa donde renta Michelle. ¿Debo bajar aquí? Que yo recuerde Clarease tiene reglas muy estrictas sobre las salidas, los chicos y esas cosas. ¿Será que entendí todo mal? Como siempre.

—¿Clarease no...? —comienzo a decir.

—No te preocupes, se fue a visitar a su familia en Aspen, July está con Bryce y las otras chicas que comparten la casa, se fueron ya con sus padres para pasar las vacaciones. Ven —me invita tomándome de la mano.

Así que bajamos los dos.

No sé como es que logramos subir las escaleras. Todo está obscuro, la chapa es vieja y la puerta abre con trabajos, el vestido de Michelle es tan grande que choca con todas las paredes, y ni hablar de que nos tropezamos cada dos por tres entre un beso y el otro, riendo como si estuviéramos ebrios aunque no tomamos ni una gota de alcohol. Pero milagrosamente aquí estamos, en la puerta de la habitación.

Apenas entrar me llega un olor intenso al perfume de ella, impregna todo el cuarto. Es suave, como una infusión de rosas que envuelve todo y te deja la piel llena. Entrar aquí es como si Michelle estuviera en todas partes.

Entre un beso y otro nos deshacemos de las prendas más superficiales: saco, chaleco, cinturón. Ella de la capa gigante y un montón de capas debajo del vestido que no sé qué rayos son. Ahora me toca luchar con los listones del corsé.

—Esta es la parte del cuento de hadas que no te cuentan, porque es un desastre —ríe ella.

—Si, bueno, digamos que no es la parte más infantil del cuento.

Y ahora nos damos otra clase de beso: uno torpe porque se da entre risas. Nuestros labios apenas se tocan porque las sonrisas estiran nuestra cara, pero aun así no dejo de besarle.

Michelle ahora está sobre mis piernas, la falda de su vestido no deja que vea ni mis propias piernas. En medio de la obscuridad vislumbro su cuello y hombros, ahora libres de la capa. Están cubiertos de esas pecas intensas que le rodean y las manchas pintadas por ángeles, la luna me da la luz suficiente para verlo.

Al pasar mis manos por sobre los brazos de ella, siento su piel caliente. De repente siento que no podré vivir un segundo más sin poder poner mis labios sobre su piel. Y cuando le beso sobre el cuello, me gusta sentir que su piel se eriza con mis labios.

Paso mis manos por el borde de su sostén, desde adelante hasta llegar a los broches de su espalda. Cuando me deshago de él, ella se une con mi cuerpo, como para no dejarme verla. En su rostro hay una sonrisa traviesa. Desearía haberme quitado la camisa antes para poder sentirla en este momento. Yo sigo con la mirada el rastro de pecas desde sus hombros, hasta la parte del escote donde se pierde su piel porque está sobre mi propia ropa.

Si no puedo verle, al menos puedo besarla, así que voy desde su cuello siguiendo el rastro de sus pecas.

—Espera —dice ella de repente. Me detengo y la miro a los ojos, están vidriosos—. Creo que... no quiero hacer esto.

—Está bien.

Ella se vuelve a encimar la parte de arriba del vestido. Hace ese gesto de querer juntar las puntas de sus uñas.

Quisiera saber si es que me apresuré demasiado, si es que no le gusto, o es que pasa algo más, pero la veo muy agobiada para preguntar por ello. En lugar de eso, la tomo de las manos para dejarla sentada en el borde de la cama y me arrodillo al frete.

—¿Pasó algo?

—Perdón —murmura a la vez que se cubre la cara con las manos para limpiarse las lágrimas.

—Oye, no tienes nada de lo que pedir perdón —le doy un beso en la mano—. Si no quieres, no quieres y ya. No es nada malo. Solo quiero saber si pasó algo, ¿quieres que me vaya o que me quede?

—¿Para qué te quedarías? —cuestiona con genuina curiosidad, aunque a mí me parece obvia la respuesta.

—Por qué quiero estar contigo, ¿no te lo dije? Que quieras hacerlo o no, no cambia lo demás. —Ahora ella me mira de nuevo, sus ojos muestran un poco de maquillaje corrido, pero la sonrisa tímida que muestra está intacta—. Si quieres me puedo quedar en la otra cama —señalo—. O en el sillón con el gato. —Ella se ríe—. O contigo, solo así. O puedo irme a casa también si eso quieres.

—Quédate —pide—. Yo me quedo en la cama de July, tú en la mía.

—Vale —confirmo con una sonrisa.

No sé qué sucedió para que Michelle cambiara de opinión, pero creo que aún no es momento de preguntarlo. Me limito a preparar la cama, ella me ofrece más cobijas, pero con las que hay es suficiente.

Me quedo afuera unos largos minutos en lo que ella se quita el vestido y se pone la pijama. El gato está allí echado, dueño del sillón. Me alegro de no tener que dormir aquí, hubiera tenido que luchar por mi territorio y lo más probable es que hubiera perdido. Es un peludo muy tranquilo y gordito, seguro que no caza ningún ratón y se la pasa solo aquí, marcando su lugar. Cuando me ve apenas lanza un maullido, preguntándome quien soy. Parpadeo un par de veces muy lentamente, porque eso es como un «soy amigo, no me mates» en idioma gato. El gato se cree que mis intenciones son buenas, o le da flojera atacarme. Como sea, se vuelve a dormir.

Entonces sale ella del cuarto, con una pijama esponjosa con patrón de dinosaurios rosas. En la playera hay un dinosaurio bordado que ronca con un rastro de saliva que le escurre. Hace frío, así que encima de ese conjunto se pone una sudadera con dos orejas de conejo en el gorro. Es increíble el cambio que da de verse como una reina de la noche a una princesa de la luna. Y es más asombroso que con los dos me parezca igual de hermosa. En serio, ¿cómo pude no prestarle atención antes?

Yo dormiré con la ropa que llevo puesta, porque la otra opción es buscar si Bryce ha dejado ropa suya aquí, y aun con eso me quedaría pequeña. No pasa nada, no será tan incómodo. Mi cuerpo está exhausto, así que apenas sentirá que ropa llevo en cuanto me quede dormido.

Subo a la litera, ella se queda en la parte baja. Observo por última vez sus ojos relucientes y el cabello castaño que le cae por los hombros. No era cosa del vestido o de la producción con su maquillaje, justo ahora me parece que brilla aún más que antes.

—Buenas noches, Michelle.

—Buenas noches, Adam.

—¿Adam?

—Dime, Michelle.

—¿Me abrazarías?

—Sí.

El Adam es re romántico, me encanta. También amo como estos dos se traen ganas.

¿Qué creen que hizo que Michelle retrocediera?

Último capítulo de este primer día en la novela/actualizando. ¿Habrá alguien que los lea en su día de publicación?

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