08 | Decisiones desesperadas
Capítulo extra porque no he podido resistirme. Dejad de tentarme >:|
Y recordad votar y comentar, ¡los autores estamos aquí por vosotros!
08 | Decisiones desesperadas
Liam
—¿Es una broma? —articula con incredulidad.
No sé cuándo he cerrado los ojos, pero vuelvo a abrirlos cuando oigo su voz. Supongo que una parte de mí —la más racional— esperaba que me diera un puñetazo nada más escuchar mi propuesta. Sin embargo, Maia no se mueve. Solo me mira de brazos cruzados, sorprendida, como si creyera que se me ha ido la olla, y con razón.
—Va en serio —respondo, tras aclararme la garganta—. Has dicho que querías hacer algo por mí, ¿no? Pues ahí lo tienes.
—No lo entiendo. ¿Qué ganas con todo esto?
Abro la boca, pero la cierro al darme cuenta de que no tengo una razón de peso para habérselo pedido. Puede que me haya dejado guiar por el orgullo. O por mi ego. Solo quiero demostrarles a todos que tomo mis propias decisiones. Que puedo hacer lo que me apetezca cuando me apetezca y que no son nadie para prohibírmelo.
Pero no creo que Maia pudiera comprenderlo, así que digo:
—Hay una... chica. Está abajo, con Evan. Digamos que tenemos una relación un poco complicada y...
—¿Complicada en qué sentido? —me interrumpe y, al ver mi expresión de desconfianza, añade—: Si quieres que te ayude, necesito que me pongas en contexto.
Vale, odio admitirlo, pero tiene razón. Trago saliva. Adam me diría que no se lo contara, así que es una suerte que no esté aquí.
—Es mi novia. —Maia arquea las cejas—. Falsa —aclaro.
Resopla, incrédula, y suelta una risotada irónica. Se cubre la cara con las manos.
—Odio a los famosos —refunfuña para sí misma, y después me mira—: Déjame adivinar, ¿empezaste a salir con ella para ganar seguidores y ahora estás jodido porque se ha enamorado de ti?
—No exactamente —respondo, pero no me escucha.
—... porque, si piensas usarme para librarte de ella, quiero que sepas que eres un...
—No está enamorada de mí —la interrumpo, antes de que me insulte de nuevo—, sino de mi mejor amigo.
Decirlo en voz alta me quema la garganta. Maia cierra la boca y me observa con cautela.
—¿De Evan? —pregunta con confusión.
—No, de mi otro mejor amigo.
—Si no está colada por ti, ¿por qué quieres...? —Pero mi expresión debe de exteriorizarlo muy bien, porque no llega a terminar la frase—. Joder —masculla, al darse cuenta.
Sus ojos oscuros se posan sobre mí, y me da la sensación de que me miran con lástima. Acabo de caer en que es la única persona que lo sabe, además de Evan, y que no sé por qué diablos se lo he contado. No solo es que no debería haber confiado en ella, sino que, además, sabiendo cómo es, no me extrañaría que pensase que soy patético.
Me he pasado meses detrás de una tía que solo tiene ojos para otro. Si buscase «humillación» en el diccionario, aparecería mi nombre subrayado con rojo.
—Es una larga historia —me limito a contestar, para salir del paso y que, con suerte, no insista. Intento que mi rostro permanezca inexpresivo—. ¿Y bien? ¿Vas a ayudarme o no?
Duda. Espero que se eche atrás o que me pregunte por qué quiero hacer pensar a Michelle que estoy saliendo con otra chica, si se supone que solo me interesa ella, pero finalmente dice:
—Muy bien. ¿Qué se supone que soy? ¿Una fan loca que se moría por acostarse contigo? Porque no pienso fingir que me derrito por tu cara de gilipollas.
¿Así que de verdad está dispuesta a ayudarme? Joder. Los nervios me asaltan y lucho por controlarlos. Supongo que en el fondo no esperaba que esto llegara tan lejos, porque no tengo nada preparado. Me obligo a pensar en algo que suene creíble, mientras Maia me mira de brazos cruzados, expectante.
—Nos conocimos anoche, me gustaste y te invité a casa. Con eso basta. No creo que haga preguntas. —Asiento, conforme con mi propio plan, y la miro de arriba abajo—. Voy a prestarte una camiseta. Así será más cantoso.
No espero a que conteste, sino que me dirijo directamente a mi habitación. Es más grande que el cuarto de invitados y, cuando Maia entra detrás de mí, se queda alucinada, aunque intenta que no me dé cuenta. Abro el armario y saco una camiseta que me pongo a menudo. Es imposible que Michelle no me haya visto con ella. La reconocerá enseguida.
Además, es de manga larga. No me lo pienso más y se la lanzo.
—Póntela y arrúgala para que parezca que has dormido con ella.
Maia no rechista. Solo se la pasa por la cabeza y la estira hasta que le cubre los muslos. Al igual que mi sudadera, le queda enorme y parece aún más pequeña con ella puesta. Hace puños con las mangas, que le caían sobre las manos, y me mira. La analizo con determinación. Siento que me falta algo. Camino hacia ella.
—¿Puedo despeinarte? —pregunto y arquea las cejas.
—Depende. ¿Quieres que te dé una patada en los huevos?
Hago una mueca y me giro automáticamente.
—Muy bien. Irás peinada.
Salgo del dormitorio sin darle más vueltas y Maia se apresura a seguirme. El corazón me bombea muy deprisa, pero finjo que no estoy nervioso. Desde las escaleras se oyen voces que provienen de la cocina. Le lanzo una mirada inquieta mientras bajamos, solo para asegurarme de que sigue aquí. También parece alterada.
—Tendrás que pagarme cincuenta más por esto —susurra.
—Lo negociaremos cuando llegue el momento.
Llegamos a la cocina.
Entro primero. Evan se encuentra sentado en la mesa, en el mismo sitio que antes, y Michelle está a su lado. Trago saliva al verla. Se ha recogido el pelo rubio ceniza en una cola de caballo y lleva una camiseta ajustada que no deja nada a la imaginación. Se quedan callados al oírnos entrar y Michelle esboza una sonrisa, que decae en cuanto nota que no vengo solo.
—Liam —me saluda, con falso entusiasmo, y su mirada recae en un punto a mis espaldas—. Vaya, no sabía que teníais... invitadas.
Tras ella, Evan abre los ojos como platos y me mira como si se me hubiese ido la puta olla. Probablemente tenga razón, pero lo ignoro y tiro de Maia para que dé un paso hacia adelante y se ponga a mi lado. Michelle camina hacia nosotros.
—Encantada de conocerte —le dice a Maia, sonriente, antes de dedicarle una mirada burlona a mi amigo—. Evan, no me habías dicho nada —le reprocha, divertida.
Él da un respingo y, queriendo evitar el desastre, se apresura a responder:
—Pues sí. Sabes que soy un alma libre, pero Malena me ha...
—Está conmigo —lo interrumpo, y los dos se vuelven bruscamente hacia mí.
Supongo que ya no hay vuelta atrás.
Michelle pestañea, sorprendida, y, esta vez sí, la analiza con detenimiento. El truco de la camiseta debe de haber funcionado, porque su expresión cambia radicalmente y arquea las cejas con cierto desdén. Maia se tensa, pero no retrocede.
—Ya veo —comenta, juzgándola con dureza. Esboza una sonrisa que sé que es falsa y le tiende una mano—. Supongo que te habrán hablado de mí. Soy Michelle, la novia de Liam —añade, haciendo especial hincapié en la palabra.
Espero que la chica recule, pero se la estrecha y dice:
—Maia, la chica que le gusta de verdad.
Joder.
Nota mental: nunca volveré a subestimar a esta chica.
Aún no me he recuperado de la impresión cuando, para reafirmar lo que acaba de decir, se acerca y agarra disimuladamente mi brazo para pasárselo por la cintura. Obedezco y tiro de ella para pegarla a mi cuerpo. Enredo los dedos en la cinturilla de sus vaqueros. Maia no se inmuta, solo mira al frente, mientras yo intento no fijarme en lo bien que le huele el pelo.
El corazón se me desboca, pero se lo atribuyo a que temo la reacción de Michelle, cuya sonrisa decae bruscamente. Sus ojos se llenan de reproche.
—¿Se lo has contado? —me espeta con brusquedad.
Al otro lado de la cocina, Evan se levanta de un salto.
—¡Muy bien! Os noto un poco tensos, así que propongo que inspiremos, expiremos y...
—¿Y qué si lo he hecho? —le respondo a Michelle, ignorándolo.
—¿Estás de coña? ¿Es que no puedes dejar de pensar en ti mismo durante un puto segundo? Sabes lo que nos dijo Adam. Si alguien se enterase de esto, estaríamos jodidos. Y ahora vas y se lo cuentas a una cualquiera. Mierda, Liam, ¿cuándo coño vas a madurar?
—No es una cualquiera —contesto, antes de que Maia le suelte alguno de sus comentarios—. Y no tienes que preocuparte. No dirá nada.
Espero.
—No pareces muy convencido —observa, leyendo mis dudas.
—La conozco, Michelle. Nos guardará el secreto.
—¿Que la conoces? —repite, y niega con incredulidad—. ¿Desde cuándo?
—No lo sé. Semanas.
—¿Te has vuelto loco? ¿Pones toda tu reputación en manos de alguien a quien conoces desde hace semanas? —Cada vez habla más alto.
Si supiera que nos conocimos ayer, le daría un infarto.
—¿Qué más te da? Es mi vida —replico. Estoy harto de ese tono de superioridad.
