13. I THINK I'LL TAKE MY WHISKEY NEAT.
Hozier - Too Sweet (0:44 - 1:20)
Una vez que terminamos —o que él decide que ya ha sido suficiente, lo cual es un interesante cambio de escenario y no sé exactamente como sentirme al respecto, ya que no suelo detenerme hasta que estoy completamente rota en el suelo llena de dolor—, me levanto para buscar mi vestido y dirigirme hasta el baño. Emrys le pide a alguien del servicio que traiga mi bolso. Me tomo mi tiempo para arreglar mi cabello y maquillaje.
Salgo del baño con una sonrisa, luciendo no menos que perfecta como si no tuviera ningún problema. Cualquier que me mire, jamás sabría las cosas que he pasado o aquello que oculto.
—Ya estoy lista.
Emrys está sentado en una silla, con las piernas cruzadas y un dedo recorriendo su labio inferior. Sus ojos fijos en mí. Parece que está buscando algo.
—¿Leone? ¿Una pregunta?
Me toma ligeramente por sorpresa que me llame por mi nombre, porque es algo que no hace cuando estamos él y yo solos.
—Sí, dime.
—Tú vas a terapia. ¿Verdad? Creo que te escuché decirlo la semana pasada.
Me cruzo de brazos sin entender a dónde quiere ir con eso.
—Sí. ¿Por qué?
—Curiosidad.
—No dijiste tú que la curiosidad mató al gato, pero sí, hace poco empecé a ver a una nueva terapeuta por petición de mi madre.
Mi mamá leyó un artículo que mi nueva terapeuta había publicado y me dijo que debería ir a verla, que tal vez ella podría ayudarme. Es interesante como ella es consciente de que necesito ayuda, pero no reconoce la razón de porque la necesito.
—¿Y sientes que te está ayudando? ¿Has visto un cambio en ti desde que la estás viendo?
—¿Por qué tú repentino interés en mi salud mental? Espera un momento. ¡Crees que tengo problemas! Eso es rico viniendo de ti. ¡Tú también los tienes!
Levanta las manos en señal de rendimiento y yo pongo los ojos en blanco.
—Leone, soy plenamente consciente de que tengo mi equipaje de traumas y problemas, no los estoy negando, pero tú... Es bueno que vayas a terapia.
—Eres un...
—Idiota, sí lo se.
Se termina de acomodar la corbata y me dedica una sonrisa que me dan ganas de quitar con un golpe directamente en su mejilla, pese a que no soy una persona violenta o que elija la violencia como primera opción.
Tomo mi bolso y lo sigo hasta la puerta, y solo hemos dado un par de pasos fuera de la habitación cuando nos encontramos con Garrett.
—Mi madre me mandó a buscarlos. Han estado fuera mucho tiempo y ha es hora del anuncio —nos dice Garrett, respondiendo a una pregunta que ni Emrys o yo hemos hecho.
No paso por alto la mirada que nos lanza a su hermano y a mí.
Sonrío.
La parte de mí que aún está molesta por sus últimas palabras, quiero herirlo de alguna manera.
—Oh, no nos dimos cuenta. Este tipo de eventos suelen abrumarme y Emrys me trajo aquí para hacerme sentir mejor. ¿No es encantador?
—¿Encantador? Vaya, jamás pensé que se podría asociar esa palabra con Emrys. Él es muchas cosas, pero no sé si encantador sería una de ellas.
—Tal vez no lo conozcas muy bien.
Las puertas del elevador se abren y Emrys me deja entrar primero.
—¿Y tú sí? —me pregunta Garrett.
—Sí, lo hago, pero está bien porque él también me conoce muy bien.
Dejo caer mis hombros un poco, como si no fuera importante el que Emrys me conozca, aunque por supuesto, Garrett sabe que lo es.
—¿De verdad?
—Sí, yo diría... No, de hecho, estoy segura que me conoce mejor que cualquier otra persona. Él ha visto partes de mí, que jamás he mostrado a nadie más antes. ¿Verdad cariño que me conoces muy bien? Aunque, dado que nos vamos a casar, eso no debería sorprender a nadie.
Le dedico una sonrisa a Garrett cuando las puertas del ascensor se vuelven a abrir y bajo, seguida por Emrys.
Envuelvo mi brazo alrededor del suyo y ambos nos dijimos hacia la fiesta.
—¿Segura que estás bien para hacer esto?
