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02 | Conociendo a Liam Harper

Maratón sorpresa 2/2

02 | Conociendo a Liam Harper

Liam

Suspiro y aprieto con fuerza el volante. Aparqué frente a mi casa hace veinte minutos y me sorprende que nadie haya venido a sacarme de aquí. La música suena con tanta fuerza ahí fuera que la escucho incluso desde dentro del coche. No tengo razones para preocuparme por los vecinos; conociendo a mamá, seguro que ha invitado a toda la urbanización.

Mi móvil se ilumina sobre el asiento del copiloto. Adam lleva enviándome mensajes sin parar desde esta mañana. Sobre decir que ni siquiera los he leído. En realidad, no he usado mi teléfono en todo el día. Lo puse en silencio esta mañana, adelantándome al inminente aluvión de notificaciones que se venía encima. Estoy seguro de que tengo miles de menciones en Twitter e Instagram.

Liam Harper cumple años y sus seguidores le envían felicitaciones desde todas las partes del mundo.

Pero no siento nada.

Cumplir diecinueve no tiene nada de especial. Cuando tenía dieciséis, soñaba con ser mayor de edad porque creía que me convertiría en un «adulto» y que mi vida daría un giro de ciento ochenta grados. Tendría más libertad, saldría con chicas, entraría en las discotecas y podría beber alcohol y fumar siempre que me apeteciera. El problema es que, ahora que hago todo eso, mi vida es tan miserable como antes.

O incluso más.

Finalmente, decido desbloquear el móvil por primera vez en todo el día. Gracias a las capturas de Adam, compruebo que, en efecto, mi nombre arrasa en Twitter. Me han escrito cientos de tweets para desearme un feliz cumpleaños. No recuerdo cuántos recibí el año pasado, pero las cifras deben de haber caído en picado, porque Adam acompaña a la imagen con un reproche:

«Serían más si no llevaras desaparecido todo el día».

Odio que siempre tenga razón.

Adam entró en nuestras vidas cuando mamá contrató a un nuevo director de Marketing para su empresa. Es diseñadora y su marca ya es conocida dentro y fuera de Inglaterra. Cuando estás en el punto de mira, es importante mantener una buena imagen. Se suponía que Adam venía solo para asesorarla, pero de alguna forma acabó casándose con ella.

Ahora es mi padrastro. También conserva su puesto como nuestro «agente» y, desde que me hice un nombre en YouTube, no hay forma de que me deje en paz. Si por mí hubiera sido, habría mantenido mi identidad en secreto; me hubiera gustado ser solo un chaval cualquiera que sube tonterías a Internet, pero supongo que era mucho pedir. Mamá vio en mí una oportunidad para ampliar su público y, desde hace unos años, todos mis suscriptores saben que soy su hijo. Incluso ha aparecido en algunos de mis vídeos.

Cualquier mancha en mi imagen repercutiría negativamente en la suya. Por eso Adam me recuerda constantemente cómo debo actuar y lo que jamás, bajo ninguna circunstancia, tengo que hacer. Está tan obsesionado que me extraña que haya tardado tanto en reprocharme que mis redes sociales estén muertas desde hace días.

Honestamente, lo que menos me apetece ahora mismo es sonreírle a la cámara. No obstante, sé que no tengo otra alternativa. Me echo un vistazo en el espejo retrovisor y me paso una mano por mi mata de rizos para despeinarme. Después, enciendo las luces interiores, saco el móvil y le doy a grabar.

Solo tardo treinta segundos. Estoy tan acostumbrado que me sale a la primera. Saludo, agradezco a mis seguidoras todas sus felicitaciones y me despido con una sonrisa encantadora. Publico el vídeo en mis stories de Instagram y entro en Twitter para dar «me gusta» a algunos mensajes de mis suscriptores. Todos me parecen iguales y no me molesto en leer ninguno hasta el final.

Cualquiera que supiera esto último pensaría que soy un capullo. Bien. Tendría razón. Lo soy, ¿y qué? La vida real es esta. Ninguna de esas personas me conoce de verdad. ¿De qué me sirve tener millones de seguidores en Internet si después, a la hora de la verdad, me encuentro completamente solo?

Me miro al espejo una vez más, me ajusto el cuello de la chaqueta y fuerzo una de mis mejores sonrisas antes de salir del coche. Vivimos en una urbanización privada en Londres y los muros que rodean mi casa miden más de dos metros. No dejo de preguntarme para qué sirven, porque no han evitado que mi casa esté llena de extraños esta noche.

No me cuesta pasar desapercibido. Camino rápido entre la gente, sin mirar a nadie, y suspiro de alivio cuando distingo una cara conocida en medio de la multitud. Em es una mujer de complexión atlética que tiene unos brazos el triple de ancho que los míos. Se encarga de la seguridad en todos los eventos que organiza mamá. Como va vestida con uniforme, dudo mucho que haya venido a disfrutar de la fiesta.

—Llegas tarde —me espeta, con seriedad, cuando me acerco.

Le dedico una sonrisa engreída.

—Lo mejor se hace esperar.

Pone los ojos en blanco antes de dejarme entrar.

—No te metas en líos, ¿entendido?

Dentro la música suena más fuerte. Si yo hubiera organizado esta fiesta, habría contratado un equipo de luces para darle más ambiente. Mamá ha preferido dejar encendidas las arañas que cuelgan del techo, dándole al evento un toque sofisticado que deja entrever cuáles son sus intenciones. Mi cumpleaños es solo una oportunidad más para reunir a socios e influencers con las que podría colaborar en un futuro.

Me pregunto si a nuestros invitados también les parecerá un jodido muermo de fiesta. No me sorprende ver móviles en el aire; normalmente, juntarse con otras personalidades de Internet es sinónimo de grabar hasta el más mínimo detalle para subirlo a redes. Distingo las caras de algunos youtubers conocidos a los que Adam me recomendaría acercarme, pero no estoy de humor. Mi salón está a rebosar y no veo a ninguno de mis amigos.

Ninguna de estas personas ha venido a verme a mí.

Antes eso no me habría importado. El Liam de hace un año habría entrado aquí haciendo el payaso y se habría ganado a pulso a todos los asistentes. Después se habría largado a una discoteca con sus amigos y se habría despertado a la mañana siguiente borracho y fumado en la cama de cualquier tía que hubiera conocido la noche anterior. Se habría marchado a su casa para plantarse frente a la cámara y soltar tonterías, y luego el proceso se repetiría. Un día, tras otro, tras otro, tras otro.

Hasta que todo dejase de tener sentido.

Este año, mis diecinueve han coincidido con que he alcanzado los doce millones de suscriptores en YouTube. Adam me propuso que lo celebráramos por todo lo alto y me negué rotundamente. Solo quería que el mundo me dejara en paz durante unos días, y lo que he conseguido en su lugar ha sido esto.

Aunque se me acercan algunos conocidos, no me paro a saludar y voy directamente al patio trasero. Una ráfaga de aire frío me recibe bajo un cielo en el que no brillan estrellas. Tomo una profunda bocanada de aire, como si hubiera estado ahogándome ahí dentro.

—Con que ahora te dignas a aparecer, ¿eh? Menudo capullo. Te felicitaría, pero ya tienes a mucha gente besándote el culo. —Escucho. Por primera vez en toda la noche, la sonrisa que crece en mi rostro es de verdad.

Evan o, como le conocen en Internet, nombre, es mi mejor amigo desde que tengo memoria. Como mamá apenas pasaba tiempo en casa cuando estábamos en el instituto, Evan prácticamente vivía aquí. Estuvo conmigo cuando creé mi canal de YouTube y, después de aparecer en muchos de mis vídeos, decidió empezar a hacer los suyos.

Hace poco alcanzó los siete millones de suscriptores. No ha crecido tan rápido como yo, pero hace contenido de calidad y se siente orgulloso de sus logros. También lidia con todo esto de la «popularidad» mucho mejor de lo que yo podré hacerlo jamás. Siempre bromeaba diciendo que había nacido para ser rico y famoso y, aunque nunca se lo he dicho, creo que es verdad.

Aparece a mis espaldas y me estruja con fuerza entre sus brazos, hasta que casi escucho el crujir de mis huesos. Me separo de él con un empujón, riéndome, e intercambiamos un par de puñetazos en broma.

—¿Qué, cómo se siente tener diecinueve? —pregunta, y me mira de arriba abajo—. Me he llevado una decepción, tío, porque me pareces igual de gilipollas que ayer.

Le empujo, esta vez con más fuerza, y esboza una sonrisa burlona.

—Me sentiría mejor si tuviésemos vodka.

—¿Por quién me tomas? Claro que tenemos vodka. Los chicos están ahí detrás. ¿Vienes o qué? —Cuando nota que estoy pendiente de lo que nos rodea, hace una mueca—. Sabes que respeto mucho a tu madre, pero sus amigos son unos jodidos frikis. He visto a una tía que iba vestida como un periquito.

Enarco una ceja.

—Al menos, ellos se duchan.

—¡Cabrón! —se queja, empujándome con tanta fuerza que me hace retroceder.

Me río entre dientes. Hace unos meses, a Evan se le ocurrió pasarse una semana sin pisar la bañera y subirlo a Internet. Sobra decir que la idea no les gustó a sus seguidores tanto como a él.

—Hablando de mi madre, ¿sabes dónde está? —inquiero. Es imposible localizarla entre la multitud. Niega.

—No, pero he visto a Adam hablando con Michelle hace un rato.

—Ya.

Solo con oír su nombre, todo mi cuerpo ha entrado en tensión. Evan me conoce mejor que nadie, de forma que no tarda en notarlo. Me mira y, pasados unos segundos, suelta un suspiro.

—Intenta pensar en otra cosa, ¿vale? Solo por esta noche. —Fuerza una sonrisa y me da unas palmadas en la espalda—. Disfruta, tío. No se cumplen diecinueve todos los días.

Asiento, sin prestarle mucha atención, y dejo que me arrastre hasta nuestros amigos. Sonríe a los invitados y se mueve entre ellos con soltura, porque este es su ambiente. También tiene mucha más libertad que yo. Desde que se mudó al centro de Londres para estudiar en la universidad, es dueño de su vida y toma sus propias decisiones. Compagina su carrera con YouTube porque es lo que le hace feliz.

Nuestras vidas no podrían ser más diferentes. Supongo que una parte de mí esperaba que mamá se negara rotundamente cuando le dije que no quería seguir mis estudios, pero ni siquiera intentó hacerme cambiar de opinión.

Mis amigos suelen instalarse en los sofás que hay junto a la piscina, por lo que no me sorprende encontrarlos allí. Somos cuatro en total, pero cuando llegamos solo está Max. Se levanta de un salto y se acerca con una sonrisa. Me anticipo a sus movimientos porque le conozco muy bien; junto a Evan, hemos sido amigos toda la vida.

Me tapo las orejas para que no me dé diecinueve tirones porque, conociéndole, podría incluso arrancármelas. Él suspira, decepcionado.

—Aburrido —grazna y Evan se ríe.

—Se hace viejo, Max. ¿Qué esperabas?

—Diecinueve años, tío. Y parece que fue ayer cuando estábamos sacándote la cabeza del váter.

Pongo los ojos en blanco. Idiotas.

—Billy nunca me metió la cabeza en el váter —les recuerdo con amargura.

Max se encoge de hombros. A su lado, Evan sonríe. Les encanta recordarme lo pringado que era cuando nos conocimos.

—Bueno, casi —repone Max.

—Exacto. Casi.

Verme tan molesto hace que estallen en carcajadas. Quiero enfadarme, pero, joder, son mis amigos. Max me palmea el hombro de forma cariñosa y me sorprende que no me saque la tráquea sin querer. Empezó a ir al gimnasio el año pasado y ahora ya no controla su fuerza, y somos Evan y yo quienes sufrimos las consecuencias.

—Feliz cumpleaños, Liam —dice, sonriendo—. Te abrazaría, pero estamos en público.

Evan asiente solemnemente.

—Tenemos una reputación que mantener.

—Iros al infierno —gruño.

Vuelven a reírse. Me doy la vuelta, malhumorado, y entonces siento que mis sentidos se bloquean. De pronto, solo puedo prestarle atención a ella.

He aquí otra de las razones por las que no quería venir a esta maldita fiesta.

Conocí a Michelle en un evento en el que coincidimos el año pasado. La primera vez que nos vimos, ella estaba en directo por Instagram y se me ocurrió la maravillosa idea de ponerme a hacer gilipolleces con Evan a sus espaldas. Sus seguidores enloquecieron cuando me desafió, con ese tonito de «chica cabreada», a unirme a ella y decir algo con sentido. Corrieron rumores de que estábamos tonteando y Adam lo vio como una oportunidad.

Michelle se había hecho un nombre en las redes con tiempo y esfuerzo. Sueña con ser diseñadora, como mamá, y se dedica a hablar sobre moda en Instagram mientras estudia. Las cifras no mienten: es buena en lo suyo. Y yo también. Una tarde, Adam la invitó a casa y nos propuso un acuerdo que jamás debería haber aceptado.

Nada de sentimientos. Nada de involucrarse. En realidad, solo seríamos amigos, pero actuaríamos como una pareja feliz frente al público y ganaríamos fama a costa del otro. Revolucionaríamos las redes. La gente nos adoraría. Nuestro plan tenía todo lo que tenía que tener para ser un auténtico éxito.

Pero entonces me enamoré de ella.

Y Michelle comenzó a salir con uno de mis mejores amigos.

Cuando la veo caminando hacia mí, embutida en uno de los últimos diseños de mamá, se me forma un nudo en la garganta que me impide respirar. Cualquiera se fijaría en su vestido, que reafirma sus curvas hasta un punto que resulta incluso doloroso, pero yo no puedo apartar mis ojos de los suyos. Se detiene frente a mí y me dedica una sonrisa.

