21. Un niño de veintidós años
—Idiota, idiota, idiota —me repito a mi mismo mientras corro detrás de Bryce.
Parece que eso de decir cosas en los momentos más inapropiados ya es costumbre mía, y no es como la gripa, esto no se quita. Ya perdí la cuenta de todas las veces que me han llamado idiota o imbécil, con buenas razones.
Le estaba contando algo a Michelle, no a él. Si la plática fuera con él, no había usado las mismas palabras, habría ido más lento, quizá hubiera omitido algunas cosas. No tiene nada que ver como le cuentas algo a un tercero que como se lo dices a la persona afectada. Desde que me enteré, tenía la firme intención de contárselo a Bryce, pero jamás encontré el momento apropiado, ni las palabras correctas.
Y si, lo acepto, soy un idiota. No tenía por qué contarle a Michelle de esto. Es que tener un secreto de ese tamaño y nadie con quien compartirlo, me hacía sentir mucho más culpable. Creí que contarle a Michelle sería seguro. Yo le aconsejé a Araceli que no le dijera nada a Bryce, sabía que esto era demasiado para él. Odia las mentiras.
Si se lo decía, no solo se decepcionaría con su padre, que es un imbécil de pies a cabeza, sino que perdería toda la confianza en la única persona de su familia que le queda. Simon ya no está, tiene su propio hogar, y Araceli es como su mamá, aunque nunca haya querido llamarla así jamás. ¿Quién le iba a quedar si se enojaba con su madre?, ¿su papá a quién nunca le interesó hasta que enfermó? Él se merece algo mejor.
En el fondo, si se lo conté a Mich, es porque necesito que alguien me diga que no me equivoqué, quiero que me confirmen que esa era la decisión correcta. Ella había visto cómo era Noel en realidad, antes de que pusiera toda esta facha de buen anfitrión y padre responsable. Si alguien iba a poder asegurarme que hice lo correcto, era ella.
Pero la cagué. Como siempre.
—¡Bryce! —grito, debe ser la décima vez que lo hago—. Amigo, quiero hablar.
—¡No te atrevas a llamarme amigo! —chilla él. Por fin me hace caso, aunque no de buen humor—. Me has estado mintiendo.
Ahora que se detuvo, lo puedo tomar del brazo para que se quede. En cuanto entramos a la casa se quitó el abrigo y se quedó con la sudadera nada más. Sin duda, no suficiente para caminar por la nieve en medio de la noche.
—Vamos adentro a hablar. Está helado aquí afuera —sugiero señalando la casa.
No había notado que ya estábamos tan lejos de ella que se ve del tamaño de una pelota. No hay nada alrededor. La casa más cercana se ve como un punto de luz del tamaño de un pulgar desde aquí.
—No voy contigo a ningún puto lado.
Bryce no dice muchas groserías. Es de esas personas que puedes distinguir si están disgustados o te odian con una simple palabra. Como esta palabra.
—Bien. Hablemos aquí entonces, yo no soy el que no trae abrigo.
Se pone de brazos cruzados, su orgullo lo hace tratar de ocultar que tiembla de frío.
—Amigo, lo siento, ¿si? Sé que lo arruiné, soy un imbécil. Te mentí y no te conté las cosas cuando debía. No encontré cómo hacerlo, no me atreví. Lo siento —confieso a la vez que doy pasos adelante para acercarme a él. Sigue temblando sin darme la cara, no dice nada
—¿Sabes qué eres la única persona en la que me quedaba confianza? —masculla. Me mira solo para mostrarme el dolor en los ojos—. Antes de salir, Araceli me dijo que también Simon lo sabía. ¡Todos me mintieron!
—No mentimos solo por mentir, era para protegerte. Tú... tú eres una excelente persona, Bryce. Ese tipo no te merece —señalo a la casa—. Araceli y yo solo intentamos... evitarte todo esto.
