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14. Deseo navideño

Después de una hora en la fila para las cajas (¡incluso las automáticas!), logré salir de allí con algunas latas de comida decente, y bolsas de papas para no perder las costumbres. Yo era el indicado para esta misión, no habría nadie que sea mejor en improvisar comidas en medio de un viaje, que yo.

No he recibido mensajes de nadie, pero supongo que me los encontraré en el auto, con una pizza fría, porque me tardé demasiado. Para mi sorpresa, al acercarme al auto me encuentro con Michelle, que tiene la cara cubierta entre sus manos, recargada en el capó como si fuese lo único que la sostiene. Por las contracciones que hace su cuerpo, sé que está llorando aun antes de acercarme y comprobarlo por los sonidos débiles que salen de su boca. July está a su lado acariciándole la espalda a modo de consuelo. Bryce las observa recargado en el otro auto.

Puedo escuchar mi corazón partirse.

Entro en un dilema. ¿Abrazarla será demasiado?, ¿levantará alguna sospecha? Verla así, hace que la idea de que los tortolitos se enteren de nosotros dé igual, pero quizá a ella no piense igual. Puede que si la abrazo, le incomode. No. Prefiero que se enoje conmigo por exponernos, al menos eso la hará distraerse de lo que sea qué la tiene así.

Antes de que logre reaccionar, ella me ve llegar y corre a abrazarme. Me rodea el torso y me aprieta como si fuera un salvavidas en medio del océano. Este abrazo no es el que te da un amigo, nos descubrirán. Pero las dudas se van en el segundo en que siento su aroma y algo me ata a el. No puedo ignorarlo. Le rodeo la cabeza, cubierta por su maraña de cabellos, oculto su cara inundada en lágrimas, como si eso fuera equivalente a hacer que deje de llorar.

—Me robaron a Boris —confiesa. La voz se le corta entre suspiros quebrados.

Mi instinto es voltear a ver detrás de su espalda, donde el gato debería estar, luego mira al resto, y al carro. Es cierto: no está. Reprimo mi «¿dónde está?», «¿qué le pasó?», porque tengo el presentimiento de que la hará llorar más. July decide que ella me responderá, ya que su amiga está indispuesta.

—Dice que un tipo vestido de Santa Claus los chocó hace un rato —explica ella. Yo asiento, aun con Michelle cubierta entre mis brazos. La siento temblar mientras trata de recuperar la compostura—. Bueno, resulta que Michelle encontró el auto del tipo y quiso pincharle la llanta como venganza, pero la atrapó. Y le robó a Boris —July suspira. Veo que intenta contener el enojo por el bien de su amiga.

—¿Te hizo algo? —le hablo al oído.

—No —solloza—. Solo me robó la mochila y se fue corriendo —un nuevo torrente le rompe el corazón, pierde todo el progreso de calma que llevaba.

—¿Te dijo algo?, ¿quiere algo a cambio o solo se lo llevó por venganza? —interviene Bryce.

—Solo se fue, no sé qué quiere. Imagino que espera que le paguemos la llanta.

July suspira preocupada, Bryce lanza una maldición en voz baja, yo me limito a cerrar los ojos con fuerza y hacer una mueca. Este viaje está costando mis ahorros y los de July. El padre de Bryce no le mandó ni dinero para ir hasta allá y Michelle apenas junta para pagar el alquiler. ¿Cómo se supone que paguemos una llanta nueva si es que lo pide?

Aunque más importante qué eso, ¿qué le diremos a Clarease en unas horas que llame preocupada por su gato? Se supone que llegaríamos hoy o mañana muy temprano.

—Iré a hablar con el Santa —propongo.

En mi cabeza es un diálogo de protagonista épico, de esos en los que el resto irán a decirle que es una locura, pero él aun así lo hará por el bien del resto. En cambio, recibo las miradas de la parejita con un «ya era hora», sin pronunciar palabra; y el sollozo profundo de Mich que sigue enterrada en mi camiseta.

—Tranquila, yo lo voy a recuperar, ¿si? —le aseguro a ella. La he separado de mi regazo, que ahora está empapado, la hago mirarme a los ojos tomándola de los hombros.

Ella asiente con los labios apretados, contiene los nuevos sollozos. Me duele verla así, ni siquiera puedo pensar en que se ve linda.

—Espérenme aquí —le pido al resto—. No nos vamos de aquí hasta que Santa Claus devuelva al gato.

Camino firme hasta la entrada del centro comercial, intento verme determinado. Las puertas automáticas se abren al pisar el tapete y yo me desinflo. Me alegro de que nadie quisiera seguirme, porque no tengo idea de qué hacer ahora. Se me acabó la facha de héroe.

La plaza es blanca y llena de adornos, con cintas doradas y esferas. La joya es un árbol decorado con esferas rojas y doradas, la punta con la estrella llega hasta las escaleras eléctricas del tercer piso. Justo a un lado del enorme pino artificial, hay una estación de fotos con Santa. Una lona tiene el fondo nevado, es como una caja adornada en 3D con renos, un trineo reluciente y rojo en el centro, una bolsa a la que se le asoman los brillantes papeles que cubren las cajas de regalo y el piso cubierto de nieve falsa. En el centro está el barrigón, con dos chicas altas disfrazadas de elfos verdes con sus medias rojiblancas como guardias. La rubia se dedica a cobrar, dar informes y convencer a los padres de que no es un desperdicio enorme de dinero porque tendrán un bonito recuerdo; la morena toma las fotos.