—Sí, muy segura.
No miento. Nos mezclamos con los demás invitados y manejo muy bien las conversaciones, noto que, en realidad, Emrys no habla, sus respuestas tienden a ser monosilábicas, si es que da alguna. La mayoría del tiempo tiene una mirada distante, similar a la que vez que lo "conocí", cuando supe quién era.
Es la madre de Emrys quien da el discurso para el brindis y también quien da el anuncio oficial. Después de aquello, nos sumergimos en felicitaciones y comentarios que escucho a medias.
Mi mano se detiene a mitad de camino de tomar un canapé de la bandeja de uno de los meseros, cuando percibo un aroma en particular.
—¿De verdad piensas que me voy a tragar el que mi hermano te conoce mejor que cualquier otra persona? ¿Mejor que yo?
Sonrío y de forma discreta miro alrededor, notando si hay alguien mirando de forma más intensa, pero no. Para los demás es solo un cuñado hablando con su cuñada.
—No mentí. ¿Por qué lo haría? Es verdad lo que dije.
—También me dijiste que no te querías casar con él.
Lo miro, dándole a entender que este no es el lugar, ni mucho menos el momento para mantener esa clase de conversación, pero si Garrett capta lo que quiere decir mi mirada, la ignora.
—No me quiero casar con él, pero eso no quita que me conozca. No mis traumas o mi lamentable niñez. Él me ha visto en mi peor momento, ha presenciado una parte de mí, que jamás nadie más ha visto. Ni siquiera tú.
—¿Por qué?
—Porque él no me puso en un pedestal y espero a que yo sea la persona que él quería que fuera. ¿Te suena familiar eso? Emrys no me pide nada que no le pueda dar, no me exige cosas que sabe que me cuestan y mucho menos espera a que de declaraciones que simplemente no puedo. Él me ve. No ve a la persona que espera que sea, si no a mí, a quien realmente soy. Con todos mis defectos y errores. Algo que tú jamás pudiste hacer.
No, él no pudo hacerlo, no es que Emrys lo haga, pero ese no es el punto aquí.
—Yo quería conocerte y amaba cada parte de ti. Eras tú quien las ocultaba. Eras tú quien tenía miedo de dejarme entrar.
Tiene razón, por supuesto que la tiene, pero no sé lo digo. Tampoco le digo que mientras estábamos juntos había una voz en mi cabeza que me gritaba que él era demasiado bueno para mí y esa misma voz lo odiaba.
A veces odiaba la forma en que él me hacía sentir.
—Garrett, ¿qué sentido tiene discutir eso ahora?
Me alejo y busco a Emrys con la mirada para unirme a él hasta que ambos decidimos que ya hemos tenido suficiente de esto y nos dirigimos a buscar nuestros abrigos para irnos a casa.
Requiere de un gran control de mi parte el no rebotar mi pierna mientras el auto sale del estacionamiento y nos sumergimos en el tráfico.
Atrapo mi labio inferior entre mis dientes con fuerza.
—Vamos a mi apartamento —le digo—. Ahí tenemos todo lo que necesitamos. ¿Recuerdas? Lo prometiste. Me dijiste que, si me portaba bien, iríamos a casa y terminamos lo que empezaste.
Y yo realmente necesito que esto llegue a su punto máximo.
—¿Hablas en serio? ¿Por eso te comportaste así está noche?
Asiento con la cabeza.
—Claro, ¿por qué más lo haría?
El semáforo se ha puesto en rojo y él aprovecha aquello para girar su cabeza hacia mí y estudiarme.
—Lo prometiste —repito—. Y yo lo necesito, pero no te voy a obligar... Solo que, bueno ya estás aquí.
—No es eso.
—Entonces, ¿qué es?
El semáforo vuelve a cambiar y alguien detrás de nosotros aplasta su bocina para hacérnoslo saber.
—Solo que no me termino de acostumbrar la facilidad que tienes para mentir y engañar —comenta, más para él, que para mí—. Además, siento que, si hacemos esto, estaremos cruzando una línea.
—¿Por qué? No significa nada. Al menos para mí, ¿significa algo para ti?
Niega con la cabeza y murmura que no.
—¿Ves? No veo el problema. A mí me gusta que me castiguen y a ti te gusta castigar. ¿Cuál es el problema? Ambos podemos obtener lo que queremos, pero de nuevo, si no quieres me da igual. Puedo conseguir a alguien más, siempre lo hago, pero como dije, ya estás aquí y me ahorrarías la espera.