—¿Y por qué todos se creen con derecho a decidir que cosas puedo soportar y cuáles no? —pasa de murmurar a gritar con la voz rota—. Vale, era un niño, lo entiendo. Pero hace dos años que él quería conocerme, ya tenía veinte. No pueden decir que lo hicieron por mí —espeta. Va recuperando la voz solo para sacar su dolor en forma de enojo—. Araceli lo hizo por ella, porque no quería enfrentarse a sus mentiras. Y tú lo haces, ¿por qué? ¿Sientes que eres mi padre y tienes que cuidarme? ¡No tenías ningún derecho a elegir por mí! Si yo quería verlo era mi problema. MI decisión —se señala a sí mismo casi golpeándose en el pecho—. ¿Por qué quieren quitarme eso?
—Yo no... no lo veía así. Lo siento.
—Te tomas libertades que no te corresponden, Adam. Así como esa vez que me ocultaste la carta de Fayna cuando iba a conocerla. ¿También lo hiciste por ti?, ¿seguías enamorado de ella y no querías que la conociera?
No puedo creer que meta ese tema ahora. En todo este tiempo, jamás, jamás hablamos sobre esa noche, ni de su relación con July. Hicimos un pacto en silencio en el que ese tema quedaba sepultado. Como si nunca me hubiera gustado, porque de cualquier manera había sido un error.
—Sabes que eso no tiene nada que ver —reclamo yo. Ahora también estoy molesto—. Eres mi amigo, Bryce. Desde que supe que Fayna era July, la dejé en paz. Y te consta —recalco—. Aquí tú eres el puto insensible que le importó una mierda que yo llevara años enamorado de ella.
—¿Y qué querías? Ella jamás quiso contigo, tú solo la acosaste por dos años. ¿Tenía que dejarla solo porque tú la viste primero?, ¿cómo si la tuvieras apartada para ti?
—No, claro que no —lo detengo. Mis manos salen desde mi cabeza acallando la migraña, disparadas en el aire como si eso pudiera hacer que se callara—. No tenías que hacer eso, pero podías tener al menos un poquito de... no sé: sensibilidad, empatía. Podías tener la decencia de no pasear todo el rato con ella frente a mí, besarla y luego pedirme que te ayudara con tus cursilerías cada que cumplían un mes juntos.
—Podías decirme que no —concluye con los brazos cruzados. Como si fuera tan simple. Yo fui el tonto por no pensarlo antes, claro.
—¡Como si alguna vez supiera yo decirte a ti que no! ¿Crees que yo quería ir al estúpido curso de cocina? ¡Lo hice por ti! Porque llevabas semanas en casa deprimido después de que dejaras de verte con July, y cocinar es lo único que te podía levantar en ese momento —le recuerdo. En mi mente sigue viva esa imagen—. Estás tan encerrado ni te das cuenta del montón de cosas que he hecho por ti, de lo que todos hacemos.
Bryce de nuevo me evita la mirada y se queda en silencio. Ahora no va a ignorarme, si cree que soy mal amigo quiero que lo sostenga.
—Si no fuera porque te llevé a la cita con ese chef de la que tanto renegabas, ahora mismo seguirías amargado estudiando derecho. ¿Crees que no tengo nada que hacer por las tardes? ¡Claro que si! Pero paso por ti todos los putos días y te llevo con tu novia. Antes de que ella llegara, yo te cuidaba cuando estabas enfermo y tu familia salía a trabajar; de niño siempre te defendí en la escuela, aunque me llevara las palizas yo. Te ayudo con tus citas, jamás he dicho nada sobre lo de July. Y dime si alguna vez te he pedido algo a cambio —lo reto—. ¡No te atrevas ahora a decir que yo soy el mal amigo cuando todo lo que hago es para que estés bien! Porque te quiero, Bryce.
«Quiero dejarlo así», esa es una buena frase para que arreglemos este pleito de una vez. Pero él no habla, y esta vez su silencio solo logra enojarme más. ¿No puede decir gracias alguna vez? Ahora que se dio cuenta de que se ha comportado como idiota también, quiere ignorarme, hacer como que no oyó nada
—Lo peor es que ni siquiera lo agradeces, nunca. Y encima tienes el descaro de decir que yo soy el que me comporto como idiota.
Silencio.
—Entonces te doy gracias por lo que has hecho por mí —murmura. Por fin me da la cara—. Ya no te voy a molestar con mis cursilerías y mis estúpidos programas de cocina. Ya no somos amigos, te libro de tus responsabilidades conmigo.
