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Capítulo 1




Capítulo 1

Yuri

Actualidad, Rusia

San Petersburgo era frío casi las tres cuartas partes del año.

Enfundado hasta el cuello y con las manos en los bolsillos, Yuri caminó a través de la gélida ventisca de otoño para llegar a la Academia de Patinaje Artístico de la calle Tupolevskaya, en el edificio 4. Recorría el mismo camino, solo, desde que tenía 11 años y su abuelo había decidido que el pequeño Yurachka tenía que conocer un poco más de su ciudad.

La ciudad, a pesar de las bajas condiciones climáticas, siempre estaba viva. Llena de turistas emocionados que visitaban el antiguo Palacio de Invierno, jóvenes estudiantes somnolientos dirigiéndose a sus clases e incluso un buen grupo de exhibicionistas que esperaban a que saliera un pequeño rayo de sol para quitarse las ropas y apoyarse contra el cemento hervido de las paredes para entrar en calor.

A Yuri le gustaba San Petersburgo, pero de vez en cuando se encontraba pensando en la hermosa Moscú, la ciudad que lo vio nacer y crecer, pero que no visitaba hace más de siete años.

–                   ¡Eh! ¡Cabeza de plátano! – Exclamó una voz aguda detrás de Yuri. El chico pegó un salto, como todas las veces que aquella mujer lo sorprendía.

–                   ¿Acaso estás buscando infartarme, Mila? Ya sé que te gustaría verme muerto, vieja bruja, pero no te aparezcas así ¡Algún día te pegaré un golpe de puro reflejo y verás! – Dijo Yuri, con una mano en el pecho para asegurarse de que no se le había salido el corazón. Mila solo estiró la mano y le revolvió sus largos cabellos rubios.

–                   ¿La fantasía de que no eres solo un gatito indefenso otra vez, Yura?

–                   ¡Vete a parir, anciana!

Mila Babicheva, una bellísima rusa de 21 años, era quien se llevaba el título de mejor amiga de Yuri desde hacía tres años. Tenía el cabello corto y del color del fuego, que se veían preciosos con sus ojos de color azul eléctrico. Ambos asistían a la Academia desde que el chico se había mudado a la ciudad, pero al principio no hacían buenas migas; hasta que la profesora Lilia los había obligado a pasar juntos en un cuarto bajo llave durante dos horas hasta que dejaran de discutir (O hasta que Yuri dejara de insultar). Y el experimento había funcionado.

Había funcionado más que bien.

–                   Eh, larva, me voy con Lilia ya. Que te diviertas con Yakov mientras saltas como conejita en la pradera.

–                   Sí, sí, vete de una vez – Dijo con el ceño fruncido. Mila le tiró un beso y un guiño, a lo que Yuri respondió con un gesto obsceno.

La pista de entrenamiento era bastante chica en comparación de la pista de exámenes o de las grandes pistas de San Petersburgo, como la del Palacio de Hielo.

A Yuri no le importaba. Él solo quería ponerse los patines y dejarse ir de una vez.

Como era costumbre, Yakov se había retrasado. Regañando a algún alumno, persiguiendo a Lilia o vaya Dios a saber qué cosa. A Yuri tampoco le importaba esto. En realidad, había pocas cosas que le importaran demasiado al chico.

Fue hasta la banca y saco los patines de su bolsa, su más preciada joya: eran de color blanco y estaban impecables, con una hoja que relucía cada vez que un haz de luz chocaba contra ella. Habían sido un regalo de dieduchka (1) Nikolai, y para Yuri nada era más importante que un regalo hecho por la persona que más quería en el mundo.

Tan enfrascado estaba en su tarea que se levantó de golpe y no se percató de que otro chico también caminaba hacia la banca justo en ese momento, a quien terminó dándole un cabezazo.

–                   ¡¿Pero te puedes fijar?! – Dijo el rubio con un alarido.

El chico dio un respingo mientras se sobaba la nariz con una mano enguantada. Yuri sabía que estaba siendo injusto con el extraño, ya que era quien se había llevado el golpe mayor, pero ser amable no estaba entre sus prioridades.

–                   No volverá a pasar – Contestó tras un momento, con una voz grave y un suave acento extranjero, pero con un ruso excelente.

–                   B-bueno, ¡Más te vale!

Se quedó atónito ante la cordialidad del extraño. Cualquier otro de la Academia le habría contestado algún insulto al que Yuri se habría visto obligado a devolver más tarde. 

Tras un asentimiento de cabeza, el otro chico se escabulló hasta los vestidores, donde estaban los patines comunitarios.

¿De dónde había salido ese sujeto?

A Yuri le resultó extrañamente familiar y se indignó luego de darse cuenta que era por culpa de su undercut (2), el mismo peinado que llevaba el asqueroso de Jean Jaques Leroy; también llamado JJ, el canadiense de intercambio que era el rival de Yuri hacía casi dos años. Aun así, no pudo evitar pensar que se veía mucho mejor en este chico, que acentuaba sus afilados rasgos centroasiáticos (Yuri se aventuraba a pensar que era kazajo o tal vez uzbeko) y su cara estoica.

Decidió no ahondar mucho en sus pensamientos y se lanzó a la pista.

En el hielo, Yuri dejaba de ser Yuri y se unía a éste. Su alma se fusionaba con el hielo y le permitía moverse como lo haría por los rincones de su mente.

Se sentía en paz.

Hasta que, por supuesto, llegaba Yakov y lo reñía por patinar y cansarse antes de la clase.

* * * *

No volvió a ver al chico de cara seria, ni tampoco a Mila ni a ninguno de sus otros compañeros. Por suerte, había sido un día más sin tener que ver la horrorosa sonrisa socarrona de JJ.

Como era fines de otoño, el sol comenzaba a ponerse desde más temprano y a pesar de que solo eran las 5 de la tarde, Yuri volvía a su casa en plena oscuridad.

A una casa vacía, como pasaba todos los jueves, cuando su abuelo se retiraba por tres días a visitar a la madre de Yuri. Ya le había pedido a su nieto que lo acompañara, pero éste seguía rehusándose.

Pero que el abuelo no estuviera en casa no significaba que Yurachka quedaba desamparado. La heladera siempre quedaba a rebosar de comida casera y refrescos. A veces también le dejaba un poco de chatarra y chocolates ¿Qué podía decir? Todavía era un niño mimado.

Se sirvió un poco de borsch (3), que al parecer su abuelo acababa de dejar hecho para su pequeño, le agregó una buena cantidad de crema agria y se tiró a mirar un rato la televisión. Caja boba, como le gustaba decir a Nikolai.

Después de alimentarse, bañarse y deambular por la casa como alma en pena, el joven Yuri decidió que iría a dormirse más temprano de lo normal.

Sí, su vida era una bomba de diversión.

Pero poco se imaginaba que todo cambiaría cuando posara su cabeza en la almohada y entrara en el mundo de los sueños.

* * * *

Yuuri

1940, Japón

Lo que más extrañaría era el katsudon.

Bueno, por supuesto que iba a extrañar a mamá y papá, a Mari, Minako, Yuuko y Takeshi, e incluso a las indomables trillizas de estos. También a Vicchan. Pero es que cuando estuviera sirviendo como soldado especial del Ejército Imperial Japonés y le dieran de comer algún guisado de hace tres días, en lo único en que pensaría era en el delicioso tazón de cerdo que su amada madre Hiroko le preparaba.

En aquel momento se encontraba en la popa del Acorazado Nagato (4), a punto de partir hacia el continente; más exactamente hacia la península coreana donde enviaban a los soldados novatos de campaña. El barco había zarpado hacía unos minutos y en todo lo que podía pensar era en los ojos llorosos de su madre y en el orgullo que sentía su padre.

A Yuuri no le agradaba estar allí. Y no ciertamente luego de los tratados en los que su país se había visto envuelto; como aquel firmado con el Tercer Reich y la República Italiana.

No fue hasta que un joven se sentó a su lado, con la mirada al horizonte, que dejó de perder en sus pensamientos.

–                   Es muy bonito a pesar de todo, ¿No? – Le preguntó el chico. A Yuuri le sorprendió su físico; con su piel morena y dulces rasgos del sudeste asiático, no pudo evitar preguntarse cómo alguien como él había llegado hasta el Nagato.

–                   Creo que solo si olvidas la función que cumple este barco realmente – Contestó con una tímida sonrisa y extendió su mano–. Jotohei (5) Katsuki Yuuri, es un gusto.

–                   Ittohei (6) Phichit Chulanont y el gusto es mío – Respondió sonriente y agitando enérgicamente su mano. Yuuri abrió la boca para hablar, pero Phichit lo detuvo–. Soy tailandés de nacimiento, pero llevo varios años aquí.

–                   Oh.

Yuuri no supo que decir realmente. No era secreto de que el Imperio Japonés intentaba conquistar gran parte del este de Asia y también el sur, por lo que no tenía sentido que Phichit, un tailandés, luchara a favor de la gente que planeaba invadir su país probablemente.

–                   Puedo ver la duda en tu rostro – Se rió–. Lo cierto es que me crié con una familia japonesa, ya que la situación en Tailandia no es muy buena desde hace bastante. Incluso ahora están en guerra con Francia ¡Pero me gusta mucho Japón! La comida es deliciosa y la mayoría son muy lindos, aunque ciertamente no puedo decir eso de los soldados – Dijo esto último a modo de susurro–. Y la verdad es que solo quiero que este conflicto termine de una vez. Es muy triste encender la radio y oír sobre bombardeos, muertes, violaciones ¡Si nosotros estamos mal imagina como están en Europa!

–                   ¿Y crees que viniendo a la guerra hará que termine pronto? – Inquirió Yuuri, escéptico.

–                   Bueno, al menos para mí podría terminar pronto – Dijo el tailandés burlón.

–                   ¡No digas esas cosas!

–                   Vamos, Yuuri-san, si no bromeamos con nuestras propias muertes entonces estamos condenados en serio.

Phichit calló por un rato, al igual que Yuuri, ¿Qué si no se lo había planteado? Claro que sí. Yuuri fantaseaba muchas horas sobre cómo sería su muerte: en una explosión, con un montón de balas atravesando su cuerpo, torturado como prisionero de guerra. Tal vez incluso en ese mismo barco, torpedeado por los chinos. No lo sabía. Tampoco quería saber. Yuuri solo quería que si pasaba (y pasaría, muy probablemente) es que fuese rápido.

* * * *

Los días pasaron y el acorazado atracó en Wŏnsan (7), de donde las tropas imperiales bajaron y recorrieron a lo largo de la ciudad, marchando, atemorizando a los locales a su paso.

Yuuri prefería perderse en el centro, por detrás de la bandera de guerra, a ver si lo ocultaba de toda aquella conmoción. Phichit iba a su lado, con el gesto más serio que le había visto desde lo que conoció hacía cuatro días en la popa del Nagato.

Wŏnsan era horrible. No precisamente por falta de belleza arquitectónica, sino por sus habitantes. Todos se habían tan alicaídos y temerosos, que parecían desentonar con aquel lugar.

El Centro de Detención Imperial se encontraba a las afueras. El comandante les informó que la tarea era vigilar a unos prisioneros revolucionarios.

Desde 1919 habían comenzado las revueltas en lo que era la capital de la península, Seúl, y se habían extendido por todo el territorio.

El grupo de Yuuri y Phichit fue relevado a un pabellón donde se encontraban los reos menos peligrosos. El joven cabo se sintió un poco desanimado de que lo vieran como parte de los menos competentes de la guardia imperial.

Su desánimo desapareció cuando vio a los presos. Eran jóvenes. Niños, prácticamente. El mayor de ellos no parecía tener más de 18 o 20 años. No es que Yuuri se sintiese un adulto a punto de cumplir los 23, pero le generó una profunda tristeza lo que vio.

–                   Traigan al cabecilla – Ordenó el líder del escuadrón de Yuuri, un chico que parecía más un armario peligroso que un humano. Su título oficial era Heicho (8).

–                   Es el que está en la esquina – Declaró el carcelero– Eh, tu, ¡Ven aquí! – Le gritó. El chico ni siquiera parpadeó a su respuesta– ¡Que vengas ahora, rata rebelde! – Chilló en un coreano demasiado pobre.

El chico alzó los ojos y escaneó con la mirada al escuadrón, pasando por Yuuri, y terminando con Phichit, a quien le dedicó un par de segundos más.

Estaba sucio, el cabello azabache revuelto y unas cejas muy pobladas. Se levantó con parsimonia y se dirigió a la puerta de la celda, por donde lo dejaron salir antes de cerrarla.

Antes de que Yuuri se diera cuenta, el carcelero tomó al líder rebelde por sorpresa y le propinó un culatazo con su arma en la sien. El chico se desplomó en el suelo, apretó los dientes, pero no cambió su dura mirada.

Algunos del escuadrón rieron. Yuuri observó sus rostros para recordarse a sí mismo con quienes no tratar.

–                   Identifícate, rata – Siseó el cabo mayor en japonés– ¿O te crees muy especial para eso? Oh ¿Quizás no me entiendes cuando hablo? Pues te acostumbrarás porque no voy a ensuciar mi lengua con tu idioma de bárbaros.

–                   Señor... – Intervino el carcelero– Es medio duro de roer.

–                   No importa, he tratado con salvajes peores en China – Se jactó, codeándose y riendo con el segundo al mando– ¿Me darías el honor de decirme como se hace llamar? Quizás así descubramos algo sobre su vida personal.

Fue un movimiento sutil y casi imperceptible, pero Yuuri vio como el rebelde miraba rápidamente y con nerviosismo al soldado, quien notó el gesto y sonrió.

–       ¿El nombre? Antes de que lo lleve a la cámara de gritos, oh, perdón, el interrogatorio.

– Claro que sí, el nombre de esta rata es Seung-Gil Lee, y viene de Pyeongchang.

* * * *

Glosario:

1- Dieduchka: Abuelo en ruso.

2- Undercut: Corte de cabello que consiste en raparse gradualmente a los costados y el cabello más largo en el centro.

3- Borsch: Sopa fría tradicional de los países eslavos, usualmente preparada con remolacha.

4- Acorazado Nagato: Fue un buque de guerra que le sirvió a la Armada Imperial Japonesa hasta 1945.

5- Jotohei: Cabo novato en la Armada Imperial Japonesa durante la 2GM.

6- Ittohei: Soldado la Armada Imperial Japonesa durante la 2GM.

7-Wŏnsan: Ciudad portuaria norcoreana.

8- Heicho: Cabo mayor en la Armada Imperial Japonesa durante la 2GM.

* * * *

Bueno ya, se que dije que recién martes o miércoles iba a publicar pero ¡No me pude esperar! Así que espero les guste :)

Lamento si hay datos históricos incorrectos y estoy abierta a las críticas o correcciones.

¡Besos!

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