Hay dos Santa Claus en este lugar, uno en el tercer piso y otro en el primero. El que yo busco es el del primero, que también es el de la fila más larga. Me asomo cerca de donde el tipo está contentísimo, fingiendo sonrisas para los niños, sentándolos en su regazo y preguntando que quieren para Navidad. Me parece de lo más hipócrita. Compruebo que es él.

Después de bajar a un niñito rubio con una risa falsa, su mirada se cruza con la mía. Frunce el ceño, perdiendo toda la fachada angelical, para volver a la real, la de señor de malas. Entonces le hace una señal a una de las chicas-elfo, la rubia. Ella me mira con poco disimulo y asiente a lo que él le susurra. Yo opto por dar unos pasos lejos de allí para disimular.

—Disculpe —me llama la elfo rubia sonriente con un toque en el hombro—, Santa me ha dicho que ya sabe por qué está aquí y quiere hablar con usted.

—Ah, claro —tartamudeo. Trato de acomodar mi postura para sacar provecho de los centímetros de estatura y verme menos niño—. ¿Lo veo en su descanso o algo así?

—Acaba de tener su descanso de emergencia, no podrá salir en un rato. Dice él que lo mejor será que se forme y pase a decirle que es lo que quiere de Santa esta Navidad.

—Pero dijiste que ya sabe lo que quiero.

—Si, pero son cuarenta dólares si quiere que le diga como conseguirlo —me informa con su sonrisa reluciente de comercial. Yo ruedo los ojos resignado—. La fila está por allá, caballero. —Me sonríe de nuevo y señala, más o menos, unas treinta familias a la distancia.

A regañadientes me formo hasta atrás. La familia de enfrente me ve raro, soy probablemente el único tipo de veintitantos que quiere una foto con el tipo de barba falsa. Incluso el bebé parece que se pregunta que hago allí. Se me queda viendo y decido regalarle una sonrisa, pero parece que la asusto, porque se pone a llorar. La señora que la tenía cargando me mira molesta y da unos pasos al frente.

Parece que soy bueno con los animales, no con los bebés. Solo trataba de ser amable.

Veo a la primera niña pasar y sentarse para hablar con el tipo, ya solo faltan veintinueve. Mi teléfono suena con un mensaje.

Michelle 3:02 p.m.
como te va con el santa?
te peleaste con el? ocupas refuerzos?

Yo 3:03 p.m.
Sigo vivo, tranquila
Me acerqué, pero le dijo a su asistente que tenía que formarme para hablar con él y decirle que quiero para Navidad 🙄
No me quedó de otra así que estoy formado

Michelle 3:03 p.m.
jaja
ta vas a sentar en sus piernas?🤣

Yo 3:04 p.m.
No que muy triste? Ahora ya te estás burlando de mí

Michelle 3:04 p.m.
es que ya me tome mis vitaminas y ahora soy mas fuerte 💪🤪

Michelle 3:07 p.m.
oye
quieres que vaya a hacerte compañia?

Michelle 3:09 p.m.
di que si🙏
creo que los dos tortolitos necesitan hablar de algo y no quiero hacer mal tercio

Michelle 3:12 p.m.
te tardaste mucho en responder ahora voy para alla quieras o no 🏃‍♀️

Soy muy malo para responder mensajes rápido si es que no estoy dedicado a ello. O me distraigo con lo que veo a mi alrededor, o con la música, o en TikTok. Esta vez me quedé viendo a la cámara para los retratos, preguntándome cuánto le pagarán a las chicas elfo y si tienen idea de fotografía o solo lo hacen con el tripié y un clic. Y al parecer Michelle no tiene paciencia en lo absoluto.

Un minuto después de que reviso sus mensajes, me la encuentro recorriendo la fila con la mirada para encontrarme. Le hago señas y ella me sonríe desde la lejanía.

—Quería ver si tenía a Boris por allí —aclara en cuánto se acerca hasta mí con los brazos cruzados—. Pobrecito.

—Seguramente lo tiene guardado en el cambiador o algo por el estilo —aseguro yo, aunque también estiro el cuello para ver si lo encuentro por allí

—Revisé su auto de camino. Hasta sacudí la cajuela para ver si maullaba. No está allí, por lo menos. ¿Tú crees que quiere hacerle algo?

—No, tranquila. No va a hacerle nada, debe querer dinero.

—¿Y cómo vamos a pagarlo? —inquiere angustiada.

—No vamos a pagarle nada. Iré a convencerlo de que nos dé al gato por las buenas.

—Uh, me gusta este Adam rudo —sonríe y me da un golpecito en el hombro—. ¿Y qué pasa si no?

