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Capítulo 24

Capítulo 24

Yuri

Actualidad, Rusia

Otabek y él habían dormido juntos otra vez, pero parecía que cada vez se sumaban más muros de concreto entre ellos. El beso, los sueños de los que no podía hablar, sus sentimientos...

Yuri no quería hablar de sus sentimientos tampoco, ni consigo mismo. Pensaba que si no hacía mención de ellos entonces quizás no existían. Como había ocurrido luego del beso con JJ; no había pensado ni hablado sobre aquello, y ahora podía decir tranquilamente que no sentía nada por ese infeliz.

Sabes que con Otabek es distinto, se dijo. Nope, es lo mismo y me aseguraré de ello, se respondió.

Andaba dando vueltas por la casa, bastante ansioso ya que el aroma de la comida que el abuelo preparaba lo estaba drogando. Y, como era jueves, significaba que la casa estaría a rebosar de alimentos deliciosos.

Tuvo una pequeña idea para matar el tiempo.

Tomó el computador y tecleó dos palabras: Yuuri Katsuki.

Google tiró un par de resultados, pero lo más viejo que le salía era de unos diez años. Probó escribiendo con los caracteres japoneses, de tantos sueños que había tenido de aquel chico escribiendo su nombre, ya recordaba como trazar los kanjis y hiraganas con sus propias manos.

Nada. Yuri se frustró. Había sido idiota, ni siquiera supo porque lo había hecho. Es un maldito sueño y esas letras probablemente no significan una mierda.

Pero otra idea le cruzó por la cabeza. Después de todo, ¿Qué podía perder?

Mi cordura, pensó. Pero al diablo.

Así que tomó aire y escribió, en alfabeto cirílico:

Viktor Nikiforov, Segunda Guerra Mundial.

Los resultados que obtuvo lo dejaron sin aliento.

* * * *

Nada de aquello podía ser real. Viktor no podía ser alguien real. No sabía exactamente que había estado buscando pero estaba seguro que aquello no era lo que pretendía encontrar.

No había fotos, por supuesto. Pero sí había cientos de páginas que hablaban del héroe de Moscú, que ayudó a escapar y sobrevivir a más de 700 personas alrededor de todo el mundo. Yuri temblaba.

Luego pensó razonablemente: al parecer, Viktor era muy conocido. Yuri podría haber escuchado su historia hacía años o haberla leído de corrido en las noticias o en algún artículo, de esos que hacían por el aniversario de la guerra todos los años. Un evento insignificante en su vida, por eso su cerebro no había retenido tal información. Pero su inconsciente sí, y ahora le había puesto una cara al dichoso Viktor y había soñado con él ayudando en los campos de refugiados.

En los artículos no hablaba nada de Yuuri Katsuki ni de Christophe Giacometti, el gran amigo de Viktor. Ninguno de esos patanes le caía bien, al menos las versiones de sus sueños. Claramente la mente de Yuri había decidido que por alguna razón su cerebro los creó como manifestaciones de sus enemigos. Viktor había herido a Yuuri, aunque quizás no se lo hubiera propuesto, pero el chico había quedado con un hueco en el corazón después del abandono del ruso.

Viktor debería haber sido al menos decente y despedirse. O cumplir sus promesas de al menos escribir. Chris lo había hecho, pero el Yuuri de sus sueños no había querido leer la carta. El Yuri real, o sea él mismo, estaba orgulloso de al menos una de las decisiones de ese chico.

Decidió no darle más importancia, porque acabaría volviéndose loco. Que Viktor fuese real no significaba nada. Nada. Así que cuando el abuelo lo llamó abajo, Yuri corrió hacia él, fingiendo no estar gritando por dentro.

—                 ¿Sí, abuelo? — Preguntó.

—                 Necesito que controles el strogonoff para que la crema no se evapore por completo. Debo correr al baño, perdona a tu viejo abuelo pero su vejiga ya no es tan resistente — Bromeó. Yuri sonrió malicioso.

—                 Tranquilo, abuelo, cuidaré la crema. Pero si la carne se evapora misteriosamente no puedes culparme.

En los pocos minutos que el abuelo demoró, Yuri ya había robado al menos cuatro tiras de carne. El abuelo lo regañó, pero terminó riéndose junto a su nieto.

—                 Eh, abue — Lo llamó Yuri— ¿Tu sabes quien era Viktor Nikiforov? Mila estaba leyendo unos textos de la Segunda Guerra Mundial y me dio una colleja por no conocer al dichoso héroe.

Esperó que su mentira fuese convincente. No es que el abuelo haría muchas preguntas sobre aquello. Pero cuando Nikolai lo miró, perplejo pero feliz, Yuri supo que algo no estaba andando bien.

—                 No puedo creer que preguntes esto — Masculló.

—                 Vaya, ¿Acaso he bajado de nivel como ruso por no conocer a este personaje?

—                 Como ruso, no. Pero sí como Plisetsky — Dijo el abuelo. Yuri estrechó los ojos, y la cuchara de madera con la que robaba tiras de lomo con salsa rebotó contra la mesada. Esto no me está gustando.

—                 ¿De que estás hablando, exactamente?

El abuelo suspiró y apagó la hornalla. Yuri parecía a punto de colapsar.

—                 Viktor Nikiforov era mi suegro, Yuri, el padre de tu abuela Nina. Él era tu bisabuelo, y con quien crié a tu madre luego de enviudar.

* * * *

Yuuri

1942, Birmania

Las despedidas siempre eran horribles, pero Yuuri se había endurecido los últimos meses. En algunos casos ni siquiera había tenido la oportunidad de decir adiós, así que hacerlo se sentía un lujo.

Viktor. Phichit. Si tan solo hubiera tenido la chance.

El clima de Birmania era el mismísimo infierno. Humedad y calor, sin importar que época del año fuera. El pequeño país sufría del Síndrome de País del Sudeste Asiático. Igual que Tailandia, de donde venía Phichit.

Se propuso no dejar que los recuerdos lo cegaran. Tenía un deber, al igual que todos sus colegas soldados, y ese deber venía con la posibilidad de abandonar este mundo. Yuuri solo deseó que si se moría, no fuese en un lugar que hiciese aquel calor.

No había ninguna cara amigable. No es que Yuuri hubiera tenido muchos amigos en la Armada Imperial. Uno de ellos estaba en un buque en medio del pacífico, dos de ellos habían muerto en explosiones, y sus compañeros de pelotón habían sido asesinados.

Había hecho buenas migas con unos chicos llamados Hikaru y Yuuto. No era lo mismo, y nunca lo sería.

Sus compañeros habían expulsado a los británicos una vez más de otra de sus colonias. Debería haberse sentido como una victoria, porque relativamente lo era. Yuuri solo pensaba en todos los muertos, heridos y torturados justo como había ocurrido en Hong Kong.

El Cabo Mayor en Birmania no era Daisuke; se llamaba Masaru y era mucho más amigable, dentro de lo que era posible serlo en una guerra. No castigaba severamente a quienes infringían las normas. Quizás porque ya nadie lo hacía. Era bajo y simpático, y le recordaba un poco a su padre. Su padre, que había servido en la Gran Guerra, ahora también llamada Primera Guerra Mundial, debido a las proporciones abismales que estaba adquiriendo el conflicto que vivían.

Era de noche, y le tocaba hacer guardia. Por alguna razón sus guardias siempre tocaban de noche. Se le encogió el corazón cuando se detuvo a ver las estrellas. Había tantas.

No quería admitirlo realmente pero se sentía sólo. Como, de verdad sólo. Quería fundirse en los brazos de Viktor, darles más besos de los que tuvieron. Devolverle su anillo y no preocuparse por ello, ya que se lo vería puesto todos los días. Viktor, Viktor, Viktor, ¿Qué tan cruel podía ser el destino? ¿Ponerlo en su camino para luego hacerlo desaparecer de un plumazo?

Yuuri solía creer que las personas aparecían en la vida de otros por alguna razón. Y la única que encontraba para justificar la aparición del ruso en su vida era dolor. Abandono. No quería sentir mariposas en su estómago por nadie nunca más.

Mariposas. Que expresión más estúpida. De todas formas ¿De dónde aparecían las mariposas? ¿Estaban siempre ahí, acaso? Yuuri sentía que las suyas habían sido más bien asesinadas, por lo que nunca serían capaces de aletear por amor otra vez.

CLANK.

No lo vio venir. Estaba por pegar una cabeceadita, unos miserables segundos, cuando un ruido lo sobresaltó. Se sentía demasiado fuerte como para ser algún animalillo así que cargó el fusil y se acercó.

Por supuesto no sintió más ruido, pero estaba seguro que venía del depósito.

En su cabeza se puso a rezar. Era tonto. Nadie lo salvaría esta vez si es que estaba en peligro de muerte. Nunca habría alguien que lo quisiera tanto ni que fuera tan valiente como Phichit. Ahora lo único que le quedaba era su propio valor. Tendría que sacarlo de dónde sea.

Yuuri no podía sentir ruidos fuertes, más una tenue respiración y la sensación de que alguien y no algo estaba escondido, hacía que se le erizase el cabello de la nuca.

Entonces abrió el depósito e iluminó la estancia. Un chico estaba allí.

No era muy alto y estaba bastante delgado. Su piel era del color que tenía el trigo cuando se tostaba y su cabello color caoba iba atado en una media coleta e iba cubierto por una gorra. Llevaba uniforme militar del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos.

Por Izanami, pensó. Es americano. Dispara. AHORA.

Las manos le temblaban. El chico no temblaba, pero parecía que estaba viendo pasar su vida frente a sus ojos.

Yuuri pensó que sería demasiado fácil dispararle, al menos técnicamente. Estaba cerca y el americano no tenía intenciones de moverse. Pero ¿podría hacerlo? Después de todo era un hombre desarmado y que distaba de ser una amenaza. Pero Yuuri había aprendido que las amenazas se ocultaban bajo rostros bonitos e indefensos muchas veces.

—                 Por favor — Suplicó—. No vengo en acto de guerra. En realidad, estoy desertando de mi escuadrón. Solo quiero irme.

—                 Cállate — Ordenó Yuuri, sin bajar el arma—. Estás en nuestro depósito, probablemente robando suplementos o plantando bombas.

—                 Juro que no, aunque estoy seguro que ustedes los japoneses no creerían a un inocente aunque lo vieran con sus ojos.

Que estúpido e insolente. Casi cualquiera del pelotón ya le habría disparado y rematado por las dudas. Los más estratégicos se lo habrían llevado, para averiguar la ubicación exacta de la base de Estados Unidos.

Recordó a Seung-Gil, el rebelde coreano, que se había negado a traicionar a sus compañeros y compatriotas ¿Este chico tendría tanta voluntad?

—                 Mira, puedes revisar todo. Estoy desarmado. Diablos, solo quería una pequeña arma, un poco de comida... Al menos hasta que algún delincuente birmano accediera a llevarme hasta la India. De allí sería mucho más fácil escapar a algún lugar neutral.

—                 Deja de parlotear — Pidió Yuuri, intentando parecer duro—. Haces difícil el no dispararte.

—                 Ah, ya qué. Dispárame si quieres, anda. Mi vida es un fracaso de todas formas. Y seguro que el Sargento removerá cielo y tierra al ver que su brigadier ha desaparecido.

—                 ¿Eres un brigadier? — Preguntó atónito, bajando el arma— Disculpa, pero no esperaba que alguien de tu rango fuese capaz de escapar. Además como que eres muy joven — Yuuri sacudió la cabeza al darse cuenta de su error, y volvió a apuntar.

—                 Esta guerra me tiene harto. Y para qué hablar de mis compañeros, que lo único que hacen es matar, beber y follar ¡Y no hablemos de tirarse pedos! Que seres desagradables. Yo solía ser alguien feliz hasta que mi mamá me obligó a enlistarme. Algo del orgullo americano. Si me preguntas, preferiría haberme ido a México con mi padre.

Yuuri no podía creer toda aquella perorata. Inconscientemente había bajado de vuelta el fusil. El chico seguía sin intentar nada. Parecía ni haber notado que ya no estaba en peligro mortal.

—                 ¿Cómo te llamas? Me gustaría agradecer que no me atravesaras el cráneo con una bala — Dijo. Yuuri parpadeó.

—                 Soy el Jotohei Katsuki Yuuri.

—                 Yuuri entonces ¿Eh? He oído que ustedes japoneses usan sus apellidos primero. Me llamo Leo. Brigadier Leo de la Iglesia, para el gobierno americano, y Leo para los sujetos amigables. Creo que tú eres un sujeto amigable.

—                 Bueno es... ¿Un placer? Supongo.

—                 Lo mismo digo. Ahora, Yuuri... ¿Es mucho pedir que me dejes salir? No falta demasiado para que amanezca y quisiera llevarle ventaja a mi superior. Valoro mucho mi cabeza.

Yuuri inhaló con fuerza. Un desertor. Era increíble. Aquella noche se había cruzado con alguien que escaparía, que planeaba huir de los horrores de los que había sido obligado ser parte.

¿Y si...? Bueno, estaba su familia. Pero Yuuri quería pensar un poquito en sí mismo. Y si no era atrapado ¿Podrían confirmar que era un desertor y castigar a los Katsuki? Estaba seguro que no había una ley para eso.

¿Por qué no había accedido antes? ¿A que le temía tanto? Quizás su vida fuese más sencilla, o quizás no, pero la habría elegido él.

Pensó en todos los intentos de Viktor por llevárselo ¿Qué diría si Yuuri se aparecía en Moscú?

¿No era acaso una locura? Hacía meses que no sabía de Viktor. Se había ido sin despedirlo. No habían compartido más que fogosos besos y una sola noche de pasión.

Pero podría haber más. Mucho más que esto.

—                 No te irás todavía — Masculló Yuuri.

—                 ¿Qué? ¿Cómo? ¿Vas a entregarme? Por favor, te suplico. Mira, podría... no sé, te daría algo a cambio si lo tuviera y-y yo... — Empezó a balbucear, con el rostro pálido.

—                 No te irás todavía — Repitió, más sereno—. Porque voy a preparar suplementos. Me voy contigo.

* * * *

Yuri

Actualidad, Rusia

Se despertó de golpe cuando la puerta que indicaba que el abuelo se iba por el fin de semana, se cerró. Yuri arrojó las sábanas. No es que la siesta lo había ayudado mucho, pero prácticamente se había desmayado sobre su cama luego de la confesión del abuelo. También estaba seguro de que le había bajado la presión.

Todavía estaba en shock. No había podido mencionar más de tres palabras juntas.

Nada de aquello podía ser real, pero lo era. Texteó a Mila para que apareciera lo más pronto por su casa, que la puerta estaría abierta.

Yuri corrió hasta la habitación de trastos. Si lo que el abuelo decía era verdad, entonces tendría que haber algo allí que probara sus palabras.

Prácticamente se movía en modo automático. Su cerebro no parecía procesar el hecho de que Viktor Nikiforov, el extraño que besaba en sus sueños (en otro cuerpo, claro está) era ¡Su jodido bisabuelo! No sabía si sentirse abrumado, asqueado, horrorizado, aliviado o todas juntas.

Tiene que haber una explicación lógica.

El cuarto de trastos era una sola capa de polvo y mugre. Había incluso una araña muy fea y peluda que lo miraba desde una esquina. Decidió llamarla Viktor, ya que la situación lo ameritaba. Que fuese su bisabuelo no quitaba el rencor que había estado sintiendo en su interior desde que había abandonado a Yuuri Katsuki a su suerte allá en Hong Kong.

Ni siquiera supo por dónde empezar. Había al menos una decena de cajas sin etiquetar, y otra decena que sí estaban etiquetadas, pero ninguna llevaba el nombre de Viktor Nikiforov. Su bisabuelo. Si tenía que pensarlo una vez más se iba a desmayar de verdad.

—                 Estúpido imbécil ¿Por qué tuviste que entrometerte en mi vida? — Exclamó a la Araña-Viktor.

De repente odiaba más a su presunto ancestro que a Yuuri Katsuki. A todo esto ¿Quién era Yuuri Katsuki? ¿Acaso era real, también? Una parte de su cerebro casi podía explicar la aparición de Viktor en sus sueños pero ¿Y Yuuri, el verdadero protagonista de ellos?

Todo le daba vueltas.

La primera caja le pertenecía a su madre y lo supo de inmediato. Había vinilos de los años 80, donde la mujer había crecido, junto con ropa de la moda soviética y artículos que hablaban de la caída del muro de Berlín. Fotos de Yuri de bebé, vinchas y miles de mierdas superfluas, como anuarios escolares y tarjetas de sus enamorados. Quizás alguna venía incluso de su padre biológico, pero no podía importarle menos.

Las siguientes cajas eran del abuelo y la abuela, con varios artículos de su juventud. Había varias fotos de ellos juntos, de vacaciones, con Nina embarazada. Nina Plisetskaya, antes Nina Viktorovna Nikiforova. Las fotos se deslizaron de sus manos e hicieron un ruido sordo al dar contra el suelo, espantando a la Araña-Viktor. La abuela era idéntica a Viktor, a pesar de que la foto estuviera vieja y en tonos sepia. Tenían la misma sonrisa en forma de corazón y las piernas larguísimas. Justo como Yuri también las tenía.

Pero lo que hizo paralizar su corazón fue la caja más pequeña. No era tan vieja como las de su abuela, ni tan reciente como las de su madre o del abuelo. Porque su dueño no ha muerto hace tantos años.

La caja tenía cartas. Un poco de ropa. Artículos como los que había encontrado en internet, que hablaban sobre el gran héroe que había sido ese patán. Sí, para Yuri su bisabuelo era un patán.

Algo llamó su atención. Era pequeño y redondo, estaba sucio y herrumbrado. La inscripción que tenía grabada no estaba en cirílico ni tampoco en alfabeto latino.

Es japonés, dijo sin tener que darle una segunda mirada. Yuri sabía muy bien lo que aquello era. También lo había tenido en sus manos; unas manos que eran y no eran suyas. El corazón empezó a latirle de nuevo, pesado y fuerte. El cerebro le maquinaba a mil por hora. Podía haber tantas explicaciones a que estuviera sosteniendo aquella medalla en la vida real, pero a la vez no había ninguna.

Medalla al valor, rezaba. Una medalla que no había querido sostener entonces y que ahora tampoco quería hacerlo, porque se sentía como si estuviera cargando un peso de plomo.

Para cuando Mila llegó a su casa y lo encontró, Yuri estaba destrozado en el suelo, sosteniendo la medalla del otro Yuuri.

* * * *

¡Grandísima revelación para Yuri! ¡Y apareció Leo! Un capítulo lleno de sorpresas, definitivamente.

Quiero contarles, con tristeza y felicidad, anoche finalmente terminé de escribir esta historia. No me voy a poner sentimental hoy porque guardaré todo para el día en que el epílogo sea publicado.

¡Muchísimas gracias como siempre por los comentarios! Siempre se las ingenian para hacerme sentir mejor y sacarme una sonrisa nueva, las quiero a todas <3 También quiero agradecerles a todas las que comentaron el nuevo fic, además de decirles que me pone muy feliz que estén ansiosas y les llame la atención :)

Espero lo disfruten ¡Abrazos y nos vemos en el capítulo de mañana!

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