Extra - El comienzo de un brillante futuro
Cuatro años después del último capítulo.
Es la cuarta vez en la semana que Emilie vomita su desayuno. Mentiría si dijera que no estoy nervioso. ¿Y si está enferma? ¿Y si algo le sucede y…?
—Creo que deberíamos ir a un hospital —le digo, intentando mantener la calma—. Esto no es normal.
Ella está pálida, apoyada contra la pared del baño sin mirarme. Parece perdida en su cabeza. Sus manos tiemblan cuando aparta su cabello de su rostro.
—No puede ser. —Su voz es un susurro ronco.
—¿Qué cosa?
—Mi… —Traga saliva—. Mi periodo está dos semanas retrasado. No sé cómo no lo noté.
Me quedo muy quieto, incapaz de moverme. ¿Su periodo? ¿Qué…?
Oh, mierda.
—¿Crees que…? —Soy incapaz que terminar la oración.
—Sí, creo que podría estar embarazada.
Ahora soy yo quien se apoya contra la pared porque de repente me siento como si no pudiera mantenerme erguido por mi cuenta. ¿Embarazada? ¿Está hablando en serio? ¿Cómo…?
«Ya sabes cómo se hacen los bebés, imbécil».
—Pero… las pastillas…
—No son 100% efectivas y… creo que olvidé tomarlas en medio de mis exámenes —admite, avergonzada—. Estaba muy estresada y no… no pensé. Mierda, ¿cómo pude no haber pensado en eso?
Emilie nunca maldice.
Me aparto de la pared y la tomo de los brazos para acercarla a mí. Ella se refugia en mi pecho y ninguno de los dos dice nada durante varios minutos, solo permanecemos así, juntos.
—Si hacemos una prueba y da positiva —comienzo con voz temblorosa—, ¿qué quieres hacer?
—No lo sé. ¿Crees que… que estaría bien tenerlo?
—Es tu decisión. —La aparto solo para poder mirarla—. Pero estoy seguro de que si algún día me convierto en padre, será contigo. No importa si es ahora o dentro de unos años.
Su labio inferior comienza a temblar.
—Es que… la universidad y… los gastos. Los bebés necesitan muchas cosas, Aiden.
—Lo sé. Pero podríamos con eso. Tú trabajas, yo vendo mis cuadros y podría también dar clases de arte. Eso daría suficiente dinero, ¿no crees?
No me doy cuenta de lo esperanzado que sueno hasta que ella habla.
—Tú quieres un bebé —afirma viéndome con los ojos cristalizados.
Trago saliva.
¿Quiero un bebé? No lo sé. Mis únicas experiencias con bebés se remontan a ayudar a cuidar a Sophie cuando era un niño y cuidar del pequeño Tommy. Jamás había pensado en tener hijos. Se sentía como algo muy lejano para mí. Pero con Emilie… con Emilie lo quiero todo. Casa, perro, matrimonio, niños. Quiero toda una vida de risas, pinceladas de amor y secretos contados a las estrellas.
Y un bebé de mi rubia… sería un sueño hecho realidad. Una personita que tenga lo mejor de los dos. Alguien a quien cuidar y amar.
—Sí —respondo finalmente—, pero no tiene que ser ahora si no quieres. Podemos esperar y tal vez en otro momento…
—¿Puedes hacerme un favor? —me interrumpe.
—Claro.
—¿Puedes ir a la farmacia y pedir una prueba de embarazo? Iría yo pero siento que mis piernas están hechas de gelatina.
Asiento y me voy, no sin antes asegurarme de que se siente y mantenga calmada hasta que yo vuelva.
La farmacéutica me mira raro cuando le pido una prueba de embarazo pero no me importa.
Vuelvo a casa lo más rápido que puedo, sintiendo mi corazón latir como si quisiera salirse de mi pecho.
Emilie sigue en el mismo lugar donde la dejé, mirando sus manos. Levanta la vista apenas me oye y luego ve la bolsa que tengo en mis manos. Se pone de pie y camina hacia mí.
—Iré… a hacerla ahora. Necesito salir de la duda.
Asiento y le entrego las tres pruebas que compré. Solo para estar seguros.
Ella desaparece en el baño y regresa unos minutos después. Su cara sigue demasiado pálida.
—¿Quieres sentarte?
—No. Estoy bien. Solo… abrázame.
Lo hago. La abrazo con fuerza porque sé que lo necesita. Sé que sus preocupaciones son mayores que la universidad y los gastos propios de un bebé.
—Si realmente hay un bebé y decido tenerlo… ¿crees que lo haría bien? —pregunta en voz baja y temblorosa.
—Estoy seguro de que lo harías más que bien. Serías una madre increíble. Cualquier niño se sentiría afortunado de tenerte a su lado. Y sé que te preocupa ser como tu madre pero eso no sucederá. Tú lo amarías y se lo harías saber cada día. Jamás harías todo lo que tu madre hizo.
—No sé cómo… cómo podría hacerlo. No tuve una madre que me enseñara o a la cual pedirle consejos y…
—Hey, me tienes a mí. Y tienes a Norah y a Luc. Todos te ayudaremos en el caso de que haya un bebé y decidas tenerlo. No estás sola.
Ella traga saliva y abre la boca para hablar pero un pitido se lo impide. Mira su celular.
—Ya es hora —dice.
—¿Quieres que entre contigo?
Solo asiente.
Entramos al baño y observo desde lejos las tres pruebas dispuestas sobre el lavabo.
Caminamos lentamente y vemos los resultados. La primera tiene una sola rayita. Un nudo se forma en mi garganta.
—¿Qué significa una sola rayita? ¿Negativo?
—Sí —me parece detectar cierta decepción en su voz.
La segunda tiene dos rayitas. Positivo. Mi corazón se acelera, mis manos sudan.
La tercera también tiene dos rayitas.
—¿Eso significa que…?
—Estoy embarazada.
Emilie parece estar en shock observando las marcas rosadas. Pongo mi mano en su hombro.
—¿Estás bien?
Me mira con los ojos llenos de lágrimas.
—Estoy embarazada —repite—. Hay un bebé dentro de mí.
El nudo en mi garganta se aprieta. Intento contener mis propias lágrimas. Esto es sobre ella, no sobre mí.
—Sí, amor. Hay un bebé allí. —Señalo su vientre y ella lleva las manos a ese lugar. Las ansias por hacer lo mismo van a acabar conmigo.
—¿En serio crees que sería una buena madre? —Su voz se rompe.
—No podría elegir una mejor madre para mi hijo.
Entonces el llanto escapa. Las lágrimas caen por sus mejillas sin control justo en el momento en que me besa. Tomo su cintura para estabilizarnos y la beso de vuelta, adorando como siempre la manera en que sus labios y los míos se amoldan como si estuvieran hechos el uno para el otro.
—Quiero a este bebé —dice contra mis labios, y mi corazón se salta un latido—. Quiero tenerlo.
—¿Estás segura?
Necesito que lo confirme. Necesito saber que lo hace por ella y no por mí.
—Sí. Quiero hacerlo, y quiero hacerlo contigo. Quiero aprender a tu lado. No soy mi madre. No cometeré sus errores.
Acaricio su rostro, sintiendo más felicidad de la que puedo expresar con palabras.
—No eres ella. Nuestro hijo solo conocerá amor de nuestra parte.
Ahora sí me permito deslizar la mano entre los dos para tocar su abdomen. Está igual que siempre pero ahora sé que hay alguien ahí dentro. Alguien que mi rubia y yo creamos.
—Te amo —digo, y sé que ella lo entiende, que no solo se lo digo a ella sino también a esa personita en su interior.
Emilie me sonríe y cubre mi mano con la suya.
—Te amo —repite ella.
Creo que nunca fui tan feliz.
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