44
No sé qué sucedió. Un segundo estaba de pie, débil, sí, pero de pie, y al siguiente estaba en el suelo con Aiden, Amelie y Matt a mi alrededor.
Y lo admití. Admití aquello que tanto me aterraba decir. Fue difícil pero no podía seguir mintiendo, aún cuando quise desaparecer para no tener que ver las expresiones en sus rostros. Los decepcioné. Sé que lo hice. Y eso duele más de lo que puedo expresar con palabras.
Aiden toma mi mano y la aprieta con fuerza. He notado que últimamente le gusta hacer eso: apretar mi mano, como si quisiera asegurarse de que estoy aquí, con él.
—Te esperaré aquí. Y cuando salgas iremos a hacer lo que quieras. ¿Te parece bien?
Asiento. Los nervios me impiden hablar.
Cuando la hora de entrar al consultorio llega, me tiemblan las rodillas. Trago saliva y lo miro.
—Todo estará bien —me dice, calmado—. Puedes hacerlo. No va a juzgarte. Te lo prometo.
Tomo aire y lo dejo salir lentamente antes de caminar. El consultorio es pequeño y acogedor. No hay mucho que ver. Un escritorio detrás del cual se encuentra Hawkins, una silla para mí y un par de plantas. Pero me gusta. Y me calma.
Me siento y golpeo rítmicamente mis dedos contra mis piernas.
—Me alegra mucho al fin conocerte, Emilie —comienza con una sonrisa.
—No creo que pueda decir lo mismo. Lo siento.
—No te disculpes. A mí también me gustaría que no necesitaras esto. Pero aquí estamos. ¿De qué quieres hablar?
Me muerdo el labio.
—No… no lo sé.
—¿Quieres hablar de Aiden?
Mi ceño se frunce.
—¿Aiden?
—Sí. Sobre lo que sientes por él.
—Creí que estaba aquí para hablar sobre mi… —Trago saliva, incómoda— problema con la comida.
—Estás aquí para hablar sobre lo que quieras y cuando te sientas lista. Si no estás lista para hablar sobre comida está bien. Si tampoco quieres hablar sobre Aiden también está bien. Puedes quedarte toda la sesión en silencio, si así lo prefieres.
—Le estaría haciendo perder el tiempo.
—Para nada. Escucha, Emilie. Cada persona tiene el derecho de tomarse su tiempo para abrirse. Yo no estoy aquí para forzarte, sino para ayudarte. Cuando estés lista para hablar sobre eso, lo haremos. Mientras tanto, haremos lo que quieras. —Me sonríe con calidez—. Tú decides. Tú siempre decides.
Creo que es esa última frase la que me golpea. Yo decido. No mi madre, no mis compañeros. Yo.
—Aiden me gusta —musito—. Me gusta mucho. Y… no sé qué somos, no le pusimos nombre a nuestra relación, pero me gusta. Me gusta estar con él. Me gusta cómo me hace sentir.
—¿Y cómo te hace sentir?
Una sonrisa se dibuja en mis labios solo de recordar lo bonito que fue nuestro viaje, cómo me ha tratado desde ese momento.
—Querida. Como si fuera importante. Especial. Una estrella.
—¿No crees que seas todo eso?
—No —musito—. En este momento siento que soy un agujero negro que podría absorber todo a su alrededor. Pero me gustaría verme como una estrella. Ojalá lo logre.
Hawkins sonríe.
—No tengo dudas de que lo vas a lograr, Emilie.
Cuando salgo, Aiden tiene el celular en la mano y se está mordiendo el labio. Levanta la vista apenas me oye, lo guarda y se pone de pie. Sus manos se posan en mis hombros y me mira con cautela.
—¿Estás bien? —pregunta trazando círculos sobre mi piel.
—Sí. No fue tan malo como creí.
Él sonríe, aliviado, y me abraza. Por un segundo, me congelo, insegura sobre cómo reaccionar, pero acabo devolviéndole el abrazo.
—Estoy muy orgulloso de ti —murmura contra mi nuca.
Mi pecho se siente cálido de inmediato. Aiden tiene ese poder.
—Y yo lo estoy de ti. —Mis labios rozan la piel de su cuello al hablar.
Y nos quedamos así, abrazados, por lo que parece una eternidad. Y se siente como estar en casa. Aiden es mi casa.
Las cosas en el instituto están tensas. Jackson fue expulsado. Olivia no ha vuelto pero oí que presentó cargos en su contra. Me gustaría poder hablar con ella, decirle que lo siento, que no lo sabía y que aunque eso no sea una excusa válida estoy muy arrepentida por todo, pero siento que no va a volver. No después de que todos la viéramos.
Abby, por otro lado, está rabiosa. Se mete con cualquier persona que se cruce en su camino y sus gritos se oyen por todo el edificio. En la última semana terminó tres veces en detención.
Me he mantenido lo más alejada posible pero sé que no puedo seguir haciéndolo cuando la veo empujar a una chica por haber rozado su brazo al pasar.
—¡¿Quién demonios te crees que eres para...?! —grita, completamente descontrolada.
—Detente —la interrumpo—. No tienes que lastimar a los demás porque estás enojada.
Ella se voltea hacia mí con los ojos rojos. Se ve... diferente. Más triste, más sola. Ni siquiera tiene a Dani cerca.
—¿Qué haces tú aquí?
La pobre chica huye, dejándonos solas.
—Vine a decirte que ninguna de las personas que estás molestando tienen la culpa de que tu novio sea un hijo de puta. No descargues tu frustración en ellos.
Ella suelta una risa amarga.
—¿Mi frustración? No siento ninguna frustración. Jackson era un imbécil. No me importa lo que le suceda.
Pero sé que sí lo hace. Sé que lo ama y que saber lo que hizo la está destruyendo. Abby no es una mala persona, solo creció con la familia equivocada. Nadie le enseñó a hacer las cosas bien, nadie le dio amor ni la comprendió. Eso no justifica lo que hace, pero tengo esperanzas de que algún día pueda cambiar. Tal vez soy demasiado estúpida e ingenua pero todos merecen una segunda oportunidad.
—No tienes que fingir ser fuerte —le digo—. No tienes que hacer esto. Estás triste, llora. Habla. Grita. Pero ellos no tienen la culpa.
Sus ojos se llenan de lágrimas pero pestañea para apartarlas.
—Qué bonito discurso. Siempre tan... perfecta, ¿no? Emilie, la que todo lo hace bien. Las mejores notas, el mejor novio, los mejores padres. ¿Ahora me das discursos sobre cómo lidiar con mi vida? ¿Hay algo que la gran Emilie Ainsworth no haga?
—¿Realmente crees que mi vida es mejor que la tuya? ¿Crees que soy perfecta?
—Por supuesto que lo eres. Mi madre se encargaba de decírmelo una y otra vez y es verdad. Y lo odio. —Resopla pero de repente se ve más frágil, más rota—. Maldito sea el día en que te encerré con ese imbécil.
Mi ceño se frunce.
—¿Qué...? —La realización cae sobre mí—. Tú nos encerraste en el baño. Hace meses. Y luego actuaste como si no supieras nada.
Aprieta la mandíbula.
—Creí que eso te haría ver menos como la perfecta Emilie pero no funcionó. Y luego cuando al fin dejaste de serlo, yo también caí. Solo que tú tienes a alguien y yo no. Así que no me digas cómo debo actuar.
Luego de decir eso se va.
No vuelvo a verla en las siguientes semanas pero sé que no vuelve a molestar a nadie más.
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