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Extra - Señora Pierce

(Este extra se sitúa unos meses después del nacimiento de Sophie).

—¿Estás lista, hija?

Miro a mi padre, que está viendo que todo esté en orden con su traje negro, y sacudo la cabeza.

Creo que voy a vomitar.

Su ceño se frunce en señal de preocupación.

—¿Estás bien? ¿Quieres que les diga que se vayan?

—No, no. Claro que no. Solo… estoy nerviosa.

Me miro en el espejo y me dan ganas de llorar al ver el vestido blanco largo que se amolda a mis curvas como una segunda piel.

Aiden me pidió matrimonio dos meses después de que Sophie naciera. Estábamos agotados. Dormíamos muy poco, aún estábamos adaptándonos a tener a una bebé en casa, y una noche luego de acostarla él solo me miró y dijo: «¿Sabes qué? Llevo días buscando el momento perfecto pero me di cuenta de que todos los momentos junto a ti lo son así que ¿quieres casarte conmigo?»

No lo voy a negar, al principio lo miré como si le hubiese salido una segunda cabeza pero luego él me mostró el anillo que guardaba en el bolsillo y noté que hablaba en serio.

Lloré, lo abracé, lo besé y dije sí un millón de veces. Creo que fue uno de los días más felices de mi vida.

Y ahora llegó el momento de atar mi vida a la suya para siempre.

Estoy emocionada, por supuesto, pero también estoy aterrada. Temo hacer algo mal. Temo que no le guste como me veo. Es estúpido. Aiden me ha visto en mis peores momentos y no se ha ido de mi lado pero el miedo sigue ahí. Es como una pequeña voz en el fondo de mi cabeza que no puedo callar por completo, no importa cuánto lo intente.

—Ese chico va a enamorarse de nuevo de ti en cuanto te vea. No tengo dudas.

Tomo una gran bocanada de aire.

—¿Eso crees?

Él sonríe y las pequeñas arrugas a los lados de sus ojos se hacen notar.

—Por supuesto. Estás hermosa, Emilie.

Parpadeo para alejar las lágrimas.

—Te amo, papá.

Su mirada se suaviza y no tarda en abrazarme.

—Y yo a ti, hija.

—Está bien. Creo que estoy lista.

Él asiente y me ofrece su brazo. Lo sostengo y juntos salimos de la habitación rumbo al altar. Rumbo a Aiden. Mi pasado, mi presente y mi futuro.

—Hermano, no puedo creer que vayas a casarte. —Luc suena genuinamente sorprendido—. Quiero decir, es…

—Lo sé. Yo tampoco puedo creerlo.

Voy a casarme. Voy a casarme con Emilie. Con mi rubia. El amor de mi vida.

Pensarlo hace que una oleada de calor me recorra el pecho.

No puedo esperar a pasar el resto de mi vida con mi estrella favorita.

—Uno de los dos tenía que casarse, ¿no? —bromeo.

Él me golpea en el brazo. Yo rio.

—Algún día me casaré, ¿sabes? Y no voy a invitarte.

—Sí lo harás. No puedes vivir sin mí.

No responde. No tiene que hacerlo. A pesar de que lo dije en tono de broma, sé que es verdad. Y no es egocentrismo. Yo tampoco puedo vivir sin él.

Es mi mejor amigo. Mi hermano.

Norah aparece con la pequeña Sophie en brazos. Mi niña tiene puesto un vestido rosa precioso y un moño a juego en la cabeza. Simplemente adorable.

—Creo que alguien quiere saludar a papi antes de que comience la ceremonia —dice Norah tendiendome a Soph.

Sonrío y la tomo en brazos.

—¿Cómo estás, amor? ¿Extrañabas a papi? ¿Es eso?

Ella hace un sonido precioso que interpreto como un sí y se acomoda mejor contra mi pecho.

Me quedo embobado mirándola.

Esta niña tiene mi corazón desde que supe de su existencia. Hay días en los que me cuesta creer que sea mía. Que yo haya colaborado para crear algo tan hermoso, tan puro e inocente.

—Vamos, Sophie —le dice Norah tomándola en brazos con una gran sonrisa. Sus ojos están llenos de lágrimas cuando me mira—. Creciste tan rápido. Estoy muy orgullosa de ti, Aiden.

Me aclaro la garganta para deshacer el nudo en mi garganta y la abrazo con cuidado de dejarle espacio a Sophie, que ríe como si viera lo más divertido del mundo. Dios, adoro su risa.

Norah se siente tan pequeña en mis brazos pero es tan importante para mí. No sé qué sería de mí sin ella, sin sus consejos, sin su amor.

Me sonríe antes de irse y pronto la marcha nupcial comienza a sonar. Me paro muy recto, mis manos tiemblan y temo que las piernas me fallen en cualquier momento. Aunque lo que más me preocupa en cuanto la veo aparecer es mi corazón porque estoy seguro de que se detuvo.

Se ve hermosa. Quiero decir, siempre se ve hermosa pero ahora… Joder, no tengo palabras suficientes como para describirla.

Mi rubia me sonríe y todo se ilumina, abre un puto agujero en mi pecho y sostiene mi corazón con esas manos que tanto amo. No lo devuelvas, quiero decirle. Jamás lo devuelvas. No lo quiero. Es tuyo para siempre.

Sus ojos brillan con lágrimas contenidas y pronto descubro que los míos también lo hacen cuando ella llega a mí y seca mi mejilla.

—Hola —murmura con una sonrisa.

—Hola.

—Te ves muy bien.

—¿Lo crees? —Ella hace un sonido afirmativo—. Pues tú te ves caliente como el infierno.

Eso la hace sonrojarse y luego reír. Su padre me mira como si quisiera estrangularme pero se limita a aclararse la garganta.

—Más te vale cuidarla, Pierce, o tendremos graves problemas —me dice antes de apartarse.

Debería preocuparme que un abogado me diga que tendremos graves problemas pero no me importa porque no pienso alejarme de Emilie jamás. Me arrancaría un brazo antes de hacerla sufrir.

No voy a negarlo, no presto atención a la mitad de las cosas que el cura dice por mirarla, por imaginar cómo será nuestro futuro, qué cosas nos aguardan. Pero cuando el momento de decir nuestros votos llega, me obligo a concentrarme.

—Jamás creí en el destino o en cosas banales como las almas gemelas —comienza Emilie—. Pero tú me haces pensar que tal vez existen. Que tal vez todo esto, conocernos, sufrir, sanar, amarnos, Sophie —Sonríe al decir el nombre de nuestra hija—, todo estaba destinado a suceder. Si es así, volvería a pasar por todo por lo que pasé un millón de veces para llegar a este momento. A nosotros. Y prometo cuidar este amor durante todo el tiempo que me quieras a tu lado.

Mi vista está borrosa por las lágrimas y todo lo que quiero es besarla pero me obligo a respirar profundo y decir mis votos.

—Creí que no había esperanza, que mi vida estaba destinada a ser oscuridad pero entonces llegaste tú y me hiciste ver que hay más que dolor en este mundo. No fue fácil pero vencimos nuestros demonios juntos y ahora somos más fuertes. Somos felices. Y aunque no todos los días sean fáciles, aunque tengamos un millón de problemas y peleemos, quiero caminar de tu mano durante toda mi vida. Quiero amarte cada segundo de mi existencia y quiero que tú me ames cada segundo de la tuya. Quiero envejecer a tu lado y contar estrellas hasta que los ojos no nos lo permitan. Te quiero a ti, Emilie, para siempre.

Nos miramos y cuando el padre nos declara finalmente marido y mujer, cuando nos dice que podemos besarnos, siento una felicidad que solo he sentido dos veces en mi vida. Una de ellas fue cuando Emilie y yo nos besamos por primera vez. Me dio esperanza en un futuro donde nosotros fuera más que una simple palabra. La segunda vez fue cuando Sophie nació y descubrí un amor completamente nuevo, un amor que me hizo fuerte y débil al mismo tiempo. Y ahora, en la tercera, sé que todo estará bien, que Emilie y yo estaremos bien porque estamos juntos y lo estaremos por el resto de nuestras vidas.

Así que la tomo de la cintura y la beso con todo el amor que tengo dentro de mí. Ella me corresponde con el mismo sentimiento y cuando nos separamos apoya la cabeza en mi pecho. Ríe suavemente.

—¿Qué? —le pregunto.

Ella se aparta, levanta la mano para acariciar mi rostro con una ternura que me desarma y sonríe.

—Me cuesta creer que sea real. Que lo logramos. Pero es así. Estamos casados, Aiden.

Sonrío.

—Sí. Ahora eres la señora Pierce.

—Oh, no, nada de señora.

—Mandona.

—Idiota.

Suelto una carcajada y vuelvo a besarla.

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