07 | La ducha
07 | La ducha
Liam
—Buenos días, trozo de mierda.
La insoportable voz de Evan se cuela en mis oídos cuando entra en la cocina. Ayer hicimos un directo que se alargó hasta las tantas y, como mi madre y Adam no estaban, le dije que podía quedarse a dormir en el salón. En otra ocasión le habría ofrecido el cuarto de invitados, pero no pensaba echar a Maia solo porque él no quepa en el sofá.
Le saludo con la cabeza y me rodea para sacar la caja de cereales del armario.
—¿Has visto las estadísticas del stream de anoche? Fueron la ostia. A la peña le gustan los juegos de miedo, es un hecho. No lo digo yo, lo dicen las cifras.
Deben de ser muy buenas porque está de buen humor. Cojo el móvil para echarles un vistazo, pero después me lo pienso mejor. Decido que no es solo que no me preocupen, es que prefiero no verlas. No importa cuántas sean. Me conozco y sé que no me parecerán suficientes.
Nunca son suficientes.
Si hay algo que caracteriza las redes sociales, es que basta con desaparecer unas semanas para que nadie se acuerde de tu existencia. Desconectar unos días supone sufrir una caída en las visualizaciones de la que cuesta mucho recuperarse. Cuando empecé a tomarme en serio todo esto de YouTube, no había día en el que no publicase un vídeo. Me daba tanto miedo quedar en el olvido que me pasé años pegado a una pantalla sin descanso.
Y es un miedo que aún conservo.
Llegó un momento en el que todo se volvió mecánico. Mi vida pasó a consistir en sentarme frente a la cámara, encender el ordenador, grabar y editar mis vídeos. Después los programaba para que mis suscriptores tuvieran uno cada veinticuatro horas. No me molestaba en anunciarlos en mis redes sociales. De hecho, llevan muertas desde hace días. No recuerdo cuándo fue la última vez que subí algo a Internet por gusto y no porque me sintiera en la obligación de hacerlo.
Mi cumpleaños fue hace dos días y esta ha sido la primera vez en años que me he pasado más de cuarenta y ocho horas sin subir nada a YouTube.
Como consecuencia, ayer me entró tanta ansiedad que prácticamente obligué a Evan a hacer un stream que se alargó hasta las cuatro de la madrugada y me dejó aún más agotado de lo que ya estaba. Teniendo en cuenta que pasé la noche anterior en el coche de Maia, calculo que estos últimos días habré dormido, a lo sumo, unas cinco horas en total.
Pero estoy bien.
No quiero revisar las cifras del directo. Tampoco me apetece leer las felicitaciones de cumpleaños de mis seguidores, mucho menos contestarlas, ni fijarme en cuántas me han llegado. Porque me aterra que sean menos que el año pasado. Que eso significa que me están olvidando.
Y, pese a todo, estoy perfectamente.
Supongo.
—¿Qué me dices? ¿Repetimos esta noche? —Evan se sienta frente a mí con un enorme tazón de cereales—. ¿O sigues acojonado por los sustos de ayer?
Me sonríe antes de meterse un cucharón en la boca. No quiero agobiarle con mis problemas, de forma que, una vez más, actúo como si no pasara nada.
—Anoche no me acojoné. Solo estaba... ya sabes, sobreactuando.
—Pero si te faltó poco para echarte a llorar.
—Era para generar espectáculo, Evan. No es problema mío que no tengas mente de emprendedor.
—Y, pese a todo, no gritaste ni una sola vez —continúa, ignorando mi comentario. Me mira fijamente y enseguida sé por dónde irá esta conversación. Y que no me gustará nada.
—No quería despertar a los vecinos —me limito a contestar.
—Ni a la chica que dejaste durmiendo en la habitación de invitados.
—Eso no es asunto tuyo —gruño, y sonríe a sabiendas de que ha dado en el clavo.
Pero, ¿y qué? ¿Qué tiene de malo que no quisiera despertarla? Parecía cansada cuando le enseñé su cuarto ayer. No quiso cenar nada, y eso que insistí. Me dijo que no cuando se lo ofrecí las primeras dos veces y, cuando volví a subir para darle una última oportunidad, no llegué a llamar a la puerta. Se escuchaban sus sollozos desde fuera. Creo que lloró durante mucho rato.
Y después se quedó dormida. No iba a molestarla solo para hacerme el gracioso.
Evan no sabe nada porque no me parecía adecuado contárselo —de hecho, dudo que Maia quisiera que yo me enterara— y por eso me mira en silencio y con los ojos entornados, como si quisiera averiguar qué secretos escondo.
—¿Qué? —demando, claramente a la defensiva.
—Te la has tirado, ¿no?
—¿Que si me he tirado a quién?
—¿A quién va a ser? ¡A Malena!
—Se llama Maia.
—Joder. —Se pasa las manos por la cara, frustrado, como si el mero hecho de recordar su nombre significase que quiero tener dos putos niños con ella—. Dime que al menos es mayor de edad.
—Es mayor de edad. Y no me he acostado con ella. ¿A qué coño viene todo esto?
En cuanto me oye, su actitud cambia de forma radical. Pestañea, incrédulo, y comienza a reírse con ganas.
—No me jodas —masculla, sin dejar de carcajearse, como si fuera lo más gracioso que ha oído en mucho tiempo—. ¿Así que no le gustas?
—¿Qué?
—Si le gustases te la habrías tirado, por lo que es evidente que no le gustas.
—¿Puedes dejar de hablar así?
Finge secarse una lágrima, aunque aún se le escapa la risa.
—¿Sabes? Ayer intenté que se largase de aquí porque no me fiaba, pero he cambiado de opinión. La chica tiene carácter, pero me cae bien.
—¿Te cae bien porque no le gusto? —Pero entonces me doy cuenta de lo que acabo de decir—. Espera un momento, ¿quién dice que no le gusto? Y ¿por qué intentaste que se fuera?
Evan se mete una cucharada de cereales enorme en la boca y se la traga con una sonrisa. Lo miro con el ceño fruncido. Debe de verme muy perdido, porque decide dejar las bromas a un lado. Suspira.
—No es que tenga ningún problema con ella, solo no la quiero cerca de ti. Lo siento, tío. Entiendo que te mole, pero tienes que pensar en Michelle.
Escuchar ese nombre me genera sentimientos contradictorios, sobre todo después de haberme pasado horas esperando un mensaje suyo que nunca ha llegado.
—Por si se te ha olvidado, Michelle y yo no estamos juntos de verdad.
—Pero estás enamorado de ella.
—Sí, y la noche de mi cumpleaños se encerró con Max en una habitación. Es evidente que mis sentimientos no son correspondidos.
Ni siquiera se dio cuenta de que fui borracho de la fiesta.
Detesto este tema de conversación. Evan es la única persona que sabe la verdad y a veces me pregunto si contárselo no fue un error. Hablar sobre esto hace que todo se vuelva más real. Me recuerda que esos sentimientos existen. Que siguen ahí. Y que yo cada vez estoy más jodido.
Como si supiera perfectamente lo que pienso, Evan suspira.
—Sé que todo es una mierda, ¿vale? Pero no me parece bien que te líes con otra chica. Al menos, no mientras salgas con Michelle. —Antes de que pueda replicar, añade—: Y sabes que no lo digo por ella, sino por ti. En lo que a mí respecta, tu noviecita falsa puede irse a la mierda.
—No es culpa suya —le recuerdo con sequedad.
Por mucho que insista en criticarla, Michelle no tiene la culpa de haberse enamorado de Max. Si uno pudiese controlar lo que siente, seguramente yo solo la vería como a una amiga.
—Vale, ya lo sé, pero...
—De todas formas, ¿por qué yo no puedo salir con otras personas y ella sí?
Es una pregunta tonta porque no creo que pueda fijarme en nadie más, lo que hace que la situación me parezca aún más absurda.
—Porque sabemos que Max es de fiar. Si alguien se enterase de todo esto, él también saldría perjudicado. Podemos estar seguros de que guardará el secreto, cosa que no ocurre con Malena.
—Maia —lo corrijo de forma automática.
—Como sea.
—Está bien, Evan. Ya te he dicho que no me he acostado con ella.
—Aún.
—No va a pasar. No es mi tipo.
—¿Eso significa que tengo vía libre?
Junto las cejas. Venga ya, ¿en serio?
—Pero si no te soporta.
—A ti tampoco.
—Yo voy a arreglarle el coche.
—Sí, después de habértelo cargado, Romeo.
—¡No fue culpa mía! —exclamo, pero me basta con ver su sonrisa para darme cuenta de que me toma el pelo. Resoplo. Gilipollas—. Debería ir a ver si está despierta. Tiene que irse antes de que vuelvan Adam y mi madre.
Me termino el café de un trago y meto la taza sucia en el lavavajillas. A mis espaldas, Evan engulle felizmente sus cereales.
—Genial. Hace mucho que no veo a mamá Harper.
Lo miro con mala cara.
—Tú también te largas.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque sí. Y ponte unos pantalones.
Frunce tanto el ceño que todo su rostro se contrae. Levanta una pierna para enseñarme sus calzoncillos con estampado.
—¿Qué problema tienes con las piñas? Son graciosas.
—Deja de ser tan rarito.
Lo escucho imitarme por lo bajo y termino de recoger mi desayuno con una sonrisa. Sin embargo, justo entonces me acuerdo de una cosa. Mierda. Me vuelvo lentamente hacia mi mejor amigo, a sabiendas de que está a punto de maldecir toda mi existencia.
—Tengo un problema —comienzo, y enarca las cejas.
—¿Te refieres a que tienes una novia falsa? ¿A que te fuiste borracho de tu cumpleaños? ¿A que Michelle está pillada por Max y ninguno de los dos sabe que tú estás colado por ella? ¿O hablas sobre la tía que duerme en la habitación de invitados y que seguramente esté deseando darte un puñeta...?
—Muy bien. Tengo otro problema —le interrumpo, harto.
Evan sonríe y se recuesta en su silla.
—Soy todo oídos.
Cojo aire. Allá vamos.
—Mi coche.
Se le borra la sonrisa.
—¿Qué le has hecho a tu coche?
—Puede que... —Me aclaro la garganta— lo dejara en medio de un descampado la otra noche.
—¿Es una puta broma? Liam, ¿tienes idea de cuánto cuesta...? —Cierra los ojos y coge aire para calmarse—. Dame una buena razón para que no hayas ido ya a por él.
Aprieto los labios.
—No sé dónde está.
Me lanza una mirada asesina que casi me manda bajo tierra.
—Voy a darte una paliza.
—Hecho, pero ayúdame a encontrarlo. Por favor.
Aún está cabreado conmigo, pero, tras pensárselo, asiente. Los pulmones se me llenan de alivio. Por eso es mi mejor amigo desde que tengo memoria. Pase lo que pase, siempre está ahí.
—Sabes que es probable que alguna parejita lo haya usado como nido de procreación, ¿no? —comenta mientras recoge su desayuno.
—Me aseguraré de llevarlo a limpiar.
—Eso, si todavía lo puedes conducir. Tendrás suerte si no te lo han desmontado.
—Vaya, gracias por tu positividad.
—Reza porque no hayan dejado los condones usados sobre los asientos.
Hago una mueca. Joder, qué asco. «Liam borracho, te has lucido».
—¿Me ayudarás o no? —insisto, para que me prometa que lo hará.
—Todo con tal de no oírte lloriquear.
Pongo los ojos en blanco y él sonríe. No podremos ir a buscarlo hasta que me haya encargado de Maia, de forma que me dirijo hacia la puerta de la cocina. Sin embargo, Evan me agarra del brazo antes de que pueda salir.
—Sobre lo de Michelle... siento ser un aguafiestas, Liam—dice cuando me vuelvo hacia él—. Pero sabías en dónde te metías cuando aceptaste empezar con esto de la relación falsa. Si la gente se enterase de que la has engañado, se te echarían encima. Has trabajado mucho para llegar hasta aquí y no pienso dejar que lo arruines por una chica. Mantén las manos quietecitas, ¿entendido?
Le miro a la cara y veo que es honesto. Debe de ser la única persona de mi entorno que de verdad se preocupa por mí.
—Entendido —contesto, solo por esa razón.
—Bien. —Me suelta y señala las escaleras—. Ahora ve a sacarla de aquí antes de que Adam nos corte los huevos a los dos.
Suspiro y salgo de la cocina. Los nervios me asaltan cuando subo al primer piso, pero lo atribuyo a que no sé cómo reaccionará al verme. Ayer parecía cómoda cuando escuchamos música en su coche. Incluso me habló sobre sus bandas favoritas. Y unas horas más tarde ya estaba gritándome otra vez en el porche porque quería irse a casa. Evan tiene razón. Lo mejor será que desaparezca cuanto antes para que podamos olvidarnos de todo esto.
Como de costumbre, no se oye ruido en la planta superior. Mi madre y Adam cogieron un vuelo a Newcastle ayer por la mañana para cerrar unos acuerdos y aún no han regresado. Me enteré anoche, cuando leí la nota que habían dejado en el frigorífico. Por eso no se dieron cuenta de que acabé durmiendo en la otra punta del país el día de mi cumpleaños. Es entendible, supongo. O no. No lo sé. El caso es que no están aquí y que es un alivio, porque no estoy de humor para lidiar con ellos ahora mismo.
Cuando llego a la habitación de invitados, tomo aire y llamo un par de veces. Nadie contesta, pero no quiero ser maleducado, así que insisto un poco más, hasta que llego al límite de mi paciencia. Abro la puerta sin pensármelo y descubro que el dormitorio está vacío.
¿Qué diablos...?
—¿Maia? —la llamo, pero, de nuevo, no hay respuesta.
La cama está deshecha y sus zapatillas se encuentran tiradas en un rincón, pero no hay ni rastro de ella. Me adentro en la habitación. Se oye un ruido, similar al del agua cayendo, y un hilo de vapor emerge de la puerta entreabierta del baño. De fondo, escucho cómo Maia tararea distraída una de las canciones que le enseñé ayer mientras esperábamos en su coche.
Trago saliva. Está duchándose.
O, al menos, lo estaba hace un momento.
De pronto, el agua deja de correr y Maia sale envuelta solo en una toalla.
Oh, mierda.
Mierda, mierda, mierda.
—Escucha, no es lo que parece, ¿vale? No...
Se pone a chillar antes de que pueda pensar en una excusa.
Doy un respingo y le hago gestos como loco para que se calle. A este paso, atraeremos la atención de todo el vecindario. Le echo un vistazo rápido al pasillo para asegurarme de que Evan no ha subido a comprobar qué ocurre y, después, la miro a ella.
Mala idea.
Por suerte, ha dejado de gritar. Se tapa la boca con una mano y se sujeta la toalla con firmeza, aunque solo le llega hasta la mitad de los muslos y definitivamente no es suficiente. Trago saliva sin darme cuenta. Tiene la piel mojada y las gotas de agua le resbalan por el cuello hasta que se pierden en las líneas de su escote. Sé que no debería fijarme tanto, pero no lo puedo evitar.
De hecho, no reacciono hasta que me lanza un cepillo.
—¡No me mires! —chilla con la voz ahogada.
Tiene los brazos llenos de cicatrices.
Mierda, no debería haber visto esto.
De pronto, siento que soy un auténtico capullo. Maldigo entre dientes antes de girarme y mirar la pared. La escucho jadear a mis espaldas, todavía intentando recuperarse del susto. En cualquier otra ocasión, esta escena me habría parecido erótica hasta decir basta, pero ahora tengo el estómago revuelto. No dejo de pensar en las putas cicatrices.
Mierda, ¿se las ha hecho ella?
—Lárgate —me ordena, con la voz temblorosa.
Está a punto de llorar. Sabe que me he fijado porque es imposible no verlas. Probablemente eran su secreto. Y ahora un gilipollas al que no conoce lo ha descubierto por accidente. La situación va a volverse muy violenta.
A no ser que haga lo que mejor se me da.
Me aclaro la garganta y me comporto como el capullo que seguro que piensa que soy:
—Para no estar interesada en mí, te noto muy alterada, preciosa.
Sueno incluso divertido, aunque ahora me sienta justo al contrario. Silencio. Maia respira entrecortadamente a mis espaldas. «Vamos, créete que estaba tan concentrado dándote un repaso que ni siquiera me he fijado».
«Créetelo, vamos, por favor».
—¿Qué coño haces aquí? —me espeta con su característico mal genio y, para mis adentros, canto victoria—. ¿Espías a todas las tías que se quedan a dormir en tu casa?
Fuerzo una sonrisa burlona, aunque siga mirando la pared.
—Normalmente, cuando una chica duerme aquí, suele quedarse en mi cama.
—Pobres. —Se aclara la garganta, aún luchando contra el nudo que le impide respirar—. Traumatizadas de por vida.
—Dime, ¿te costó mucho no venir a buscarme a mi habitación anoche?
—Puse una silla en la puerta para evitar que tú entraras en la mía.
Sé que es mentira y que se pasó horas llorando, pero también lo dejo pasar.
—Siento decirte que no era necesario. Debes de ser la única tía que ha dormido aquí que no me interesa. Tienes demasiado carácter.
Ha sido un ataque muy gratuito, pero necesito enfadarla para que olvide lo que acaba de pasar. Y, tal y como esperaba, lo consigo.
—¿Carácter? ¡Yo no tengo carácter!
—¡Pero si me has lanzado un cepillo!
—¡Porque te has colado en mi habitación! —chilla acordándose de pronto—. ¡¿Por qué diablos sigues aquí?! ¡Fuera!
—A ver, técnicamente eres mi invitada, así que esta es mi...
—¡Que te largues!
Camina malhumorada hacia mí y busca el cepillo con la mirada, y yo doy un respingo y corro hacia la puerta antes de que vuelva a lanzármelo. Antes no me ha dado por los pelos. Tiene buena puntería, la muy desgraciada. Ser un capullo es divertido, pero prefiero conservar mi cara intacta, gracias.
—Tengo noticias sobre tu coche. Vístete y baja a la cocina cuando estés decente, ¿quieres? —le espeto con desinterés mientras salgo—. Seguramente acabaré teniendo pesadillas por esto.
No serán pesadillas, precisamente.
Maia me saca el dedo de en medio y me cierra la puerta en la cara.
En cuanto me quedo solo en el pasillo, la sonrisa se me borra de forma inconsciente. Trago saliva, notando, de pronto, cierta presión en el pecho. Misión cumplida, supongo.
Cuando vuelvo a la cocina, Evan aún está arriba, cambiándose. Me siento sobre una encimera y me saco el móvil del bolsillo, buscando desesperadamente una distracción. Necesito dejar de verlas. Entro en las estadísticas del directo de anoche. En efecto, las cifras son peores de lo que esperaba. Por mucho que me esfuerce, aunque eche horas y horas, no es suficiente. Nunca es suficiente.
Pero no puedo pensar en otra cosa.
¿Por qué se ha hecho eso a sí misma?
¿Ha sido una buena idea dejarlo pasar o debería haber sacado el tema? Es verdad que no nos conocemos de nada y que no parecían recientes, pero, aun así...
¿Por qué me preocupo, de todas formas?
No volveremos a vernos después de esto.
No es tu problema. Piensa en Michelle, en Adam y en las cifras del directo. Ya tienes bastantes cosas con las que lidiar.
Evan baja las escaleras unos minutos después, cuando aún sigo intentando olvidarme del tema. Por fin se ha puesto unos pantalones. Entra en la cocina mirando distraído su móvil y frunce el ceño al verme.
—¿Por qué sigues en pijama? —se extraña.
Junto las cejas.
—¿Para qué iba a cambiarme?
—Porque Michelle viene de camino, ¿quizá?
Me falta poco para caerme de la encimera. ¿Que qué?
—¿Cómo que Michelle viene de camino? —demando, alterado.
—Te ha mandado un mensaje para avisarte, que, por cierto, me ha dicho que respondas. —Mi expresión debe de exteriorizar muy bien cómo me siento, porque suelta una maldición—. Mierda, no los has leído, ¿no? Bueno, pues sí, está a punto de llegar. ¡Sorpresa! —exclama, forzando una sonrisa nerviosa.
Como si la hubiéramos invocado, justo en ese momento llaman a la puerta.
Esto no puede estar pasando. No ahora. Evan da un respingo y yo me pongo de pie rápidamente. El corazón me va muy deprisa. Nuestras miradas se cruzan, lo señalo con un dedo y susurro:
—Tú la distraes y yo me encargo de Maia.
Antes de que pueda responder, ya estoy corriendo escaleras arriba.
Mierda, mierda, mierda. Si hubiera sabido que Michelle se presentaría aquí, habría echado a Maia mucho antes. No puedo dejar que la vea. Conociéndola, no tardaría mucho en contárselo a Adam y estoy harto de reproches. Solo he estado con una tía desde que empezamos con esto de la relación falsa; solo fue cosa de una noche, pero mi padrastro se puso furioso. Y Michelle también. Esa ha sido la única vez que he discutido con ella y no me gustaría que volviese a pasar.
Enfadarla no me hará ganar puntos para gustarle.
Sin embargo, me paro en seco antes de llamar a la puerta del cuarto de invitados.
Acabo de darme cuenta de que esto es absurdo.
Nunca voy a gustarle a Michelle. Lo que tenemos no es real. Está enamorada de Max y ninguno de los dos sabe lo que siento por ella. Quedamos en que seríamos profesionales y no involucraríamos sentimientos, y por eso me he callado durante meses. Lo he aguantado todo: que diga que me quiere aunque sea mentira, tener que besarla sabiendo que se imagina que soy otra persona e incluso que salga con otro chico. Con uno de mis mejores amigos.
¿Por qué ella tiene derecho a hacer todo eso y yo?
No tenía razones para echarme en cara que me acostase con aquella chica. Puede que públicamente esté atado a ella, pero la realidad es que sigo soltero. Y que ni ella ni Adam deberían poder decidir a quién coño meto en mi cama.
Estoy cansado de que me controlen. De obedecer de rechistar. De no desafiarlos.
De pronto, la puerta se abre.
Maia da un respingo al verme, pero se recompone enseguida. Es raro volver a verla después del incidente de antes. Aún tiene el pelo húmedo y se ha puesto los mismos vaqueros oscuros y la camiseta que llevaba ayer. Es de manga larga y ahora entiendo por qué. De nuevo, me parece notar que mi presencia la pone nerviosa, pero lo disimula muy bien.
Se cruza de brazos y enarca las cejas.
—¿Intentabas colarte de nuevo en mi habitación?
—Necesito tu ayuda —digo, sin pensar en las consecuencias.
No me creo que esas palabras hayan salido de mi boca. Maia también parece sorprendida. Se aclara la garganta, incómoda.
—No tenemos por qué tener esta conversación. Sé que quieres me vaya y pensaba hacerlo ahora mismo. Solo necesito mi coche.
Mierda, lo había olvidado.
—Llamé al mecánico esta mañana para que fueran a recogerlo. Creen que ha sido un fallo del motor. Conseguirán arreglarlo. —Esto es justo lo que quería y, aun así, empalidece al escucharme. Me apresuro a seguir hablando—: No sé cuánto tardarán. Sé que necesitas volver a casa lo antes posible, así que he pensado que... bueno, podrías coger un taxi y dejar que yo me encargue de que te lleven el coche hasta allí.
Así no tendría que conducir sola por la autovía. Maia traga saliva.
—No tengo dinero para un taxi —admite, con cierta vergüenza.
—Puedo encargarme de eso también.
Algo me dice que necesita el dinero más que yo. Además, se lo debo después de haberle causado tantos problemas. Maia me mira en silencio, todavía con los brazos cruzados. Trato de ocultar mis nervios, pero se me revuelve el estómago cada vez que pienso que Michelle está abajo con Evan.
—¿Qué quieres a cambio? —pregunta entonces—. Dudo que vayas a hacerlo solo porque sí, así que suéltalo de una vez y acabemos con esto.
Intento que eso no me duela. Joder, ¿qué imagen tiene esta chica de mí?
—Tómatelo como un favor —respondo y niega.
—No acepto favores. Si no puedo hacer nada por ti, no hay trato. Quédate tu dinero.
¿Por qué es tan testaruda? Sopeso mis opciones a toda velocidad y hablo antes de que vuelva a entrar en la habitación:
—Está bien. —Frena en seco y se vuelve hacia mí—. Sí que hay algo que puedes hacer.
—Habla —me insta, cruzándose de brazos.
Y, aunque sé que seguramente es una mala idea, no me lo pienso dos veces antes de decir:
—Quiero que finjas que te has acostado conmigo.
☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•° ☆
*ahora es cuando me lloráis por haber dejado ahí el capítulo*
Dije en Twitter que este era uno de mis capítulos favoritos y es verdad :) Creo que poco a poco conocemos al verdadero Liam (el que es solo un poco imbécil pero no mucho)
¿Qué opinión tenéis de él ahora mismo?
¿Y de Evan? Vi mucho hate inesperado en el capítulo anterior jsjsjsj (pero por mí perfecto, más recursos para utilizar)
¿Qué pasará en el próximo capítulo?
Por cierto, ¿cómo quiénes os imagináis a Maia y Liam? ¡Ayudadme a elegir actores!
Si veo que este tiene mucho apoyo, intentaré subir antes el siguiente :) Muchas gracias a todas por leer la historia con tanta ilusión! Y por fangirlear conmigo en Twitter e Instagram.
Nos leemos la semana que viene y en Twitter/Instagram (me encontráis como InmaaRv) todos los días :) ♥
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