29
Nunca me gustaron mis cumpleaños. Tal vez sea porque de pequeña siempre los pasaba con niñeras en lugar de con mis padres y porque me recuerdan a la niña que cada año al soplar las velas pedía que sus padres la amaran. Creo que está claro que no funcionó.
Pero aún cuando eso dolió y sigue doliendo, este año se siente peor porque estoy sola. Porque recuerdo haber hablado con Aiden sobre este día y haber hecho planes. Una sorpresa que él quería preparar para mí. Sorpresa que no podré ver porque lo saqué de mi vida sin dudarlo.
Me pongo un vestido celeste que me queda un poco suelto y bajo las escaleras para buscar agua justo para ver a mi hermana con algo que reconozco bien en sus manos. Un lienzo envuelto en papel de regalo rosa.
Mis manos tiemblan y la miro con una pregunta en los ojos, ella se encoge de hombros como diciendo «no lo sé». Me desespero por tomar el lienzo y rasgar el papel. Es lo más hermoso que vi en mi vida. Y es suyo… Nuestro.
Es un retrato simple de mí pero el sentimiento en cada pincelada llena mis ojos de lágrimas. ¿Así me ve? Porque parezco… hermosa. Mis ojos se ven brillantes, felices, incluso. Me veo viva. ¿Puede una pintura parecer viva? Él hace que parezca posible.
Una tarjetita cae al suelo. Me arrodillo y la tomo, sabiendo perfectamente quien lo hizo.
Lo siento si esto te molesta pero no podía dejar pasar tu cumpleaños sin regalarte nada. Es simple pero me hizo sentir más cerca de ti. Por eso te lo doy. Tal vez así puedas sentirte más cerca de mí.
Quiero que sepas que no te culpo por lo que dijiste. Sigues siendo mi rubia.
Te quiere,
un idiota con muchas ganas de abrazarte.
No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que la primera lágrima moja la tarjeta. Amelie se sienta a mi lado y me abraza. Yo sollozo, sintiendo mi corazón romperse nuevamente. ¿Acaso nunca dejará de doler? Las últimas semanas han sido… horribles. Solitarias. Dolorosas.
No me di cuenta de lo mucho que necesito a Aiden hasta que lo perdí.
Y ahora no sé cómo juntar mis piezas rotas y armarme una nueva máscara de indiferencia.
—Emilie… —comienza mi hermana— ¿No crees que tal vez… te equivocaste?
—¿En qué? —sollozo.
—En alejar a Aiden. Sé que lo hiciste por mamá pero...
—No quiero decepcionarla. No puedo.
—Lo sé, pero te está destruyendo. ¿Acaso no te has visto? ¿En serio quieres pasar toda tu vida trabajando en una empresa llena de idiotas? —Su voz es dura—. Porque esa no es mi Emilie. Mi Emilie quiere pintar, quiere ser libre, quiere un amor que la haga sentir mariposas en el estómago. No dejes que mamá te apague tu luz.
—Pero…
Me callo porque se escuchan pasos bajando la escalera a toda velocidad. Mi madre aparece con el rostro rojo de rabia y un papel en la mano. Se detiene frente a Amelie y prácticamente le lanza el papel sobre las piernas.
—¿Qué demonios es eso?
Mi hermana ahora está pálida y sus ojos se ven vidriosos.
—¡Te pregunté qué demonios es eso! —grita mi madre.
—Es… una ecografía.
Giro mi cuello tan rápido que siento un latigazo de dolor. ¿Una ecografía? ¿Para qué…?
Oh, mierda.
—Una ecografía —Mi madre repite y ríe—. ¡Una ecografía! Esto es genial, una de mis hijas está embarazada a los 21 años. ¡Eres una estúpida! ¿Cómo sucedió?
Amelie no levanta la mirada.
—Yo… conocí un chico en la facultad y… nos enamoramos.
—Se enamoraron… —Mamá prácticamente escupe las palabras como si le dejaran un sabor amargo en la garganta—. ¿Y quién es ese chico? ¿Qué estudia?
—Se llama Matt, estudia gastronomía.