Si, bastaría una llamada, pero él ya está aquí y no quiero tener que llamar a nadie más y esperar. Mi cuerpo vibra por la necesidad de terminar lo que empezamos en aquella habitación de hotel. De más. Por obtener la absolución completa mediante el castigo.
Necesito más.
—Bien. Vamos a tu apartamento.
—Te puedes quedar en la habitación de invitados si quieres, porque está noche, necesito que me castigues tan fuerte, que me hagas incluso olvidar de cómo me llamo. Igual a esa noche, no quiero que te detengas hasta que esté en el suelo y todo lo que sea, es un saco de carne y huesos lleno de dolor. ¿Entendido?
Mi piel empieza a picar ante el cosquilleo de la anticipación, porque sé lo que viene.
Emrys no responde, pero no necesito una reserva de su parte.
El recorrido hasta mi apartamento se hace eterno, y una vez que llegamos, él se quita su saco y lo deja en el armario antes de quitarse la corbata y guardarla en el bolsillo de su pantalón. Veo que también desprende los tres primeros botones de su camisa y se dobla las mangas hasta sus antebrazos.
—Iré a quitarme el vestido y ponerme una bata, ya conoces la habitación.
Me dirijo hasta mi cuarto y me quito el vestido, los aretes y demás joyas antes de tomar la bata gris. Pienso en ponérmela, pero no le veo el sentido, de todas formas, me la voy a quitar.
Él ya me está esperando cuando entro en la habitación y sin decir nada, simplemente asumo posición. Tal y como lo hice la vez anterior.
—Quédate quieta.
Me quedaría sentada quieta incluso sí Emrys no me lo pidiera —aunque su tono es más una orden que otra cosa—. No me muevo y me mantengo en mi posición. Solo mi cabeza se gira de forma ligera para verlo caminar hasta la pared con las "herramientas de castigo", estudiando cada una con mucha atención. Pensando en cual será la herramienta que utilizará para mi castigo está noche.
Lo veo recoger la herramienta de mi absolución; un látigo largo, más corto que la fusta que utilizó la primera vez, pero más largo que un knout. De cuero negro, trenzado y de una sola cola. Me gusta ese tipo de látigo, ese en especial, lo pedí pensando en castigos severos de flagelación, del tipo que castiga de manera tortuosamente lenta y punzante, dejando largas rayas rojas a su paso que tardarán días en desaparecer.
No es un látigo cualquiera, no quiero ser azotada como a un caballo. No. Quiero ser flagelada como a una pecadora. Cómo alguien que se ha equivocado y busca redención. Disciplina.
—Para empezar, te daré catorce —me dice—. ¿Entendido, mascota?
Asiento con la cabeza
Demasiadas palabras —pienso—. Prefiero no molestarme en aquello, en la conversación y la socialización. Pero cumplo con lo que me pide y respondo.
—Entiendo —respondo.
Puedo escuchar detrás de mí, una suave y tranquila respiración, y solo unos segundos después, el primer golpe llega. El cuero del látigo impacta contra mi piel y mis hombros se contraen... Ah, eso era solo una advertencia.
La anticipación se apodera de mí como descargas eléctricas que recorren mis costillas o las partes que se, él podría —y espero que lo haga— golpear.
El golpe llega, de nuevo, sin ninguna advertencia.
Dolor. Sorpresa inconmensurable. Pulmones arrugados como papel desechado en medio de un grito ahogado. Se siente tangible. Me gusta y me anima a seguir pidiendo y deseando más.
Oh, que codicioso es el ser humano.
—No tienes idea de lo hermosa que te ves en este momento.
Esto es bueno —repito en mi cabeza—. Tan jodidamente bueno.
El mismo dolor agridulce invade mi cuerpo con los siguientes golpes, acompañado de un ligero cosquilleo en mi piel, pero se siente igual de bien que los anteriores.
Lo escucho moverse detrás de mí y golpea con fuerza justo encima de mis omóplatos. Un corte a lo largo de mi columna. El siguiente golpe no se hace esperar, está vez es un poco más fuerte. No puedo reprimir la respuesta instintiva de mi cuerpo ante cada golpe o los gemidos de dolor pidiendo perdón, que se escapan de mis labios. Todo eso acompañado de un leve temblor.
Oh, cuánto duele.
Y, aun así, no es suficiente.
—Lo estás haciendo muy bien.
Levanta mi mentón y observo sus ojos azules, que están tan oscuros que siento que estoy mirando dentro de mi alma. Aunque tal vez, lo que miro es un reflejo de la suya, de una persona que ha nacido para causar un dolor visceral.
—Diez. Mira lo bien que lo hiciste.
Su voz es suave y se envuelve a mi alrededor como una caricia.
Pero él no se detiene y el siguiente latigazo se clava justo donde cayó el anterior, provocando una laceración mucho más profunda en mi piel. Casi inflamada. Las exclamaciones arañan mi garganta, pero de mis labios solo salen jadeos.
—Lo siento. Lo siento. Lo siento —Las palabras salen entrecortadas y débiles.
El sudor se calienta en mi frente por unos segundos y luego se enfría.
De pronto se detiene, como para darme tiempo de asimilar el dolor y que se asiente en mí.
—¿Estás lista para los demás, mascota? Porque hasta ahora lo estás haciendo muy bien.
Asiento con la cabeza y el siguiente golpe llega.
Y otro... Otro... Otro.
Superponen el dolor sordo como un aguijón fresco. Hay menos intriga entre cada nuevo latigazo, y, sin embargo, la ansiedad aumenta y mi corazón es un vuelco. ¡Esto es un verdadero castigo! Se solidifica con cada golpe.
—Perdón. Perdón. No quería hacerlo. Perdón —sigo repitiendo.
El siguiente golpea deja a todos mis órganos retorciéndose en mi interior, mis huesos se sienten pesados y puedo ver el suelo acercándose a mí. Está tan cerca. Mi espalda curvada, mis hombros caídos, mi cabeza se siente demasiado pesada y, aun así, no quiero que se detenga. Necesito más.
La piel de mi espalda se pliega de forma cruel. El dolor se vuelve blanco.
—¿Necesitas un descanso, mascota?
La cola del látigo se desliza por mi estómago y contengo la respiración por unos segundos esperando un golpe que jamás llega.
Quiero decirle que estoy harta de toda esta charla inútil, de las preguntas y que solo quiero el castigo. ¡Solo castígame! Solo termíname de romper. ¿No ves que lo necesito?
—Bien. Continuemos —me dice, como si hubiera leído mi mente.
El látigo se eleva del suelo, pasa por mis rodillas y estómago hasta caer sobre mi pecho. No es un azote fuerte, podría ser el más ligero de esta sesión, sin embargo, logra sacudir todo mi cuerpo.
Se siente tan jodidamente bien. El golpe y el desgarro de mi piel. El sangrado y el dolor.
Por fin puedo darle una cara y razón a todo el dolor que llevo dentro —pienso—, por fin se vuelve tangible ante mí.
Más. Más. Más.
Golpéame hasta que la carne se desprenda de mis huesos y mis huesos se vuelvan nada —le pido en mi mente—. Porque solo este dolor puede devolverme el control que me han quitado.
—¡Más duro!
El dolor no se detiene, quema.
—¡Más!
Sujeta mi mentón, ajustando mi rostro de tal manera que nuestros ojos se encuentran. Él baja su rostro hasta el mío. Tan cerca.
Las palabras de, "no debes tocarme", mueren en mi garganta al sentir la intensidad de su mirada.
—Ruégame por más. Vamos, mascota. Ruega.
Su dedo se desliza por mi mejilla y luego se aparta.
—Por favor, más fuerte. Por favor.
Golpes dolorosos que forman lesiones en mi piel delicada impactan contra la misma. Pienso que mi piel perfecta podría sangrar. Supongo que él sigue contando en su mente, realmente no lo sé porque mi mente está abrumada por las llamas del dolor.
—Lo siento. Lo lamento. Perdóname.
Por un momento, todo se detiene. Hay quietud. Calma. Absolución. Castigo y control.
Solo el dolor y el placer controlan en este instante mi cuerpo. El deseo humano de sentir y ser sentido.
—Hemos terminado.
Mi cuerpo se niega a moverse, demasiado entumecido por el dolor.
Veo de reojo que Emrys hace un movimiento como si quisiera ayudarme.
—¡No me toques!
Se detiene.
Lo escucho moverse por la habitación y después de unos segundos, sale de la misma, dejándome sola con mi dolor. Algo que agradezco porque cuando él se va, me dejo caer en el suelo en posición fetal manteniendo a raya cualquier pensamiento hasta que logro reunir la fuerza suficiente para levantarme, ponerme la bata e ir a mi habitación.
