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Extra (+18)


Comenta "yo" si has echado mucho de menos a Maia y Liam :')





Extra

Maia

—No me creo que te estés esforzando tanto por caerle bien a Will.

Aunque no lo miro, imagino que Liam sonríe mientras cierra la puerta de su apartamento a nuestras espaldas. Enciendo la luz y me deshago de las botas. La casa está fría, ya que hace tiempo que nadie viene por aquí. Liam se ha pasado dos semanas fuera; tenía un evento en Estados Unidos y aprovechó el viaje para visitar a unos amigos. Como resultado, el único contacto que hemos tenido en los últimos quince días ha sido a través de videollamadas y mensajes de texto.

Sé que me ha echado de menos. Porque lo primero que ha hecho al aterrizar ha sido venir a mi casa. Incluso antes de pasarse por la suya para dejar el equipaje.

—Solo intento ser majo con él —replica detrás de mí—. Parece un buen tío. Además, mola que sea entrenador de baloncesto.

Resoplo mientras me quito el abrigo. Mamá y yo estábamos cenando con Will, su novio, cuando Liam ha llegado, y a él le ha faltado tiempo para volverse su fan número uno.

—Ni siquiera te gusta el baloncesto —protesto.

—Pues claro que me gusta.

—¿Ah, sí? ¿Desde cuándo?

—Desde que conocí a Will.

—Que te jodan.

Se ríe y me agarra del codo para que me gire hacia él.

—Tierra llamando al lado sentimental de mi novia. ¿Lo has matado y enterrado mientras yo no estaba? —Arqueo las cejas y él me sonríe—. Vamos, no te enfades. Me has echado mucho de menos y todo eso.

—Eres imposible.

—Y tú estás guapísima esta noche.

—Pelota —lo acuso, burlona, y asiente con solemnidad.

—Las veinticuatro horas del día, los siete días a la semana, todo por ti.

Enarco las cejas. No voy a dejar que sus palabras bonitas me desvíen del tema principal.

—Estás jugando a ser el poli bueno con Will, ¿no?

—Ajá —responde distraído, alargando la mano para jugar con un mechón de mi pelo—. Pero solo porque tú haces de poli malo. Y tenemos que coordinarnos para seguir siendo el mejor equipo del mundo. —Baja sus ojos hasta los míos, inquisitivo—. ¿Dónde está mi beso de bienvenida, tía dura?

Me muerdo el labio para no sonreír.

—Deja de llamarme así.

—Está bien, tía blanda.

—Voy a darte una patada en los huevos.

—Primero bésame. Rápido. Estoy desfalleciendo.

Me río, y acabo poniéndole una mano en la nuca y atrayéndolo hacia mí para presionar mi boca contra la suya. Liam reacciona enseguida y me rodea la cintura con un brazo para acercarme más a él. Es un beso lento y profundo, como los que le gustan, que me hace darme cuenta de que lo que ha dicho es verdad; lo he echado muchísimo de menos.

Debe de haberme leído la mente, porque, cuando se aparta, está sonriendo.

—Feliz ocho meses y un número indeterminado de días —susurra apoyando la frente contra la mía.

Suelto un hipido seguido de una risa y alargo las manos para recolocarle el cuello de la camisa. Somos un desastre. Tanto que ninguno de los dos sabe cuál fue el día exacto en el que empezamos a salir de manera oficial. Lisa se horrorizó cuando se lo conté, pero a mí me gusta.

Siento que, de alguna forma, es algo muy nuestro.

—He decidido que hoy es nuestro aniversario —añade cuando me quedo callada—. Bueno, nuestro mesversario, tú ya me entiendes.

—¿Y por qué hoy?

—Porque es trece.

—¿Y...?

—Y cada vez que me la agarras me crece.

No me creo que este tío me guste tanto.

Resoplo y me aparto mientras lo oigo reírse con ganas. Siempre vuelve de los eventos con un nuevo repertorio de bromas de ese estilo. Y yo soy tan ingenua que siempre me las como todas.

—Código rojo —carraspea agarrándose el cuello de la camisa, como si tuviera un micrófono escondido—. Alerta novia enfadada. Repito: alerta novia enfadada.

Sigue riéndose cuando me agacho para coger las botas y voy directa a su habitación. Está sorprendentemente ordenada para tratarse de él; la cama está hecha y las persianas bajadas, y me sorprende que no haya cables y cámaras ocupando todo el escritorio. Me quito la camiseta y abro el armario para coger una suya que ponerme para dormir.