—¿Realmente crees que ese muchacho vale la pena como para arruinar tu vida por él? ¿Eres tan estúpida?
La cabeza de mi hermana se levanta de golpe y mira a mi madre, decidida.
—No arruiné mi vida.
—¿Ah, no? Porque ahora tendrás un bebé, no hay manera de abortar con el tiempo que tienes. ¿Cómo planeas estudiar? ¿Trabajar? ¿Acaso sabes cómo cambiar un pañal o preparar un biberón?
—Aprenderé.
—Aprenderás —repite mi madre con burla—. ¿Y qué harás cuando ese muchacho te abandone?
—No lo hará. Matt me ama.
—Sí, eso suelen decir. Pero en algún momento se cansará de ti.
—No sucederá.
—Tendrá que mantenerte porque no podrás trabajar. Morirán de hambre y tú me suplicarás ayuda.
—Seremos felices.
—¿Felices? —Mi madre hace un gesto desdeñoso con la mano—. ¿Con un niño que criar y el dinero justo para algo de comida? Por favor. Estás acostumbrada a una vida de lujos, no a eso.
Amelie se pone de pie.
—Realmente crees que los lujos lo son todo, ¿no? Pues adivina, mamá, tal vez mi hijo no crezca con tantos juguetes como lo hicimos Emilie y yo ni tenga un cambio de ropa diferente para cada día de la semana pero tendrá amor. Eso es algo que nunca supiste darnos.
—¿Ahora es mi culpa que seas una fácil?
Amelie no tarda en darle una bofetada. Cubro mi boca con mis manos, impactada.
—¿Quién te crees que eres? —le espeta mi madre con los dientes apretados.
—Una persona que se hartó de vivir bajo tu sombra. Me marcharé esta misma noche. No volverás a verme si eso es lo que quieres.
—¿Te irás? —La risa se escapa de entre los labios de mi madre, alta y llena de burla—. ¿En serio? ¿A dónde?
—Con Matt.
—Claro que no lo harás. Los medios…
—Me importan una mierda los medios y toda tu farsa. —La convicción en la voz de mi hermana me parece admirable—. Esta familia se cae a pedazos, es hora de que todos lo sepan.
Se voltea y comienza a caminar rumbo a las escaleras.
—Vas a acabar con la empresa —suelta mi madre.
Amelie solo se detiene un segundo, y dice sin mirar atrás:
—La empresa está acabada desde que decidiste que era más importante que tu familia.
Y entonces sube y se escucha un portazo. Me quedo viendo las escaleras en shock durante varios segundos hasta que reacciono, tomo la ecografía y la sigo.
La encuentro poniendo ropa en una maleta sin siquiera doblarla bien. Las lágrimas corren por su rostro. Dejo el papel sobre la cama y la abrazo. Ella solloza y se aferra a mí como si fuera su salvavidas.
—¿Desde cuándo lo sabes? —murmuro contra su cabello.
—Desde hace casi tres meses. —Su voz está rota—. Ya tenía un mes en ese momento.
Eso significa que ahora tiene alrededor de cuatro meses. Dios. ¿Llevo meses conviviendo con mi hermana embarazada y no lo noté?
—¿Por qué no me lo dijiste? Podría…
—Quise hacerlo pero tenía miedo —admite—. Me costó mucho hacerme la idea. Cuando fui a tu habitación y te encontré pintando el cuadro para Aiden iba a decírtelo, pero tenías tantas cosas en la cabeza que… no quise sumarte algo más.
—Debiste decirme. Podría haberte ayudado.
—Eso ya no importa. Debo terminar de empacar e irme.
Mi corazón se comprime en mi pecho.
—¿En verdad te irás?
Asiente.
—Debo hacerlo. Ya viste cómo se lo tomó. Además, no le hará mucha gracia que deje la carrera.
Mis cejas se disparan casi hasta el nacimiento de mi cabello.
—¿Vas a dejar la carrera?
—No es lo que quiero. Y no quiero arrepentimientos en mi futuro. No voy a seguir estudiando algo que no me llena.
—¿Y sabes qué te llena?
Una sonrisa suave se forma en sus labios.