—Ahí está el problema. No es tu vida, también es la mía. No pienso dejar que lo estropees todo solo porque quieras meter a una tía en tu...
—No soy yo quien mantiene una relación con otra persona, Michelle.
Es la primera vez que me atrevo a reprochárselo, pero ya no lo soporto más. Se queda callada y clava sus ojos en los míos, furiosa.
—Max no tiene nada que ver aquí. Te recuerdo que dijiste que no te importaba que saliera con él.
Claro que sí, porque, ¿qué otra cosa iba a decir?
—Dejó de parecerme bien cuando empezasteis a comportaros como unos inconscientes. —Y, por fin, le suelto todo—: Sé que os encerrasteis en una habitación la noche de mi cumpleaños. Me importa una mierda lo que hagáis, pero, si yo os vi, pudo haberse dado cuenta cualquiera. Eres tú quien no dejas de correr riesgos absurdos, pero, como siempre, yo soy el malo de la historia. No puedo traer a una chica a casa sin que me montes un drama. Por si se te ha olvidado, no eres mi novia de verdad. Deja de meterte en mi vida de una puta vez. Eres peor que Adam.
Es la primera vez que le hablo así. Que digo lo que pienso sin rodeos y sin pensar en las consecuencias. El corazón me martillea con violencia en el pecho. Aprieto el agarre en torno a la cintura de Maia de forma inconsciente, pero ella no se aparta. Michelle se da cuenta de lo juntos que estamos y sacude la cabeza, incrédula.
—No eres el centro del mundo, Liam —me espeta—. Me pregunto cuándo dejarás de pensar solo en ti mismo.
Ya no solo parece enfadada, también dolida y decepcionada. Sus palabras me sientan como un puñetazo en el estómago. La cocina se sume en un silencio tenso y ni siquiera Evan, que nos mira desde la mesa, se atreve a romperlo. Trago saliva. Cuando pienso que ya no lo aguantaré más, noto una mano rozando la mía. Maia entrelaza sus dedos con los míos y hace que me vuelva a mirarla.
—¿Puedes llevarme a casa? —susurra, con sus ojos clavados en los míos, y asiento de forma inconsciente. Es tan buena fingiendo que casi me creo que le preocupo de verdad.
Es ella quien tira de mí para que nos marchemos. No obstante, en cuanto pisamos el pasillo, escuchamos la voz de Michelle a nuestras espaldas:
—¿Sabes qué es lo peor? Que, cuando intente venderle esta historia a cualquiera para ganar dinero a nuestra costa, tendré que ayudarte a solucionarlo. Porque así es como funcionan las cosas contigo. Ahora me largo de aquí. Si tus suscriptores te preguntan por qué tu novia ya no aparece en tus vídeos, diles que es porque eres gilipollas.
Nos rodea para salir y choca su hombro contra el de Maia al pasar junto a ella. Michelle le saca varios centímetros y logra desestabilizarla. Lo siguiente que escuchamos es el fuerte portazo que da al marcharse. De nuevo, toda la casa se queda en silencio, hasta que Evan, que se ha mantenido al margen de la discusión, se vuelve hacia nosotros y nos señala alternativamente.
—Solo para que quede claro, ¿ahora tienes dos novias falsas?
Es inmediato. Maia y yo damos un respingo y nos separamos a toda prisa. Se esfuma su calor corporal cuando se aleja de mí varios metros. Me doy cuenta de que, aunque Michelle se haya ido, sigo nervioso. Se cruza de brazos, incómoda, y lanza una mirada rápida a Evan antes de girarse hacia mí:
—He cumplido con mi parte del trato —dice, tras aclararse la garganta—. Ahora llama a un taxi para que pueda irme a casa.
—Claro —me obligo a responder como si nada.
Saco el móvil y marco el número. Después de diez minutos incómodos, un coche estaciona frente a la casa. Evan no parece querer acompañarnos; se limita a lanzarle una sonrisa burlona a Maia, a la que ella responde sacándole el dedo del medio. La conduzco al exterior, bajamos las escaleras del porche y nos detenemos frente al vehículo. El cielo está nublado, pero, a diferencia de ayer, no cae ni una sola gota.
Maia se rodea con los brazos para aislarse del frío y me percato de que todavía lleva mi camiseta, pero no lo menciono. Se vuelve hacia mí y nos sumimos en un silencio tenso.
Parece que ha llegado el momento de decir adiós.
—Gracias. —Hablo primero y alza la mirada hacia mí—. Por lo de antes. Has sido muy ingeniosa.
Niega para restarle importancia.
—Solo he dicho una frase.
—Pero menuda frase.
—No ha servido de mucho, porque solo la hemos enfadado. Lo siento.
—Ha sido cosa mía. Además, Michelle es así. Se le pasará. —Aunque no estoy del todo seguro. Trago saliva—. Quería demostrarle que yo también tengo derecho a tomar mis propias decisiones.