Liam no tarda en entrar también en el dormitorio. Mete las maletas dentro y cierra la puerta. Ninguno de los dos dice nada, pero lo pillo mirándome de reojo cuando lo único que llevo puesto son los vaqueros y el sujetador. Tratando de no sonreír, me paso su camiseta por la cabeza y, una vez puesta, me deshago del sujetador y lo dejo en mi cajón de la cómoda.

Tal y como esperaba, él no tarda en soltar un comentario:

—Tienes una mente retorcida, ¿eh?

Pero no es en absoluto lo que esperaba.

—¿Disculpa? —Me vuelvo a mirarlo con las cejas alzadas.

Ha abierto una de las maletas y, agachado frente a ella, rebusca algo evitando a toda costa el contacto visual.

—Haces eso cuando estás molesta conmigo y no puedo mirarte sin sentirme como un capullo.

—No estoy molesta contigo —aclaro.

Alza la mirada inmediatamente.

—Guay. ¿Eso significa que te puedo mirar?

—¿Mirarme haciendo el qué?

—Nada. Justo así. —Me da un repaso descarado y, pese a que voy completamente vestida, con su camiseta y los vaqueros, concluye—: Buah, espectacular.

Quiero hacerme la dura, pero me resulta imposible no sonreír. Liam se incorpora y al final soy yo la que acorta la distancia entre nosotros. Me detengo frente a él para comenzar a desabotonarle la camisa.

—Sí que te he echado de menos —admito, subiendo la mirada hasta sus ojos. Me sonríe.

—Lo sé. Y yo te he echado de menos a ti. —Vuelve a jugar con mi pelo distraído—. Pensaba en ti todos los días.

Arqueo las cejas, divertida.

—¿Durante dos semanas enteras?

—Era el único que estaba solo —confiesa. Dejo de sonreír y lo miro con confusión—. En los viajes largos, lo normal es que vayamos acompañados. Me llevo bien con los chicos, somos buenos amigos, pero la mayoría llevaban a sus parejas. Y creo que estaba celoso. De ellos. Porque tú estabas lejos.

—No me invitaste a ir —rebato con suavidad. No quiero que suene como un reproche. La conversación ha tomado un rumbo inesperado, pero me alegro de que haya sacado el tema; parece muy afectado.

Sube un hombro, intentando restarle importancia.

—Sé que estás liada con la universidad. No quería que te sintieras obligada a venir.

—Bueno, me obligaste a no ir cuando decidiste no preguntarme. —Al escucharme, frunce los labios. No me gusta verlo tenso, así que sonrío y le doy un empujón para suavizar el ambiente—. Eh, capullo, eres tú el que siempre está dándome el coñazo con el tema de la comunicación.

—Está claro que no soy el tío más coherente del mundo.

Suelto una risita y él alza la mirada. Cuando nuestros ojos se encuentran, trato de que note la sinceridad en mi voz:

—Habría ido si me lo hubieras dicho.

—¿De verdad?

—Habría buscado la forma. Quizá no habría estado las dos semanas enteras para no faltar tanto a clase, pero, no sé, me hubiera gustado ir. Y sé que a ti te habría hecho ilusión.

Asiente sin romper el contacto visual.

—Sí. Mucha.

—A mí también.

—Pero también conlleva ciertos riesgos, Maia —añade consecuente—. Si nos hubieran visto juntos...

—Habrían sabido que estoy contigo, ¿y qué?

Su rostro se tiñe de desconfianza.

—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?

—Es una decisión que tenemos que tomar los dos. —Pero no parece muy convencido, así que inquiero—: ¿Qué piensas tú?

Confío en él. Más que en nadie. Y mis inseguridades desaparecen casi por completo cuando estamos juntos. Pero tarde o temprano íbamos a tener que enfrentarnos a esta conversación, y de pronto me doy cuenta de que me da miedo que me diga que prefiere mantenerlo en secreto. Que no quiere que sus seguidores sepan de mi existencia. Que es mejor así.

Liam también parece tener sus dudas. Aguarda un segundo antes de animarse a responder.

—Las cosas eran una mierda cuando estaba con Michelle. La gente romantizaba y opinaba de nuestra relación sin saber cómo eran las cosas en realidad. Y, cuando rompimos, ella se aprovechó de eso. Y lo usó en mi contra. Así que me prometí a mí mismo que me lo pensaría dos veces antes de dejar que la gente se enterara de que volvía a tener pareja. —Vacila. Y después dice—: Contigo decirlo parece lo correcto.

Asiento varias veces. Suena tan sincero, tan real, que no me queda duda alguna de que esto es lo que quiere.

