Capítulo 11
Capítulo 11
Mila
Actualidad, Rusia
Se podían decir muchas cosas de Mila Babicheva: que era preciosa, una patinadora sin igual, una muchacha sencilla y simpática, persistente hasta el hartazgo, burlista y una amante de lo bohemio. Pero había una cosa que nadie podía decir, ya que era algo que solo ella conocía de sí misma.
Era excelente guardando secretos. Especialmente los suyos.
Hipócrita, era lo que ella pensaba de sí misma. Te la pasas fastidiando a Yuri sobre guardarse todo y tú eres la principal mentirosa aquí.
Tenía sus razones, al menos hasta que Yuri le contó acerca del sueño.
Mila había actuado como cualquier mejor amiga: ofreciendo apoyo, buscando respuestas lógicas sin herir los sentimientos del otro. Incluso lo había llevado a una vidente, pero no exactamente porque quería ayudar a su amigo. Se estaba ayudando a sí misma.
Mila Babicheva era la Reina del Engaño y de las caras ocultas.
Porque ella también tenía sueños, claro. Sueños recurrentes, que parecían trazar un cuento entre sí. Un cuento tan viejo que nadie que estuviese vivo hoy en día, tendría que haber sido capaz de contarlo con tanta facilidad y detalle como la joven rusa.
Un cuento acerca de un chico tailandés que tuvo la mala suerte de nacer en el año 1921; veinte años antes de la Segunda Guerra Mundial.
* * * *
Phichit
1941, Corea
A pesar de las bajas temperaturas de enero, el calor y la humedad eran sofocantes en la prisión. Sumado a eso estaba la gotera y el tintineo que hacían las cadenas de los reos, que lo volvían loco lentamente.
Debería haber estado agradecido. Mientras Yuuri Katsuki, su nuevo amigo en el ejército, se encontraba haciendo reconocimiento en los salvajes límites de la frontera, a Phichit lo habían delegado a cuidar de los presos de guerra.
Rebeldes, ladrones, soldados enemigos, espías, desertores, asesinos, violadores; la peor calaña que uno se pudiera encontrar. Para Phichit, ellos seguían siendo personas.
Los alimentaba, los vigilaba, les daba agua. Sus simples existencias podía decirse que eran más tolerables porque una mano amable como la suya era la que controlaba los hilos de sus vidas. Era enfermizo cada vez que lo pensaba.
Varias veces se dijo a sí mismo que tenía que cambiar ese pensamiento. Cualquiera de ellos le pegaría un tiro en la cabeza y arrancaría de sus manos moribundas la llave hacia el mundo exterior. A ninguno de ellos le importaría que Phichit en realidad no quería estar allí, y que era el trabajo más espantoso que un veinteañero filántropo como lo era él, podía hacer.
Y especialmente debía permanecer alejado del inescrupuloso rebelde coreano, Seung-Gil Lee.
Más de una vez había intentado charlar con él, por alguna razón más allá de su cordura. El chico ni siquiera le daba una segunda mirada. No comía ni bebía hasta que Phichit se marchaba, y no aceptaba las toallas húmedas ni las vendas luego de los interrogatorios. Uno de los dedos se le estaba empezando a infectar, y uno de sus colmillos ya no estaba en su lugar. Tenía el cuerpo raquítico, magullado, roto.
Quizás era que ambos tenían veinte años y que habían tenido la mala suerte de nacer en un país con tendencias a ser oprimido. Phichit no sabía por qué, pero lo buscaba como un perro a su amo. Y Seung-Gil no era más que un gato herido y arisco, dispuesto a rehuir y bufar a cualquier muestra de afecto o simpatía.
A veces parecía que su mirada había sido tallada en piedra.
— Hoy traje pan de ayer. Es lo más nuevo que pude conseguir — Dijo Phichit en japonés. Seung-Gil no quitó su vista de una mancha de humedad—. Y yo que tú comería el guisado rápido antes de que se enfríe.
Nada.
Uno diría que el chico no hablaba japonés, pero Phichit lo dudaba. Lo había visto escupir algunas frases hirientes en japonés durante los interrogatorios, y también estaba seguro que el chico podía entender las preguntas pero elegía no responderlas.
— A veces pienso que de tanto estar callado ya te olvidaste de cómo hablar.
Ni siquiera volteó a verlo. Phichit suspiró.
Esa escena se venía prolongando desde que lo habían dejado allí.
* * * *
No podría haberlo sabido, ya que ese día avanzó como cualquier otro. Comida a todas las celdas, palangana de agua a los que no daban muchos problemas, y luego silla para que su trasero descansara.
Pero el gato de la celda H11 tenía otros planes.
— ¿Podrías traerme una manta?
