45
Ya llevo más de dos meses de terapia. Me gustaría poder decir que ya estoy bien pero sería mentira. Comer sigue siendo una tarea titánica, sigo llorando por las noches y los comentarios de mis compañeros —aunque mermaron un poco— siguen afectándome. La única diferencia es que ya no estoy sola. Siempre estoy acompañada de Amelie, Matt o Aiden a la hora de comer, y ellos me dan mi espacio. Si ese día siento que no puedo, lo aceptan y me abrazan. Cuando lloro y siento que el mundo se me viene encima, solo necesito llamarlos y están para mí.
Usualmente, llamo a Aiden para no molestar a mi hermana ni a mi cuñado. Y él me escucha. Él siempre me escucha. Y cuando algo me hace sentir mal, él me abraza y me dice que soy su Sirio. Aún no sé qué significa eso. No me ha respondido ninguna de las veces que le he preguntado. Sólo sonríe, como si fuera un secreto.
Últimamente sonríe más y llora menos. Eso me alegra. No hay nada que disfrute más que verlo sonreír.
—¿A dónde vamos? —le pregunto mientras lo sigo.
—Ya verás —responde con una sonrisa pícara.
Seguimos caminando por lo que parecen horas cuando en realidad solo son minutos hasta que comienzo a reconocer el camino como el que solíamos tomar para ir a nuestro parque. Al llegar, nos sentamos bajo ese árbol que hicimos nuestro y miramos hacia arriba. El cielo está despejado, dejando ver unas estrellas preciosas.
—Cuando era pequeño, mi madre solía hablarme sobre las estrellas —comienza a decir en voz baja—. Le obsesionaba una en particular. Sirio. —Mi cabeza se mueve hacia él de golpe—. Tenía una teoría sobre las personas y esa estrella. Decía que todos éramos el sirio de alguien, que esa persona era la única capaz de ver nuestra luz. ¿Recuerdas lo que te dije sobre Sirio cuando nos conocimos?
Asiento con un nudo en la garganta.
—Dijiste que era la estrella más brillante visible desde la Tierra.
—Pues tú eres el Sirio que ilumina mi vida.
El mundo se detiene. Mi corazón se para por completo. Me quedo congelada en mi lugar, incapaz de decir nada. Luego, mi corazón reanuda su marcha a una velocidad alarmante y mis ojos se humedecen.
—¿Eso es lo que querías decir todas esas veces con «eres mi Sirio»?
Él asiente, algo tímido, y yo salto a sus brazos en medio de una risa/llanto que me corta la respiración. Tomo su rostro y lo beso con desesperación, como si el mundo fuera a acabarse en cualquier momento y fuera nuestra última oportunidad de marcar nuestros nombres en los labios del otro.
Aiden hunde las manos en mi cabello y tira de él para profundizar el beso. Y esa es la chispa que se necesita para encenderme. Mis labios bajan hasta su cuello y se recrean en esa zona, besando y succionando. Lo escucho tragar saliva y gemir suavemente y sonrío contra su piel. Pero entonces él pone sus manos en mi pecho y me aparta con delicadeza.
—Si sigues besándome así, no podré contenerme.
Siento como mis mejillas enrojecen mientras me alejo un poco más. Él suspira antes de acomodar mi cabello.
—Te ves hermosa con los labios rojos por nuestros besos —susurra y mi corazón da un salto—. Te tengo un regalo.
—¿Un regalo?
—Uh-huh. —Se mete la mano en el bolsillo de la sudadera y saca una cajita. La pone sobre mi mano y se muerde el labio, nervioso—. Ábrela.
Emocionada, hago lo que dice, y me maravillo cuando veo su interior. Un collar con un dije en forma de constelación. No. No cualquier constelación. Sirio.
—Es para que lo recuerdes siempre —me dice en voz baja—. Brillas, rubia. Brillas como ninguna otra estrella.
Mis ojos están llenos de lágrimas.
—Quiero hacerlo. Quiero brillar contigo.
—Entonces hagámoslo. Brillemos juntos.
—¿Hasta cuándo?
—¿Qué te parece hasta que las estrellas dejen de brillar? Solo entonces nosotros dejaremos de hacerlo.
Mi sonrisa es enorme.
—Me encanta —digo, y me inclino para besarlo otra vez.
Sus manos sostienen mis caderas cuando me siento a horcajadas sobre él y ejercen una leve presión. Las mías hacen un desastre con sus rizos, adorando la sensación de tenerlos entre mis dedos.
Sus labios rozan mi cuello varias veces antes de besarlo de verdad.
—¿Sabes? —murmuro—. Amelie y Matt están en casa de los padres de Matt. Pasarán la noche allí.
—¿Ah, sí? —Sonríe contra mi cuello—. ¿Y qué propones, rubia?
—Tal vez podríamos ir a mi casa y... —Suelto un gemido suave cuando sus dientes rozan la piel de mi cuello—. Ver qué sucede.
—Ver qué sucede, ¿eh? Me gusta la idea.
Y así como si nada, se pone de pie conmigo a rastras. Envuelvo las piernas a su alrededor con un gritito.
—¿Qué haces?
—Ir a tu casa —responde, obvio.
—¡Pero no así! —chillo—. Nos pueden ver y yo...
—Me importa una mierda que nos vean. Quiero llevar a mi novia a su casa y eso haré.
Mi corazón da una voltereta en mi pecho al oírlo llamarme su novia.
Creo que debería ir a ver a un cardiólogo luego de esta noche. Que el corazón se te detenga y luego se acelere tantas veces en menos de una hora no puede ser bueno.
Aiden me lleva así durante varias cuadras hasta que le digo que por favor me baje porque nos están mirando raro. Él lo hace a regañadientes y toma mi mano para seguir caminando. Nos detenemos varias veces para besarnos y reír. Estamos borrachos de amor.
Llegamos a la casa y entramos a trompicones, con los labios unidos. Subimos las escaleras así, sin despegarnos y llegamos a mi habitación enteros de pura suerte.
Mis manos toman el dobladillo de su camiseta y lo suben para poder quitársela. La vista de su abdomen me enloquece. Aiden es del tipo de persona que, aunque no haga ejercicio, se ve bien. Tal vez es el hecho de que camina a todos lados, no lo sé, pero su abdomen está marcado, y eso me encanta.
Su respiración está agitada cuando me mira y un mechón rebelde cubre su ojo derecho. La imagen aumenta el calor que ya había en mi interior.
Trazo las líneas de su abdomen los los dedos, deleitándome con la forma en que se tensa bajo mi toque. Dejo un beso donde una cicatriz blanquecina me recuerda lo cerca que estuve de perderlo incluso antes de conocerlo.
—¿No crees que deberíamos estar en igualdad de condiciones? —Su voz es un jadeo ronco.
Sonrío contra su piel antes de apartarme y quitarme la blusa. Pero mi sonrisa titubea cuando comienzo a pensar en cómo me veo. Tal vez no le guste. Tal vez no quiera...
Mis pensamientos se detienen de golpe cuando veo que él se acerca y comienza a trazar mis curvas con sus manos. Deja besos en mis mejillas, en mi cuello, alrededor de mis pechos y en mi abdomen. Toda la piel que hay a la vista se llena de su amor.
—No lo pienses —murmura contra mi piel—. Somos tú y yo. Solo nosotros. No hay lugar para esos pensamientos. Eres hermosa y muero por conocer cada recoveco de tu cuerpo. Pero si no quieres hacerlo hoy está bien. No voy a enojarme. Es tu elección, rubia.
Mi respuesta es besarlo.
Nuestras manos se desesperan por sentir al otro y, en algún momento, acabamos los dos desnudos. Mis inseguridades me hablan al oído, pero los besos de Aiden las callan, las alejan.
La mano de Aiden se cuela entre mis piernas y toca mi zona más sensible con delicadeza y amor. Aprieto las sábanas con fuerza e intento que mis gemidos no suenen muy alto porque aunque no haya nadie más en la casa, tengo vecinos, y no quiero que se enteren de lo que sucede aquí.
Cuando acabo Aiden me da un beso dulce en los labios.
—¿Estás segura? —me pregunta.
Acaricio su cabello, aún aletargada por las nuevas sensaciones, y sonrío.
—Nunca estuve tan segura de algo.
Asiente y busca en su billetera un sobre metálico, lo rompe y trabaja en su erección. Entonces me mira con cariño y nos unimos, y se siente tan perfecto, tan correcto, como si fuéramos dos piezas de un rompecabezas que encajan a la perfección.
Al principio, no se mueve, me deja adaptarme a él, pero cuando yo comienzo a buscar más, él me lo da. Con cada movimiento, me da un beso. Y con cada beso susurra algo bonito.
«Eres hermosa».
«Te quiero».
«Eres mi Sirio».
«Mi rubia».
Me llena de palabras bonitas que hacen que no haya lugar en mi cabeza para ninguna inseguridad.
Beso su cuello, las cicatrices en sus muñecas, sus labios. Y con cada beso le hago saber lo importante que es para mí.
Y cuando finalmente exploto, veo estrellas y sus ojos, que me miran como si no pudiera creer que soy real.
—¿Crees que es muy pronto para decirte que te amo?
Sus palabras me dejan sin aire.
—¿Me amas?
Él sonríe y me acaricia el cabello.
—Por supuesto. Creo que te he amado desde la primera vez que me llamaste idiota.
La risa explota en mi garganta, histérica y nerviosa.
—¿Acaso te gusta que te maltraten?
—Solo cuando tú lo haces. —Se enseria—. Pero hablo en serio. Te amo, rubia. Te amo como jamás creí que podría amar a alguien.
El calor en mi pecho es inmediato, al igual que las lágrimas en mis ojos.
—Y yo te amo a ti. —No encuentro las palabras que necesito para expresar lo que siento así que decido reutilizar las suyas—. Te amo como jamás creí que podría amar a alguien.
Él sonríe con los ojos brillantes y me besa.
Dormidos juntos, abrazados, con el corazón lleno de amor. Y es más que perfecto.
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