05 | Soy youtuber
05 | Soy youtuber.
Liam
Acabamos yéndonos de la cafetería sin haber tomado nada. Después de verme sacarme fotos con esas chicas, el resto de clientes no nos quitan el ojo de encima. Es evidente que Maia no está tan familiarizada con llamar la atención como yo, porque se cruza de brazos, incómoda, hasta que no lo aguanto más y le sugiero que nos marchemos. Ella no rechista.
La dejo esperándome en el coche y me encierro con pestillo en el baño de la cafetería. Apoyo las manos sobre el lavabo y me miro al espejo. Espero que ninguna de las fotos de hoy salga a la luz, porque tengo peor aspecto del que pensaba. Mi ropa está arrugada y tengo el pelo enredado y unas marcas moradas bajo los ojos que dejan entrever la noche de mierda que tuve ayer.
Me lavo la cara e intento peinarme los rizos con los dedos. No puedo esperar a llegar a casa y cambiarme de ropa. Seguro que apesto a alcohol. Me echo un último vistazo para comprobar que, dentro de lo que cabe, estoy decente, y después me pongo la capucha y salgo del baño. Mantengo la cabeza gacha hasta que estoy fuera del local.
Una parte de mí temía que Maia hubiera aprovechado esta oportunidad para marcharse y dejarme aquí tirado, pero el coche sigue justo donde lo dejamos.
No me molesto en preguntarle si quiere conducir, porque ya se ha acomodado en el asiento del copiloto. Arranco el motor, salimos del área de servicio y entramos en la autopista. Maia no deja de mirarme de reojo. Imagino que piensa que no me doy cuenta, pero es bastante descarada. Antes no he respondido a su pregunta y seguro que eso no ha hecho más que aumentar su curiosidad. No sé por qué no le he dicho a qué me dedico y ya está. ¿No era eso lo que quería? ¿Que supiera quién es Liam Harper?
Tampoco entiendo por qué me gusta tanto saber que he despertado su interés.
Sin embargo, aunque es lo que cualquiera habría hecho en su lugar, no insiste ni me acribilla a preguntas. De hecho, nos pasamos los siguientes quince minutos en silencio, hasta que enciende la radio y comienza a sonar una canción de una banda que no conozco. No acostumbro a escuchar este tipo de música, pero no está mal.
Maia canturrea distraída mientras observa el paisaje y yo tengo que esforzarme por seguir pendiente de la carretera.
—Son buenos —comento para romper el silencio.
—Lo sé. Son mi banda musical de la semana.
Junto las cejas. ¿Por qué sonrío?
—¿Cómo?
—Busco una nueva todas las semanas y escucho su música durante siete días. Así es como he descubierto a muchos de mis artistas favoritos. —La miro de reojo y, cuando se da cuenta, se reacomoda en el asiento, nerviosa—. Suena tonto, pero me ayuda a inspirarme para escribir.
No creo que suene tonto. Más bien, me parece una técnica curiosa que quizá pondré en práctica en un futuro, pero evito decírselo.
—¿Qué escribes? —pregunto en su lugar.
—No es nada serio. Escribo textos de vez en cuando, pero no son nada del otro mundo. Solo lo hago cuando necesito desahogarme. Por ahí dicen que es malo guardarse las cosas para uno mismo.
Cuando termina, aprieta los labios y mira hacia otra parte, como si creyera que ha hablado demasiado. Espero que me dé más detalles; me parece un tema interesante y no me importaría seguir escuchándola, pero ha vuelto a cerrarse en banda.
—Guay —respondo, porque no se me ocurre nada más.
—Sí, supongo.
Estoy cansado de forzar temas de conversación. Conduzco en silencio durante lo que me parecen décadas.
Salimos de Northiam hace dos horas y casi es la hora de comer. Estoy famélico porque no he comido nada desde anoche. De hecho, esta mañana me he tragado la aspirina con el estómago vacío y ahora tengo náuseas. Ya no me duele la cabeza, pero me pesan los músculos y estoy muy cansado. Nos quedan unos cien kilómetros para llegar hasta Londres y no creo que pueda aguantar así mucho más.
No le doy más vueltas y tomo otro desvío hacia la próxima área de servicio. Debemos de estar pensando en lo mismo, porque Maia suspira.
—Estoy muerta de hambre —confiesa, mientras se incorpora para ver a dónde nos dirigimos.
Aparco junto a una gasolinera. Unos metros más adelante, hay un restaurante de carretera que no parece estar muy transitado. Apago el motor y miro a Maia, que rebusca en su mochila hasta que encuentra su cartera. Antes quedamos en que invitaría yo, así que me preparo para replicar, pero me acalla con un gesto.
—Mantén tu cara de famoso dentro del coche, ¿entendido? Dime lo que quieres y pediré yo. Puedes esperarme aquí.
Vale, eso tiene sentido, sobre todo si queremos evitar que se repita el episodio de la cafetería.
De todas formas, no pienso dejar que pague ella. Me palpo rápidamente los bolsillos para sacar algo de dinero y dárselo, pero resopla y se marcha dejándome con la palabra en la boca. Joder. Ni siquiera me ha dado tiempo a decirle qué me apetece comer.
Arranco y conduzco hasta la parte trasera. Hay una zona verde junto a la carretera con mesas para comer al aire libre. Aunque haya varios vehículos cerca, están todas vacías. Salgo del coche, me guardo las llaves y me acomodo en la más cercana. El cielo está cubierto de nubes, pero hace mucho calor. Me quito la sudadera y me quedo solo en camiseta.
Espero que Maia pueda encontrarme. Cuando transcurren quince minutos y no aparece, pienso en ir a buscarla, pero entonces la veo llegar con una bolsa de comida. Conforme se acerca, no me pasa desapercibido que los ojos la traicionan y me da un repaso bastante descarado. Me recorre los brazos y el torso con la mirada, lentamente, y traga saliva.
Junto las cejas. Para no ser «su tipo», me parece que me presta bastante atención.
Se sobresalta cuando nota que me he dado cuenta y se apresura a mirar hacia otra parte, pero ya es demasiado tarde. Hago esfuerzos por no sonreír.
—Esto es lo único que tenían —me informa, antes de lanzarme un bocadillo envuelto en una servilleta. Lo intercepto al vuelo y enseguida noto el olor a queso—. La otra opción eran albóndigas, pero, honestamente, no me fío.
Intenta no parecer nerviosa, pero es difícil engañarme. Cuando asiento, tengo la mente en otra parte; más concretamente, en lo que acaba de ocurrir. Maia rehúye mi mirada y se concentra en su comida. La sonrisa que crece en mis labios cada vez es más evidente.
—Quedamos en que invitaría yo —digo, para forzarla a hablar.
—Seguro que encuentras otra forma de compensarme.
Casi me atraganto con un trozo de sándwich.
La cosa se pone interesante.
—¿Qué tienes en mente? —inquiero, con las cejas juntas.
—¿Por qué no dejas de hacerte el misterioso y me cuentas a qué ha venido lo de antes? Esas chicas te han pedido una foto. ¿Eres famoso o algo así?
Parece que no estábamos pensando en lo mismo. Me encojo de hombros e intento restarle importancia.
—Algo así.
—¿Qué eres? ¿Cantante, actor, modelo...? —Me mira de arriba abajo—. ¿Formas parte de un equipo de fútbol importante?
De nuevo, lucho por no sonreír.
—Vaya, ¿así que crees que podría ser modelo? Me sorprende que me tengas en tan alta estima, Maia.
Pero sabe devolvérmelas muy bien.
—Últimamente las marcas de ropa son muy inclusivas. No me sorprendería que también contratasen a gilipollas.
—Qué graciosa.
—Ahora en serio, ¿a qué te dedicas? ¿Eres cómico o algo así?
—No exactamente. —Hago una pequeña pausa—. Soy youtuber.
De pronto, Maia comienza a reírse con tanta fuerza que casi se atraganta. Pestañeo. No sé qué reacción esperaba, pero definitivamente no era esa.
—No hablas en serio —asume, sin dejar de reírse, mientras niega con la cabeza. Cuando nota que me he quedado mirándola en silencio, abre mucho los ojos—. Oh, Dios, sí que hablas en serio. Está bien. Lo siento.
—¿Qué te hace tanta gracia? —Sueno más molesto de lo que me gustaría.
—Nada —responde rápidamente—. Solo me ha... sorprendido. Nada más.
—Es un trabajo serio, ¿vale? No basta solo con ponerse frente a la cámara y soltar tonterías. Hay mucho detrás.
Asiente y traga saliva.
—Claro.
Resoplo. Ya no me apetece seguir con esta conversación. Típico en mí, ¿no? Me quejo constantemente de lo mucho que odio mi mundo pero me pongo a la defensiva en cuanto otra persona lo critica. Llamémoslo orgullo o hipocresía. Sea como sea, debo parecer muy molesto, porque Maia suspira.
—Liam, no lo he hecho con mala intención, ¿vale? Lo siento si te ha sentado mal. —Tras pensármelo unos segundos, termino asintiendo, solo porque suena sincera. Sus hombros se destensan y nos quedamos en silencio hasta que añade—: ¿Qué clase de vídeos haces? No uso mucho Internet.
Intento no prestarle mucha atención a ese dato, pero, ¿qué clase de adolescente no usa mucho Internet?
—De todo un poco. A veces juego a videojuegos, pero normalmente escribo guiones sobre diferentes temas y hago reír a la gente. Es lo que me gusta. —Al menos, lo era antes. Creo que ahora solo lo hago porque es lo que todos esperan de mí.
—¿Así que tus seguidores piensan que eres gracioso? Vaya, finges muy bien frente a la cámara.
Ruedo los ojos, aunque se me escapa una sonrisa. Esto de meterse conmigo no se le da nada mal.
—También hay quienes piensan que no hago ni puta gracia —admito y se ríe.
—Mi padre siempre decía que, cuando uno tiene a gente en contra, es porque está tomando las decisiones correctas.
—Pero es difícil saberlo, ¿no crees? Puedes pasarte toda la vida pensando que sigues el camino correcto, solo porque no conoces nada más. —Hablo sin pensar y, de repente, atraigo toda su atención. Me apresuro a continuar—: Tu padre tenía razón. Todos mis amigos tienen haters. Al final uno se acostumbra.
—¿Qué tipo de cosas os dicen? No se me ocurren muchas formas de criticar a alguien que solo conoces de Internet.
Una vez más, me cuesta no parecer sorprendido. Tiene un móvil relativamente moderno. ¿De verdad no sabe cómo funciona el mundillo?
—Me hacen comentarios de todo tipo. Algunos se meten con mi físico, pero no les presto mucha atención. Otros critican mis monólogos y la calidad de mis videos. También hay quienes usan cuentas anónimas para insultar a mi familia y a mis amigos, y después están los que piensan que hago todo esto por fama y dinero y no porque me apasione. —Y que puede que tengan razón.
Ya hemos terminado de comer. Maia frunce el ceño, pensativa, y se toma un momento para procesar mis palabras.
—Imagino que no lo haces por eso —dice.
No entiendo por qué no puedo mentirle y olvidar el tema.
—No lo sé. Empecé cuando tenía doce. Llevo en YouTube toda mi vida.
—No conoces nada más.
Añade esto último en voz baja, como para sí misma. ¿De verdad ha entendido la referencia de antes? Me sorprende darme cuenta de que no quiero que cambiemos de tema. ¿Por qué tengo tantas ganas de contárselo todo?
Apenas nos conocemos. Solo que puede que ese sea el punto: no sabe nada de mí porque, hasta hace unas horas, incluso confundía mi nombre. No sabe cómo es Liam Harper delante de la cámara. No conoce a ese personaje que solo existe para mis suscriptores y que no se parece en nada a la persona que soy en realidad.
Tragarme mis problemas ha hecho que acabe durmiendo borracho en el coche de una desconocida a cuatrocientos kilómetros de casa. No creo que Maia sea la más indicada para escucharlos, pero, ¿qué más da? No volveremos a vernos después de esto.
Tampoco comprendo por qué me disgusta tanto pensar en ello.
—Creo que al principio sí que era lo que me gustaba. Aprovechaba que mi madre nunca estaba en casa para grabar con mis amigos. Hacíamos estupideces y después las subíamos a Internet, y de pronto hubo gente que se divertía con nosotros y nos pedía más contenido. Cuando empiezas a tener un público que crece y crece y sabes que se abalanzarán sobre ti si cometes cualquier error, empiezas a replantearte todo lo que haces porque no quieres decepcionar a nadie. —Trago saliva. Ahora que lo pienso, es egoísta que me queje de mi vida perfecta cuando ni siquiera conozco la situación de Maia. Cierro los ojos y niego—. Perdona —añado—, no tengo derecho a quejarme. No tengo problemas de verdad.
Me lo repito constantemente: en mis circunstancias, nadie tiene derecho a ser infeliz, y eso hace que me sienta aun peor porque no entiendo por qué estoy tan disconforme con mi vida. Cualquiera querría estar en mi lugar. Espero que Maia esté de acuerdo conmigo, como hacen todos, pero niega.
—No soy nadie para juzgar los problemas de los demás. Lo que a mí puede parecerme insignificante a otro puede suponerle un mundo, y está bien. Creo que deberías dedicarte a algo que te haga feliz, Liam.
El corazón me da un vuelco. Tendría que asegurarle que esto es lo que me hace feliz, pero no me quedan razones para mentir cuando estoy tan lejos de casa.
—Decirlo es muy fácil —me limito a contestar.
—No te conozco mucho, pero está claro que tienes cientos de oportunidades en la palma de tu mano. No las desaproveches. Hay quienes solo pueden soñar con tener una vida como la tuya.
Nos quedamos en silencio y, aunque me sostiene la mirada al principio, al final la aparta. Pero yo no puedo dejar de observarla. Lo último que esperaba cuando me subí a su coche fue que me pidiera que condujera en su lugar. Parecía estar a punto de sufrir un ataque de pánico. Su madre tampoco debe de preocuparse mucho por ella, porque no ha llamado desde que salimos. De hecho, Maia apenas usa su móvil.
Me pregunto cómo será su vida. Dice que es camarera, pero, ¿terminó el instituto? ¿Está ahorrando para la universidad? ¿Qué hay de su familia? ¿No tiene a nadie que pueda ayudarla? Acabo de darme cuenta de que es algo que nunca me he planteado; lo de tener que trabajar. Mi vida ha ido sobre ruedas desde que nací. Nunca he atravesado momentos de necesidad.
Se equivoca. No tengo derecho a quejarme. Mis problemas no son nada comparados con los que tienen los demás. Tengo todo lo que hay que tener para ser feliz.
Pero, ¿y ella qué?
—Deberíamos irnos. —Su voz rompe el silencio y me trae de vuelta a la realidad—. Está empezando a llover.
Se levanta y recoge nuestras cosas a nuestra prisa. Pestañeo cuando me caen unas gotas en la cara. En efecto, se ha puesto a chispear. Me enfundo la sudadera y después ayudo a Maia a meter toda la basura en una bolsa para tirarla a la papelera.
Comienza a llover con más fuerza y tenemos que correr hasta el coche. Me pongo la capucha para no empaparme, pero ella solo lleva una camiseta de manga larga y, cuando entramos en el vehículo, no deja de tiritar. Seguro que está muerta de frío. El pelo húmedo se le pega a la frente y las gotas de agua le brillan en las pestañas. No ha sido buena idea aparcar tan lejos de nuestra mesa.
—¿No tienes nada para cambiarte? —le pregunto.
Aprieta los dientes y niega mientras intenta hacerse una coleta.
—Estoy bien.
No me lo pienso dos veces y me quito la sudadera. Por suerte, mi camiseta aún está seca.
—Póntela —le ordeno, tendiéndosela.
Maia da un respingo y se vuelve rápidamente hacia mí.
—Está empapada.
—Por dentro no. —Pero no parece muy convencida y eso amenaza con acabar con mi paciencia. Resoplo—. Londres está a unos cien kilómetros y dudo que este trasto tenga calefacción. Puedes cambiarte en la parte de atrás. Deja de ser tan testaruda, ¿quieres?
No pienso rendirme. Con lo poco que me conoce, Maia ya debe intuírselo, porque suspira y me arrebata la sudadera de las manos. Espero que me dé las gracias, al menos, pero solo me señala con un dedo y me espeta:
—Como se te ocurra mirar, te corto los huevos.
—Tengo mejores cosas que hacer.
El coche es minúsculo y se ve forzada a maniobrar para alcanzar los asientos traseros. Cuando pasa por mi lado, no hago nada por evitar que nuestros brazos se rocen. Trago saliva e intento concentrarme en el paisaje. Espero que se dé prisa, porque me cuesta resistir la tentación de echarle un vistazo. Decido darle unos minutos de ventaja y después miro por el espejo retrovisor. Acaba de terminar de ponérsela.
Sus ojos se cruzan con los míos a través del cristal.
—Capullo —gruñe, mientras vuelve al asiento del copiloto.
Puede que sea la primera vez que le presto mi ropa a una chica. Cuando era pequeño pasaba de estas cosas y después conocí a Michelle y ella empezó a salir con Max. A veces usa ropa suya, pero dice que es mía si alguien pregunta. Es un poco retorcido, ahora que lo pienso. Supongo que toda mi vida, en general, lo es.
Maia parece aún más pequeña envuelta en mi ropa. Me compré esa sudadera una talla grande y a ella le queda enorme. Las mangas le cubren las manos cuando se abraza a sí misma para entrar en calor. Se rodea las piernas con los brazos y se frota los tobillos, sin dejar de tiritar. Mientras tanto, yo noto que me arden los dedos por las ganas que tengo de acercarme y tocarla.
Aparto esos pensamientos de mi mente en cuanto me doy cuenta de que, en efecto están ahí. Pienso en Michelle y en que no he venido para esto. Maia está completamente despeinada. Baja el espejo retrovisor para adecentarse y yo me obligo a apartar la mirada.
La lluvia golpea violentamente el parabrisas.
—¿Crees que podrás conducir así? —pregunta, como si nada. El corazón me da un vuelco, aunque no entiendo por qué. Intento que mi voz funcione correctamente:
—Solo es una tormenta de verano. No tardará mucho en pasar.
De nuevo, no me resisto a mirarla de reojo. ¿Tanto le asusta viajar por carretera? Quiero que se sienta segura, así que rebusco las llaves del coche y me dispongo a comprobar que esté todo en orden. No tendré problemas en conducir si los parabrisas funcionan correctamente.
Los problemas empiezan cuando enciendo el motor. El coche da un tumbo que nos hace saltar sobre nuestros asientos y suena algo parecido a una bombona agotándose. Lo siguiente que vemos es cómo sale humo del capó. Mierda.
—¡Mi coche! —chilla Maia, volviéndose bruscamente hacia mí—. ¡¿Qué diablos has hecho?!
—Ha fallado el motor. Le echaré un vistazo.
Hago esfuerzos por no perder la paciencia porque no quiero que volvamos a discutir. Maia resopla y se cruza de brazos. Me mira de soslayo mientras me mentalizo de que voy a acabar empapado de pies a cabeza.
—¿Sabes algo sobre mecánica? —cuestiona.
—No.
—Sabía que esto era una mala idea.
Salgo del coche para no pensar en lo mucho que me ha molestado ese comentario.
La lluvia se me cuela entre la ropa y me hiela las venas. Corro hacia la parte delantera del vehículo y, cuando levanto el capó, una bomba de humo me explota en la cara. Toso mientras intento dispersarlo con la mano. No hace falta saber mucho sobre mecánica para darse cuenta de que esto es peor de lo que esperaba. Estamos jodidos. Bastante jodidos.
Es una suerte que Maia viva tan lejos de Londres, porque seguro que querrá venir a matarme después de esto.
—¿Y bien? —Baja la ventanilla para que la escuche. Tomo aire y cierro el capó.
—Muerto. Lo siento.
—¡¿Estás de coña?!
Pues sí. Parece enfadada.
—Te compensaré, ¿vale?
Ambos sabemos que nada de esto ha sido culpa mía, pero supongo que es lo mínimo que puedo hacer. No obstante, Maia no me escucha. Sale del coche y echa a andar a toda prisa hacia el restaurante, aferrándose a la capucha de mi sudadera para no calarse. Maldigo entre dientes y corro tras ella.
—Eh, ¿a dónde vas? —Camina sorprendentemente rápido para tener unas piernas tan cortas. Me apresuro a adelantarla y le corto el paso—. Vamos, sabes que no puedo entrar ahí.
Aunque se esfuerza en esquivarme, soy más rápido que ella. Su paciencia llega al límite y gruñe, frustrada.
—Voy a llamar a un jodido taxi para irme a casa. Muévete.
Me da un vuelco el corazón. ¿Qué?
—¿Y qué pasa conmigo?
Ahora sí, sus ojos se encuentran con los míos. Parece tan furiosa que seguro que está conteniéndose para no darme un puñetazo.
—¡Me importa una mierda lo que pase contigo! Nunca debería haber accedido a venir. ¡He desperdiciado tres horas de mi vida y ahora estoy atrapada en medio de ninguna parte y, para colmo, no tengo coche! —Se pasa las manos por la cara, irritada, y toma aire para tranquilizarse. No deja de temblar—. Tú... no lo entiendes. Necesito mi coche. No puedo permitirme ir y volver de Manchester en autobús todos los días y yo... Tú... Solo déjame en paz, ¿quieres?
Trago saliva y asiento, incapaz de hablar. Tiene razón. Me lanza una última mirada antes de rodearme para entrar en el restaurante, y durante un momento estoy decidido a dejarla manchar. Pero cambio de opinión en el último segundo. La agarro por la muñeca para que se vuelva hacia mí y se sobresalta cuando la toco. Está helada.
—Me encargaré de tu coche —le prometo.
Se zafa bruscamente de mi agarre.
—No necesito tu caridad, don el dinero no es un problema.
—No es caridad. Estás aquí por mi culpa. Déjame arreglarlo. —Le sostengo la mirada para que sepa que voy en serio. Me analiza durante unos instantes y, finalmente, asiente. Suspiro de alivio. Bien—. Puedo llamar a un amigo para que venga a recogernos si me prestas tu móvil. No estamos lejos de Londres.
Aprieta los labios y echa un vistazo a sus espaldas, al restaurante.
—Tengo que ir al baño. Espérame en el coche.
Ya, claro. ¿Cree que nací ayer?
—Maia —le advierto.
—Toma. Puedes ir llamando a tu amigo. —Se saca el móvil del bolsillo y me lo tiende. Ninguno de los dos menciona nada al respecto, pero sé que lo hace para probarme que no irá a ninguna parte.
Suspiro y acabo dejándola marchar.
Después, vuelvo al coche, tal y como hemos acordado. Me siento frente al volante y desbloqueo su teléfono. No tiene contraseña. Curiosear es tentador, pero no soy tan capullo. Pese a eso, no puedo evitar prestarle especial atención a su fondo de pantalla. Maia le sonríe a la cámara subida en los hombros de una chica que se parece bastante a ella. Deben de ser hermanas. Seguramente sea una fotografía antigua, porque la sonrisa que tenía Maia por entonces no se parece en nada a la de ahora.
Decido ponerme manos a la obra y busco Instagram en sus aplicaciones. Empezaba a pensar que sería un bicho raro, por lo que es un alivio comprobar que al menos la tiene instalada. Introduzco mi nombre de usuario y mi contraseña y, de pronto, el móvil se pone a vibrar con tanta fuerza que casi lo lanzo por los aires. Suelto una maldición.
Rápidamente, activo el modo avión para que no lleguen más notificaciones y después lo pongo en silencio. De esta forma, puedo conectarme de nuevo sin problemas. Tengo miles de comentarios y mensajes sin leer, pero no les hago mucho caso. Es raro volver a administrar mi cuenta después de lo de anoche. Tengo la sensación de haberme pasado las ocho últimas horas viviendo en una especie de mundo paralelo, donde he dejado de ser Liam Harper para ser solo... bueno, Liam Harper.
Supongo que ya es hora de volver.
Localizo a Evan entre mis contactos y le mando un mensaje de voz contándole rápidamente la situación. No le doy muchos detalles porque prefiero que no me atosigue con sus reproches. Intento explicarle dónde nos encontramos y luego apago el teléfono. Espero que no tarde mucho en leerlo. Con suerte, habrá estado pendiente del móvil por si recibía noticias mías. No me sorprendería que fuese el único que de verdad esté preocupado por mí.
¿Y Michelle? ¿Habrá notado que he desaparecido? ¿Estará esperando que la llame para asegurarle que estoy bien?
Podría hacerlo ahora mismo. Bastaría con pulsar un botón. Pero no lo hago. No entiendo muy bien por qué. Al igual que no entiendo por qué no he utilizado el dinero que tengo en los bolsillos para llamar a un taxi que me lleve a Londres y dejar que Maia vuelva a casa.
☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•°☆•°•° ☆
Último capítulo del año :)
¿Qué os está pareciendo la historia de momento? Sabéis que son vuestros comentarios lo que más me anima a escribir ♥
¿Qué opinión tenéis de Liam? Creo que poco a poco vamos descubriendo esa faceta de él que no se ve a simple vista.
Tengo muchas, MUCHAS ganas de que sigáis leyendo. Tengo escrito hasta el capítulo 10 y os aseguro que, a partir de ahora, todo va a ser un sube y baja de emociones, tal y como nos gusta :)
De momento, os dejo aquí un juego que le he copiado a una amiga de Twitter. Aquí tenéis tres teorías y UNA DE ELLAS es incorrecta, ahora os toca averiguar cuál:
*comentad en la que creáis que es falsa*
1. Habrá cameo de los personajes de otra de mis novelas en el próximo capítulo.
2. Habrá beso en uno de los próximos 3 capítulos.
3. La carrera de Liam se arruinará y todo será culpa de Maia.
Nos leemos pronto :) Gracias por seguir apoyando mis historias ♥
P. D. Aquí, una, con curiosidad sobre qué edad tienen mis lectoras :)
REDES SOCIALES
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro