9
Aiden y yo llevamos semanas yendo al parque cada noche. Es como un acuerdo tácito entre nosotros.
A veces, hablamos. No sobre cosas personales, sino sobre cualquier otra cosa. Creo que incluso nos ponemos un poco filosóficos. Otras veces, tan solo miramos las estrellas en silencio, demasiado sumidos en nuestros problemas y preocupaciones como para conversar.
Me gusta nuestra rutina. Y me gusta aún más conocer un pedazo nuevo de Aiden cada noche.
Nunca tuve amigos de verdad, de esos con los que puedes abrirte, ser tú misma. Supongo que Allan podría entrar en esa categoría, o al menos lo hizo durante un tiempo. Luego, me cerré y comencé a fingir ser alguien que no soy para contentar al mundo.
A Aiden no necesito contentarlo; él es tan imperfecto como yo. Y eso me encanta.
De noche puedo quitarme de los hombros el peso que conlleva fingir, pero de día me pongo la máscara y pretendo ser igual que mis amigas.
Abby no ha vuelto a molestar a la chica con la que Jackson tuvo algo, pero es porque la pobre le huye. Cada vez que la ve sale corriendo como un borreguito asustado.
Me siento... no sé muy bien cómo me siento respecto a eso. Una parte de mí me dice que está bien, que se lo merece, y la otra recuerda sus ojos, el miedo que había -y sigue habiendo- en ellos, y siente culpa. Siento culpa.
Sacudo la cabeza, intentando alejar esos pensamientos de mi mente. No me sirven de nada. Ella se metió con la persona equivocada, no hay nada que yo pueda hacer para ayudarla.
-Estás muy callada -señala Allan-. ¿Todo va bien?
Estamos caminando rumbo a mi casa tomados de la mano. Ya sabes, una de esas cursilerías que deberían hacer que sienta miles de mariposas revoloteando en mi estómago.
Solo que yo no siento nada.
-Sí, todo va bien. -La mentira se desliza por mis labios con demasiada facilidad-. Solo estoy un poco agobiada porque tengo muchas tareas y proyectos que hacer.
-Está bien, pero tampoco sirve de mucho que te agobies, ¿no? -Acaricia mi rostro, su mirada es dulce, y me parte el corazón-. Relájate. Tienes las mejores notas de todo el instituto.
Le sonrío.
-Tienes razón. ¿Y cómo van las cosas en el equipo?
Allan es uno de los mejores jugadores del equipo de fútbol americano del instituto. Así se hizo amigo de Jackson, quien es su capitán.
-No tan bien, la verdad. -Hace una mueca-. Cory se torció el tobillo y ahora estamos intentando adaptar las estrategias al suplente.
-Oh, espero que puedan solucionarlo pronto -musito, y lo digo en serio. Sé lo importante que es el fútbol para Allan y que tener a un jugador lesionado puede perjudicarlos en los próximos partidos.
Él sonríe como si le hubiera dicho que las nubes están hechas de algodón de azúcar y puede probar una antes de acercarse a mí para besarme. Me saca varios centímetros así que tiene que inclinarse. Los besos con Allan son buenos, eso no voy a negarlo, pero les falta esa chispa que se supone debería encenderme.
Por eso nunca hemos ido más allá. Quiero decir, sí nos hemos quitado la ropa y hemos explorado nuestros cuerpos pero nunca llegamos a más. Siempre termino deteniéndolo. Él no protesta. Allan nunca protesta. Es un buen chico, y me trata como si fuese una princesa. Eso me gusta. Pero me gustaría aún más sentir eso que describen en los libros y las películas. Ese amor que te deja sin oxígeno, que te hace querer pasar cada segundo de tu vida con esa persona.
Quiero sentir eso algún día.
Minutos después, llegamos a mi casa que, para mi sorpresa, no está vacía. Mi madre está en la sala, bebiendo té mientras lee un libro cuyo nombre no alcanzo a ver. El vestido blanco se ajusta a su figura gracias a un grueso cinturón negro. Al vernos, se quita los lentes. Detesta usarlos en presencia de gente que no sea papá, Amelie o yo, e incluso así lo hace con renuencia. No le gusta dejar entrever debilidad, ni siquiera si se trata de sus ojos.