Espero que me llame egoísta, como ha hecho ella, o que piense que soy patético, pero asiente con comprensión.
—Sé que no tengo derecho a decirte esto —comienza, con voz suave—, pero, si todo esto de la relación falsa te hace daño... puede que debas replanteártelo.
—No es tan sencillo —respondo para que deje el tema.
Recula con incomodidad. De nuevo, silencio. Recuerdo algo de pronto y me saco la cartera del bolsillo. Cojo trescientos cincuenta en efectivo, que es justo lo que acordamos.
—Es tuyo. —Se lo tiendo y, como imaginaba, Maia sacude la cabeza.
—No es necesario, yo...
—Me trajiste hasta Londres y esto es lo que te debo. Un favor por otro favor. Cógelo.
No me canso de insistir porque me da la sensación de que este dinero le será de mucha ayuda. Por suerte, Maia acaba tomándolo con timidez y guardándoselo en el bolsillo trasero de los vaqueros. Se frota los brazos para luchar contra el frío y vuelvo a recordar las cicatrices. De pronto, noto una presión dolorosa en el pecho. No sé qué será de ella porque dudo que volvamos a vernos, pero espero de corazón que no se haga más daño.
Y que aquello que la ha llevado al límite se solucione pronto.
Quiero decírselo; que espero que todo le vaya bien, que su vida mejore, pero no lo hago. No me conoce de nada y eso debía de ser su secreto. Además, le he dado tantos problemas que seguro que está deseando librarse de mí. No sé por qué me esfuerzo tanto en retenerla un poco más.
Es eso mismo lo que me impulsa a alargar la mano y decirle:
—¿Me prestas tu móvil? —Se sorprende al principio, pero asiente y me lo da. Se lo devuelvo unos segundos después—. Te he grabado mi número personal. Puedes llamarme o escribirme si...
—Si tengo algún problema con el coche —me interrumpe.
Me fuerzo a reaccionar y asentir.
—Sí, claro. Por el coche. Tú... avísame si ocurre cualquier cosa.
—Gracias.
—No es nada, Maia.
—Debería... —Señala el taxi.
—Sí —contesto rápidamente.
Se muerde el labio.
—Suerte con tus vídeos.
—Suerte con tu... —Frunzo el ceño— trabajo como... camarera.
Definitivamente, soy un idiota. Maia pone los ojos en blanco, pero se le escapa una sonrisa.
—Adiós, Liam —dice antes de alejarse.
—Adiós —susurro yo. No puedo apartar los ojos de ella.
No mira atrás. Se acomoda en el asiento trasero del taxi y cierra la puerta con firmeza. El conductor se despide de mí con un asentimiento antes de arrancar y conducir hasta el final de la calle. Me quedo en medio del jardín, viendo cómo se alejan. Acabo de darme cuenta de que, me guste o no, ha llegado el momento de volver a ser Liam Harper y plantarme frente a la cámara.
☆☆☆
Maia
He venido tantas veces que podría recorrer este pasillo con los cerrados.
Tercera planta, unidad de Neurología. Séptima puerta a la izquierda. He gastado un dinero extra en venir en autobús, pero no soportaba pensar que lleva sola desde ayer, encerrada aquí. Si pudiéramos permitírnoslo, la habría sacado de este lugar hace mucho y ahora residiría en un centro privado donde la atenderían aún mejor. Pero estas son nuestras circunstancias. La muerte de papá hizo que ambas odiáramos los hospitales y ahora pasamos la mayor parte del día en uno.
El destino es un poco hijo de puta.
Juego con mi pase, inquieta. Lo llevo siempre conmigo porque solo lo uso yo. Han pasado siete meses y mamá todavía no se ha atrevido a venir. La puerta de su habitación está cerrada y dentro solo se oye silencio. Trago saliva antes de abrirla con lentitud. Supongo que una parte de mí esperaba que, después de un día entero sin verla, algo hubiera cambiado.
Pero todo sigue igual.
Las cortinas están descorridas y los rayos de sol inundan la estancia. En el techo, brillan las estrellas que en su día pegué. Contrastan con la blancura del resto del cuarto: paredes, suelo, muebles. Incluso su cama. A veces pienso que este sitio la está apagando, porque ahora su rostro es tan pálido como todo lo demás.
—Hola, Deneb.
Me quito el abrigo y lo dejo sobre la silla antes de sentarme. Frente a mí, una máquina emite pitidos constantes que marcan el ritmo de su corazón. En la cama, con decenas de cables conectados a su cuerpo y los ojos cerrados desde hace exactamente siete meses y doce días, está mi hermana mayor.
—¿Cómo estás? —pregunto, aunque sé que no responderá. Me obligo a sonreír—. Siento no haber venido ayer. Tuve un día de locos, ¿sabes? Siempre me decías que tenía que correr riesgos y vivir aventuras, y... bueno, ¡lo he hecho! He tenido que soportar a un gilipollas durante dos días, pero al menos le he sacado pasta. No está nada mal, ¿eh?