—Pues si no, estaremos perdidos —le sonrío yo de vuelta. Ella hace una mueca decepcionada. Yo me vuelvo a reír de su cara. Pero unos segundos después cambia a la de preocupada—. Oye, vamos a traer a Boris sano y salvo ahorita mismo, no te preocupes. Luego nos iremos de aquí, lo podremos sacar de la mochila, Bryce conducirá y nosotros nos quedamos dormidos juntos en la parte de atrás. ¿Si?

Ella asiente con una ligera sonrisa dibujada en sus labios. No parece que se la crea del todo, pero la visión en su cabeza es suficiente para despejar los pensamientos negativos.

Han pasado unos cinco niños de la fila. Trato de sacar alguna charla que no tenga nada que ver con este viaje ni con gatos. Intento averiguar más sobre ella. Michelle parece confiada por naturaleza, dándome golpecitos en el brazo cuando se ríe demasiado, mirándome los labios. A veces se recarga sobre mi hombro por un segundo, antes de arrepentirse de tanta cercanía. «Quédate allí», quisiera decirle.

Yo soy el que va lento con la confianza para hacer chistes, porque quiero ver su sonrisa; o para contarle las cosas que me gustan a mí, porque ella insiste demasiado, aunque yo no sienta que sea tan interesante. Por momentos quiero besarla, pero estar rodeado de un montón de niños mirones me intimida. Ella quiere que yo del primer paso esta vez. Se la pasa con su rostro muy cerca del mío o pasándome los dedos por la cara, cerca de los labios. Hoy está dispuesta a provocarme, pero sin tomar la iniciativa.

Decido que ya tengo la confianza para picarle las costillas, y descubro que es muy cosquilluda. La familia detrás de nosotros de hace unos pasos más allá, para no recibir los codazos involuntarios que tira Mich cuando quiere librarse de mí.

Cuando para de reírse, la tengo entre mis brazos. Me le acerco lentamente, sus ojos se clavan en los míos y los veo entrecerrarse. Sus manos ahora se enredan en mi pelo. Le acaricio los labios con el pulgar. Estamos a dos centímetros de tocarnos. Entonces le doy un besito rápido, de esos que suenan a propósito.

A ella la cara le cambia. La veo pasar del desconcierto, a la decepción y luego al enojo. Frunce el ceño, me recuerda a un emoji de gatito enojado. Ahora el que no puede parar de reír soy yo.

—¡Jugaste conmigo! —me reclama.

—Tú empezaste —le recrimino yo.

Me da otro empujón amistoso en el brazo.

—Ven, ya en serio —le pido. Mis dedos rozan su rostro.

—No, ya no quiero. —Se cruza de brazos.

Su cara de berrinche no puede ser más falsa. Así que me sigo riendo. Ella termina cediendo y también se ríe. Después nos reincorporamos. Nuestros ojos tienen una atracción magnética por los labios de otro. Ambos sabemos lo que queremos.

—No juegues conmigo —ordena.

—No lo haré —le concedo. Entonces entrelazo mis manos detrás de su cintura. Ella se cuelga de mi cuello. Y nos besamos: esta vez en serio.

Observo su sonrisa de deleite al separarnos. Adivino que en mi rostro hay una más o menos igual. Porque besarla se siente como respirar el aire indicado. Todo lo demás es insuficiente, no has vivido bien hasta ahora.

Me parece que tenemos cierta complicidad. Michelle se deja llevar mucho, es cariñosa y siempre pide lo que quiere. Yo soy todo lo contrario, pero su actitud me anima a no tener miedo. Me hace sentirme más libre.

De repente, me llega una de mis proyecciones. Pienso que esto podría funcionar a largo plazo. Me la imagino en las cenas navideñas con su familia, con ropa como la que lleva ahora. Recuerdo amanecer con ella y me pregunto cómo sería que eso sucediera todos los días. Imagino su sonrisa matutina.

Detengo mi tren de pensamientos. Se supone que este es mi problema: enamorarme demasiado rápido.

Y es que verla me da la confianza de que si me caigo por un precipicio, ella estaría abajo para atraparme y reírse por mi torpeza. No me da miedo quererla. No le temo a que me rompa el corazón. Lo que si me da miedo asustarla con mi intensidad.

Cuando menos me doy cuenta ya la solté. Ella revisa mensajes en su teléfono. Meto las manos a los bolsillos para resistir la ansiedad de abrazarla o darle un beso en la mejilla. Trato de contar las personas delante de nosotros mientras tanto. Ya solo son unas diez.

Pasa una señora mayor que se le queda viendo a Mich de forma muy intensa y sin la menor discreción frunce el ceño como si le diera asco. Se aleja murmurándole algo a su esposo que va a un lado de ella. Alcanzo a escuchar palabras como: manchas y perro.

Alejo la mirada de la señora y vuelvo con Michelle. Ella tiene la postura de esconder su cuerpo con sus hombros, inclinada hacia adelante y con la cabeza gacha. Se coloca el gorro de la chamarra sobre la cabeza.

¿Qué demonios le pasa a esa señora?

¿A ustedes les gusta salir en Navidad a ver todo lo que hay o se desesperan por la gente y no van? A mi me gusta ir, pero me agobio.

¿Qué querrá Santa Claus?

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