-¡Allan, hijo! -exclama y deja el libro sobre la mesa. Palmea el lugar junto a ella-. Ven, siéntate.
Mi novio obedece, es demasiado educado como para rechazarla.
-Es un gusto volver a verla, señora.
-Ya te lo dije: no tienes que decirme señora. Jessica está bien. No soy tan vieja aún.
-Lo siento, no es eso lo que quise decir, seño... Jessica -se corrige.
-Así está mucho mejor. -Recién entonces mi madre repara en mí-. Oh, Emilie. ¿Por qué no vas a buscar a tu padre? Seguro quiere saludar a Allan.
Asiento con los labios apretados antes de dirigirme al despacho de mi padre. No necesito que me diga que está ahí para saberlo. Siempre está ahí.
Por esto es que odio traer a Allan a mi casa; porque mi madre lo asfixia, lo adula hasta más no poder y lo trata incluso mejor que a mí. Es casi como si él fuera su hijo y no yo.
Me detengo frente a la puerta del despacho y la golpeo. Apenas unos segundos después, se oye un «pase» ronco y cansado. Abro la puerta, dejando ver a mi padre, quien se encuentra sentado del otro lado de un escritorio repleto de papeles. No me gustan las bolsas debajo de sus ojos, tampoco esa expresión preocupada en su semblante. La empresa lo absorbe, lo toma todo de él. ¿Para qué? ¿Para darnos un buen futuro a mi hermana y a mí? ¿De qué sirve eso si apenas lo vemos un par de horas a la semana?
-¿Hay algún problema? -Me atrevo a preguntar.
Él sacude la cabeza pero sigue viéndose preocupado. Se le forma la misma arruga entre las cejas que a mí cuando lo está.
-No, todo está bien. -Se aclara la garganta y acomoda unos papeles en montañitas-. ¿Sucedió algo? Nunca vienes a mi despacho.
«Nunca me invitas a venir».
-Mamá me mandó a llamarte. Allan está en la sala.
-Está bien, ya voy. -Se pone de pie.
Le regalo una sonrisa de boca cerrada y me volteo, dispuesta a irme, pero su voz me detiene.
-Hija.
No volteo pero me quedo muy quieta.
-¿Sí?
-¿Tú estás bien?
Se me forma un nudo en garganta.
-Mejor que nunca, papá.
Es un poco -bastante- incómodo oír como mamá adula a Allan hasta por respirar. Él, que todo lo hace bien, se limita a sonreír y lucir encantador. No sabe actuar de otra manera.
Papá, por el contrario, se mantiene en silencio la mayor parte del tiempo. Hace algún que otro comentario pero no es un hombre de muchas palabras, prefiere observar y dejar a mamá encargarse de la parte de socializar.
Poco después, la noche comienza a caer, y mi hermana aparece. Mira con desconcierto a Allan sentado en nuestra sala y luego sacude casi imperceptiblemente la cabeza. La decepción en sus ojos se siente como fuego en mi pecho.
-¿Dónde estabas, Amelie? -le pregunta mamá con ese tono dulce que emplea cuando no estamos solas.
-Con Stacey estudiando -responde ella sacudiendo una pelusa inexistente de su suéter.
-Bien. Ve, dúchate y baja, la comida ya casi está lista.
Mi hermana asiente, mirándome de reojo, y sube la escalera sin decir nada más.
Pero yo sigo sin poder quitarme la sensación que su decepción dejó en mi pecho.
Media hora después, los cinco estamos sentados alrededor de la mesa disfrutando de la rica carne con papas al horno que Mary, nuestra cocinera, ha preparado. Allan no para de decir que la comida es exquisita. También habla sobre sus planes para el futuro cuando mi madre le pregunta por ellos, aunque no emplea el mismo entusiasmo.
Amelie, por su parte, se mantiene callada y pensativa. Tanto que cuando le pido la salsa tengo que insistirle porque no parece oírme.
-¿Estás bien? -le pregunto en voz baja para que no los demás no escuchen.
Parpadea.
-¿Qué? Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas?
-No lo sé, estás... rara.
Se tensa.
-Es el estrés por la universidad. El próximo año lo sabrás.
Un nudo se instala en mi garganta. Mi hermana me mira con lo que creo es culpa en los ojos.
-Em...
Mi madre la interrumpe al comenzar a hablar de la empresa y de cómo lo que comenzó como algo pequeño se transformó en lo que es ahora. A mamá le encanta alardear sobre el esfuerzo que la familia puso en esa empresa. Lo cual es irónico porque ni siquiera es suyo, sino que viene de parte de mi abuelo paterno.
Los Ainsworth trabajaron duro para crearse un nombre, pero mi madre se llena la boca como si ella hubiera puesto los ladrillos que componen el edificio con sus propias manos.
En medio de todo eso, mi celular suena. Lo miro por debajo de la mesa.
Idiota:
¿Sabías que el sol está a 0.00001581 años luz de la Tierra?
¿Qué demonios?
Yo:
Y me dices eso porque...
Apago el celular y llevo un poco de carne a mi boca. Está deliciosa.
No pasan ni dos minutos cuando el teléfono vuelve a vibrar.
Idiota:
No hay razón. Solo estoy aburrido. Suelto datos astronómicos cuando estoy aburrido.
Voy a contestar pero envía otro mensaje.
Idiota:
Y cuando estoy triste, y cuando estoy feliz. Lo hago todo el tiempo, de hecho. Me ayuda a centrarme.
Yo:
¿Decir datos astronómicos te ayuda a centrarte? Nunca había escuchado algo así.
Idiota:
Bueno, supongo que todos somos raros a nuestra manera.
Yo:
Sí, supongo.
Ve el mensaje pero no contesta y creo que la conversación ha terminado cuando la palabra «escribiendo...» aparece bajo su nombre.
Idiota:
¿Hoy irás?
No necesito que me diga a qué se refiere. Es nuestro parque.
Yo:
¿He faltado alguna vez?
Idiota:
El día que tuviste una cena con no-sé-quién.
Yo:
Bueno, sí, pero te avisé antes. Y no he vuelto a faltar.
Idiota:
Voy a tomarme eso como que sí irás.
Yo:
Pues claro que iré.
Idiota:
Genial, hay algo que quiero mostrarte.
Estoy a punto de preguntarle qué quiere mostrarme cuando mi madre nota lo que estoy haciendo.
-Emilie, deja ese teléfono sobre la mesa. -Sus orejas están rojas, señal de que está muy enfadada-. Tenemos un invitado. No seas maleducada.
Bajo la cabeza.
-Lo lamento, estaba respondiendo un mensaje.
Varios, de hecho, pero ella no tiene porqué saberlo.
-¿A quién?
-A... Abby. Quiere que la acompañe al centro comercial mañana. Ya sabes, como cada mes. Tiene que cambiar su guardarropas.
Mi madre se relaja un poco en la silla, como si el nombre de la única hija de los Brooks hubiera mermado su enfado.
-Está bien. -Asiente-. Pero que sea la última vez que usas el teléfono en la mesa.
Mira a Allan con la disculpa plasmada en los ojos y yo siento ganas de correr al baño y vaciar mi estómago.
El resto de la cena se torna aburrida a más no poder y pronto Allan se disculpa diciendo que debe irse. Lo acompaño hasta la puerta, donde tomo una gran bocanada de aire.
-Lo siento mucho por mi madre. Es un poco asfixiante pero...
No me deja terminar, pone sus manos a los lados de mi cara y me mira con dulzura impregnada en sus bonitos ojos azules.
-No tienes porqué disculparte. Tu madre me parece increíble.
«Eso es porque no vives con ella».
-Nos vemos mañana, ¿vale? -murmuro forzando una pequeña sonrisa.
Asiente y me da un beso corto en los labios.
-Te quiero -susurra y mi garganta arde.
-Y yo a ti -miento.
Son las doce en punto cuando llego al parque. Aiden ya está aquí, vestido con su usual sudadera negra y jeans. Sostiene un cigarrillo entre sus labios con despreocupación.
-¿Cuál es el plan para hoy? -inquiero apenas lo alcanzo.
Él no responde, se limita a terminar su cigarrillo en silencio y luego quitarse la sudadera.
-¿Qué demonios...? -mascullo cuando la tira en mi dirección.
-Hace frío -comenta-. No quiero que te enfermes por mi culpa así que póntela.
Bajo la vista hacia mi camiseta de mangas largas. Es calentita pero sí es cierto que hace un poco de frío así que decido no refutar y ponerme la sudadera.
-¿Feliz? -ironizo sin poder ocultar la sonrisa que tira de las comisuras de mis labios.
-Podría decirse -responde y comienza a caminar rumbo a la calle.
-Hey, ¿a dónde vas? -Troto para llegar hasta él.
-Te dije que quería mostrarte algo, ¿no? Pues ahí vamos.
-Okay... -murmuro-. ¿Y dónde es «ahí»?
Se gira hacia mí y sus labios se estiran en una sonrisa enorme que deja a la vista un hoyuelo en su mejilla izquierda. Es la sonrisa más hermosa que he visto.
-Ya lo verás, rubia, no te apresures.
A pesar de que los nervios y la curiosidad me carcomen, lo sigo en silencio. No caminamos durante mucho tiempo, tal vez unos quince minutos, antes de que Aiden se detenga frente a un muro enorme oscuro. Mi ceño se frunce de inmediato. La luz es tenue, así que es difícil ver bien.
-¿Es aquí? -pregunto en voz baja.
-Sí, es justo aquí.
-Es... un muro.
Aiden aprieta los labios para no romper en carcajadas pero no lo consigue.
-Mira más de cerca.
Me acerco a la enorme estructura y recién cuando me paro debajo de las luces logro notarlo. Tiene pintura para pizarra encima y está lleno de colores. Palabras sueltas, frases, dibujos. Cientos de ellos decorando el áspero material.
-Es... precioso.
Hay tantos sueños, promesas, deseos, nombres y frases motivacionales -probablemente sacadas de una taza- que apenas hay espacio en esta parte. De reojo, veo como Aiden saca una tiza blanca de detrás de unas cajas y me la tiende.
-¿Quieres que yo...? -balbuceo.
-Puedes escribir lo que quieras. O puedes dibujar. O hacer las dos cosas. Da igual. Suéltate. No miraré si no quieres.
Trago saliva, nerviosa pero emocionada, y me giro hacia el muro. Busco un lugar lo suficientemente grande y comienzo a dibujar. Cinco minutos después, estoy frente a una mariposa hecha con una sola línea, delicada y frágil pero, sobre todo, hermosa. Su lado izquierdo es perfecto pero el derecho tiene roturas y partes faltantes. Es la definición de la belleza en la imperfección.
Ni siquiera pensé lo que iba a dibujar, solo vino a mi mente y me pareció bonito y triste en partes iguales. Porque para sanar inevitablemente tienes que sufrir; para aprender a volar, antes tienes que caer; y para apreciar los buenos momentos, tienes que pasar por los malos. Es un ciclo sin fin en el que caes, te lastimas, te levantas, la herida sana -dejando en su lugar una cicatriz-, y entonces vuelves a caer y la herida vuelve a abrirse y sangrar. Y duele más que antes. Y cada vez que se abre tarda más en sanar.
No existe ningún ser humano completo. A todos nos faltan partes, todos tenemos grietas, pero eso no nos hace menos fuertes. De hecho, creo que es todo lo contrario. Soy más fuerte por mis heridas porque las cosí yo misma y, si bien no puedo evitar que las suturas se rompan, puedo seguir cosiendo una y otra vez. Puedo no darme por vencida. Puedo seguir luchando.
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