Suelto un grito de frustración. No puede ser que se comporte tan... tan... imbécil. Tan de niño. Es muy maduro para conocer sobre su padre, pero no para admitir un error.
—¿Sabes qué? Eres un puto inmaduro. Si vas a actuar así, tampoco quiero ser tu amigo.
—Perfecto —concluye.
—Ojalá se te congelen los huevos, idiota.
No sé, eso último de a gratis.
De regreso me dedico a tirarle maldiciones, en voz alta, para que le lleguen por medio del viento.
—Puto Bryce malagradecido. No puede aceptar una disculpa. Mete a July como si yo fuera el malo de la historia. Echa diez años de amistad por la borda en un segundo. Y yo no voy a ser quien me disculpe.
Cuando la casa deja de parecer una pelota y estoy mucho más cerca, me encuentro con Noel y July.
—¿Lo encontraste? —ruega más que preguntar July.
Quisiera decirle que no para que se quede solo si es lo que tanto quiere, que se congele en la nieve por puto orgulloso. Pero no puedo.
—Está por allá, como a diez minutos caminando —señalo—. Llévale su abrigo, es idiota y no se lo llevó.
Luego entro a la casa. A la mesa está la elfo, a un lado de Michelle con Boris dormido entre sus caricias. La luz de la cocina ahora está encendida y la cafetera trabajando. Ellas dos sostienen una taza entre las manos.
—¿Café? —ofrece Angela.
—Si, pero ponle algo fuerte —acepto yo.
—¿Algo fuerte?
—Se refiere a que le pongas alcohol, Angela —aclara Mich.
—Ah vale.
Angela se aleja por la taza. Luego abre dos largas puertas de madera en las que hay varias botellas.
—Tengo whisky, te podría hacer un café irlandés si me das diez minutos para poner la máquina del expreso —siguiere observando las botellas—. También hay ginebra para un negroni. O puedo preparar un espresso martiní.
—Whisky está bien, pero dámelo así, solo mezclado con el café. No soy fan de lo dulce. Gracias, Angela.
Mich me hace cara de reproche, ofendida porque no me gustan los dulces. Sonrío por primera vez en un rato.
—Vale. ¿Tú quieres algo Michelle?
—No gracias, nena. Con el vino tuve suficiente, no quiero emborracharme.
—Okay.
No tengo ni la cabeza para preguntarme por qué Michelle ahora le habla con tanto cariño a Angela o en qué momento bajó.
Ella no tarda mucho en servirme un café supercaliente. Le doy el primer trago y no sé si lo que me quema es el café o el alcohol. Tomar me da la falsa sensación de que podré olvidar esta noche, aunque es apenas un toque y jamás tomo hasta emborracharme. La chica se sienta con nosotros a la mesa. Luce mucho mejor que cuando huyó, ahora hasta me parece agradable, no de la manera falsa que lo hace Noel.
—¿En qué trabajas, Angela? —Saca a plática Mich.
—En un bar —confiesa riendo.
—Ah, vale, tiene sentido ahora.
—¿Y vives aquí? —intervengo.
—Más o menos. Tengo un departamento en el centro, pero vengo aquí muy seguido para cuidar a mi papá —nos explica—. Me quedo la mayoría de las veces, así que ya tengo un montón de mi ropa y mis cosas en su casa. A veces es como si viviera aquí. Y ahora que es temporada navideña, me quedo para lo de ser elfo.
—¿Qué le pasa al viejo? —suelta Michelle. A mí me gana la risa, Angela la observa con una sonrisa— Perdón, a Noel —corrige.
—Lo llevo a hacer diálisis.
—¿Y por qué hace lo del Santa si está enfermo? —averiguo yo. Aún no me creo nada sobre él.
—Dice que le hace feliz. Yo lo acompaño para ver que esté bien y por si se me contagia algo de esa alegría —relata con una sonrisa nostálgica. La mirada en las manos que sostienen su taza.
—Pues no parecía muy alegre ayer —expongo yo. Mich me da un codazo suave debajo de la mesa.