Phichit no dio crédito a lo que escuchaban sus oídos. Miró, perplejo, al chico demacrado frente a él. Toda la lucidez, testarudez y audacia que había visto cuando lo conoció en noviembre del año pasado ya no existía. Solo quedaba resignación.
— Eh, creo que hay unas por ahí para los guardias, pero están bastante roñosas y rotas, no servirían para su función de mantas.
— No quiero cubrirme, solo... Estoy tan cansado del suelo.
Se obligó a sí mismo a no mirarle. Una cosa es que Phichit intentara ser amable con ese delincuente, pero otra era que luego de meses de silencio, éste le hablara para pedirle algo tan trivial como una manta. Era un bobo ingenuo, pero no lo era tanto.
Solo le daría la manta y seguiría siendo amable con él durante las comidas, pero nada más.
Tomó la menos raída y sucia. Cuando se acercó a la celda, pensó que tal vez el chico le daría algún golpe para arrancarle las llaves.
Y luego el Cabo te sacará a ti los ojos si dejas que eso pase.
Estaba tan destruido. Phichit tomó un salto de fe, como siempre le decía su tío, que era un No Nen (1) en su natal Tailandia. Pero eso había sido hacía muchísimo tiempo, antes de que un opresor europeo pisoteara la paz de su país cuando Phichit no había tenido más de cuatro años. Su tío era quien lo había cuidado hasta que lo entregaron a una familia de clase media japonesa.
Así que tomó su salto de fe. Y no se equivocó.
Seung-Gil estiró la mano que aun estaba medianamente sana y envolvió sus blancos dedos, pintados de mugre y sangre seca, sobre la tela. Durante unos segundos ambos la sujetaron con fuerza, como si estuvieron sosteniendo sus propias almas ante el otro. Phichit la dejó ir, y el chico coreano se acurrucó bajo la tela, temblando, con el ceño fruncido pero con los ojos más tristes que había visto en esa celda.
Phichit pensó como muchas cosas en el mundo se daban por sentado.
* * * *
La verdad era que no podía dejar de mirarlo. No porque fuera interesante, ya que el chico era bastante aburrido en realidad. Pero a Phichit le encantaba tomar las cosas aburridas y hacerlas más divertidas.
— Dispara — Dijo Seung-Gil. Phichit no hizo nada, y trató de no sobresaltarse cuando lo escuchó.
— No quiero dispararte — Musitó, temeroso.
— Me refiero a que preguntes lo que quieras preguntar.
— ¿No te han estado haciendo preguntas por las últimas semanas y te has negado a responder todas ellas?
— Me negué porque no les quería responder a ellos.
— ¿Y a mi sí?
No dijo nada, pero su semblante era más sereno. Parecía como si de a poco hubiera derribado sus muros de concreto.
Pero, ¿Por qué? Y justamente ahora.
— ¿Duele?
— Me duele más el alma que las palizas. Me duele el abandono.
— No tienes que ser tan impasible, podrías... tu sabes, romperte, si quisieras. Quizás así te dejen ir.
— Nunca me dejarán ir.
Se tomó un segundo para procesar todo aquello.
— ¿Y por qué no te has suicidado todavía, entonces?
— Curiosa forma de dar apoyo — Masculló irónico. Phichit se mordió el labio superior.
— Es que tienes cara de querer morirte todo el tiempo.
— Y tienes razón, por algo me metí con los rebeldes cuando tenía diez.
— ¡Pero si eras un niño! — Dijo ahogando un gritito.
— A veces pienso que todavía lo soy, cuando veo la crueldad de los adultos.
— Tu también has matado inocentes con tus redadas.
— Matado, sí. Inocentes, no.
— Eso no sabes — Replicó Phichit con creciente enojo.
— Cualquiera que perpetúe de callado un régimen opresor no es un inocente — Respondió Seung-Gil.
— A veces no queda otra opción.
— Siempre tenemos otra opción.
Ya no quería hablar con ese chico. No era más que un adolescente enojado, pero Phichit también era un adolescente enojado muchas veces y no se comportaba como si supiera los secretos del mundo. Rara vez quería golpear a alguien, pero aquel momento lo quería.
— A mí no me dieron una opción cuando entré en la Armada Imperial.
— ¿Te pusieron una pistola en la cabeza? ¿Te drogaron y metieron maniatado en los campamentos militares? — Dijo, sonriendo como una calavera. Phichit bufó.
— No, pero era esto o vivir en la calle porque me deshonrarían.
— Entonces tenías una opción.
— ¡Eso no era una opción!
— Por como lo veo, tú podías elegir. Así como yo ahora. Podría tomar el camino fácil, dormirme y cerrar los ojos para siempre, pero no lo hago.
— Eres un estúpido entonces, porque estás seguro de que nunca saldrás y aún así no quieres morirte.
— Quizás estoy buscando como un tonto alguna última luz antes de partir.
La parte racional de Phichit quiso decirle que no existía esa luz que buscaba. Quería decirle que se dejara morir, que podía ayudarlo y acompañarlo, como le gustaría que alguien lo hiciese por él si se encontrase en esa situación.
Pero la parte sentimental de Phichit estaba segura de que Seung-Gil encontraría esa luz más pronto de lo esperado, aunque eso significase que su partida también estuviese a la vuelta de la esquina.
* * * *
— Me vine a disculpar — Dijo Phichit, acercándose a las rejas de Seung-Gil, dos días después de la discusión—. Yo no soy quien para juzgar tus decisiones.
Como era común en él, Seung-Gil no dijo nada. Phichit resopló. Le dejó su cena y cuando se dispuso a irse, una mano lo tomó de la muñeca.
Llegó mi hora, pensó mientras sentía miles de hormigas caminándole por el brazo. Pensó que finalmente el rebelde coreano le torcería el cuello o le clavaría algún arma punzante que había estado escondiendo.
Pero lo soltó. Lo soltó y se dirigió a su esquina, para empezar a comer. Y Phichit lo entendió.
Era un mensaje silencioso, suplicante.
Quédate, porque no quiero morirme aquí sólo.
Quédate, porque puedo darme el lujo de pedirlo, luego de que me lo han quitado todo.
* * * *
En la prisión se perdían la noción del día y de la noche, pero había dejado de importarle luego de que él y Seung-Gil estaban en buenos términos.
No hablaban mucho, y lo poco que hacían, era Phichit desvariando alegremente sobre algún tema sin importancia o preguntando pequeñas idioteces. Seung-Gil contestaba con monosílabos o gruñía, bufaba e incluso a veces reía. Phichit entonces se burlaría diciendo que debían pedir un deseo ya que esas cosas no eran usuales, lo que llevaría a que Seung-Gil frunciera el ceño otra vez.
— ¿Sabes? Eres como un gato. Arisco cuando lo buscan, pero cuando se cansa de estar solo busca un poco de cariño — Le dijo Phichit durante una cena.
— Prefiero ser un cuervo.
— ¿Y eso por qué?
— Porque los cuervos recuerdan todo, especialmente los rostros humanos. Recuerdan la mano que los alimentó y también las manos que lo metieron en una jaula. Sí, prefiero ser un cuervo.
— Eso quiere decir que te acordarás de mí — Afirmó el tailandés. Seung-Gil no respondió, pero Phichit pudo ver un atisbo de sonrisa.
* * * *
Seung-Gil seguía sin apartar la vista de la usual mancha de humedad. Todos los días era lo mismo, por más de que Phichit le hablase, no quitaría su mirada por más de unos minutos.
— ¿Qué estarías haciendo si no hubiera guerra?
— Estaría mirando la humedad de mi pared.
— Gracioso. Yo estaría bañándome en las aguas de Tailandia, o tomándome un delicioso té helado.
— No pregunté — Intervino ceñudo. Era casi cómico, puesto que tenía las cejas muy espesas, y la mugre que le cubría la cara hacía que pareciese una sola gran ceja. Phichit no era tan bobo como para hacer mención de algo así sin saber que le traería consecuencias.
— No necesito que preguntes, estoy hablando en voz alta para mí mismo — Espetaba Phichit, mientras seguía diciendo algunas incoherencias en voz alta. Seung-Gil rodó los ojos.
— Niño.
— Y a mucha honra.
— Este no es mundo para niños. Está lleno de adultos hambrientos de poder y dolor.
— Si los niños nos uniéramos podríamos acabar con ellos. Lástima que exista gente con alma de ancianos como tú.
Seung-Gil suspiró, dando por terminada la charla. Phichit lo encontraría sonriéndole a la pared cuando creía que el chico ya lo había dejado solo.
* * * *
Ese día había ocurrido algo casi mágico. Surreal.
Seung-Gil le había dado charla. Y no para pedir algo. Simplemente para hablar.
— ¿Cuál es tu color favorito? — Curioseó. Phichit alzó una ceja, suspicaz.
— El azul sin dudas. Pero el azul claro como las costas que bordean Phuket (2), donde viví unos meses con mi tío y mis hermanas ¡Oh pero también me gusta el rojo! Es tan bonito y muchos países lo usan en sus ropas tradicionales. Aunque el púrpura también...
— No pueden gustarte todos los colores — Masculló molesto Seung-Gil.
— ¡Claro que sí! ¿Y a ti cual te gusta? — Atacó Phichit. El coreano se tomó su tiempo.
— El naranja — Dijo avergonzado—. Yo tenía un hanbok (3) naranja y era mi cosa favorita en el mundo cuando tenía ocho.
— Pues te debes haber visto muy chistoso.
— Espero no estés imaginándome con el hanbok puesto.
— ¡Tarde! — Rió Phichit, deseando que aquel momento durara más de lo que estaba destinado a durar.
Que iluso había sido pensar en algo así.
* * * *
Lo iban a trasladar. No era sorpresa, en realidad. Pero había una pequeña esperanza de que quizás eso no le ocurriera a él. Pero no todas las personas nacieron con una estrella sobre sus cabezas.
Seung-Gil también se lo esperaba, y no se sorprendió cuando le contó. No dijo nada, pero al menos intercambió una larga mirada con él.
— Esto... La he pasado bien contigo, de verdad. Yo... De verdad espero que salgas.
Silencio.
— Así que por favor diles lo que quieran saber.
Silencio.
— Espero encuentres tu luz. Y que puedas usar tu hanbok otra vez. Y pruebes el kimchi (4) de tu mamá, como te he oído decir en dormido. Y también... que salgas, simplemente. Y que no olvides mi cara ni mis manos que te alimentaron.
Silencio.
Phichit se volteó, con los ojos a punto de estallar. Eres un tonto, tonto, ya no le sirves y poco le interesa despedirte.
— Hasta siempre, Phichit Chulanont — Escuchó que dijo, justo antes de cruzar la puerta.
Giró a verlo, y Seung-Gil miraba a la misma mancha mohosa en la pared, pero ahora sonreía de verdad.
Entonces cuando salió, Phichit miró al cielo estrellado e hizo una promesa.
Por favor, Seung-Gil, suplicó.
No te mueras todavía.
* * * *
Mila
Actualidad, Rusia
Sus sueños solían ser divertidos y esperanzadores, a pesar de estar revestidos de melancolía y recuerdos de una vida que no era suya. Eran dolorosamente soportables y adictivos, y Mila deseaba drogarse en ellos todas las noches.
Ella quería a Phichit más que a cualquier persona en el mundo. No se conocían y nunca lo harían, pero ella lo quería.
Con él aprendía cosas. Había aprendido la belleza de la familia, el valor de una amistad, el poder de una sonrisa o una caricia, y también sobre como dejar de tomar las cosas por sentado.
Por eso Mila arreglaría las cosas en su vida. Recompondría la rota relación con sus padres. Con Yuri había logrado mantener a flote su amistad antes de que se fuera a pique.
Y ahora le quedaba la más importante, la de la persona que la hacía suspirar, desvelarse en las noches mientras fantaseaba acerca de las mañanas a su lado. Un rayo de luz en medio de las tinieblas, como habría dicho Phichit.
La mujer que amaba y veneraba en sus mentes como a una diosa; la italiana Sara Crispino.
* * * *
Phichit
1941, Corea
Lo mandaban al norte, a más de cinco horas de la cárcel en la ciudad portuaria de Wŏnsan. Ya nunca se sentiría como una cárcel para él.
Cuando el camión aparcó y cinco cabos bajaron para unirse al resto del pelotón, Phichit debería haber incluso tenido un mínimo presentimiento de lo que ocurriría.
Todos estaban vestidos iguales y todos llevaban el cabello oscuro pero él lo vio a lo lejos y la emoción en su interior no pudo ser contenida, porque sabía que era él.
Las amistades se miden por el tiempo en que pasan separados, era otra cosa que su tío le repetía. Con justa razón.
Habían sido amigos un par de semanas pero aquel primer castigo que soportaron y superaron juntos los había unido para siempre. Phichit no había dejado de admirarlo y su aprecio por el Jotohei no había dejado de subir, como si se tratara de una amistad de toda la vida.
Phichit sonrió, feliz de volver a ver aquella cara amigable e infantil, pero que escondía uno de los tipos más fuertes que conocía.
Sus pies corrieron.
Levantó los brazos.
Y gritó.
— ¡Yuuri!
* * * *
Glosario:
1- No Nen: Título que se le da a los monjes novicios en Tailandia.
2- Phuket: Ciudad tailandesa famosa por sus preciosas playas de aguas cristalinas.
3- Hanbok: Vestido tradicional coreano, tanto para hombres como mujeres.
4- Kimchi: Comida tradicional de Corea, cuyo ingrediente principal es la col china.
* * * *
¡Y aquí está el capítulo 11! Al final el misterio era que se descubría qué más de dos personajes habían reencarnado. Pero no se preocupen por la maratón, ya que viajo el miércoles y como no se si podré publicar desde a donde a voy (Me voy 4-5 días) ¡Les dejaré maratón!
Que hayan tenido un hermoso inicio de 2017, y gracias a NissideCat por sus mensajes tan lindos siempre.
Besos
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