No tengo fuerzas para nada más y simplemente me dejo caer en mi cama y por primera vez en mucho tiempo, me quedo profundamente dormida.
Me levanto sintiéndome descansada y disfruto del dolor en mi cuerpo que me hinca con cada pequeño movimiento mientras me levanto para ir al baño donde me lavo mis dientes observando las marcas en mi piel y tratando de ver el patrón que hay.
—¡Utilizó mi piel como lienzo!
A simple vista pareciera que no, pero si uno observa con atención, podrá ver el patrón. Es suave, delicado y atrayente.
Dejo que mis dedos recorran algunas marcas antes de entrar y tomar una larga ducha. Al salir, curo las marcas y me visto. Arreglándome de la manera más impecable para empezar mi día.
—Buenos días, mascota.
Emrys está sentado en el sofá revisando su teléfono, vistiendo la misma ropa de anoche.
—Pensé que te habías ido.
—No podría. Anoche te olvidaste de mi pago.
Mi mente tarda un poco en procesar aquello.
—Yo te pagué esa noche y tú tomaste ese dinero. Eres un...
—Idiota, si ya lo has dejado bastante claro. Y, por supuesto que tomé el dinero, después de todo, hice un buen trabajo esa noche, tanto así que pensaste que era un profesional. ¿O me equivoco?
De hecho, no, él no se equivoca, pero no es algo que vaya a admitir, porque si lo hago, él jamás me dejaría olvidarlo.
Solo me encojo de hombros y camino hasta la cocina para prepararme algo de té.
—¿Sabes que me di cuenta esta mañana? El interesante patrón que dibujaste en mi piel con cada latigazo.
—La forma en que tu piel respondió a cada golpe era fascinante. Cada trazo, cada marca, parecía contar una historia propia —comenta—. Supongo que cada uno encuentra belleza en cosas diferentes. No es mi mejor trabajo, creo que puedo hacerlo mejor, pero lo llamé "Castigo y disciplina: el éxtasis en el dolor".
Una pausa cargada de emociones pesada se instala en la habitación, mientras espero a que el agua hierva. La conversación pasada flota entre nosotros, como si estuviera esperando a que uno de los dos la retomara.
Estoy tan sumida en aquel pensamiento que me sobresalto cuando la puerta de mi apartamento suena y levanto una ceja.
—Debe ser el repartidor, pedí el desayuno —me explica Emrys—, porque aquí no hay nada para comer.
—He estado en tu casa por más de un mes. ¿Por qué tendría comida aquí?
—Tal vez porque también te quedas aquí algunos días a la semana.
Es muy temprano para empezar a discutir así que dejo pasar el tema.
Abre la puerta y sonríe, de forma ladeada y nada amigable, cuando ve a su hermano de pie mirando entre Emrys y mi persona.
—¿Se puede saber qué haces aquí en el apartamento de mi prometida a estas horas de la mañana?
—Te estaba buscando.
Emrys no se mueve o hace algún movimiento para hacerle saber a su hermano que es bienvenido.
—¿Y me puedes decir cómo sabías que estaba aquí?
—Fui a tu casa y dado que no te encontré ahí, supuse que estarías aquí. ¿En qué otro lugar más podrías estar?
—Varios.
Se hace a un lado de forma lenta y deja que Garrett entre al apartamento.
—Espero no estar interrumpiendo nada.
Para mí sorpresa y la de Garrett, Emrys se ríe. Creo, sin temor equivocarme, que está es la primera vez que lo escucho reírse.
—¿Te divierten mis palabras, hermano?
Si antes tenía la sospecha de que ellos no se llevaban bien, ahora lo puedo asegurar.
La tensión en la habitación parece aumentar con cada segundo, volviéndose más densa y asfixiante.
—No —responde Emrys—, lo que me divierte es que pienses que me voy a tragar tus mentiras. Ahora, déjame preguntarte de nuevo, ¿qué haces aquí en el apartamento de tu exnovia a estas horas de la mañana?
Mierda.
"Nota de Leone: Me dices que pienso demasiado hasta que arruino algo bueno, porque me vuelvo indecisa, voluble y que lo puedes ver, incluso aunque intento ocultarlo. ¿Sabes lo que más me molesta de esta nota? Que es verdad".
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro