3. Houston, tenemos un problema.
Taylor Swift - Anti-Hero (0:09 – 1:08)
Me dejo caer contra la pared de mi armario, sosteniendo la nota en mi mano y la leo una y otra vez.
"Hay momentos, muchos de ellos, en dónde lo único que quiero hacer es mirarte. Incluso cuando te das cuenta y decides mirar hacia otro lado. Incluso cuando dices que me amas, pero tu corazón sigue alejándome. Solo para sentirte cerca, solo para amarte".
¿Por qué últimamente pienso tanto en él? Es mi pasado. Pero también es el único novio que he tenido y, sobre todo, la única persona que he querido de manera romántica.
Entonces llegué a la universidad y el primer año estuvo bien, pasó sin problemas, y luego, en mi segundo año lo conocí y todo cambió. Quería que él me quiera y al mismo tiempo quería que me deje lo antes posible porque mi mente gritaba que de todas formas se iba a ir, así que lo mejor era que se fuera antes, cuando aún no me había acostumbrado del todo a su presencia en mi vida y a su amor.
Hice muchas cosas para alejarlo, pero él no se fue y al final, quien se marchó fui yo y todo entre nosotros terminó.
—Me pregunto, ¿qué estarás haciendo ahora? ¿Piensas en mí alguna noche? ¿Me odias?
Asumo que sí y no sería ni la primera, ni mucho menos la última persona en odiarme.
Me siento ahorcadas sobre él y tomo su rostro entre mis manos con suavidad, acunándolo mientras le sostengo la mirada.
No pienso con exactitud las cosas y solo actúo, acercando mi rostro hacia él y besando con suavidad sus labios. Es un beso lento y corto. Cuando me separo, hay una sonrisa en sus labios.
—Eres la primera persona a la que beso —le confieso.
—¿Y también seré la última?
Sonrío.
—Tal vez.
Vuelvo a leer la nota que él me dio en nuestro último aniversario juntos y sonrío, aunque la sonrisa abandona mi rostro cuando escucho unos golpes en la puerta de mi apartamento.
Sé quién es. Sabía que vendría en algún momento.
Dejo la nota en la caja donde estaba y camino para abrir la puerta y dejarlo pasar.
—¿Por qué tardas tanto en abrir? Sabes que odio que me hagas esperar.
Entra hablando fuerte, como es usual en él y pongo los ojos en blanco ante la forma que mira el lugar, como si fuera la primera vez que está aquí, a pesar que viene cada vez que quiere fastidiarme.
—Porque no quería verte, Joseph. Ahora dime, ¿qué quieres? Que yo sepa no soy proveedora de drogas. Oh, ¿acaso tu mente dañada por años de consumir ya dejó de funcionar por completo?
Levanta la mano con la intención de golpear mi mejilla y yo sonrío cuando él se da cuenta que no puede, si lo hace, tendré una marca y una excusa para perderme la fiesta de hoy y eso es algo que por supuesto, no quiere.
La fusión de los hoteles con la cadena de restaurantes es algo que él viene anhelando por años. Una forma de garantizar que podrá seguir manteniendo sus vicios y seguir aparentando lo que no tiene.
—Te dije que, si volvías a pegarme o siquiera a intentar hacerlo, te denunciaría. Lo cual no es bueno para ti y tu historial de arresto por violencia y consumo de sustancias, recuerda que la tercera vez es la vencida.
Tiene la jodida audacia de reírse en mi cara.
—Ambos sabemos que no lo harás —sisea en mi dirección dando dos largas zancadas hacia mí y colocando su mano alrededor de mi cuello para empujarme hacia atrás, con un dedo demasiado cerca y señalando mi cara—. Jamás le harías pasar ese dolor a nuestra madre y mucho menos lo harías porque sabes que aquel escándalo no sería bueno para ella y su frágil corazón.
Me suelta de forma brusca y me tambaleo, pero no me caigo.
Recobro la compostura y lo observo, mirando la forma en que sus ojos arden con ira hacia mí.
Es más alto que yo y siempre fue más fuerte al ser el mayor, pero no era así cuando llegué a su casa. Al menos en mis recuerdos.
—Debes conseguir que esa fusión se lleve a cabo. ¿Lo entiendes? No puedes arruinar esto como arruinas todo lo demás. Demuestra que hicieron bien en adoptarte. Porque hasta ahora, no lo has conseguido.
Sé útil para algo —es la frase que ellos me repiten de manera constante.
—Al menos, a mí me escogieron.
Vuelve a reírse, está vez, con un poco más de desdén.
—Te equivocas, Leone, tu papá no te escogió. Podías ser tú o cualquier otro niño o niña, le daba igual. Solo dijo que necesitaba que no se parezca físicamente a él, para que el mundo vea las diferencias y supieran que eras adoptada. Quería alguien que sepa leer, escribir y que sea físicamente agraciado. Necesitaba una hija o hijo que se vea bien frente a las cámaras para su campaña política y así fue como llegaste a nuestras vidas. Pensó que eras lo que necesitaba, pero al final, resultaste ser una gran decepción.
Y por eso papá nos dejó —completo en mi mente lo que siempre me dicen.
Tenía cuatro años cuando fui adoptada por George Allen y su, entonces esposa, Marjorie Wilson. Una hermosa pareja que dijo que me iba a amar y darme la familia que merezco. En ese momento no podía creer mi suerte, me sentía la niña más dichosa del mundo. Me habían escogido a mí, entre todos esos niños, ellos me querían a mí.
—Huérfanos hay a montones, Leone, podías ser tú o cualquier otro. No te sientas especial, ambos sabemos que no lo eres. Solo fuiste un caso de caridad que salió mal y del cual mi madre se tuvo que hacer cargo después del divorcio.
Todo estaba bien hasta que tú llegaste —me dijo Neidi, la hermana de Joseph—. Éramos felices. Una familia. Ojalá jamás hubieras llegado a nuestras vidas.
Neidi y Joseph, tampoco son hijos biológicos de mi mamá, ella los adoptó después de la muerte de su hermana mayor. Neidi tenía solo seis meses y Joseph cinco años, mi madre era muy joven, tenía diecinueve años y tuvo que hacer tantos sacrificios por ellos.
Me contaron —antes que todo cayera en picada y mi padre nos deje—, qué sus vidas cambiaron cuando mi madre conoció a George.
—Y solo estoy aquí para recordarte que debes hacer esto bien. Sin errores.
—No tendría que hacer nada si no fuera por ti y tu mala administración de los restaurantes. Lo jodiste todo y no entiendo cómo tienes el descaro de venir a decirme todo eso. Maldito drogadicto, egocéntrico y narcisista.
La cachetada no duele como se supone que debería. Arde y el impacto me hace caer hacia un costado, pero lo que realmente me duele es la expresión en su rostro y el saber que no puedo hacer nada porque eso lastimaría a mi mamá y crearía un problema que ahora no necesitamos.
—Mira lo que me haces hacer, Leone. Ahora esa bonita cara estará algo hinchada, procura utilizar suficiente maquillaje y un bonito vestido. Nos vemos en la fiesta, hermana.
Él y su hermana me odian.
En total somos cuatro: Joseph, Neidi, mi persona y Lana, la menor —quien es cinco años menor que yo—. Solo Lana es hija biológica de mi mamá. Y todos llevan el apellido de mi madre, Wilson, menos yo que llevo el apellido Allen.
A mí me adoptaron porque mis padres llevaban tiempo intentando concebir, y no lo conseguían. Solo era fracaso tras fracaso y una decepción tras otra. Mi padre creía que un hijo suyo se vería bien en su campaña política como senador y por eso estaba tan empeñado en ser padre.
Y fue un padre terrible. Sin embargo, hacia todo para que él me quiera.
Mi padre está parado frente a mí con la mandíbula tensa después que le dije que me da miedo el agua y que por eso no quiero ir a las clases de natación a las cuales me inscribió.
—Leone, eres mi hija y como tal, no puedes tener miedo. ¿Lo entiendes? No puedo tener a una miedosa como hija. Irás a esa clase y aprenderás a nadar.
—Bueno.
Y así fue.
Intenté vencer el miedo.
Era consciente que había personas por todas partes y que, si algo llegara a salir mal, me sacarían de inmediato. Pero la vista del agua, de las personas sentadas en el fondo de la piscina mientras un grupo de niños mucho más grandes apuestan sobre quien puede permanecer bajo el agua por más tiempo, simplemente me dejó petrificada.
Recuerdo que me quedé a unos metros de la piscina, congelada, con el temor de nadar corriendo por mis venas y por cada célula de mi cuerpo. Y después de tres clases consecutivas donde sucedía lo mismo, mi padre estalló.
Cruzo la puerta principal y antes que pueda hacer algo, una mano rodea con fuerza mi muñeca y me jala, haciéndome tropezar con mis propios pies, escaleras arriba. Hacia uno de los baños dónde hay una enorme bañera y cuyo tamaño hace que el agua sea muy profunda. Al menos para mí.
—¿Sabes cuál es la mejor manera de lidiar con los miedos, Leone?
Niego con la cabeza.
—Enfrentarse a ellos.
