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26. Coro de aullidos

Logramos un tiempo récord en carretera gracias a Michelle. En realidad, el logro es llegar en las nueve horas que teníamos planeadas a pesar de ser veinticuatro de diciembre y que todo el mundo esté en carretera ahora. Ella maneja la mayor parte del camino, aunque por sobre la mitad del trayecto la cabeza le pesa, yo la relevo una hora para que al menos cierre los ojos. Las horas que ella conduce yo no pudo evitar quedarme roncando en el asiento del copiloto.

Desde que salimos, sabíamos que llevar a July a tiempo son su padre sería una misión casi imposible. Nos tendremos que olvidar de comer, de dormir y de todo. Las cuentas son así: llegar con Clarease a eso de las cuatro de la tarde del veinticuatro de diciembre, salir corriendo de allí apenas Boris esté entre sus brazos; Bryce podría volver con su padre a eso de las dos de la mañana del veinticinco; y de allí entre Michelle y yo tendríamos que turnarnos para llegar con la familia de July a la una de la tarde del veinticinco. No llegará a la mañana para abrir los regalos, pero si a la cena del veinticinco.

Eso suponiendo que no haya más contratiempos y ninguno se desmaye a medio camino. Lo cual suena muy difícil, considerando que habrá compras de último minuto hasta la media noche de hoy y todo estará inundado. O contemplando que Michelle no puede dormir con el auto en movimiento.

Después de eso, no tengo idea de qué pasará con Michelle y yo.

Nuestro itinerario va bien hasta este momento. Entramos al Aspen Snowmass Ski Resort, que es el lugar donde Clarease va a pasarla con su familia. Boris no ha dejado de maullar desde que pasamos la entrada, como si supiera que ya está cerca de su dueña.

Este es un enorme lugar para turistas rodeado de montañas nevadas. Es algo así como un pequeño pueblo de ensueño. Tiene muchos lugares para hospedarse, pero su atracción principal es la nieve, hay por montones. Las familias se reúnen aquí porque pueden hacer muñecos, esquiar o ir en teleféricos por lo alto.

Siempre había querido estar aquí, pero es demasiado costoso para alguien que solo toma fotos. Juraría que era imposible conseguir lugar aquí en Navidad, pero al parecer los familiares de Clarease conocen a alguien, que conoce a alguien, que conoce a otro alguien, que es el dueño del lugar. Tienen influencias.

No he hablado con Michelle desde que salimos de casa de Noel. Por la forma en que todo el camino movió el pie sobre la alfombra, supongo que está ansiosa porque se quedó solo con la mitad de la historia respecto a Bryce y su padre. Yo muero de ganas por preguntarle un montón de cosas y darle otro cien besos más, pero justo ahora mi cabeza no está en su mejor momento.

Al salir del auto, el vaho de que sale de nuestro aliento se siente más como si se llevaran una parte del alma. La ropa que traíamos ya no es suficiente, toca sacar las maletas para poner otra capa de abrigo, gorros, guantes y bufandas. Boris ahora no huye de la bolsa, parece que más bien ruega porque lo metamos en ella y de paso le pongamos unas cien cobijas dentro.

Observo de reojo a Michelle, saca vapor de sus labios y ríe, como si tuviera una competencia consigo misma para sacar más vaho. Disimulo mi sonrisa debajo de la bufanda. Debajo de la ropa abrigadora que le cubre la mitad de la cara, juraría que no tiene más maquillaje. Sobre sus ojos están unas sombras rojas, pero desde aquí puedo ver las pecas que le bordean las mejillas y se distinguen los dos tonos que comparte su piel. Esta vez creo que mi sonrisa logra hacer arrugas a un costado de mis ojos y ella lo nota.

Debería decirle lo que pienso: «te ves preciosa». Abro la boca, pero solo sale un ruido seco. Opto por seguir caminando.

Llegamos al hotel donde nos espera Clarease. Una construcción de madera, parecen cabañas, una encimada sobre la otra. La adorna la nieve que cae sobre los techos puntiagudos y los árboles secos cubiertos a su alrededor. Esto, de noche, con todas las luces de las ventanas, debe lucir espectacular.

Un hombre de unos cuarenta años es quien nos viene a recibir a las puertas del hotel.

—¡Hola! —nos saluda entusiasta—. Mil gracias por traer a Boris, no sé qué hubiéramos hecho sin ustedes.

No tengo idea de quien es, pero lo saludo dándole la mano, igual que todos. El tipo tiene una sonrisa enorme a pesar de que se le debe estar congelando la cara. Esta sí que me parece sincera,

—Es el hijo de Clarease, se llama Henry —me susurra Michelle—. Va más o menos una vez al mes a visitar a su mamá.

