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14 | Miedo

14 | Miedo

Maia

Cuando me despierto a la mañana siguiente, reina el silencio.

Los rayos de sol que se cuelan entre las cortinas me dan de lleno en el rostro. Abro los ojos, adormilada, y tardo un segundo en darme cuenta de que no estoy en mi habitación. Bostezo e intento incorporarme, pero me detengo cuando noto el brazo que me rodea la cintura. Su aroma, su calor y su presencia me envuelven como un huracán y el corazón me salta dentro del pecho.

Liam.

Su mano descansa sobre mi estómago, rozando la franja de piel que deja al descubierto mi camiseta, mientras que la mía se encuentra sobre su pecho. Tengo la cabeza apoyada en su hombro. Flexiono el cuello para mirarle y descubro que sigue con los ojos cerrados. Tiene la boca ligeramente entreabierta y los rizos le caen sobre la frente. Su respiración es suave y acompasada. Parece un niño cuando duerme, con esa expresión angelical.

Trato de pensar de lo que ocurrió anoche, pero lo último que recuerdo es que Steve saqueó nuestra cocina. Imagino que me quedé dormida y que, en lugar de despertarme, Liam decidió quedarse conmigo. No recuerdo hace cuánto que no duermo con un chico. Normalmente rehúyo cualquier tipo de contacto físico y, sin embargo, aquí estoy; prácticamente tumbada encima de él. Así he pasado la noche. Y no me he despertado ni una sola vez. Tampoco me acuerdo de cuándo fue la última vez que dormí del tirón.

Sé lo que significa la calidez que siento en el pecho y no me gusta nada. Esto está llegando demasiado lejos. No puedo volver a arriesgarme.

Sea lo que sea lo que tengamos, se tiene que acabar.

Consigo levantarme sin despertarlo y desactivo la alarma del móvil antes de que suene. Tras mirar a Liam una última vez, trago saliva y me dirijo a mi habitación para prepararme para ir a trabajar. Una vez vestida, me paso por la cocina porque, aunque no me apetezca, sé que debería desayunar. Steve solo se alimenta a base de comida basura, así que nunca se lleva las frutas ni las verduras. Mejor para mí. Su salud no me importa una mierda. Cojo una manzana y me la guardo en el bolso.

—¿Te vas? —pregunta Liam a mis espaldas.

Su voz ronca me provoca un escalofrío. Me giro y le veo sentado en el sofá, despeinado y con cara de dormido. Me obligo a mirar hacia otra parte.

—No quiero llegar tarde al trabajo —respondo con sequedad.

—Puedo ir a recogerte cuando salgas.

—No.

—¿Por qué?

—Porque no eres mi novio de verdad.

Mientras más claro quede, mejor para ambos.

No espero a que conteste. Solo cojo mis cosas y salgo de la vivienda.

La jornada transcurre con tranquilidad. Es más fácil trabajar con este horario. Salgo a las 18:00H, que la hora a la que el bar empieza a llenarse, de forma que servir mesas hasta entonces es un paseo. Sobre todo los lunes, como hoy, cuando no tenemos clientes suficientes como para que Charles, nuestro jefe, se moleste en pasarse por aquí. Lo único que suele importunarme es la presencia de Derek, pero no se ha acercado a mí en toda la mañana.

Termino de colocar los vasos bajo el mostrador y aprovecho que los clientes ya están atendidos para sacar mi cuaderno. A veces escribo. No es algo serio. No quiero dedicarme a ello en un futuro ni nada, solo me ayuda a desahogarme cuando ya no puedo más. Empecé a hacerlo tras la muerte de papá y recurro a ello como escape desde entonces.

Abro el cuaderno, distraída, y veo que algo sobresale de una de las páginas. Me he pasado todo el día intentando sacármelo de la cabeza y, aun así, cuando menos me lo espero vuelve a aparecer.

Es una estrella. Y tiene una inscripción.


«Supernova: persona, experiencia u oportunidad de la que sabes que saldrás siendo una mejor persona».

No eres un agujero negro.

-L.