—Si... Respecto a eso: en serio siento lo de Boris. Se lo decía a Michelle hace un rato. Mi papá no es mal tipo —intenta convencerme, aunque dudo que obtenga resultados—. Yo estaba en la parte de atrás del carro cuando chocaron, él venía molesto por los resultados de sus análisis y se desquitó con ustedes. En cuanto llegamos a cambiarnos le dije que tenía que volver a buscarlos para pagar lo de su auto. Y cuando iba al carro por un papel para anotar su número y dejarlo en la ventanilla, la vio a ella pinchando las llantas y se molestó mucho.
—¿Y si es tan bueno por qué no regresó al gato después?
—Eso fue mi culpa —declara—. Él dijo que solo quería darles una lección y asustarlos, me pidió que escondiera al gato, pero que no lo fuera a dejar dentro de la mochila, porque parecía desesperado por salir. Lo puse donde tenemos los casilleros, para que rondara por allí. Luego, cuando volví, ya no estaba.
Yo volteo a ver a Boris, como para preguntarle si es cierto todo eso. Él me mira sin comprender. Se me sube a las piernas.
—Cuando llegaste a hablar, te pedí que te formaras para hacer tiempo. Y aun así, no lo encontré por ningún lado. Mi papá tenía la misión de hacerte enojar para que tú hicieras algo estúpido y tuviéramos pretexto para no devolverlo.
—¿Y cómo lo encontraste?
—Fue una locura. Al parecer alguien dejó la puerta abierta y se salió. Un cliente del centro comercia lo encontró y se lo llevó a la tienda de mascotas porque creyó que se les había escapado. Luego, el chico de la tienda lo pasó con los policías para que vocearan y hallaran a los dueños. ¡Hicieron el llamado diez minutos después de que te diera el papelito! Lo reclamé con las fotos que le tomé en cuánto lo vi, porque es precioso. Y lo de que hoy no trabajábamos es verdad, tocaban análisis por la mañana.
—Mm —analizo su historia.
—Sé que es difícil de creer. Yo solo quería pedir disculpas de parte de los dos, estás en tu derecho de no creerme —puntualiza ella.
—Pero si te creemos —expresa Mich y me da un apretón en el brazo—. ¿Verdad Adam?
Asiento resignado, porque no soy bueno negándome a nada.
—Además, se ve que lo trataron muy bien —complementa ella.
—Es precioso —se alegra Angela. Mira a Boris con cariño y le acaricia las orejitas con la punta de los dedos—, siempre quise un gato.
En ese instante July entra por la puerta de la cocina y Angela le quita las manos al gato asustada. Creo que Angela exagera por asustarse así, hasta que noto como July la fulmina. La pobre chica no la puede ni mirarla a los ojos.
—Bryce dijo que quería irse a hablar con su papá —nos informa—. El señor Noel me dijo que te pidiera a ti que nos des unas toallas para tomar un baño y nos digas en qué habitación vamos a quedarnos —señala a Angela. Esta se levanta de la mesa de un tirón, nerviosa.
—¡Oh si, claro! Síganme, les muestro donde es para que puedan acostarse a la hora que quieran.
Michelle se levanta, yo le digo. Hago mi clásico gesto sacando la mano de mi cabeza, volteo a un lago para encontrarme a Mich imitar el gesto del capitán.
—La seguimos, capitana —ríe ella.
Les pido un momento mientras voy a mi cucaracha por las maletas, digo que puedo ir solo, pero no me dejan. Cada quien se termina llevando una de las mochilas, a pesar de los ojos de odio que July le hace a Angela.
Caminamos de vuelta a la casa, con July lo bastante delante para no oírnos, así que aprovecho para decirle a Michelle:
—Copiona —le susurro al oído. Ella solo se ríe.
Angela nos guía hasta una habitación en la planta alta con una sola cama. Le explica a July que esa será para ella y Bryce en cuánto vuelva.
—Me voy a acostar ya chicos, les dejo el baño a ustedes, yo entraré por la mañana. Me quedo con Boris —recalca—. Buenas noches.
Se queda con las dos maletas y cierra la puerta.
—Me odia —masculla Angela como un sollozo.
—Si... eso no se le va a pasar pronto. Solo no toques al gato en su presencia —intenta tranquilizarla Mich, creo que no le sale.
Nos señala un baño al final del pasillo de la segunda planta. Michelle decide que ella seguirá a Angela hasta su habitación mientras yo me meto a bañar. Así lo hago, aquí hay jabón y champú, no como en el gimnasio. Nunca había extrañado tanto la regadera como ahora. Por consideración con Michelle, no me quedo media hora debajo del agua caliente como desearía. Me visto en el baño con la misma ropa que llevaba, porque Mich se llevó mi maleta. Aun con esas, me siento como nuevo.
Es el turno de Michelle. Ella se llevó nuestras dos maletas hasta su habitación. Falta que Angela me muestre donde quedarme. Bajo hasta la cocina, la chica lava los trastes, yo me acerco a ayudarla. No le tengo la confianza suficiente para platicar más que allá de su trabajo.
Con los trastes secos y guardados, le pido que me guíe a mi habitación.
Me lleva de nuevo al tercer piso, esta es la más alejada de toda la casa. Está situada como en un extremo salido de la arquitectura, abajo no hay más habitaciones, solo pilares. Muy moderno. Veo a Michelle que termina de arreglarse el cabello con la secadora.
—Es aquí —señala—. Les dejé la más bonita porque dudo que puedan dormirse pronto con lo del café. Esta tiene vista al exterior, muy bonito con la nieve, las estrellas y todo eso—explica con una sonrisa, pero nuestras caras no corresponden.
Nada me gustaría más que quedarme en esa cama con Michelle, sea que durmamos o no. La cosa es que no pueden ver que nos estamos en el mismo cuarto. Mich parece igual de desconcertada, tampoco sabía que nos tocaba compartir cuarto.
—¿Qué pasa? ¿No les gusta? —averigua desanimada.
—Lo que pasa es que nosotros... —comienzo a decir. Angela lo capta rápido.
—Oh lo siento... yo pensé que eran novios, por como estaban tan juntos y se susurraban durante la cena.
—¿En serio? Mierda —se inquieta Michelle.
—No entiendo. —Angela frunce el ceño.
—¿No tienes otra habitación? —interfiero yo.
—Más o menos. Tengo una, primer piso. Es un poco fría porque la ventana no cierra del todo, por eso la usamos como taller para hacer los adornos navideños de este año... Tendrían que esperar para que la despeje. Yo me quedaría allí y le daría a uno de ustedes mi habitación. Solo denme unos minutos —se apresura para alejarse.
—No, no, no —la detenemos los dos al unísono. Sé que es la mejor opción, pero Michelle también la detuvo, y es por algo.
—Mira Angela, yo te explico —propone Michelle, la toma de las manos para acercarla—. Digamos que sí queremos quedarnos juntos, pero no queremos que los demás se den cuenta, ¿vale? Entonces, ¿qué te parece si me das las llaves de ese otro cuarto que decías? Así ellos creerán que yo me quedé allí, tú no tienes que recoger nada, y todos contentos.
—¡Ah! Entiendo —asiente con picardía en la mirada, es nuestra sonriente cómplice—. Claro, toma. —Saca de su llavero la otra llave y se la entrega—. Pero, ¿y si van a tocar a tu puerta por la mañana?
—No te preocupes. Déjala cerrada con llave y diles que me diste la única copia. Yo duermo como un oso, no se les hará raro que no responda. Luego puedo colarme por la ventana esa, que no cierra.
—Perfecto —sonríe—. Entonces... me voy a mi cuarto, chicos. Es un gusto conocerlos y espero que pasen buena noche.
Michelle se despide de ella con un beso y yo la abrazo de la misma manera. Ya no la odio tanto. Le deseamos buena noche de regreso. Avanza por el pasillo, escaleras abajo, cuando de repente vuelve.
—Por cierto. Sus amigos están muy lejos, mi papá también duerme como oso, y yo tomo pastillas que me dejan tirada. Así que no se preocupen si... hacen ruido —se despide guiñando el ojo y luego sale corriendo por las escaleras.
A ambos nos gana la risa. ¿Somos tan obvios?
Da igual, porque en un minuto nos quedamos en completo silencio. Solo se oye el viento que sopla afuera ahora que Angela está lejos.
—Al fin solos —ríe ella.
Al fin solos.
¿Ustedes le creen a Santa?
Por otro lado...🔥🔥🔥
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