—En este momento, Matt y mi bebé. Ya veré luego. Soy joven, tengo tiempo para pensar.
—Te voy a extrañar.
Amelie se muerde el labio y me mira de reojo.
—¿Y si no tuvieras que hacerlo?
—¿A qué te refieres?
—A que… podrías ir conmigo.
Mis ojos se agrandan más de lo que deberían.
—¿Contigo? ¿Estás loca?
—Sabes que aquí nunca serás feliz. Ella jamás aceptará que hagas lo que quieres, pero si te vas…
—No puedo abandonarla. —Sacudo la cabeza—. Y papá…
—No tienes que cortar todos los lazos. Tal vez en un tiempo lo comprenda pero… te he visto estas últimas semanas. Estás destrozada y es su culpa. Te alejaste del chico que quieres por ella. ¿Crees que eso es normal? ¿Que está bien? Porque no, Emilie, claro que no lo está.
Mi labio tiembla, mis ojos se llenan de lágrimas.
—No quiero perderla —musito con voz quebradiza.
—Y yo no quiero que te pierdas a ti.
Tomo aire y cierro los ojos. Cuando los abro, sé que la determinación brilla en ellos.
—¿A tu novio no le molestará que vaya?
Mi hermana sonríe. Luce aliviada.
—Claro que no. Te amará. Arma tus maletas, iré a buscarte cuando acabe con las mías.
Asiento y voy a mi cuarto. Soy incapaz de controlar el llanto. ¿Es la opción correcta? Amo a mi madre pero Amelie tiene razón. No quiero estudiar administración de empresas, quiero pintar; no quiero trabajar en Ainsworth's Company, quiero abrir mi propia galería de arte; no quiero salir con el hijo de un empresario, quiero a Aiden; quiero cometer errores y no preocuparme por las consecuencias que eso va a traer.
Estoy harta de vivir a medias, quiero hacerlo por completo.
Con eso en mente, comienzo a armar mi maleta. Pongo ropa, pinturas, cuadernos, todo lo que sienta que podría necesitar. Obviamente no puedo guardar todo, pero sí lo más indispensable.
Amelie viene minutos después y me sonríe a medias. No puedo imaginarme lo difícil que es todo esto para ella y que intente ser fuerte por mí me rompe el corazón y me llena de orgullo al mismo tiempo.
El momento en el que mi madre nos ve a las dos bajando las escaleras con maletas a cuestas va a quedar grabado en mi memoria por siempre. Y es peor porque no está sola; mi padre está con ella. Supongo que aún no le ha dicho nada porque él no parece entender nada.
—¿Qué…? ¿Qué están haciendo? —balbucea él.
—Nos vamos —Amelie es la encargada de hablar.
—¿Se…? No… Yo… —Ahora me mira a mí—. Es tu cumpleaños. Te traje…
Suelto un sollozo y lo abrazo. Él me abraza también, un tanto vacilante, y suelta un sonido igual al mío.
—No comprendo —susurra.
—Tal vez mamá pueda explicarte —La voz de Amelie es acero, aunque sé que su frialdad está dirigida a la mujer que nos dio la vida, y no a nuestro padre—. Es buena hablando, ¿no?
Mi padre la mira y mi madre se encoge. Yo también lo haría. Los ojos de mi padre lanzan dagas directas a su rostro.
—¿Qué hiciste? —espeta, frío como un témpano de hielo.
Ella balbucea algo ininteligible.
—Te llamaré —le digo a él, no soy capaz de mirarla a ella—. Lo prometo.
—Mi niña… —solloza.
—Lo prometo —repito.
Tomo el regalo de Aiden del sofá y camino hacia la puerta con Amelie detrás. No vuelvo a mirar atrás, sé que si lo hago no voy a ser capaz de irme y necesito hacerlo.
«Vivir. Cometer errores. Sin arrepentimientos. Ser feliz».
Repito esas palabras una y otra vez mientras subimos a un taxi, mientras dejamos atrás la casa que fue mi hogar durante dieciocho años, y mientras lloro como una niña pequeña sobre el hombro de mi hermana.
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