—¿Maia? ¿Va todo bien? —Lisa camina hacia mí con una sonrisa tímida y el pelo castaño cayéndole sobre los hombros. Cierro el cuaderno sin pensármelo dos veces. No es que me preocupe que ella lo vea, sino que prefiero no verlo yo.

—Sí —respondo, y me giro para buscar algo que hacer. Lo que sea.

Necesito sacarme a Liam de la cabeza. Cuanto antes.

Ha sido fácil lidiar con su presencia durante estos últimos días, ya que parecía que simplemente no estaba ahí. Se ha pasado la mayor parte del tiempo en el sofá, durmiendo o haciendo zapping en la televisión. Sé lo que se siente al perder lo que antes movía tu vida. Lo he sufrido muchas veces. Por eso lo entendí y decidí darle tiempo. Una parte de mí se alegra de que el Liam de siempre esté de vuelta, pero la otra, que es más egoísta, sabe que en el fondo habría preferido que eso no hubiera ocurrido.

Porque ahora no me saco su nombre de la cabeza. Sobre todo después de lo que hizo anoche.

A Liam le gusto. Él mismo me lo ha dicho, y estoy convencida de que, por mucho que intente disimularlo, sabe que él también me gusta a mí.

Así que estoy muy jodida.

—¿Seguro que estás bien? —insiste Lisa.

Suena preocupada. La miro de reojo mientras recoloco las bandejas y fuerzo una sonrisa.

—Claro.

—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad? —Se muerde el labio, vacilante—. Sé que siempre hablo mucho y te aburro con mis problemas, pero...

—No me aburres con tus problemas —la interrumpo. Puede que a veces sea un poco intensa, pero trabajar aquí sería una tortura si ella no estuviera.

Lisa asiente con lentitud, un tanto aliviada, y no aparta sus ojos de los míos.

—Solo quería que supieras que puedes hablar conmigo si lo necesitas. Quizá no doy los mejores consejos del mundo, pero se me da bien escuchar.

Me toma por sorpresa y no sé cómo reaccionar. Una dolorosa sensación de gratitud se me instala en el pecho, mientras mi lado más racional me pide que simplemente lo deje pasar. Me va bien sola. Pero hacía mucho que nadie me dedicaba unas palabras así. Lisa quiere que sepa que me escucha. Que está ahí para mí. La única persona con la que he contado desde el accidente es Deneb.

—Gracias —contesto. Lo aprecio de verdad, aunque aún no me atreva a añadir nada más.

Ella sonríe y se encoge de hombros para restarle importancia.

—No las des. Es lo que hacen las amigas, ¿no?

Amigas.

¿Lisa piensa que somos amigas?

Se marcha a tomar nota a unos clientes que esperan en la barra y yo me obligo a reaccionar y a volver al trabajo. Cuando por fin termina mi turno, oímos las campanillas de la puerta. Alzo la mirada y el corazón se me detiene, aunque en el fondo ya sabía —o esperaba— que Liam viniera.

Echa un vistazo al local, con las manos en los bolsillos, y echa a andar hacia nosotras en el momento en el que sus ojos conectan con los míos. Lleva unos vaqueros negros, una camiseta gris y una sobrecamisa a cuadros que se ajusta a los músculos de sus brazos. Los mismos que usó anoche para acorralarme contra la encimera. O para abrazarme mientras dormíamos en el sofá.

Como si supiera lo que pasa por mi cabeza, sonríe de medio lado. Junto a mí, Lisa carraspea.

—Como os sigáis mirando así, vais a dejar embarazado a todo el local.

Aparto la vista justo cuando Liam se detiene frente a la barra. Me giro y finjo que rebusco en los armarios para no tener que mirarlo. Así es como dejo que mi nueva amiga lidie con el único tío que es capaz de ponerme nerviosa a estas alturas.

—Si te pregunto qué vas a tomar, ¿me preguntarás si Maia está en el menú? —parlotea ella—. Porque me parecería un chiste ridículo que seguramente haría que me replanteara si darte o no mi aprobación.

—¿Así que necesito tu aprobación? —cuestiona Liam. Por su voz sé que sonríe.

—¿En serio crees que voy a dejar que mi chica salga con cualquiera?

—No soy «cualquiera».