—Va a estar muy contenta cuando los vea —continúa él—. Quería llamarlos cada media hora porque creía que habían perdido a su gato —él se ríe de una idea tan ridícula, puff. Michelle suelta una risa forzada—. ¿Pueden creerlo? Yo le dije que se tranquilizara, que ustedes eran muchachos muy responsables, por eso se los confió.

Nos enderezamos, supongo que eso nos da pinta de que realmente somos esos muchachos de los que habla él, aunque no lo creamos.

El estacionamiento que nos quedaba lejos del hotel, así que debemos caminar por la nieve durante un rato. Bryce y July van adelante, Henry les hace la plática porque no sabe que tomó a los dos chicos más introvertidos. Nosotros caminamos detrás, uno a lado del otro, con medio metro de distancia. Miro de reojo a Michelle, no quiero que me encuentre observándola, pero en un momento nuestras miradas se cruzan sin que pueda evitarlo.

Mierda. Devuelvo mis ojos a la nieve, pero es tarde porque ella habla.

—Oye —llama—. Si ya no te interesa esto, sería mejor si me lo dices y nos evitamos todo esto. No necesitas fingir que quieres algo serio. Sé honesto y ya.

—¿De qué hablas?

—Actúas como si no me conocieras desde en la mañana —señala—. Y odio esta mierda de la indiferencia para no decir que quieres romper con alguien, ¿sabes?

—Yo no quiero romper contigo —me apresuro a declarar.

—¿Ah no?

—No, para nada. Yo creí que querías romper conmigo porque no me hablas desde la mañana.

—No te hablé porque actuabas raro.

Creo que aquí ha habido un gran malentendido, por mi culpa.

—Vale, quizá si te he evitado —confieso—, pero no es porque quiera romper.

—¿Entonces?

—Es que tengo algo que decirte y no sé muy bien cómo lo vas a tomar.

—Pues dime de una vez —pide ella con las manos en los bolsillos. Me gusta que siempre quiera saber la verdad y sea honesta, pero justo ahora me da miedo.

Doy un largo suspiro que saca una nube de vaho de mi boca antes de hablar.

—Le dije a Bryce sobre nosotros —suelto con los ojos cerrados para evitar su reacción. Cuando los abro, la veo riéndose.

—¿Eso es todo? —se burla.

—Pensé que te molestarías, era una de las reglas principales.

—Bueno, lamento ser yo quien rompe tu burbuja, pero parece que hemos sido engañados todo el viaje, capitán. Esos dos sabían de lo nuestro desde el minuto uno.

Me quedo desconcertado hasta que me explica que la noche de la fiesta los dos volvieron al departamento y nos vieron juntos. July le contó que habían estado tratando de dejarnos solos y darnos toda la privacidad que podían. ¡Por eso se iban del auto sin hablar!

—¡A mí él me dijo que nuca se lo hubiera imaginado! —le cuento.

Michelle suelta una carcajada sonora, burlándose de mí. Yo miro a Bryce y le suelto maldiciones en voz baja. Me agacho para hacer una bola de nieve y corro a lazársela a la espalda. Él voltea para reclamarme.

—Te sale bien eso de fingir sorpresa —grito. A él le toma un segundo entender a lo que me refiero, pero cuando lo hace, sonríe de oreja a oreja.

—¡Que vivan los novios! —se burla.

Le lanzo otra bola de nieve en respuesta.

Así, Michelle y yo sorteamos nuestro primer conflicto tonto. Yo creyendo que ella quería terminar y ella que era yo quien quería dejarlo. Nos reímos de nuestra propia estupidez.

Al menos ahora que ambos lo saben, puedo abrazarla mientras caminamos sobre la nieve. Ella lleva un suéter verde a la cintura y una falda con medias —porque al parecer los pantalones son para débiles sin glamour como nosotros—, yo llevo mis clásicas capas con un abrigo rojo por encima. El vestuario perfecto para este par de Santa Claus que vienen a devolver al gato.

Henry nos guía unos minutos más. Llegamos hasta el hotel y luego un largo pasillo en el que solo pueden escucharse nuestros pasos. Nos acercamos a una puerta de madera y comienza a llegar el sonido de una voz, de otras, risas y luego gritos, no se distingue ya cuánta gente habla.

—Disculpen el escándalo, somos una familia grande —advierte el hombre con una sonrisa.

Al abrir lo primero que veo son niños, un montón de niños, cuento unos quince, pero es difícil tener una cifra exacta mientras corren. Por dentro es mucho más blanco todo, los pisos siguen siendo madera, pero las paredes son como de rocas. Hay una chimenea y varias sillas repartidas por la habitación. Un comedor central en el que platican varios adultos. A un lado del un árbol natural con esferas doradas y blancas, está una mecedora sobre la cual se encuentra Clarease con una cobija en su regazo.

—¡Güero! —salta ella de su asiento con los brazos abiertos en cuanto ve al gato.

—¡Meow! —responde Boris. Se mueve dentro de la mochila como si estuviera dispuesto a romperla a base de rasguños en caso de que no lo saquemos en ese instante.

July abre la mochila a toda prisa y el gatito no espera ni a que lo bajen al suelo, sino que salta y sale corriendo a restregarse en las piernas de su dueña. No deja de maullar, pero pronto dejo de escucharlo, porque la habitación se llena de más y más sonidos.

Por la derecha se acerca el grupo de niños que antes corrían y ahora van en busca del gato, gritan su nombre o el apodo que se les ocurre ponerle. Por la izquierda viene la familia de Clarease, unas veinte personas. Ellos nos dan mil gracias, cada uno a su manera, algunos juran que Clarease estaba a punto de volverse loca; hay otro grupo que contradice a los primeros diciendo que no exageren; otros preguntan cómo estuvo el viaje o se preocupan por si ya hemos comido.

Sonrío. En mi casa no hay reuniones familiares, siempre somos tres, o dos la mayoría del tiempo. Me gusta ver cómo interactúan e intentar adivinar la vida de otros. Pienso que me encantaría sentarme en una de las sillas y jugar con Michelle a inventarles historias o adivinar cómo es la vida de cada uno. Después conversaríamos para ver quién se acercó más. Es algo que suelo hacer cuando voy a reuniones.

Aunque mi sonrisa borra al mirar detrás y encontrarme a Michelle que cubre a July y Bryce. A ellos va a darles un ataque con tanta gente acercándoseles.

—Estamos bien, gracias. Fue un placer traer a Boris con Clarease, se ve que se quieren mucho. Y ya comimos —explico al grupo. Técnicamente no es una mentira. Nuestro almuerzo fue sopa instantánea cruda y latas de atún—. De hecho, tenemos que irnos ya.

En ese momento la multitud pasa de sonrisas a murmullos nuevos: «no pueden irse así», «ya les calentamos un plato», «al menos coman un poco como agradecimiento por lo que hicieron», «quédense un rato», «necesitarán energías para el camino de regreso».

July está congelada atrás, cuando la volteo a ver, se limita a negar con la cabeza y abrir los ojos como para rogar que no nos quedemos. Michelle se encoge de hombros, ella no está abrumada, pero luce preocupada por su amiga.

Con un gesto le pido un segundo al grupo, ellos siguen murmurando en voz baja. Volteo para reunirme con mis amigos acorralados contra la puerta.

—Muero de hambre —declara Mich—, yo digo que les aceptemos lo de la comida y nos vamos.

—Se nos hará tarde —niega July.

—No tardaremos más de una hora —la tranquilizo yo—. Además, no han podido ni siquiera saludar a Clarease.

July tuerce la cara en una mueca, Mich da brinquitos como una niña rogando por un plato de comida. Le da un vistazo a Clarease que, desde la silla, acaricia al gato con varios de los niños a su alrededor. La mujer le decida una sonrisa y con la mano le pide que vaya. Cuando vuelve la mirada a nosotros: Mich ruega con las manos juntas, yo asiento y Bryce se encoge de hombros.

—Está bien. Pero solo vamos a comer e irnos —indica.

—¡Nos quedamos! —anuncia Michelle al grupo con una sonrisa radiante en el rostro.

La familia celebra. Abren paso hasta la mesa donde hay platos ya servidos con espárragos y pechugas de pollo rellenas. Nos dirigen para sentarnos, nos acomodamos en el orden de: Bryce, July, Mich y yo. Creo que nunca había visto a Michelle devorar algo tan rápido, ni bien Henry le ofrece un segundo plato, ella ya se lo entregó. La segunda que come en tiempo récord es July, pero ella no pide nada más. Mi amigo y yo somos los lentos en esto.

Clarease va un par de minutos después para sentarse entre las dos chicas. Nos pregunta sobre el viaje, agradece mil veces, pero sobre todo pregunta sobre cómo estuvo su gato todo el rato. July miente muy bien al jurar que todo salió sin contratiempos.

—¡Qué bueno! Me quedé muy preocupada porque en el teléfono maullaba muy raro y creí que estaba enfermo.

Michelle casi escupe el agua, pero logra contener la risa. Yo la disimulo detrás de una servilleta. Bryce es quien no lo logra y se ríe en pleno. Se excusa diciendo que le parecía muy graciosa la forma en que le habla al gato. Creo que la mujer sabe que en algún momento algo raro le pasó a su mascota, y no creo que tarde mucho en averiguarlo una vez tenga las dos chicas en casa para interrogarlas. Sobre todo a Mich, que no sabe muy bien guardar secretos.

La conversación continua en lo que terminamos nuestros platos, July es quien responde la mayoría, ya que fue la primera en acabar. Algunos de los familiares de Clarease se juntan para contarnos las diferentes versiones de la historia sobre la enfermedad de ella. Su hijo dice que era muy grave, su hermana que se preocupó mucho, pero ella niega todo diciendo que lo único que le hacía falta era su gato güero.

—¿Y qué?, ¿ustedes dos ya se casaron o siguen haciendo como que no se gustan? —suelta de repente ella con la mirada entre Michelle y yo.

—¡Clarease! —reclama Mich que se atragantó a medio bocado del tercer bistec.

—¿Qué? Si es muy obvio —señala la mujer. De reojo observo a mis amigos que evitan mi mirada con una sonrisita en la cara.

—Déjalos en paz, mamá —pide Henry. Michelle parece que quiere esconderse debajo de la mesa.

—Ella es un encanto y él muy guapo. Yo los he visto en la escuela: siempre se regresan juntos, se sonríen cada que se cruzan por un pasillo —enumera—, él siempre la acompaña a su salón y le carga la mochila.

¿En serio hago todo eso? O sea, si, lo hago. Pero jamás habría juntado todo para concluir que me gusta Michelle. Aunque puesto así... tiene mucho sentido. Antes, si pasaba mucho tiempo con ella era por July. Desde que la parejita está junta, me alejo de ellos como si fueran radiactivos y comencé a pasar más tiempo con ella. Supuse que era solo porque si, porque es mi amiga. Pero ahora que lo pienso, ¿por qué de toda la gente que conozco siempre decidía irme con ella?

Creo que todos se habían dado cuenta menos nosotros dos.

—Y esta muchacha todo el tiempo está hablando de las fotos que el chico pone en internet —continúa—. Cuando su amiga no está, yo la despierto, y siempre tiene puesta una página con las fotos que toma él.

—Clarease, basta por favor —intenta callarla July. Michelle tiene las manos alrededor de la cara, aun así puedo que arde en rojo.

Michelle es la primera en dar corazones a mis stories de Instagram o en las fotos que subo, comenta con un montón de emojis y me escribe de vez en cuando. Siempre terminamos teniendo conversaciones de lo más tontas por horas.

¿Podría ser que en realidad a Michelle yo le gustaba desde antes? Quizá por eso quiso seguir con el juego aun sabiendo quién era yo bajo la máscara.

Quizá todos lo sabían, menos yo.

—Está bien, está bien. Yo solo digo que la niña es muy linda y si este no se anima, van a ganársela. Y si él no quiere, pasa con alguien más, muchacha. Estás muy joven para estar detrás de alguien —aconseja a Michelle, ella no da la cara, sigue escondida con la cara enrojecida detrás del pañuelo—. ¿O no te parece bonita, muchacho? —me pregunta con la sonrisa maliciosa que dice «de esta no te me escapas».

En esta ocasión no lo pienso de más. Creo que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que le dije lo linda que me parecía o lo mucho que me gustaba. Mejor no quedarse con las ganas.

—Preciosa —reconozco con los ojos clavados en los de ella.

En ese momento me percato de que hay un pequeño grupo con niños de diez a trece años que está detrás de mí escuchando la conversación. Nos observan como si se tratara de una serie de televisión. En cuánto yo hablo, ellos sueltan un coro de aullidos y gritan «¡beso, beso!». Luego los adultos se les unen.

Observo a Michelle, que por fin ha salido de la servilleta, pero sigue con la cara roja como un tomate. Diría que su cara está incluso más enrojecida que anoche.

—Michelle —susurro acercándome a su oído. El coro se alborota y hacen un sonido de decepción al ver que no la he besado.

—Dime —murmura entre dientes. Está muy avergonzada para mirarme a los ojos.

—¿Puedo besarte?

Sus ojos se abren por la sorpresa.

—Ya me has besado antes —susurra como un secreto.

—Lo sé —cuchicheo con el mismo sincretismo que ella—, pero te pido permiso porque ahora todos nos ven, sería decirle al resto del mundo que me vuelves loco. Y claro, tú tendrías que admitir que también te gusto —sonrío.

Ella no responde nada. En cambio, pone sus labios sobre los míos.

Escucho al coro aplaudir y celebrar entre risas. Me centro en la sensación de sus labios y los míos, de como se funden. Cuando pongo la mano en su mejilla, siento el calor de su piel. El problema es que ella salta porque yo soy de los que tiene los dedos siempre fríos.

Me disculpo, ella se queda con una sonrisa en los labios y se ríe. Se ríe de esa forma, como si no se lo pudiera creer, parece que su cara se contrae sin que pueda evitarlo. Sonríe por la simple razón de que acabamos de dar un show, solo porque yo no aguantaba las ganas de besarla.

Weeey, ¡qué bonito! Perdón, me puse fangirl.

Clarease siempre es un agente del caos, la adoro. Oficialmente se rompió otra de las reglas.

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