Espero. Creo que una parte de mí todavía espera verla sonreír. Sin embargo, Deneb continúa profundamente dormida, tal y como ha estado desde el accidente. El pelo le cae en ondas sobre los hombros, rozando un rostro pálido y demacrado. Incluso en este estado, con ese aparato puesto en la nariz para ayudarla a respirar, es guapísima.
—Este mes pagaremos las facturas sin problemas. Charles se niega a subirme el sueldo. Trabajo más horas de las que cobro, pero me despedirá si dejo de hacerlo y necesitamos el dinero. Tú lo entiendes, ¿verdad? Eres la única con la que hablo de esto. —Porque eres la única que se preocupa por mí. Se me forma un nudo en la garganta e intento ignorarlo, pero no funciona demasiado bien—. Mamá apenas está sobria últimamente. Al menos ya no desaparece. Creo que ha roto con su novio. El que tomaba drogas. Steve, ¿te acuerdas? Y es un alivio porque... estaba preocupada por ella. Me daba mucho miedo que le hiciera daño. Le he escuchado gritarle varias veces y... Sé que debería hablar con ella, ¿vale? —continúo, con la voz ahogada—. Pero a mí nunca me escucha. Espero que, cuando despiertes, la convenzas de que vuelva al trabajo. A fin de cuentas, tú siempre has sido su favorita.
Yo era la favorita de papá.
Y está muerto.
Todas las personas a las que quiero se esfuman de mi vida de una forma u otra.
El nudo de mi garganta se hace más fuerte. Mi padre está muerto. Mi hermana no abre los ojos. Y mi madre se ha convertido en una desconocida. No quiero llorar, pero no lo puedo evitar. Le agarro la mano a Deneb con fuerza e intento no pensar en que tiene los dedos fríos y débiles, en que parece que también están muertos. Como todo lo demás.
Mierda. Hoy no. La mayoría de las veces, me siento aquí y actúo como si todo fuera bien. Como si mi vida no fuera un desastre. La mayoría de las veces finjo que nada de esto puede conmigo y que no la necesito. Pero hoy no. Hoy la necesito.
—Me he pasado antes por casa para darle el dinero a mamá. —Me aclaro la voz. Me cuesta respirar—. No cobraré hasta dentro de diez días. El casero vino la semana pasada. Quiere echarnos por no pagar el alquiler. Creo que con el dinero de Liam... de ese chico —me corrijo— nos bastará. Le he dicho a mamá que se lo dé a Rick cuando se presente en casa. Volvemos a quedarnos con la cuenta casi a cero. Tengo algunos ahorros, pero no sé si bastará para que lleguemos a fin de mes, aunque podremos con ello, ¿no? Siempre podemos. —De nuevo, silencio—. A veces pienso que viviríamos mejor en otro sitio. En uno más pequeño, más céntrico y más barato. Lejos de Northiam. Sabes que siempre he odiado este lugar. Así podríamos mantenernos con mi sueldo y vivir medianamente bien... pero no puedo hacerlo. Es tu... es tu casa también. Y la de papá. No puedo tomar esta decisión sin vosotros. —Me seco las lágrimas con el brazo y sorbo por la nariz—. Esperaré hasta que despiertes, ¿vale?
Necesito que despiertes.
Me quedo en silencio, luchando contra las ganas que tengo de sollozar, y, de nuevo, solo se escuchan esos pitidos que siguen a su corazón. Es entonces cuando me doy cuenta de lo sola que estoy. Incluso cuando vengo aquí, cuando me siento frente a ella, no tengo a nadie. No le importo a nadie. Y lo odio. Lo odio porque ahora necesito que me abracen y no hay nadie en mi vida que pueda hacerlo.
Normalmente no hago estas cosas, pero ya no me quedan ánimos para fingir que soy fuerte. Me quito los zapatos y me subo a la cama. Deneb está muy delgada, al igual que yo; apenas tengo apetito. Aun así, me tumbo de lado para no aplastarla. Apoyo la cabeza en la almohada y la miro dormir. Tengo tantas ganas de deshacerme en lágrimas que no puedo respirar.
—Ojalá pudieras decirme lo que tengo que hacer. —Tomo aire. Me ahogo—. Todo es un desastre y yo... no sé cómo... no sé... Mamá te necesita y... te echo de menos. Deberías estar aquí. ¿Por qué tuviste que irte? ¿Por qué no pudo pasarme a mí?
Debería haberme pasado a mí.
Han pasado meses y todavía lo pienso. Cada día. Cada mañana al abrir los ojos.
Ojalá me hubiera pasado a mí.
☆☆☆
—¿Mamá?
Cuando entro en casa, está a oscuras porque las cortinas están cerradas. Hace tanto frío que parece que nadie haya pisado este lugar en años, y eso que he venido esta mañana. Abro las ventanas para que entre luz. Después, voy al dormitorio en busca de mi madre, pero no está por ninguna parte.
En otra ocasión me habría preocupado, pero estoy demasiado cansada. Menos mal que no curro esta noche. Me duele la cabeza. Además, seguro que mi jefe está de mal humor porque no fui a trabajar ayer. No tengo fuerzas para enfrentarme a él ahora mismo. No quise avisarle por teléfono porque habría sido mucho más estricto que en persona. Odio llorar en público, pero he descubierto que funciona con él. Intentaré darle pena para que no me despida. Puede que mi dignidad quede por los suelos, pero cobraré a finales de mes y es lo único que me importa a estas alturas.
Entro en mi dormitorio, me deshago de los zapatos y me dejo caer en la cama. Miro el techo cubierto de estrellas. Papá las pegó cuando éramos pequeñas. Al principio nos encantaban, pero entonces Deneb empezó a traer chicos a casa y me pidió que las quitáramos. Lloré tanto cuando arrancó la primera que la hice cambiar de opinión. Años después, ahí siguen, brillando a duras penas. Como ella. O como yo.
Quité unas cuantas para decorar su habitación en el hospital. Sin embargo, dejé intactas las constelaciones de Andrómeda y de la Osa Mayor. Esa leyenda era de sus preferidas. Dejé que me la contara cientos de veces, aunque no me gustara especialmente, solo porque adoraba escucharla hablar. Recuerdo su voz, tranquila y suave. Recuerdo cómo sonaba. A casa.
Ahora la estoy olvidando.
No duermo mucho últimamente. Me persiguen las pesadillas desde el accidente, y eso que yo no iba en el coche. Pero me imagino que sí. Que noto el impacto y veo a mamá sangrando y a Deneb inconsciente. Que, aunque la sacudo y grito, no se despierta. Que tiran de mí para apartarme de ella. Que chillo que me suelten, que es mi hermana. Que la necesito. Mientras tanto, las voces solo me repiten que es tarde porque ya está muerta.
Ya está muerta.
Así que no cierro los ojos. No soportaría tener esa imagen en mi mente otra vez. Necesito distraerme. Podría escribir, pero eso supondría sumergirme en lo que siento y ahora solo quiero huir de todo eso. Cojo el móvil y entro en mis contactos. Hay uno que ha sido añadido recientemente:
«El youtuber más sexy que conocerás jamás (alias, Liam)».
Pongo los ojos en blanco y sonrío sin darme cuenta. Cómo se nota que se ha agendado él mismo. Le cambio el nombre al contacto y, tras pensármelo, escribo:
«Míster Borracho (alias, capullo)».
Eso está mejor.
La curiosidad me puede. Entro en WhatsApp y miro su perfil. En la fotografía solo aparece Liam, sonriendo abiertamente, con los rizos oscuros cayéndole sobre los ojos azules. Lleva puesta la camiseta, lo que es toda una sorpresa, porque daba por hecho que sería de ese tipo de tíos que busca cualquier ocasión para quitársela y presumir de lo buenos que están. No sé si me siento aliviada o un tanto decepcionada.
Una vocecita chista dentro de mi cabeza y la mando a callar. ¿Qué? No habría estado mal comprobar si tiene o no razones para ser un engreído. Solo habría sido... una investigación científica. Nada más.
¿Cuánta gente tendrá su número personal? Acabo de pensarlo. Imagino que no se lo dará a cualquiera, por temas de privacidad y todo eso, y, sin embargo, yo lo tengo. «Por el coche», recuerdo. Que aún no me ha llegado. No recuerdo haberle dado mi número, lo que viene a significar que, si quiero mantener el contacto, tendré que escribirle yo.
Apago el móvil.
Hasta nunca, Liam Harper.
Pero vuelvo a cogerlo, y justo entonces llaman a la puerta.
Me levanto de un salto. No sé de quién puede tratarse, de forma que me adecento antes de salir. Espero que sea mamá o que, al menos, regrese a una hora decente, porque no podré ir a buscarla si anochece y no tengo coche. Cuando abro la puerta, me encuentro con la última persona a la que quería ver.
Mierda.
—Rick —lo saludo, repentinamente nerviosa—. ¿Qué te trae por aquí?
Rick es un hombre cincuentón con barba y el pelo grasiento. Es nuestro casero desde que tengo memoria. Mis padres no quisieron comprar la casa porque planeaban viajar por el mundo cuando Deneb y yo fuéramos mayores, así que la alquilaron. Como consecuencia, ahora tengo que verle la cara a este hombre una vez al mes como mínimo.
—Vamos al grano, niñata —me espeta, con su característico mal genio—. Sabes de sobra a qué vengo. Suelta el dinero o vais fuera.
El corazón me da un vuelco. ¿Qué?
—Pero yo... creía que había venido esta mañana y que mi madre...
—Vine, pero nadie me abrió la puerta. Podría haber cambiado la cerradura, pero decidí tener piedad. Ahora dame el dinero de una puta vez. Lleváis semanas de retraso.
—Se lo di a mi madre —mascullo—. Estaba segura de que ella... pensaba que...
—Estoy cansado de las excusas —me interrumpe con desdén—. Se acabó el plazo. Tenéis que pagar.
El pánico se adueña de mis entrañas. Intento tranquilizarme y pensar con la cabeza fría, porque está muy cabreado y necesito tiempo para encontrar una solución. Me aclaro la garganta.
—Pásese mañana por aquí. Lo tendremos para entonces. Mi madre está... trabajando, sí, eso, y no volverá hasta esta noche. Solo ha sido un despiste, pero vuelva mañana a primera hora y se lo daré yo misma. —Me fuerzo a sonreír para no parecer una mentirosa—. Le aseguro que tenemos el dinero. Solo no está aquí.
Rick entorna los ojos. Me aferro a la puerta con tanta fuerza que los nudillos se me ponen blancos. Tras unos dolorosos segundos, da un corto asentimiento con la cabeza y vuelvo a respirar.
—Me pasaré a las ocho y media. —Me señala con un dedo—. Si no me pagáis entonces, llamaré a la policía.
—Eso no será necesario —respondo, forzando mi mejor sonrisa.
Cierro la puerta antes de que pueda responder.
Mierda, mierda, mierda.
Con el corazón desbocado, vuelvo a toda prisa a mi habitación y cojo mi móvil. Marco el número de mi madre y me lo llevo a la oreja. Comunica varias veces, pero nadie contesta. La llamo de nuevo. «Vamos, mamá, responde, por favor». Ando de un lado a otro, alterada, hasta que, después de oír tres tonos, por fin escucho su voz:
—¡Pero mira quién es! ¡Maia, cariño!
Se me forma un nudo en la garganta. Está borracha.
—Hola, mamá. —Lucho por mantener la calma—. ¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien?
—¡Perfectamente! ¡Steve y yo estamos juntos otra vez! Vino a recogerme antes, cuando te fuiste. Steve, cielo, ¿quieres saludar a Maia? Está al teléfono —le dice, mientras a mí me cuesta respirar.
Steve. Esta mañana le he dicho a Deneb que su relación con él había pasado a la historia, pero me equivocaba. Sé cómo es ese hombre porque ha gritado a mamá delante de mí varias veces. De una forma bastante violenta. De pronto, estoy muy preocupada por ella.
—¿Cuándo vas a volver? —le pregunto en un susurro. No quiero que Steve nos escuche, aunque dudo que nos preste atención.
—Aún no lo sé, cariño. No te preocupes, sabes que lo tengo todo bajo control.
—Ya. —Trago con fuerza. Tengo que centrarme en lo importante—: Ha venido el casero.
Mamá resopla.
—Ese capullo. ¿Qué quiere esta vez?
—Que le paguemos. Llevamos semanas de retraso. —Mi voz está cargada de recelo—: ¿Dónde está el dinero que te di? Me ha dicho que volverá mañana.
La línea se queda en silencio.
—¿Mamá? —insisto. El corazón me va a estallar.
—¿Qué dinero? —pregunta tras unos minutos en silencio.
—El que te di esta mañana para que le pagases a Rick. Trescientos cincuenta. Mamá, ¿qué diablos has hecho con él?
—Yo... pensaba que era un regalo para... ¡para mí! Y...
—¡¿Un regalo?! —No controlo mi tono de voz.
—Se lo he dado a Steve para que compre unas... cosas y...
—¿Le has dado mi dinero a Steve para que compre droga? —le espeto, con tanto odio que se me rompe la voz—. ¡¿En qué estabas pensando?!
—¡No me hables así! —grita ella. Aunque quiera parecer enfadada, se la ve muy nerviosa—. ¡No me tienes ningún respeto! ¿Cómo te atreves a...?
Cuelgo antes de que termine la frase.
Siento que me asfixio.
No puede ser. No puede ser.
La ansiedad me aprieta los pulmones. Parece que el mundo se me caiga encima. Me seco las lágrimas con el brazo y me tiro al suelo. Reviso la caja que guardo bajo el armario. En ella reúno todos mis ahorros. No tengo mucho porque mi sueldo apenas nos da para vivir. Encuentro doscientos en billetes, pero nada más. Joder. ¿Cómo puede haberme hecho esto?
Van a echarnos de casa y será culpa suya.
Paso las siguientes dos horas poniéndolo todo patas arriba. Rebusco dinero en todos los rincones: en los abrigos, entre los cojines del sofá e incluso bajo los colchones. Pero solo hay monedas y apenas me daría para comprar una barra de pan. Estoy jodida. Muy jodida. No debería haber ido en bus al hospital. Tendría que haber guardado ese dinero.