—Vale. Pues hagámoslo. Sin espectáculos —añado, puesto que sé que es lo que nos hará sentir más cómodos a los dos.

—Sin espectáculos —concuerda.

—Aunque voy a presumir de ti siempre que se me presente la oportunidad.

Se sorprende, pero enseguida sonríe y sé que el comentario le ha gustado. Que le haga tan feliz imaginarme hablando sobre él hace que me revolotee el corazón. Quiero disimularlo, así que bajo la mirada y continúo desabotonándole la camisa. En silencio. Mientras mis dedos le rozan el abdomen por accidente y él tensa todos los músculos. Y el ambiente va poco a poco volviéndose más íntimo, más denso.

Hasta que, con la voz rasgada y ansiosa, dice:

—Maia. —Alzo la mirada y me encuentro con sus ojos—. Voy a besarte ahora mismo.

Su boca está sobre la mía antes de que pueda contestar.

Emito un quejido de sorpresa, pero acabo tirando de su camisa para atraerlo hacia mí y retrocediendo a tientas hasta que mi espalda choca contra la pared. Me encantan los besos de Liam. Sobre todo ahora, cuando siento la necesidad y la urgencia en cada movimiento. Entreabro los labios buscando más y él gime involuntariamente cuando su lengua se desliza sobre la mía.

Baja las manos hasta el dobladillo de mi camiseta y tira de ella con impaciencia.

—Quítate esto —exige, y no puedo evitar reírme.

—¿Desesperado?

—No sabes cuánto. —Por fin consigue quitármela y la lanza al suelo con brusquedad. Su mirada se clava automáticamente en mi torso al descubierto—. Joder. Joder, joder, joder.

No llevo sujetador, así que noto sus manos callosas directamente sobre la piel cuando envuelve mis pechos con las manos. Vuelve a besarme, y esta vez es más brusco e intenso y siento que me tiembla todo el cuerpo. No hablo. No puedo. Y todo lo que oigo es lo fuerte que me martillea el corazón mientras él roza mis pezones con los pulgares. No quiero parecer ansiosa, pero no puedo evitar arquear la espalda en busca de más contacto.

—Eres jodidamente guapa —susurra, y de pronto siento frío porque ha apartado las manos.

Voy a quejarme, pero las lleva a mi trasero y hace fuerza con los brazos para levantarme en volandas. Le rodeo las caderas con las piernas instintivamente. Y me río en medio del beso cuando camina tambaleándose hacia la cama.

—Vas a hacer que nos caigamos.

—No vas a aguantar mucho más de pie, créeme.

—Guau. Ten piedad, señor salvaje.

Tiembla de la risa. Mi espalda aterriza sobre el colchón y agarro su camisa para arrastrarlo conmigo. Liam se aleja un momento, lo justo para quitársela, y después vuelve conmigo. Pierdo la vista en sus abdominales marcados, en cómo los vaqueros le cuelgan descuidadamente de las caderas, en esos hombros fuertes. Y luego subo hasta sus ojos, que me observan inundados en deseo. Y decido que esta es la imagen más erótica que he visto en todo lo que llevo de vida.

Ninguno de los dos dice nada. De pronto, tenemos los labios enredados de nuevo, y mi cuerpo se arquea contra el suyo cuando mete una pierna entre las mías para hacer presión. Después su boca abandona la mía y se entierra en mi cuello. Deja un camino de besos en sentido descendente que me deja sin aliento. Cuando siento su aliento caliente sobre mi pecho izquierdo, juraría que el corazón me deja de latir.

Echo la cabeza hacia atrás al notar su boca. Lame, succiona y hace lo mismo con el otro, y a mí el cerebro se me descoordina y pierdo la noción del tiempo y de dónde estoy. Solo reacciono cuando sus labios continúan bajando hasta mi abdomen.

Se me tensa el vientre cuando comienza a desabrocharme el botón de los vaqueros. Y, cuando miro hacia abajo y lo veo así, arrodillado ante mí, se me corta la respiración. La suya está agitada y veo ese brillo pícaro en sus ojos cuando dice:

—Las vistas desde aquí son alucinantes.

—Tú eres alucinante —contesto jadeando.

Su cuerpo vuelve a temblar cuando se ríe. Sube aquí para que estemos de nuevo cara a cara. Y yo me obligo a reaccionar y a bajar las manos hasta su cinturón. A juzgar por la tensión que veo en sus vaqueros, llevaba esperando esto mucho rato.

Y, aun así, se aleja en cuanto averigua mis intenciones.

—Déjame tocarte —me quejo.

—Maia, llevo dos semanas sin ti.

—¿Y qué? Quiero que tú también disfrutes.

—Estoy disfrutando. Mucho. —Me mira para que vea que va en serio—. Pero, después de dos semanas en abstinencia, te aseguro que la diversión va a durar muy poco como no dejes quietas esas manos.

Tardo un segundo en procesarlo. Mis cejas se disparan.

—¿En abstinencia? —cuestiono.

—Soy un hombre fiel —responde inmediatamente.

—Pero tienes manos.

—Sí, y dos compañeros de habitación.

—Podías haberte ido a la ducha.

Abre y cierra la boca. Y al final se queda callado.

Se me escapa la sonrisa.

—Mentiroso —lo acuso, empujándolo—. No has estado en abstinencia.

—Bueno, vale. Pero te juro que pensaba en ti todo el rato.

—¿Seguro?

Asiente con solemnidad.

—Palabrita de boy-scout.

Y después se acerca más y se me corta la respiración. Todo lo que puedo hacer es mirar sus labios hinchados por el beso.

—¿En qué pensabas? —lo incito.

—En lo que haría cuando volviera contigo. —Está usando una mano para sostenerse encima de mí, y baja la otra hasta mi cadera para presionarme contra él—. En que te encanta que te torture —añade, bajando la boca hasta mi oreja— y que te provoque hasta que no puedas más. Porque luego, cuando hago esto...

Sin previo aviso, introduce la mano en mis vaqueros y doy un respingo cuando roza mi ropa interior. El corazón se me pone a mil. Tiene razón; estoy tan ansiosa que hasta ese mínimo contacto me revoluciona. Le agarro la muñeca por instinto y él sonríe.

—¿Quieres mi mano o mi boca, Maia? —vuelve a susurrar, inclinándose de nuevo sobre mi oído.

Trago saliva. No puedo hablar.

—¿Rápido o lento? —continúa.

Dios santo.

No contesto, así que lo decide en mi lugar. Me besa de nuevo y lo correspondo con urgencia, casi necesidad. Y después levanto el culo para que le sea más fácil deshacerse de mis vaqueros. Se lleva también mi ropa interior y me quedo completamente desnuda, pero no siento ni una pizca de pudor ni vergüenza. Porque es Liam. Y sé que a él le gusta todo lo que ve.

—Joder —masculla cuando me toca y yo reacciono cerrando las piernas en torno a su mano.

Me estremezco cuando roza mi punto más sensible. Temo abrirlas porque sé que el placer será insoportable, pero me fuerzo a hacerlo, y Liam desliza entonces un dedo en mi interior.

—Así —susurra cuando me oye gemir en voz baja—. Me encanta escucharte. Me encanta verte y sentir cómo te deshaces.

Conoce la forma exacta en la que tiene que tocarme para hacerme perder el control. Lo que tiene que decir. Lo que tiene que hacer. Me roza insistentemente con el pulgar y, cuando añade un segundo dedo, siento que se me contraen los músculos del vientre. Me tiembla todo el cuerpo. Y le clavo las uñas en la muñeca porque estoy a punto. Y, al igual que todo lo demás, él lo sabe.

Por eso se detiene antes de que me deje ir.

—Capullo —jadeo.

Me responde besándome con más intensidad. He perdido la paciencia, así que busco a tientas el cinturón de sus pantalones para desabrochárselo. Liam se estremece cuando rozo su erección con al mano. Me ayuda a quitarle los vaqueros junto a la ropa interior. Estoy acalorada y medio asfixiada, y aun así me alejo para mirarle a los ojos y me las ingenio para decir:

—¿Mi mano o mi boca, Liam?

—Tu boca. Aquí —responde, atrayéndome de nuevo a la suya—. Pero primero voy a coger un condón.

Se aparta un momento para sacarlo del cajón de la mesilla. Y, cuando vuelve conmigo, me agarra del cuello y me da un beso intenso que me deja sin fuerzas. Presiona ligeramente mi garganta mientras yo recorro sus abdominales con las manos. Le quito el preservativo para ponérselo. Y, cuando se acomoda entre mis piernas, sacudo la cabeza.

—Déjame arriba.

No reacciona, así que lo empujo y me siento ahorcajadas sobre su regazo. Cuando veo su cara de alucinado, se me vuelve a escapar la risa.

—¿No te gusta la idea? —cuestiono divertida.

—No. Es decir, sí. Sí. Sí —responde deprisa. Echa la cabeza hacia atrás—. El mejor día de mi vida. Gracias al cielo.

Sigo riéndome cuando me acerco para besarlo.

—No exageres.

—No exagero. Deberías verte ahora mismo.

Esbozo una sonrisa burlona.

—Pelota.

—Ansiosa.

—Así me quieres —replico, y asiente.

—Es verdad, pero solo porque me pone que me insulten.

Me rodea la cintura con un brazo y mi pecho queda aplastado contra el suyo. Y de pronto está dentro, y a mí se me tensa el vientre y él jadea. Me aprieta contra sí, inquieto, mientras busca cualquier contacto con los labios. Soy yo quien guía su boca hasta la mía para besarlo con intensidad. Me deja dirigir los movimientos. Y yo me maravillo con cada sonido ahogado que escapa de sus labios.

Siempre he creído que el secreto del sexo es la confianza. A eso se le suma la complicidad y una buena comunicación, y el resultado es insuperable. Liam me trata con el cariño de la primera vez y me desea como si creyera que va a ser la última. Es así todas las veces. Y eso hace que quiera más de él; de su risa, de sus besos, de sus miradas, de este momento. Más de sus «te quiero» susurrados con cansancio cuando viene a meterse en la cama conmigo después de hacer un directo hasta tarde. De sus llamadas fugaces antes de subir al escenario en los eventos para que le desee buena suerte.

Más de él, en general.

Quiero más y lo quiero durante mucho tiempo.

Antes he estado a punto, así que no tardo en sentir cómo la presión se me condensa en el vientre. Clavo los ojos en Liam, que maldice. Gime. Y después vuelve a besarme y me arrebata todo el aire que me queda en los pulmones. Noto cómo su cuerpo tiembla bajo el mío por lo mucho que intenta contenerse.

—Déjate llevar —le pido.

—Quiero ser delicado.

—No quiero que seas delicado.

No hay nada mejor que verlo perder el control. Sus ojos arden cuando me hace acelerar el ritmo. Y pronto toda la tensión acumulada explota y siento un torrente de electricidad que me recorre todo el cuerpo. La oleada de placer es tan intensa que dejo caer la frente contra su hombro, jadeando. Y él me clava los dedos en la cintura con más fuerza. Y lo noto temblar debajo de mí.

Luego solo queda el silencio y nuestras respiraciones agitadas.

—Feliz aniversario —susurro, posando los labios contra su cuello sudoroso.

Se ríe sin fuerzas.

—Feliz aniversario, tía dura.

Me alejo para mirarlo, y ver su cara de adormilado llena de felicidad absoluta provoca que me salte el corazón. Le acaricio la nuca con los dedos mientras sus manos ascienden cariñosamente por mi espalda.

—Ha sido...

—Sin palabras —me interrumpe, y me vuelvo a reír.

—Sí.

Se echa hacia adelante para besarme, esta vez con lentitud y delicadeza. Sonrío contra su boca.

—Voy al baño y vuelvo —lo aviso. Asiente con los ojos cerrados y lo beso una vez más antes de levantarme.

Utilizo su baño privado porque es el que está más cerca y me muero de ganas de volver a la cama con él. Hago mis necesidades y me recojo el pelo en una coleta. Cuando regreso al dormitorio, Liam ha tirado el condón y está tumbado sobre las sábanas revueltas, esperándome. Parece agotado. Alarga el brazo al verme y yo sonrío mientras voy a acurrucarme a su lado.

Apoyo la cabeza sobre su pecho. Y él posa su gran mano sobre mi espalda y comienza a dibujarme la columna vertebral con las yemas de los dedos.

Como siempre que estamos juntos, no es capaz de dejar de tocarme.

—Empalagoso —me burlo en voz baja.

—Te quiero —dice él, y suena real, como si acabara de reafirmarlo en este preciso instante. Como si ya lo tuviera claro antes, y, de alguna forma, lo supiera aún con más seguridad ahora.

Alzo la mirada y nuestras miradas se cruzan. No hay rastro de burla en su expresión. Solo sinceridad.

—Lo sé —respondo—. Y yo a ti.

Ahora sí, sonríe.

—Soy un tío con suerte.

—Yo soy una tía con suerte.

Me da un beso en la cabeza. Yo cierro los ojos. Y nos quedamos así, en silencio, tumbados en su cama. Y pienso en que una vez estuve a punto de renunciar a esto por el miedo. Ha pasado más de un año y medio desde entonces. La diferencia es que ahora sí me arriesgo. Ahora salto al vacío por las cosas que merecen la pena, como Liam. Con el corazón en la mano y los ojos cerrados.

Y que pase lo que tenga que pasar.





¿Qué tal el extra, pecadoras?

Nos leemos en Twitter e Instagram (InmaaRv). Como subáis capturas os bloqueo, besis <3

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