Antes de poder darme cuenta de lo que estaba sucediendo, me encuentro bajo el agua, con el aire saliendo de mis pulmones y una mano sobre mi pecho empujándome con fuerza dentro de la bañera, y, sin importar cuánto luche y mueva tanto mis manos y piernas para escapar, no puedo.
—Ninguna hija mía será una cobarde.
Es solo hasta que dejo de moverme y mis ojos se cierran dejando que la oscuridad se apodere de mi visión, que la mano me suelta.
Después de eso me sacó de la bañera, con mi respiración agitada y mi ropa escurriendo agua por todo el piso, empapando la bonita alfombra, y formando charcos que se arrastraban desde el baño, hasta el pasillo.
Me ordenó irme a cambiar y después, fui atendida por un discreto médico de la familia.
—Aun así, tuvo el descaro de decir que yo era su hija favorita y a quien más amaba.
No quisiera imaginarme como sería si me odiara.
Porque recuerdo que después de aquel trauma y una ligera amenaza de que aquello se repetiría si no aprendía a nadar, empecé a tomar en serio las clases de natación.
—Terribles métodos, pero excelentes resultados. ¿No es así, papá?
Murió hace casi seis años. No asistí a su funeral o he visitado su tumba
Neidi y Joseph me odiaron aún más después de la lectura del testamento de mi padre, dónde me dejó a mí un fideicomiso para que pueda terminar la escuela de derecho y comprar mi primer apartamento. Y a ellos o Lana, nada, pero, ¿por qué aquello es mi culpa?
Para ellos y el resto de la familia de mi madre, casi todo lo malo que sucede, es mi culpa.
—La familia Wilson siempre actúan como si fueran mejores que yo.
En la sala, cerca de donde estoy con Lana, nuestra madre y la abuela se gritan una a la otra. Lo suficiente alto como para ser escuchadas en toda la casa, pero con la ira suficiente para que nadie se atreva a intervenir.
—¡Es una terrible influencia! ¿Cómo no puedes verlo?
—Leone es una buena chica. Es la mejor de su clase y tiene un excelente comportamiento. No es en absoluto una mala influencia para Lana.
Mi hermana me da una sonrisa de disculpa por lo que está diciendo la abuela y yo agacho la cabeza.
No me sorprende que la discusión se trate de mí y de la mala influencia que soy para cualquier miembro de esta familia porque no crecí como ellos.
—¡No la quiero cerca de mi nieta, Marjorie! Y no voy a discutir más sobre ese tema.
Miro la fotografía familiar dónde yo no estoy y recuerdo la discusión que tuvo mi madre con su familia para intentar incluirme. Fui ingenua al creer que ellos podrían aceptarme.
—No te preocupes. No te dejaré solo porque la abuela quiere.
—No. Debes hacerlo. No quiero que se enojen más y siga discutiendo con mi... con Marjorie. Yo estaré bien.
Aparto aquel recuerdo.
—Bueno. Basta de pensar en ellos. Ninguno vale la pena. De todas formas, siempre fui demasiado para esa familia.
Me empiezo a arreglar para aquella gala benéfica con la consigna de que debo vestirme para matar. No impresionar. Eso es quedarse corto y limitarme, cuando sé que puedo dar más. Por eso busco la mejor manera de trazar el eyeliner o el lápiz de ojos dentro y fuera de la línea de agua, pero muy difuminado para dar profundidad a mis marrones y almendrados, y de esa manera resaltar mi mirada seductora y penetrante.
Ayuda mucho que mis ojos sean muy expresivos.
Escojo un vestido color jade que resalta mi piel pálida. El escote es delicado y elijo un collar sencillo para resaltarlo.
—Cada vez que me veo en el espejo, me enamoro más de mí misma.
Tomo mi abrigo y llaves para dirigirme hacia la gala.
—Bien, Leone, es hora del show.
****
—Buenas noches, lamento llegar tarde —saludo a mi mamá y a Joseph.
—Está bien, hija. Lo importante es que ya estás aquí.
Joseph ni siquiera me devuelve el saludo.
Busco alrededor del lugar hasta que mis ojos se fijan en Emrys, que lleva un elegante traje negro y unos lentes de marco oscuro.
No mira a nadie y tiene esa expresión neutral que parece ser algo característico de él. Hay un aire misterioso que emana, quizás por la forma en que parece que prefería estar en cualquier lugar menos dónde está o como no presta atención a nada de lo que las personas dicen, como si estuviera en su propio mundo, manteniendo un debate interno, pero, ¿sobre qué?
—Me disculpan, iré a saludar a mi prometido.
Mi madre parece sorprendida por lo que acabo de decir, pero no comenta nada y me dirijo hacia Emrys.
—Pero si aquí está mi flamante prometido —tarareo y me acerco a él con una sonrisa—. Quería agradecerte por el bello detalle de esta tarde en mi trabajo.
Ni siquiera se digna a mirarme.
—No tenías que molestarte, pero gracias.
Me inclino hacia él y dejo un beso en su mejilla, dejando la marca de mi labial en su piel.
Sonrío al verlo girar su rostro hacia mí, con sus ojos entrecerrados y su mandíbula ligeramente apretada.
—No son necesarias las muestras públicas de afecto —tiene el cinismo de decirme.
Mi sonrisa crece.
—Lo mismo va para ti... Cariño.
Lo veo tensarse y vuelve a apartar la mirada.
—Tampoco los apodos, mascota.
—Oh, ¿no te gustan? Es una pena, porque tengo una lista y voy a usarlos todos y cada uno hasta que encuentre el correcto para ti.
A mi mente vienen: imbécil, idiota, estúpido, arrogante.
—Tal vez yo haga lo mismo —murmura, pero suena más a una advertencia que a otra cosa—. Excepto que ya tienes uno, ¿verdad, mascota?
—Tú puedes hacer lo que quieras. Hasta que nos casemos, por supuesto, después de eso las cosas cambiarán un poco.
Sus labios se mueven en lo que parece ser el fantasma de una sonrisa.
—Es una gala grande y llena de personas, ¿por qué no vas hablar con alguien más?
—De eso nada, está noche no me pienso apartarme de ti.
—¿Por qué? ¿No tienes nada mejor que hacer?
Niego con la cabeza.
—¿Y todavía lo preguntas? Después de ese hermoso detalle me dije que quería estar cada segundo de esta noche junto a ti para agradecerte. Además, está es nuestra primera salida como prometidos. ¿Sabes lo mal que se vería si no estamos juntos? Sería terrible para nuestra imagen. Incluso aunque todavía no lo hemos hecho público.
Voy a decir algo más, pero un fotógrafo nos interrumpe y pregunta si puede tomarnos una foto.
—Por supuesto —respondo.
—No me gustan las fotos.
—Da igual. A mi si y recuerda: Esposa feliz, vida feliz.
—Ni siquiera estamos casados.
Vuelvo a sonreírnos.
—Pero lo estaremos, a menos que digas algo. ¿Tienes ganas de decir algo, Cuchurrumin?
—¿Cómo me acabas de llamar? Da igual, no me gusta.
Como si a mí me gustara que me esté llamando mascota.
Suspiro fingiendo cansancio y miro al fotógrafo.
—Ve con lo que tengo que lidiar.
El fotógrafo asiente y me da la razón, ganándose una mirada no tan amable por parte de Emrys.
Bien.
Al menos sé que no es un robot o al menos sé que le han actualizado las emociones y es capaz de sentir y expresarlas. Solo que no quiere.
—¿Puedo tomarles la foto?
—Sí, lo siento. Adelante.
Me acerco a Emrys, recostando mi cuerpo contra el suyo y poniendo una mano sobre su pecho. Sonrío y mi rostro se ilumina por el flash de la cámara.
—Oh, mira, pedazo de pie. Nos vemos adorables. Es una foto realmente hermosa. ¿Podría mandarme una copia?
El fotógrafo dice que sí y le doy mi correo.
—La pondré en la sala de nuestra casa. El recuerdo de nuestra primera salida juntos. ¿No es eso hermoso?
—¿Sabes que sería hermoso? Dejar de hablar.
Niego con la cabeza.
—¡Por supuesto que no! Si hay tanto que debemos aprender el uno del otro. Y quiero saber todo de ti. Todo. No ocultes nada.
—Eso no va a suceder.
Vanessa, la madre de Emrys se une a nosotros y nos saluda feliz de vernos juntos e interactuando.
Comenta que tiene mucha fe en nosotros y nuestro matrimonio.
—Yo también —le digo —, justo estábamos hablando de que me voy a mudar con él. Ya sabe, para conocernos mejor y todo.
Ojalá alguien haya capturado su expresión, porque en definitiva no tiene precio.
—¿Qué? No. Eso está fuera de discusión.
—¡Es una idea fantástica!
—Repito, no.
—¿Ves, cariño? Te dije que tu mamá estaría de acuerdo, no hay nada de qué preocuparse. Veamos esto como lo que es, el inicio del resto de nuestras vidas. El prólogo de esta fantástica historia.
Bien, tal vez estoy llevando esto demasiado lejos, pero todo sea por ganar y finalizar este compromiso.
"Nota de Emrys: Tu presencia en mi vida se ha convertido en una advertencia constante, una señal parpadeante que me recuerda los peligros de dejarte entrar demasiado cerca, de confiar en ti más de lo necesario".
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