Capítulo 12
Capítulo 12
Otabek
Actualidad, Rusia
La temperatura había descendido una barbaridad. Y Otabek podía confirmarlo, no por el frío que le helaba la cara y su nueva herida cicatrizante, sino porque a su lado estaba Yuri, insultando al clima.
En el otro costado estaba JJ, burlándose de Yuri, lo que provocaba que éste le devolviera con mil palabrotas, para que al final, Leroy se riera a carcajadas. Era una cadena de discordia.
Su vida era muy dura a veces. Y siempre se decía que jamás volvería a unir a esos dos.
— Más te vale te calles o te devuelvo de una patada a Canadá — Espetó Yuri. JJ estaba parado sobre un barandal del puente cerca de la Academia—. O podría empujarte, eso nos solucionaría la vida a todos.
— Inténtalo. Canadá estará muy feliz de tenerme de vuelta.
— O puede que me agradezcan si elimino tu tonta cara de la faz de la Tierra.
— Yuri — Lo llamó Otabek, pero el rubio lo ignoró olímpicamente.
— Vamos, vamos, Yura, sabemos que el mundo sería un lugar sombrío sin mi presencia ¡Imagina cuantos corazones rotos quedarían por ahí!
— No me provoques llamándome así, sabandija.
— Yuri — Repitió. El chico volteó.
— ¿Y tú qué? ¿Lo vas a defender a ese? ¡Pero si siempre estamos odiándolo! — Gritó.
— Te estoy escuchando — Intervino JJ.
— Es la idea, ¿O no entiendes las indirectas cuando te las lanzan porque eres un tonto?
Y siguieron. Otabek simplemente se cansó y le pidió a Yuri que lo acompañase a un lugar. Por suerte JJ no insistía demasiado cuando finalmente se daba cuenta del humor que tenía Otabek.
— Nos vamos antes de que yo los pulverice a los dos.
— Como si eso fuera a pasar — Bufó Yuri.
— No me tientes, que todavía puedo voltearme e ir con JJ — Dijo.
— ¡Eres un viejo traidor!
Otabek no pudo evitar sonreír. Llevó a Yuri hasta donde la motocicleta estaba aparcada. Y agradeció haber girado para verlo justo tiempo, cuando todo el color se drenaba de su rostro.
— Um — Musitó—. Lindo día, Beka, pero debo partir porque tengo muchas cosas que hacer.
— Buen intento. Sube — Le ordenó. Yuri se puso defensivo y cruzó los brazos.
— No, gracias.
— Somos amigos, Yuri, algún día tendrás que subir.
— Este no es ese día — Dijo, mientras amagaba con irse. Otabek sacó otro casco del asiento.
— Yuri.
— Otabek.
— ¿Tienes miedo?
— ¡¿Qué?! ¡Claro que no! Mira como no tengo miedo — Vociferó y subió al asiento—. Anda, ven, te demostraré como no tengo miedo. Como si yo fuera a tener miedo de algo, pf.
Otabek se dirigió con parsimonia hasta el chico y le puso el casco. Le dio mucha ternura ver el rostro miserable del chico, mientras fingía hacerse el duro.
Subió a su motocicleta y en ese instante sintió los flacuchos brazos de Yuri ciñéndose alrededor de su abdomen. Su ritmo cardíaco se aceleró, más aun cuando el rubio pegó su pecho a la espalda de Otabek, y que le permitió sentir su también acelerado corazón.
Sería un viaje interesante.
— ¿Te llevo a tu casa, entonces? Ya que estás tan ocupado — Bromeó.
— En realidad recordé que no tenía nada que hacer — Dijo Yuri, con una sonrisa maliciosa.
Indirecta captada.
Arrancó, y juntos partieron hacia ningún lugar en particular.
* * * *
Cuando luego de horas de dar vueltas Yuri le recomendó que visitaran el bar de los padres de Mila, Otabek no se opuso. Ese día no le tocaba trabajar y le apetecía pasar un buen rato en un lugar cálido con alguien que apreciaba.
El lugar era un típico pub ruso. Las paredes tapizadas con alfombras de distintos patrones (¿Qué tenían los rusos con las alfombras?) y una barra doble donde promocionaban todos los tamaños de tragos y licores que el bar poseía. Apenas estaba abriendo por lo que solo encontraron unos cuantos turistas disfrutando de la tarde en San Petersburgo.
La luz era tenue, pero eso no evitó que Mila los reconociese al otro lado de una de las barras y se acercase a ellos.
— ¡Yuri! ¡Otabek! — Saludó enérgicamente, tomando la mano del kazajo y despeinado a Yuri, que le dio un manotazo.
— Eh, es un gusto conocerte, Mila. Yuri habla mucho de ti — Dijo, recibiendo una patada del rubio bajo la mesa. Mila sonrió.
— ¡De ti también habla un montón! — Dijo Mila poniendo buen énfasis en montón.
— ¡¿Para que mientes?! — Berreó Yuri, pero la chica lo ignoró.
— ¿Qué van a tomar? Puedo ofrecerles alguno de mis tragos especiales, los preparo yo con mucho cariño.
— Para mí está bien una limonada con un mínimo toque de vodka, Mila. Y para Yuri un jugo, él es menor de edad.
— ¡Eh! ¡Que ya casi cumplo 18!
— Faltan tres meses, fierecilla — Rió la pelirroja—. Y Otabek, te traeré unos chupitos que preparo yo que están buenísimos.
— No tomo demasiado alcohol, aclaro.
— Por una vez no morirás. A Yurio le traeré jugo de manzana y un trozo de pastel de cumpleaños para que festeje su mayoría de edad adelantada.
— ¡Que no me llames Yurio te dije! ¿Y por qué no te pones a currar, que para algo te pagan tus padres, zorra?
Mila se despidió de ellos, despeinando una vez más a su amigo. Otabek no podía dejar de mirarlo con ternura.
— Deberías tratarla mejor.
— A ti te trato igual.
— Ella es mujer.
— Ella nos podría patear el culo a ti y a mí. Y a Leroy. Y a Crispino. Al mismo tiempo. Pero asumo que no quieres hablar de las habilidades de la vieja bruja en las artes marciales.
— Por supuesto que no. Quería contarte algo.
Yuri le dedicó una mirada curiosa. Mila dejó a Otabek un vaso que parecía contener una galaxia dentro de sí, una perfecta explosión de azul y violeta. A Yuri le dejó un jugo de manzana en cajita y con sorbete, y la verdad era que se rió a carcajadas cuando el chico hizo un escándalo. Cuando Mila decidió que era suficiente escarmiento, le trajo una lata de bebida energizante, que al parecer era la favorita del rubio.
Tantas cosas que Otabek todavía no sabía.
— Eh, Yura — Lo llamó— ¿Por qué no me cuentas acerca de algo que te guste?
— ¿No me querías contar algo tú, insensato?
— Pero eso podemos dejarlo para después. Háblame más de ti.
— Siempre te hablo de mí.
— Me hablas de cosas que odias o te molestan. Ahora quiero que me hables de cosas que ames.
— Eh, bueno... — Murmuró rascándose la cabeza. Entonces habló.
Le contó sobre las comidas de su abuelo y como le apasionaba intentarlas él mismo luego; sobre la primera vez que patinó y sobre cómo le encantaban los reality shows extranjeros como Gran Hermano o el show de las Kardashian. Le dijo, aunque ya lo sabía, que le apasionaba el animal print sintético y que nunca compraría una pieza pagada con la muerte de un animal. A Yuri le gustaban los gatos, Instagram y el rock pesado. Dormir la siesta, los memes y los vehículos modernos (lo qué explicaba cómo había quedado prendado de su moto).
Los ojos de Yuri brillaban intensamente. Otabek no podría haberse sentido más feliz de haber preguntado.
— Es extraño — Admitió Otabek—, que te guste Instagram. Yo no tengo redes sociales pero he visto como se comportan los amantes de Instagram.
— ¿Y cómo sería eso? Ilumíname, oh Gran Oráculo de Delfos — Ironizó.
— Le toman fotos a todo.
— ¿Entonces...?
— Nunca te has tomado una foto conmigo.
Yuri su ruborizó, y escondió su mirada tras su flequillo rubio. Otabek no estaba seguro si había querido decir eso o había sido el alcohol.
De repente, su compañero se vio decidido.
— Pues lo pides, lo tienes.
Se lanzó hacia él, y apoyó su mejilla izquierda contra la suya derecha. La piel de Yuri era suave y fría, y Otabek se maldecía a sí mismo por no haberse afeitado desde hacía casi tres días.
Yuri alzó el brazo y le pidió que sonriera, mientras lo rodeaba con el otro, descansando su puño sobre la clavícula de Otabek. Si bien no mostró la dentadura, esbozó una sonrisa. Y luego vino un aluvión de clics y flashes, donde ambos hacían caras bobas y sacaban la lengua o hacían gestos obscenos.
— ¡No se vale! Yo también quiero — Dijo Mila apareciendo de repente.
— Consíguete tus propios amigos — Le espetó Yuri.
— Oblígame.
Mila se sentó sobre las piernas del rubio y se estiró lo suficiente, hasta que quedó recargada sobre el pecho de Otabek. La mirada enrarecida de Yuri era cómica, pero al final lo dejó pasar y tomó a su amiga de la cintura. Otabek estiró su brazo a través de Mila hasta tocar el de Yuri.
La foto había sido preciosa. Casi, casi se tentó de crearse una cuenta de Instagram para subir aquellas pequeñas joyitas así podía compartirlas con el mundo. Mila haciendo el signo de la paz y guiñando un ojo, Yuri sacándole la lengua a su amiga, y Otabek, un poco más sencillo, solo sonriendo. Poco le importaba la marca que le había dejado el tajo hecho por los maleantes y lo "antiestético" que muchos habrían considerado que quedaba en las fotos.
— Te la estoy mandando — Le dijo Yuri, cuando justo Mila metió un brazo entre ambos. Con el otro bebía el trago de Otabek.
— ¡A mí también!
— Nadie te dio vela en este entierro.
— ¡Uf!
La noche había sido maravillosa. Otabek siempre había sido de aquellos que preferían pasar el tiempo, y todavía lo prefería, pero no cambiaría por nada del mundo las horas junto al problemático y maravilloso Yuri Plisetsky.
Esa noche cuando fue a dormir, esperó que Viktor y Yuuri también lo pasaran tan bien en sus sueños.
* * * *
Viktor
1941, Frontera Corea-Rusia
— ¡Cuéntame otra vez sobre la boda de tus amigos en la que hiciste todo un show borracho! — Exclamó Viktor, riéndose.
— Ah, Viktor, ¡Te gusta torturarme!
Era ya la decima sexta vez que se encontraban en casi tres meses. Siempre en el mismo lugar, siempre a la misma hora y siempre con las mismas ganas.
Sus respiraciones eran agitadas puesto que no podían dejar de carcajear juntos.
Y Yuuri se veía tan hermoso, que Viktor sentía que le metían la cabeza en un cubo de agua helada y tenía que soportarlo sin hacer ninguna mueca.
— Me gusta la cara que pones cuando lo cuentas.
— ¿Te gusta verme mortificado?
— Digamos que sí.
— ¿Y por qué no me cuentas tú algo? Siempre soy yo el que te está contando todas mis odiseas.
— Hm — Pensó Viktor—. Mi vida no es muy interesante.
— Viktor, tu vida se basa literalmente en viajar por el mundo y ayudar a gente en situación de necesidad ¿Qué parte tiene eso de no interesante?
— Te olvidaste de mortificar a chicos japoneses.
Yuuri le golpeó en el hombro con cariño, pero dejó de sonreír. Giró sobre sí mismo, apoyándose sobre sus codos y mirando a Viktor desde más arriba.
— Tengo que irme.
— ¿Cómo? ¿A dónde?
— Nosotros... Tenemos que hacer una campaña en Hong Kong. Las tropas imperiales entraremos a través de los puertos y atacaremos la joya del imperio británico en Asia.
— Pero ¿Por qué?
— Órdenes de arriba.
— Niégate.
— No. Debo hacerlo. Debo ir.
— Yuuri...
— Tengo que ir.
— Sí sabes lo que ocurrirá ahí ¿No? ¿Qué pasó con eso de hacer del mundo un lugar mejor? ¿Seguirás contribuyendo a que caiga más bajo?
— Ya estoy en este barco. No puedo bajarme, si quiero que el honor de mi familia se mantenga. De todas formas soy un solo chico contra la guerra. En la posición que estoy ahora, solo me queda aceptar la tarea que se me ha encomendado.
Viktor no dijo nada, pero pudo ver lo que Yuuri pensaba, en sus ojos: Horror. Muertes. Remordimiento. Destrucción.
Pero por otro lado, Yuuri parecía otra persona. Desde aquella charla el día de la muerte del soldado chino Guang Hong, y dónde Viktor le había contados sobre niños muertos, Yuuri se había endurecido. Parecía casi decidido a seguir con la guerra, si eso significaba que terminaría más rápido.
— Tienes razón en que ayudaré a destruirlo, por las consecuencias inmediatas que me traería. Pero luego con mi experiencia ayudaré a construir un mundo donde las guerras y los niños soldado ya no existan más.
Ambos enmudecieron. Viktor tuvo una idea, descabellada, pero que necesitaba compartir con Yuuri.
— ¿Y si yo voy...? — Empezó a decir, pero Yuuri lo corto.
— Viktor, no. No irás a Hong Kong. Será una masacre.
— No puedes obligarme a nada.
— El ejército japonés te pasará por encima. Y si a mí me llegan órdenes de liquidar a cualquier persona que pertenezca al bando opuesto, debo obedecer.
— No me hables de obediencia, cuando te escabulles cada vez que puedes para verme — Masculló enojado, pero se arrepintió al ver el rostro entristecido de Yuuri.
— No lo entiendes.
— Ni quiero entenderlo. Déjame ir a Hong Kong. Chris irá conmigo.
— ¿Qué pasará con los refugiados de Corea?
— Hay muchos voluntarios. Además, en Hong Kong también hay gente que me necesita.
Yuuri no dijo nada y Viktor lo tomó como un avance. Apoyó su frente contra la suya y lo miró a los ojos.
— Ahora que he conocido a alguien tan especial, no quiero tener que abandonarlo.
— Yo tampoco — Confesó Yuuri.
— Te veré en Hong Kong. Las estrellas tampoco brillarán allí y nos encontraremos.
Entonces lo abrazó. Sentía el cálido aliento de Yuuri en su cuello y como sus músculos se relajaban entre sus brazos. Así, acurrucados y sintiéndose queridos en los brazos del otro, se dejaron atrapar en las redes de Morfeo.
* * * *
Viktor quiso saltar en una pata cuando Chris aceptó su propuesta. Era surreal lo leal que su amigo era, pero Viktor tenía sus sospechas.
Chris era un enamoradizo nato y creía que todos debían seguir los instintos de su corazón por más absurdos que fueran, así que ¿Quién era él para negarle a Viktor de seguir el camino del amor? ¿Qué importaba si lo único que habían hecho era sentarse a hablar bajo el cielo estrellado durante semanas? El ruso pensó que la palabra amor todavía le quedaba demasiado grande.
Pero la cosa era que Viktor jamás había mencionado la palabra amor ni tampoco había hecho alusiones. Chris solo le dio una enigmática sonrisa y unas palmadas juguetonas.
Supuso que no había sido necesario, al final de todo.
* * * *
¡Hola a todas! Espero les guste este nuevo capítulo.
Cualquier cosa que tengan para decir, la dejan en comentarios <3 ¡Gracias por leer!
Besos
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