Mierda. ¿Cómo voy a solucionar esto?
Ojalá Deneb estuviese aquí. Lo único que se me ocurre es llamar a mi jefe y pedirle que me adelante el sueldo, pero fracasé cuando lo intenté la semana pasada. Esos trescientos cincuenta eran mi salvación. Con ellos nos habríamos puesto al día con el alquiler y podríamos pagarlo a tiempo el mes que viene también. Ahora que los he perdido, no sé cómo me las arreglaré solo con mi sueldo. No gasto mucho, pero tengo que ducharme. Y comer.
No me queda otra opción. Cojo el móvil con las manos temblorosas para marcar el número de mi jefe. Sin embargo, cuando enciendo la pantalla, un nombre se ilumina en ella. Liam.
«Cuando intente venderle esta historia a cualquiera para ganar dinero a nuestra costa, tendré que ayudarte a solucionarlo. Así es cómo funcionan las cosas contigo».
Trago saliva. Entro en internet, lo escribo en el buscador y de inmediato tengo cientos de resultados. Doy a parar con una revista digital donde publican cotilleos sobre personajes famosos. No sé si funcionará, pero no me lo pienso mucho. Busco un teléfono de contacto. Contestan al segundo tono.
—Buenos días. ¿Puedo ayudarle en algo? —La voz pertenece a una mujer.
—¿Me pagarían por contarles una exclusiva sobre un famoso? —pregunto sin rodeos.
Silencio. El corazón me va a estallar. Pasados unos segundos, inquiere:
—¿De qué famoso hablamos?
Me retuerzo las manos con nerviosismo.
—Liam Harper.
—Perfecto. Te escucho.
—Primero quiero saber cuánto me pagará.
—¿Cuántos años tienes, niña? Las cosas no funcionan así. —Habla con tanta superioridad que, si no estuviera tan nerviosa, me pondría de mal humor—. Aceptamos soplos anónimos, pero no pagamos a menos que seas periodista. ¿Lo eres?
—No —contesto, muy a mi pesar.
—En ese caso, parece que me estás haciendo perder el tiempo.
—Ningún periodista le daría la información que yo le ofrezco —me apresuro a decir, antes de que me cuelgue el teléfono. De nuevo, la línea se queda en silencio.
—¿Qué tipo de información? —insiste.
No cederá si no doy más detalles, así que asiento y me armo de fuerzas.
—¿Qué pasaría si le dijera que está engañando a todos sus seguidores? —Trago saliva—. Que lleva haciéndolo desde hace tiempo.
Mi pulso está desbocado. Me clavo las uñas en las palmas de las manos, que me arden de dolor. Liam confió en mí al contarme esto y, aunque no seamos amigos, no se merece que lo traicione. Pero no está conforme con su vida. Y necesito el dinero. Si nos echan de casa, ¿qué pasará con Deneb? ¿Y con mamá?
No me quedan más opciones. Soy una egoísta.
—¿Cómo te llamas? —pregunta la mujer, pasados unos segundos.
—Malena —miento de forma automática.
—No solemos pagar por soplos anónimos, Malena. Ya te lo he dicho.
—Pero este le interesa especialmente —asumo, y rezo porque sea cierto.
Ella duda, pero finalmente dice:
—Estaría dispuesta a negociar, si me dieras más detalles.
Entonces, sé que he ganado y que ya no hay vuelta atrás. Tomo una bocanada de aire, susurro un «lo siento» y después rompo el silencio:
—Usted págueme —contesto— y le contaré todo lo que sé sobre Liam Harper y su relación falsa.
☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•° ☆
os dije que todos los capítulos serían muy intensos :)
¿Qué os ha parecido? :)
:)
¿Qué pensáis sobre Liam y Michelle?
¿Esperábais que Deneb estuviera en coma? No entiendo por qué todas la dabais por muerta.
(para una vez que no mato a un personaje, me lo intentáis matar vosotras)
¿Qué opináis sobre este final? ¿Y sobre Maia?
¿Cómo reaccionará Liam al enterarse?
Escribo esto sin saber cómo vais a reaccionar al capítulo, pero, normalmente, cuando la protagonista femenina comete cualquier error, automáticamente se convierte en una mala persona para muchos de los lectores. No defiendo la decisión de Maia, porque es evidente que ha hecho mal, pero intentad poneros en su lugar. Está sola, nadie la aconseja ni la apoya, y, si no hubiera hecho esto, habría perdido su casa y se habrían quedado en la calle. Es una situación extrema, ella se siente fatal por haberlo hecho :(
Y ahora me despido. Nos leemos, ahora sí, la semana que viene y todos los días en Twitter e Instagram. Soy Inmaarv y suelo comentar los capítulos cuando actualizo y daros adelantos por allí <3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro