Capítulo 15
Maratón 2/3
Capítulo 15
Sara
Actualidad, Italia
A Sara le encantaban las ideas de su gemelo Michele. La mayoría, al menos. Ésta era una idea que formaba parte de esa mayoría.
La escapadita a su natal Milán para el cumpleaños de su madre había sido una idea preciosa. Michele quería a su madre igual o más que a su hermana y solo quería hacerla feliz. Sara sentía orgullo al ver aquel amor tan grande.
Los Crispino eran cuatro hermanos, en realidad, y los gemelos eran los menores. Hijos de dos padres correctos, adinerados y muy simpáticos entre sus conocidas. Este podría haber sido un cuadro de la familia perfecta, pero no lo era.
Como toda familia clásica, los Crispino tenían ideas retrógradas y conservadoras. Y una de ellas molestaba a Sara más que a nada.
Sus padres jamás hubieran aceptado que Sara Crispino tuviera una relación con otra mujer. Muchísimo menos si esa mujer era tan liberal y "modernista" como Mila Babicheva. Lo que más dolía era el eminente y eventual rechazo que recibiría de su hermano Michele.
* * * *
Ella nunca se había planteado enamorarse de alguien de su mismo sexo. Sara había pensado que terminaría casándose con el hijo de alguna familia amiga de sus padres.
Seung-Gil Lee había cambiado su forma de ver el mundo.
¿Qué quién era Seung-Gil Lee? Sara no podía responder con certeza, pero ella tenía una interesante teoría.
Desde que eran pequeños, Michele y ella habían creído en las almas gemelas y la reencarnación. Michele solía decirle durante todos sus cumpleaños que el día que nacieron él la había elegido como hermana, que seguramente en otra vida habían sido muy unidos y en esta vida les tocaba compartir como gemelos. Sara había amado esa cursi y boba teoría.
Entonces cuando empezó a soñar con un rebelde coreano de hacía más de medio siglo, Sara lo supo de inmediato. Ella y Seung-Gil eran la misma persona, compartían un alma. Y si Seung-Gil había podido aceptar sus sentimientos por el carcelero tailandés a pesar del contexto social en que vivían, Sara también podía hacerlo. Estaba incluso segura de que ese sueño era una señal que su propia alma le estaba mandando.
— Ay, Sara, seguro lo viste por ahí y quedaste prendada — Había dicho Micky cuando le mencionó acerca de los sueños—. Si me lo llego a cruzar, lo golpearé por enamorar a mi hermanita.
— No estoy enamorada, Micky — Le respondía ella molesta.
— Eso espero. Recuerda que ningún patán es merecedor de alguien tan maravilloso como tú.
Sara podía explicar el tema de su homosexualidad con aquella frase. A su padre le encantaría.
El mismo sábado en que se escaparon a Italia, Sara había decidido que hablaría con su hermano. Michele era una persona casi imposible para hablar puesto que siempre quería tener la razón y armaba una escena cuando no la tenía. En palabras más fáciles era un inmaduro y un egoísta. Pero eso no quitaba que Sara lo amase más que a nada en el mundo.
— ¡Sara! Ayúdame a hacer el tiramisú — Pidió Michele desde la cocina—. No recuerdo muy bien cuál es la yema y cuál es la clara de un huevo.
Era un desastre en la cocina, también. Al final ser italiano no había servido de nada a Micky.
Cuando entró en la cocina, se llevó una mano al pecho. Había cáscaras de huevo por todos lados, una bolsa de harina que se había derramado en el fregadero y una mezcla que se veía más asquerosa que vómito de perro.
— ¡Pero qué caos! ¿Acaso estabas intentando hacer explotar una bomba nuclear en lugar de un tiramisú? — Preguntó. Michele frunció el ceño.
— Alguno de los ingredientes no estaba bueno — Se justificó.
— Uf, que va ¿Por qué no hacemos una panna cotta de frutos del bosque, mejor? La hago yo y tú me pasas los ingredientes — Propuso con una sonrisa. Aunque Michele estuviera molesto por ser un bueno para nada, terminó relajándose por su hermana.
— A tu lado me siento un inútil. Siempre fuiste la estrella de la familia.
Sara tragó saliva. Un comentario inocente, pero qué sonaba más fuerte que una bofetada en ese momento. No por mucho tiempo, Micky.
Decidió romper el hielo.
— Micky ¿Te lo dijo mamá? Al parece Nico Bellona ha conseguido pareja.
— ¿Sí? Pues me alegro por él de verdad, Sara. Solo espero no intentes seguir sus pasos.
Sara rodó los ojos. Nico había sido el vecino de los Crispino desde que tenían diez años de edad.
Ahora venía lo interesante.
— Su pareja es un chico — Declaró. Michele dejó de golpe lo que estaba haciendo.
— Oh — Fue lo único que dijo—. Pues... no sé, supongo que eso está bien por él.
— ¿Supones? No sabía que fueras homofóbico.
— No soy homofóbico — Se apresuró a decir. Sara estaba segura que odiaría el "pero" que le seguiría—. Sin embargo creo que no es algo muy natural.
— ¿Según quién?
— La vida, la gente, Dios. No sé, Sara.
— La gente puede amar a quien quiera.
— Supongo pero... imagina que decepción para la familia descubrir eso.
— ¿Para ti sería una decepción? — Inquirió Sara. Micky estrechó los ojos.
— ¿Por qué me haces tantas preguntas?
— No sé, supongo que quería asegurarme si era una decepción para ti.
Dejando a su hermano con los ojos como platos y la mandíbula por el suelo, Sara abandonó la cocina, dejando el panna cotta a medio hacer.
Necesitaba dormir y encontrarse con su yo del pasado.
* * * *
Seung-Gil
1941, Corea
La mancha de humedad en la pared había sido una buena compañía esos meses. Jugaba en su mente a buscarle formas y relacionarlo con algún momento de su infancia. Cuando apenas había llegado le había recordado a los almohadones que bordaba su madre. Y hacía unos pocos días lo había visto muy similar a los platos en los que le servían el almuerzo en su casa. En aquel mismo momento lo había visto parecido a su perro de la infancia.
Seung-Gil había alcanzado el límite de la locura, finalmente.
Se había mantenido lo más cuerdo posible, pero es que el eterno silencio y los golpes enloquecían el cerebro de cualquiera. Seung-Gil había aguantado con una voluntad de titanio.
Qué tonto había sido, buscando una luz. Que al final cuando la había encontrado terminó cegándose. Y ese había sido su empujón al abismo, a la interminable oscuridad.
Cuando escuchó a los guardias hablar sobre su destino, no se sorprendió. Ni entristeció. Ni se escandalizó. Seung-Gil abrazaría la muerte como a una vieja amiga, mientras la miraba a los ojos y susurraba finalmente.
Pensó en Phichit. Dulce, dulce Phichit. Con su sonrisa bobalicona y su testarudez. De verdad había sido un rayo de luz. Efímero, fugaz. Era maravilloso y espeluznante, como en tan poco tiempo y en un lugar como aquel, los lazos que se formaban eran más fuertes que la superficie de un diamante.
Pensó en si le importaría su muerte. Probablemente jamás lo sabría.
Pensó en su mamá. En su primo, él que lo había arrastrado hacía años en la resistencia y que ahora se pudría en una fosa. Como pronto lo haré yo.
Pensó en Park, Jin, Dae-Jung, Hyeon, Ji-Woo, Sun-Hwa, Min, Young-Sook y un sinfín de rostros sin nombre que habían estado bajo su ala. Para lo que Seung-Gil sabía, todos podrían estar muertos y atrapados.
Pensó en su perra, Suja, quien quizás ya ni siquiera estaba viva. Quizás mamá, Phichit y sus colegas rebeldes tampoco. Quizás se habían muerto todos, y esperaban en el otro lado con los brazos abiertos. Ojalá hubiese tenido un minuto más, solo uno, para ver sus rostros una última vez.
Así que cuando los guardias lo llevaron a rastras por el pasillo, Seung-Gil dejó de pensar.
Lo depositaron sobre una mesa viscosa. Llena de sangre, sudor, excrementos. Lágrimas, seguramente también. Decidió que en esa mesa también habría lágrimas suyas. Mejor lágrimas y sangre, que otros fluidos vergonzosos.
— Espero no le tengas miedo al infierno — Se burló uno de los guardias. Los que sostenían sus brazos rieron. Uno de ellos incluso le escupió.
— Al infierno lo gobernaré yo. Y esperaré, esperaré, esperaré. Hasta que finalmente todos ustedes lleguen, y las cosas se pondrán interesantes de verdad, cuando decida sus castigos para el resto de la eternidad.
Esas fueron sus últimas palabras. El guardia pareció no tolerar más insolencias, y enterró la espada ceremonial (Ah, que considerados, usar un arma tradicional de su cultura) en su pectoral izquierdo.
Seung-Gil se estremeció con violencia, involuntariamente. Pero no había muerto aún. La espada no había tocado su corazón.
Por supuesto que no, se dijo. Así tardaré más en morir.
Pasaron segundos, minutos, que se sintieron como siglos. La sangre salía de sus labios y Seung-Gil hubiera querido no darles la satisfacción de verlo así. No le importaba morir, sino la humillación.
Y decidió pensar por última vez. En el pequeño rayo de luz que había tenido en esa celda.
Es más bien un arcoíris. Con todas esas facetas suyas. Y todas las que me quedaron por conocer.
Dio un último aliento. Y cerró los ojos, ahora sí para siempre.
* * * *
Sara
Actualidad, Rusia
El viaje de regreso había sido muy silencioso. Michele no había encontrado palabras para decirle a su hermana luego de la gran confesión.
Y Sara no había dejado de sollozar, pero no por su hermano. No ésta vez.
Seung-Gil había muerto. El héroe de Sara había muerto solo, humillado y maltratado en una mohosa cárcel.
¿Ese era el mensaje que le dejaba a Sara? ¿Acepta tus sentimientos e igual acabarás siendo un infeliz?
¿O era un mensaje para que hiciese las cosas de manera diferente? No por nada Seung-Gil había elegido reencarnar en Sara, o eso se decía ella. Si la había escogido es porque creía que de alguna manera la chica podría hacer justicia por él. Por ambos.
No se podía quitar el nudo en la garganta de todas formas.
— Sara, quiero hablar contigo — Dijo Michele cuando pasaron unas cuantas horas de llegados a su apartamento.
— No me apetece, Micky.
— Por favor — Suplicó, con el rostro surcado de preocupación.
— No.
— Sara, yo te amo. Te amo desde que tengo uso de razón. Eres mi hermana, mi gemela, mi todo.
— ¿Me amarías incluso siendo como soy?
— Sí. Lo hago todavía.
— Micky — Dijo, tomando su rostro entre sus manos—. Quiero que me ames por la persona que soy ahora, no por el fantasma de la hermanita pequeña que todavía existe en tu corazón.
— Sara... Esto es nuevo para mí. Y debo sonar como un capullo, porque estamos en el siglo XXI y tenemos la suerte de vivir aquí y ahora, donde cada uno puede ser como es. Y yo te voy a amar seas como seas, no porque eres mi hermana solamente, sino porque eres maravillosa — Susurró, mientras se acunaba en las manos de su hermana— y sé que eso no cambiará nunca porque es tu esencia.
— La esencia puede cambiar — Habló Sara, mientras pensaba en su propia alma, viviendo en su cuerpo y en el de Seung-Gil. Tan diferentes.
— No, la esencia no cambia. Porque la esencia es algo que nos acompaña siempre. Puede cambiar el envase, las actitudes y circunstancias, pero pase lo que pase, yo se que serás la mujer más maravillosa que he tenido la oportunidad de conocer.
Michele tomó las manos de Sara y las besó. Ahora ambos lloraban.
— Todos estos años fui un imbécil, porque temía que te lastimaran. Cientos de chicas me habían roto el corazón y cientos de chicos habían roto el corazón de nuestras hermanas, entonces no podía permitir que te ocurriera eso a ti. Pero quiero abrir los ojos del todo, y a quien sea que tú ames, si esa persona te ama, entonces yo la amaré también.
— Micky...
Eligió no decir nada. A veces las palabras no hacían falta, eso lo había aprendido del callado y enigmático Seung-Gil Lee. Los gestos silenciosos a veces decían mucho más que todo un discurso.
Abrazó a su hermano, y Sara entendió finalmente lo que Seung-Gil Lee le había estado tratando de decir durante el último medio año.
Valora las cosas que tienes mientras aun puedas.
* * * *
Y había llegado el gran día, así.
Sara lo supo de antemano, cuando Mila le dijo que se reuniesen en el departamento del chico nuevo, Otabek. Al parecer era amigo de Mila gracias a Yuri. Y cuando un amigo le presta su apartamento a otro, es porque algo importante ocurriría allí.
Mila le recordaba a Phichit. Y cuando la había besado, sintió que algo adentro suyo se acomodaba, por fin.
Era increíble como las almas terminaban buscándose, a través del tiempo y el espacio, una y otra vez. Sara nunca habría imaginado que su vida llegaría a este punto. No luego de conocer a Mila durante una hora libre de cotilleos en la Academia cuando apenas tenía un mes de llegada a San Petersburgo.
Quizás esta era la nueva oportunidad para valorar las cosas.
El destino era cruel, irónico, impredecible, maravilloso. Sara nunca dejaría de abrumarse, por toda la gente maravillosa que estaba a su alrededor. Mila, su hermano, Emil, sus padres, su abuela, sus amigas en Milán.
De todas las vidas que había en el mundo, Seung-Gil había elegido justamente esa. La suya. Tenía tantas ganas de que el chico fuera real, para abrazarlo y besarlo y agradecerle por la hermosa vida a la que la había conducido.
Seung-Gil eres tú, Sara. La misma alma, los mismos profundos anhelos. Ella podía agradecerle, amando y valorando su vida por el resto de lo que quedara de ella.
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