—No me importa cuántos años cumplas, sigues siendo un renacuajo. Lo sabes, ¿verdad? —me recuerda, en broma.

Es irónico que me hable así, teniendo en cuenta que le saco unos veinte centímetros, pero no lo menciono.

—Solo eres un año mayor y ya te crees más madura.

—Hablaremos de madurez cuando dejes de pegarle puños a la pared como un troglodita.

Contengo una sonrisa.

—Sabes que yo no hago eso.

—Todos los tíos lo hacen.

Arquea las cejas, esperando que proteste, pero, aunque no tenga razón, prefiero dejarlo pasar. No tiene sentido discutir con alguien como Michelle.

—¿Qué has dicho? —pregunto con sarcasmo, llevándome una mano a la oreja—. Oh, ¿que me deseas un feliz cumpleaños? Vaya, gracias, Michie, eres muy amable.

Pone los ojos en blanco y me empuja, riéndose.

—Como si necesitases más felicitaciones...

Me encojo de hombros.

—Nunca están de más.

Nos miramos en silencio durante unos instantes, hasta que sonríe y saca su móvil de su bolso. Desvío la mirada porque sé que sucederá a continuación.

—¿Instagram? —cuestiona, y me obligo a actuar con normalidad.

—Asegúrate de sacarme guapo.

Por supuesto. Es toda una experta. Se pega a mí y coloca mi brazo sobre sus hombros. Después, se pone de puntillas para darme un beso en la mejilla mientras saca la fotografía. Me aseguro de sonreír, sin prestarle atención a la cámara, para que parezca más natural. Supongo. Cuando la tiene, se aleja sin apartar la mirada del teléfono.

Me sonríe.

—Guapísimo —bromea, mientras manipula la imagen, antes de enseñármela—: ¿Todo bien?

Intento que mi expresión no muestre el huracán de emociones que me aplasta el pecho. Asiento, sin más, y trato de no darle importancia a lo que ha escrito en la parte superior porque sé que no lo siente de verdad. «Felices diecinueve, cariño. Te quiero».

De pronto, Max se une a nosotros y la abraza por la espalda. Michelle da un respingo y se apresura a mirar a nuestro alrededor, por si alguien los ve. Me pregunto cómo se sentirá él respecto a todo esto. No debe ser muy agradable que tu novia finja que está saliendo con uno de tus mejores amigos. Si por mí fuera, habríamos acabado con esto hace mucho, pero no es tan fácil.

El escándalo en redes sería brutal. «¡Exclusiva: Liam Harper, traicionado por su novia y por su ex mejor amigo!». Toma ya.

Cuando se marchan al interior de la casa, me siento con Evan que, como si me leyera la mente, me pasa una copa. Me la bebo de un trago y hago una mueca cuando el alcohol pasa por mi garganta. Al fijarme en lo que me rodea, me doy cuenta de que ya no puedo seguir engañándome. No puedo más.

Todo esto, toda mi vida, es demasiado. Me supera. Todo. La fiesta, los invitados, mi madre, Adam, Michelle, Max, esos doce millones de suscriptores que esperan que suba un vídeo nuevo esta semana, la foto de Michelle en donde miente diciendo que me quiere, que me dediquen miles de tweets y no sean suficientes, saber que estoy quedándome sin ideas y que el chico que sonríe frente a la cámara ya no se parece en nada a mí, y, sobre todo, haberme dado cuenta de que, lo que empezó siendo mi sueño, se ha convertido en mi peor pesadilla.

¿Cómo encuentras la salida cuando eres infeliz con aquello que antes te hacía feliz?

No hablo con nadie antes de salir del jardín. No me despido de mis amigos ni tampoco les doy explicaciones. Paso por la cocina y busco una botella de vodka. Minutos más tarde, estoy conduciendo sin rumbo por la carretera. Evan tiene razón. Debería olvidarme de todo y disfrutar. Al menos, durante esta noche.

La desastrosa vida de Liam Harper puede esperar hasta mañana.

A fin de cuentas, no se cumplen diecinueve todos los días.


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¡Hola y bienvenidos a esta nueva historia!

Sé que dije que empezaría a subirla la semana que viene, pero no he podido resistirme, así que... maratón sorpresa :)

¿Qué os está pareciendo de momento?

¿Opiniones sobre Liam?

¿Y Maia?

Comentaremos los capítulos en Twitter e Instagram, así que podéis pasaros por mis perfiles y leer todas las tonterías que comento :) Soy InmaaRv.


Gracias por estar también presentes en este nuevo viaje ♥ ¡Nos vemos la semana que viene en esta historia y este finde en Dímelo Cantando!

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