30
Los primeros días los paso llorando en la habitación que Matt, quien resulta ser un chico muy amable, me dio. Y la verdad no estoy segura de cuál es la razón. ¿Mi madre, mi padre, Aiden, los cambios, mi futuro? No lo sé, pero siento una presión en el pecho que no me deja respirar.
Siento que estoy en un pozo oscuro y que por mucho que grite nadie va a venir a ayudarme.
Me siento sola.
Estoy sola.
No sé de dónde saco fuerzas para ir al instituto. Supongo que tengo esperanzas de verlo pero, lamentablemente, no sucede.
Es difícil soportar las miradas y los cuchicheos.
«Le fue infiel a Allan. Por eso terminaron».
«Es una perra».
«Allan merece a alguien mejor».
«¿Cómo va a dejarlo por un asqueroso drogadicto?»
«¿Viste lo que trae puesto? Está horrible».
Aprieto los puños e intento respirar profundamente.
No puedo dejar que esto me afecte. Pero lo hace. Me afecta, y mucho.
Las primeras horas son una tortura. Todos me miran, todos hablan de mí. Hasta los profesores me miran diferente.
Para la hora del almuerzo, lo único que quiero es irme, pero no quiero parecer débil. Así que entro con la cabeza en alto. Grave error. Me encuentro cara a cara con Abby apenas lo hago.
—Vaya, miren quién está aquí —masculla con una expresión divertida.
Trago saliva.
Dani, detrás de ella, no dice nada, pero me mira de la misma forma.
—Solo quiero almorzar, déjame pasar —murmuro.
Los labios de Abby se estiran en una sonrisa cruel.
—Yo creo que no se va a poder. ¿Por qué no vas a buscar a tu drogadicto? Tal vez pueda compartirte un poco de lo que consume.
—Abby... —comienzo, pero me detengo al notar que todos nos miran. Mi barbilla tiembla. Antes de que pueda verme llorar, me voy.
Escucho su risa desde el pasillo.
Cuando vuelvo a casa me meto a la cama y no salgo ni siquiera cuando Amelie viene a buscarme para cenar. Tengo el estómago cerrado. No se me pasa por alto la preocupación en su mirada, pero no digo nada. Si lo hago sé que terminaré llorando.
Acaba sucediendo, por supuesto. En algún momento de la madrugada, las lágrimas comienzan a caer y yo ni siquiera me esfuerzo en detenerlas. Sería inútil.
Mi mente es mi peor enemigo. No para de repetir el día de hoy, todo lo que he hecho mal en mi vida, las cosas hirientes que mi madre me ha dicho, la mirada de mi padre la última vez que lo vi, el dolor en los ojos de Aiden cuando le dije que mi madre jamás me permitiría estar con alguien como él. Repite y repite sin parar y pronto estoy ahogándome en este mar de sufrimiento que otros llaman vida.
No puedo con esto. No soy tan fuerte.
Las ganas de llamar a Aiden son grandes. Quiero ir al parque y ver si está allí pero ¿por qué lo haría? Lo herí. Aunque él haya dicho que estaba bien, lo herí, y si yo fuera él no querría volver a verme. Pero tal vez... Tal vez él esté dispuesto a arreglar las cosas. A ser mi amigo otra vez.
Tomo mi celular, segura de que la mejor opción es escribirle cuando noto que tengo un mensaje suyo. No, no un mensaje. Un audio.
Mi ceño se frunce de inmediato. El audio tiene casi una hora de haber sido enviado, pero no lo había notado porque tenía el celular en silencio.
Entro al chat y le doy a reproducir con el corazón acelerado.
—Lo siento. —Su voz suena vacía—Lo siento, lo siento, lo siento. Es mi culpa y no puedo arreglarlo. Es mi culpa. —Su respiración es pesada. ¿Qué demonios está sucediendo?— Pero no puedo irme sin despedirme de ti. No puedo hacerlo.
»Nunca te lo dije pero cuando te vi sentí que algo dentro de mí despertó. Llegaste para iluminar mi vida, solo espero que mi partida no sea suficiente para oscurecerte.
»No es tu culpa. No quiero que pienses eso ni por un segundo. No lo hago por ti. Hay muchas cosas que no sabes sobre mí, que no quise decirte por miedo a perderte.
»Desearía que las cosas hubiesen sido diferentes. Desearía ser más fuerte, pero no lo soy.
»Si las segundas oportunidades existen, espero encontrarte en otra vida. En una donde podamos ser solo Emilie y Aiden, sin pasado ni dolor. Solo nosotros. Adiós.
Lo único que puedo oír es mi corazón golpear contra mi caja torácica. ¿Adiós? ¿Por qué dijo adiós?
La idea que se forma en mi cabeza no me gusta. Me aterra.
Tipeo.
Yo:
¿Estás bien?
Me muerdo las uñas hasta que los dedos me sangran. Adiós, adiós, adiós. No puede referirse a lo que creo. No, no, no. Aiden no lo haría. Él no me dejaría.
Pero entonces mi teléfono suena. Lo miro con la esperanza de que sea él pero no es así. Es Luc. Y me está llamando.
Mis manos temblorosas llevan el teléfono a mi oído.
—¿L-Luc?
—Necesito que vengas al hospital —solloza—. Aiden... Él... Por favor, ven.
No necesito que lo repita. Salgo de la cama y meto mis pies en las zapatillas casi en automático.
«Hospital. Aiden. Ven».
No, no, no, no, no.
Por favor, Aiden no.
No puedo perderlo.
No sé qué cara tengo cuando bajo pero mi hermana me mira con preocupación. Habla. Sé que habla, pero no la escucho. Hay un zumbido en mis oídos.
Matt me toma de los hombros. Él también dice algo, pero tampoco lo escucho.
Aiden, Aiden, Aiden.
—Aiden —digo finalmente—. Tengo que ir a ver a Aiden. Tengo que ir al hospital. Él...
Un sollozo corta mis palabras. Aiden. Aiden está en un hospital. Y si lo que creo es cierto... No. No puede ser.
—Tengo que ir al hospital —repito con voz rota.
Me parece que ellos asienten y lo siguiente es un borrón en mi mente. De pronto me encuentro en el auto de Matt frente al hospital. Salgo corriendo y doy sus datos en automático para que me digan dónde está. Subo escaleras y corro en pasillos incoloros hasta que encuentro a Luc. Y entonces me desarmo.
El llanto me hace caer de rodillas. Él corre hasta mí y me rodea con sus brazos. Está temblando y también está llorando.
—Por favor, dime que no lo hizo —suplico—. Por favor, dime que estoy equivocada.
Luc toma aire, como si necesitara valor para decir las siguientes palabras.
—Aiden intentó suicidarse, Emilie.
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