—De momento me caes bien, pero es provisional. Ándate con ojo, ricitos.

Me vuelvo a tiempo de ver cómo Liam la mira con una sonrisa burlona. Siento una punzada en el pecho. Si no se han visto más que una vez, ¿cómo es que de pronto parecen tan amigos?

Mierda, ¿en qué diablos estoy pensando? ¿Qué me importa a mí que sean amigos? De hecho, como si quieren enrollarse. Mejor para mí. Me simplificaría las cosas. No más preocupaciones, no más acercamientos, no más Liam. Todo sería mucho más fácil.

El problema está en que ni siquiera yo me lo creo.

—Liam —pronuncio, y posa sus ojos sobre mí.

—Hola —responde él, con esa media sonrisa.

Se toma un segundo para mirarme y por primera vez me pregunto cómo le habrá sentado lo que le he dicho esta mañana. No creo que haya sido nada traumático porque, vamos, ambos sabemos que esto es solo una farsa, pero puede que me haya pasado de borde con él. De todas formas, debería darme igual. Necesito distancia.

—Lisa —añade entonces Liam—, ¿no tenías algo que decirnos?

Frunzo el ceño. Ella parece acordarse de pronto y se gira hacia mí.

—Es verdad. Quería invitarte a una fiesta. Este sábado —dice, con una sonrisa—. Será en casa de unos amigos. Nos lo pasaremos bien. Habrá música, alcohol... lo típico. Me encantaría que vinieras conmigo. Liam también está invitado, claro.

De pronto, ambas miradas se posan sobre mí, expectantes. Maldigo para mis adentros. ¿Así que por eso ha venido? ¿Se han unido para tenderme una emboscada? Venga ya, no tengo tiempo para ir a fiestas. Ni para pensar en nada que no sea el trabajo, Deneb o...

—Iremos —confirma Liam. Me vuelvo automáticamente hacia él.

—¿De verdad? —se sorprende Lisa, mirándome a mí.

Liam sonríe, satisfecho, como si supiera lo que pasa por mi cabeza. Lisa parece tan emocionada que me rompería el corazón decirle que no. De forma que acabo resignándome:

—Claro. Me encantaría.

—¡Genial! —exclama—. No sabes la ilusión que me hace. Puedes venir el viernes a mi casa y que hagamos una noche de chicas o algo así. Cenar pizza, ver películas, hablar y...

—Es muy buen plan, ¿verdad, Maia? —la corta Liam y, una vez más, me fuerzo a sonreír.

—Lo es —coincido.

Nota mental: voy a estrangularlo con mis propias manos cuando salgamos de aquí.

Seguramente mi cara lo refleje bastante bien, pero Lisa no se da cuenta porque justo entonces tira de mí para abrazarme. Me estrecha entre sus brazos con entusiasmo. No me pasa desapercibido lo bien que le huele el pelo. A lavanda, algo que combina bastante bien con ella. Cuando se aleja dando saltitos, tiene una sonrisa de oreja a oreja.

—Te prometo que nos lo pasaremos genial. Gracias por decir que sí —dice, y el corazón se me encoge. Me da un empujón suave—. Ahora lárgate de aquí. Y tú —añade, dirigiéndose a Liam—, ándate con ojo, soldado.

—Oído, Sargento —contesta él, antes de que Lisa se marche a la cocina.

Lo miro ahora que estamos a solas. De nuevo, tiene esa sonrisa burlona en los labios que me genera sentimientos contradictorios. Me entran ganas de borrársela con un golpe de realidad, así que le suelto:

—Te dije que no hacía falta que vinieras a recogerme.

Se encoge de hombros, sin dejar de mirarme.

—También me dijiste que no te gusto y ambos sabemos que es mentira.

Resoplo y escucho su risa a mis espaldas cuando entro en la parte trasera para recoger mis cosas y que nos larguemos de una vez. Me despido de Lisa y ni siquiera miro a Derek —que no se ha acercado en toda la jornada— antes de seguir a Liam hasta el exterior. Ha aparcado su coche de alta gama en la entrada. Menos mal que aún no ha oscurecido, porque, sabiendo cómo es este barrio, seguro que habrían intentado robárselo si fuera de noche.

Se me cae el alma a los pies al mirar el reloj.

—Mierda —mascullo sin darme cuenta. Liam deja de andar.

—¿Va todo bien?

—He perdido el autobús.

No le doy más explicaciones. Entro en internet y reviso los horarios. El próximo no sale hasta dentro de una hora. No me merece la pena cogerlo porque llegaría muy tarde a Manchester.

—Si necesitas ir a algún sitio, puedo llevarte —se ofrece.

Es tan mala idea que no me hace falta ni considerarlo.

—No te preocupes. Déjame en casa y cogeré mi coche para ir.

Liam junta las cejas.

—¿Eres consciente de que en un rato será de noche?

—Sí —contesto, e intento no inmutarme.

—¿Vas a ser capaz de conducir así? ¿Por el pueblo o por la carretera?

—¿A ti qué coño te importa?

—¿Por qué siempre te pones a la defensiva? Solo estoy intentando ayudarte.

—Porque no necesito tu ayuda. Te lo he dicho miles de veces.

—Maia —insiste, serio, y clava sus ojos en los míos—, dime a dónde necesitas ir. Puedo esperar fuera, si quieres, o volver a casa y después ir a recogerte. No tengo nada mejor que hacer. ¿Qué es lo que pasa? ¿Tienes otro trabajo?

Trago saliva. En su mirada veo una mezcla de curiosidad y preocupación, y lo odio. ¿Por qué no puede ponerme las cosas fáciles y simplemente dejarme en paz? No hace más que intentar meterse en mi vida y es frustrante porque, a este paso, no conseguiré luchar contra las ganas que tengo de dejarle entrar.

No me gusta la idea de tener que ir con él, pero las alternativas son mucho peores. ¿Volver conduciendo desde Manchester sola y de noche? A saber cómo acabaría.

—No tengo otro trabajo. —Aprieto los labios, vacilante. Liam espera pacientemente hasta que decido continuar—. Está bien. Gracias por ofrecerte.

Noto esa pizca de orgullo en su mirada, pero se limita a asentir y abrir el coche para que podamos entrar. Fuera hace bastante frío, así que pone la calefacción al máximo en cuanto arranca el motor. Se me ha formado un nudo en el estómago. No me creo que esté a punto de hacer esto.

—¿A dónde? —pregunta, mirándome de reojo. Trago saliva.

—Al hospital.

Se tensa, pero no hace ningún comentario.

—¿Al de Manchester? —añade para asegurarse.

Asiento y conduce en silencio todo el camino.

Me hundo en el asiento y miro por la ventanilla hasta que anochece. Finjo que no me doy cuenta, pero Liam no para de mirarme de reojo. Aunque lo normal sería que tenga muchas preguntas, no las formula, y eso hace que en cierta medida me sienta cómoda con él. Solo tardamos diez minutos en adentrarnos en la ciudad. Mientras los edificios y las farolas quedan atrás a toda velocidad, me tomo la libertad de observarle.

Es atractivo verle conducir. Coge el volante con una mano, estirando los músculos del brazo, y no aparta la mirada del frente. Tiene un perfil muy bonito. Creo que nunca antes me había fijado. La nariz recta, la mandíbula marcada y los labios finos. Y esos ojos azules. Conectan con los míos en un momento dado y aparto la vista de inmediato.

Son las siete en punto cuando aparca frente al hospital. Miro por la ventanilla. He pasado tantas horas aquí que podría llegar a la habitación de Deneb con los ojos cerrados. La diferencia es que siempre he venido sola, y ahora Liam está aquí, metiéndose, poco a poco, entre las ranuras de las murallas que tanto me he esforzado por construir.

Apaga el motor y nos quedamos en silencio. Me aclaro la garganta.

—¿Te importa esperar aquí? —pregunto, cautelosa.

No me gusta la idea de que nadie más vea a mi hermana en este estado. Esta no es ella. La verdadera Deneb es la que sonríe en las fotos, con el rostro iluminado y los ojos brillantes. Ahora solo queda una sombra.

—No hay problema —responde. Me siento culpable, así que añado:

—No tardaré mucho. Puedes ir a tomar un café o...

—No te preocupes por mí. Avísame cuando salgas, ¿vale?

Trago saliva y asiento.

—Vale.

Después, salgo del coche y, como todos los días cuando salgo del trabajo, subo a visitar a mi hermana mayor.



—Chocolate para ti y un delicioso café que no sabes apreciar para mí.

Fuerzo una sonrisa. Solo he estado cuarenta minutos con Deneb porque el hospital no permite que las visitas se alarguen pasadas las 20:00H. Además, me parecía mal hacer esperar tanto a Liam. Ha venido a recogerme y me ha ofrecido ir a una cafetería. No he sido capaz de negarme después de que me haya traído hasta Manchester, así que aquí estamos.

Toma asiento frente a mí y deja nuestras bebidas sobre la mesa. Rodeo mi taza de chocolate con las manos. Quema, pero es una sensación agradable porque fuera hace tanto frío que las tenía congeladas. Doy un sorbo y el dulce me arde en la garganta. Nos quedamos en silencio hasta que ya no lo soporto más.

—Gracias —digo, y Liam alza la mirada— por ofrecerte a traerme. Y por esperarme.

«Y por no presionarme, ni interrogarme ni hacerme sentir incómoda, como habría hecho cualquier otra persona», añado para mis adentros. Liam niega para restarle importancia.

—No te preocupes. —Me muerdo el labio. Quiero hablar, pero continúa—: Me gustaría alquilar un apartamento en la ciudad. Tendré que pasar mucho tiempo aquí mientras busco uno, así que puedo traerte siempre que quieras.

—¿Vas a mudarte a un apartamento?

No pienso antes de preguntárselo. Liam sonríe con consecuencia.

—No puedo seguir robándote el sofá eternamente.

Asiento. Tiene mucho sentido y por eso intento ocultar que me siento un poco decepcionada. No me entiendo. Se supone que debería estar deseando que recogiera sus cosas y saliera de mi vida cuanto antes. Sin embargo, conforme se acerca ese momento, empiezo a darme cuenta de que la idea de que se marche no me entusiasma tanto como debería.

—¿Por qué Manchester? —me intereso. Necesito huir de mis pensamientos y romper el silencio.

—En Londres viven mi madre y Adam y, aunque suene fatal, quiero estar tan lejos de ellos como pueda. Por ahora. Creo que es la única forma de dejar atrás mi «antigua vida» —me explica, haciendo comillas—. Le preguntaré a Evan si quiere mudarse conmigo. Me gustaría empezar a estudiar en la universidad. He mirado algunos grados y me llama la atención el de Comunicación Audiovisual.

Me da mucha envidia. No solo por lo seguro que parece al respecto, sino porque realmente puede hacer todo lo que dice. ¿Estudiar en la universidad? ¿Dejarlo todo atrás y mudarse a la otra punta del país? Yo no puedo ni planteármelo. Pero Liam sí. Y, aunque me duela, me alegro mucho por él.

—Nunca pensé que preferirías estar detrás de las cámaras —comento, y sonríe.

—¿Lo dices por mi innegable atractivo físico?

—Por tu carisma —respondo—. Le caes bien a todo el mundo. Y eres atento y divertido. No he visto ninguno de tus vídeos, pero sé cómo tratas a los demás y creo que vales para eso. Para YouTube, me refiero. Puede que solo lo hayas enfocado de la manera incorrecta.

Sus ojos se clavan en los míos, repletos de curiosidad, y de pronto me siento incómoda. Ha sido la primera vez que he admitido abiertamente lo que pienso sobre él.

—Quizá —coincide, tras apartar la mirada—. Todavía no tengo del todo claro si he dejado YouTube de forma definitiva o solo durante un tiempo. Tal vez vuelva algún día, cuando esté preparado para enfrentarme a todo el odio que me sigue cayendo.

—Puedo insultarte más a menudo, si eso hace que te vayas acostumbrando.

—Después de vivir contigo una semana, creo que estoy preparado para todo.

Pongo los ojos en blanco, aunque sonrío y Liam hace lo mismo. Me concentro en mi chocolate caliente, hasta que pasan unos segundos y vuelve a hablar:

—¿Por qué piensas que soy carismático?

Le miro con desconfianza. Creía que solo buscaba que alimentase su ego, pero, por la forma en que me observa, la pregunta va en serio.

—Eres espontáneo y seguro de ti mismo. Siempre sabes qué decir. Además, no te ha costado nada hacerte amigo de Lisa, por ejemplo, y eso que solo habéis hablado una vez.

—Dos —me corrige—. Fui a recogerte ayer al trabajo. Por eso hablé con Derek. Lisa me pidió que la ayudara a convencerte de ir a su fiesta.

—Vaya, muchas gracias por uniros en mi contra. Qué considerados.

—No ha sido en tu contra. ¿Te acuerdas de cuando te dije que, aparte de Evan, eras la única amiga que tenía? Creo que a ti te pasa algo parecido, solo que tú no tienes a nadie más.

Tan directo como siempre. Me sienta como una patada en el estómago porque, mierda, tiene razón.

—¿Así que ahora somos amigos? —inquiero, solo para desviar el tema.

Liam esboza una sonrisa burlona.

—Hasta que no admitas lo que ambos ya sabemos, me temo que sí.

—¿Y qué si eres el único que tengo?

Mi tono deja en claro lo mucho que me molesta que lo haya mencionado. Liam me observa en silencio y finalmente suspira y se echa hacia atrás en su asiento.

—No lo ves, ¿verdad? —pregunta, lo que me confunde aun más.

—¿Ver el qué?

—Eres una buena persona, Maia. Graciosa, sincera, inteligente... y muchas cosas más. Si te abrieras a los demás, tendrías muchos amigos. A todo el mundo le gusta rodearse de personas como tú.

Ahí está, de nuevo, esa sensación de calidez. ¿Hace cuánto que no escucho a alguien hablar así sobre mí? ¿Acaso ha pasado alguna vez? Antes era esa clase de persona. La que describe. Y por eso nunca me sentía sola. Después del accidente, me hundí y me convertí en ese agujero negro que arrastra a un hoyo sin fondo a los que le rodean.

—¿Por eso estás tan empeñado en hacerme ir a esa fiesta? —cuestiono.

—¿Cuándo fue la última vez que fuiste a una?

«Cuando Deneb todavía tenía los ojos abiertos».

—No lo sé. No tengo tiempo para ese tipo de cosas.

—¿Para qué tipo de cosas, Maia? ¿Para salir a divertirte, a desconectar y a pasar un buen rato con amigos? ¿Para pensar en ti? Vas a ir a esa fiesta. Y yo voy a ir contigo para que te sientas cómoda y porque, bueno, soy tu novio falso y todo eso.

No sé si seré capaz de desconectar y pasármelo bien, ese es el problema. De todas formas, he aprendido que no merece la pena discutir con Liam porque es muy cabezota cuando se lo propone. Me resigno sin poner condiciones, pero después me lo pienso mejor y lo apunto con un dedo.

—Nada de emborracharse. Prohibido el vodka.

Liam capta la referencia enseguida y vuelve a sonreír.

—¿Te da miedo que acabe durmiendo en el coche de otra desconocida que me robe el corazón?

—Seguro que le caerías bastante mejor que a mí.

—Dudo que a mí me gustase tanto como me gustas tú.

Suspiro y aparto la mirada, fingiendo que sus insinuaciones me sacan de mis casillas, cuando la realidad es que me está poniendo nerviosa. Vale, puede que me guste que sea tan directo. Que sepa perfectamente lo que quiere y no dude en decírmelo. Esa seguridad que tiene en sí mismo lo hace aún más atractivo, hasta el punto de que me costó no besarlo anoche. Sobre todo después de ver en sus ojos lo mucho que quería que lo hiciera.

Y también porque empiezo a descubrir cosas de él que no veía antes. Todo lo que he dicho antes es verdad. Es bueno con las palabras, carismático, divertido. Y también es buena persona, aunque se empeñe en que todo el mundo crea lo contrario.

—Maia —pronuncia, tras unos largos segundos, suavizando la voz—. ¿Vienes a Manchester todos los días?

Entonces sé que viene esa conversación a la que temía enfrentarme. No he hablado de Deneb con nadie desde el accidente. Al principio porque me encontraba completamente sola y después porque aprendí a sobrellevarlo por mi cuenta. Pensar en abrirme, en decirlo en voz alta, me da vértigo. Pero es Liam. Y ha confiado muchas veces en mí.

Así que lo hago.

—Vengo a visitar a mi hermana mayor.

—¿Está...? —comienza, y le interrumpo:

—En el hospital, sí. Desde hace siete meses y veintiún días.

—No tienes que contármelo si no quieres —se apresura a decir, pero yo niego con la cabeza.

Porque creo que sí que quiero.

—Deneb tiene dos años más que yo. Estudiaba Física en Londres para introducirse en el mundo de la Astronomía. Mi madre no conocía a Steve aún, así que éramos solo nosotras tres. Una semana antes de mi cumpleaños, fue a recogerla para traerla a casa y darme una sorpresa. Tuvieron un accidente en la carretera. Yo no me enteré hasta que vi las noticias. Me llamaron un par de horas después para contarme lo que había pasado.

Lo que no le cuento a Liam es lo que hice cuando vi esas imágenes en la televisión. Usé los mínimos conocimientos que tenía de Matemáticas para calcular la probabilidad de que mi madre y Deneb ya hubieran pasado ese tramo de la autovía cuando sucedió el accidente. Y me aferré a los porcentajes más favorables hasta que sonó el teléfono. Entonces, todo se vino abajo. Yo incluida.

—Me dijeron que mi madre estaba herida, pero fue mi hermana la que se llevó la peor parte del impacto. Estaba inconsciente cuando la llevaron al hospital. Tenía un traumatismo craneoencefálico. Nunca pensé que tendría que escuchar algo así referido a ella. —Trago saliva. Me tiemblan las manos—. Después del accidente, mi madre perdió el trabajo, empezó a beber y me dejó con toda la responsabilidad. Empecé a ocuparme de ella y de Deneb. Lleva en coma casi ocho meses. Voy a verla todos los días porque no soportaría no estar presente cuando abra los ojos.

«Porque lo hará. Va a despertarse», añado para mis adentros. No lo comparto con Liam.

—Por eso sigo trabajando en el bar de Charles aunque sea un cabrón conmigo —continúo—. Necesito el dinero. Mamá está siempre fuera con Steve y soy la única que tiene ingresos. Sé que lo más sensato sería mudarnos a un apartamento mucho más asequible, pero mi casa es donde mi hermana se crió. Donde vivió mi padre. No puedo tomar una decisión así sin ellos. Así que sigo adelante como puedo. También... —Me aclaro la garganta— también es la razón por la que me da tanto respeto conducir.

Por eso lo obligué a hacerlo en mi lugar cuando me suplicó que lo llevase a Londres. Solo de pensar en recorrer ese tramo de la carretera, ya me entraban nauseas. Sé que es un miedo irracional y ridículo, porque yo ni siquiera iba en el coche cuando tuvieron el accidente, pero no puedo evitar tenerlo. Y acabo de darme cuenta de que nunca antes había hablado de ello en voz alta. Hasta hoy.

Liam me mira en silencio. Hay algo en su expresión que no consigo descifrar y, presa de los nervios, le espeto:

—¿Qué? —Estoy a la defensiva. Niega con la cabeza.

—Lo siento. Estaba pensando en que fui un capullo contigo. Hice bromas respecto al miedo que tenías a conducir.

Escucharlo hace que me relaje. Intento restarle importancia.

—No lo sabías. Yo también habría alucinado si una desconocida me hubiera obligado a conducir su coche.

—Siento mucho que hayas tenido que pasar por todo eso, Maia —dice, mirándome fijamente. No hay ni rastro de su sonrisa, ni de sus bromas, ni de ese tono divertido que usa para tontear conmigo. Ahora en su voz solo encuentro sinceridad.

Se me forma un nudo en la garganta.

—Yo también.

Nos quedamos en silencio y me doy cuenta de que estoy temblando. No suelo hacer estas cosas. No hablo con nadie sobre nada. Lidio sola con mis problemas, y hasta ahora me ha ido bien. La ansiedad me ha revuelto tanto el estómago que ya no me apetece terminarme mi taza de chocolate caliente. Tampoco podría cogerla, con todo lo que me tiemblan las manos. Las escondo bajo la mesa y las entrelazo, inquieta.

Liam me observa con sus ojos azules. Espero que haga una broma para desviar el tema, porque la gente tiende a sentirse incómoda hablando sobre estas cosas, o que me pregunte por lo que da más morbo: si creo que Deneb se despertará, cómo la encontraron tras el accidente o cuáles serán las consecuencias con las que tendrá que vivir cuando despierte, que son muchas. Pero no hace nada de eso.

En su lugar, solo pregunta:

—¿Cómo es? Tu hermana.

El corazón me da un vuelco. Le miro con desconfianza.

—¿Quieres que te cuente cosas sobre Deneb?

—Hablas de ella como si fuera la mejor persona que has conocido —dice, y esboza una sonrisa leve—. ¿Es tan borde como tú? Porque dudo seriamente que alguien te supere.

Siento de nuevo esa calidez en el pecho. Es por la forma en la que habla. Ha dicho que mi hermana es. No que era. Habla en presente porque Deneb sigue aquí.

—Deneb no es borde. Es la persona más cursi y amorosa que existe.

—Es decir, que no odia al mundo, como tú.

—Yo no odio al mundo. Solo estoy un poco enfadada con él —rebato, y, cuando Liam sonríe, me doy cuenta de que los nervios comienzan a desaparecer. Me reacomodo en la silla para estar más cerca de él—. Es inteligente. Y divertida. Y también un poco friki, la verdad. Cuando era pequeña, no dejaba de contarme leyendas para dormir. Aun no sé si lo hacía porque a ella le encantaba oírse hablar o porque yo adoraba escucharla. Puede que ambas.

Me voy relajando y, como si quisiera ayudarme, Liam vuelve a sacar su tono bromista de siempre:

—¿También le gusta la pizza con piña?

—Es mi hermana. Pues claro que sí.

Hace una mueca.

—Sois lo peor.

Le doy un golpe por debajo de la mesa.

—No es culpa nuestra que tengas tan mal gusto.

—Lo siento, pero no merecéis mi respeto.

—Que te jodan.

Sonríe y pone los ojos en blanco. De pronto, han pasado casi dos horas y sigo hablándole mientras conduce de vuelta a mi casa. Le explico cuáles son mis películas favoritas y las de Deneb, qué tradiciones teníamos de pequeñas y que me superaba con creces en el colegio. Cuando quiero darme cuenta, he compartido con él recuerdos de mi hermana que siempre me han parecido importantes y que, aun así, nadie me había pedido nunca que pronunciara en voz alta.

Al día siguiente, salgo temprano del trabajo y cojo el autobús para volver al hospital. Subo al segundo piso y recorro unos pasillos que ya me conozco de memoria. Entro en su habitación y la veo, con el pelo oscuro cayéndole en ondas sobre los hombros y los ojos cerrados. Tomo asiento frente a ella y trago saliva.

—Hola, Deneb. Creo que tengo que contarte una cosa.

Espero, como siempre, a recibir una respuesta, una sonrisa, un pestañeo; cualquier cosa. Pero no ocurre. Se me forma un nudo en la garganta. Es la única que siempre ha estado ahí para mí. He compartido con ella todas y cada una de mis historias. De mis problemas. Y por eso será la primera en saber esto también.

Así que le aprieto la mano y dejo ir aquello que me tortura desde hace días:

—Creo que estoy empezando a sentir algo por una persona. Y me da mucho miedo.


☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•° ☆

Hola :)

¿Qué os ha parecido el capítulo?

¿Qué pensáis de Lisa?

¿Y de Maia y Liam?

Atentas a los próximos capítulos. Contienen escenas que llevo planeando desde antes de escribir la novela, jeje. Se viene intensidad, como en todos los que ya llevamos :)


Nos leemos pronto. Gracias por leer la historia <3

Como siempre, comentamos los capítulos y doy adelantos por twitter, instagram y todo el rollo sjnsjsskn


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