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24

Dudo que exista algo que odie más que las fiestas que mi madre organiza para mantener contentos a los socios de mi padre y mostrar la familia ejemplar que somos.

Las odio porque tengo que usar vestidos caros, sonreír todo el tiempo y fingir que me interesan los negocios. Porque siento que pierdo una parte de mí misma.

Últimamente fingir se me hace más difícil que antes. Me desgasta. No quiero hacerlo más, solo quiero…

La puerta se abre y mi madre entra sin siquiera pedir permiso. Está enfundada en un precioso vestido negro entallado. Es hermosa, no es algo que se pueda negar.

Varios de mis rasgos los heredé de ella: el cabello rubio, aunque el mío sea un par de tonos más oscuro; los ojos azules; la mirada fría… Somos tan parecidas pero tan diferentes al mismo tiempo.

—¿Estás lista?

Asiento, mirándome en el espejo de cuerpo completo. Ojos pintados de negro, labios rojos, cabello cayendo en ondas suaves, vestido rojo y tacones a juego.

Soy una princesa con una corona de sueños rotos y ansias de vivir.

—Bien, bajemos. Los invitados esperan.

La sigo. Amelie está afuera. Ella se decantó por un look más recatado. El maquillaje casi no se nota, su cabello cae en leves bucles y su vestido es color crema. Se ve… extraña. Decaída, algo ojerosa. Sacudo la cabeza y me prometo que apenas termine la fiesta le preguntaré.

Mi garganta se cierra cuando veo la cantidad de personas que hay en la sala. La mayoría son socios de mi padre con sus esposas pero también hay hijos —Allan y Abby entre ellos—. Mi novio me sonríe apenas me ve y yo me esfuerzo en hacer lo mismo.

Las siguientes horas las paso hablando con empresarios, escuchando sus ideas y sonriendo como una muñeca. Es agotador.

Apenas pude hablar con Allan unos minutos antes de volver a ser secuestrada por mi madre y uno de los socios de mi padre. De reojo lo veo hablar con uno de los directivos de la empresa. No luce a gusto, sino como si quisiera irse de aquí corriendo.

—Estaba pensando en implementar…

La conversación muere cuando alguien golpea una copa con una uña roja.

No, no alguien… Abby.

—Disculpen la interrupción pero hay algo que quiero decir. Le tengo un gran aprecio a mi amigo aquí presente, Allan White, y no puedo dejar que le sigan viendo la cara de estúpido. —Me mira y sonríe con frialdad—. Emilie Ainsworth no es tan perfecta como todos ustedes creen. Frecuenta a un drogadicto violento. —Mi corazón se detiene—. Y engaña a Allan con él.

El lugar queda en completo silencio, el único sonido que es escucha es mi corazón, que late como si hubiera corrido una maratón. Todos me miran, pero yo solo puedo ver a una persona. Allan sacude la cabeza y me mira como si esperara que lo negara, pero no puedo hablar, no puedo respirar.

—Eso… no es cierto —balbucea.

—Oh, sí que lo es. —Levanta su teléfono—. Tengo pruebas. —Toca la pantalla y unas voces que reconozco muy bien inundan la sala.

Somos Aiden y yo.

«—Escucha, sé que dijiste que todo estaba bien pero… No puedo dejar de pensar en que tal vez no es así, en que algo cambió luego de lo que sucedió anoche en la azotea.

—Nada cambió, Aiden. Te prometo que todo está bien».

El rostro de Allan ahora está pálido como el de un muerto. Los invitados comienzan a murmurar pero no podrían importarme menos, solo quiero llegar a él y explicarle lo que sucedió.

Mi madre llega hasta mí y toma mi brazo con más fuerza de la necesaria.

—¿Qué demonios es eso? —me espeta—. ¿De qué habla?

No reacciono hasta que veo a Allan irse. Me suelto de su agarre y corro hacia la salida. Lo encuentro a medio camino del portón.

—¡Allan! ¡Espera, por favor! —Se detiene y yo corro más rápido, odiando haber elegido tacones tan altos.

No me mira cuando me detengo frente a él, el suelo parece más interesante que yo.

—¿Es verdad? —pregunta con voz temblorosa.

—Es… Sí y no.

—¿Sí y no? ¿Qué clase de respuesta es esa?

—Aiden y yo sí somos amigos pero solo eso. No hay nada más entre nosotros.

—¿Qué sucedió anoche en la azotea?

—Allan…

—Dime, por favor.

—Nosotros… fuimos a celebrar su cumpleaños y… casi nos besamos. —Suelta una maldición y me da la espalda, tirando de su cabello—. ¡Pero me alejé! ¡Me alejé antes de que sucediera!

—¿Querías besarlo? —Su voz suena baja, derrotada.

No respondo.

Él ríe y no hay nada más que dolor en esa risa.

—Dime, ¿sientes algo por él? —susurra.

—Allan…

—Necesito saberlo

—Creía que no pero… ahora no lo sé.

—Sí que lo sabes. No intentes suavizar el golpe, ya me rompí todos los huesos.

Mi pecho duele al escucharlo decir eso.

Cierro los ojos porque no puedo ver la desolación en su mirada.

—Sí —confieso en voz baja y abro los ojos porque no puedo ser tan cobarde—. Siento algo por él.

Dolor puro. Eso es todo lo que reflejan sus ojos.

—¿Sabes? Una parte de mí siempre supo que este momento iba a llegar. El momento en el que te cansaras de mí. Solo no sabía que iba a doler tanto.

Sacudo la cabeza.

—No es así. No me cansé de ti. No quiero que pienses que no eres suficiente. Es mi problema. Soy yo. Hay cosas sobre mí que solo él entiende.

—¿No me preocupé por ti lo suficiente? —pregunta con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Qué fue? Dime qué hice mal.

—No hiciste nada mal. Eres un novio perfecto. El chico soñado.

—Pero no soy el sueño de la única chica que he amado en mi vida, alguien más lo es.

Es imposible retenerlas, las lágrimas caen por mis mejillas.

—Lo siento.

—No es tu culpa tampoco, no puedes elegir a quien amar, ¿no? —Intenta sonreírme y eso solo me hace llorar más.

—Tal vez… podemos solucionarlo. Podemos…

Sacude la cabeza de inmediato.

—No. No serviría de nada intentar engañarnos.

Asiento y humedezco mis labios.

—Te quiero, Allan, nunca dudes de eso. Pero…

—Está bien. Lo entiendo. —Toma aire—. Espero que él te haga feliz. Más de lo que yo pude haberlo hecho.

Dicho eso, se va y yo me derrumbo. Caigo al suelo sollozando. Me falta el aire. Presiono mi mano contra mi pecho y tomo grandes bocanadas pero no es suficiente.

—¡Emilie!

Una figura rubia y familiar aparece en mi campo de visión. Me toma de las mejillas y habla pero no le entiendo. Quiere que haga algo… ¿Qué cosa?

—Respira…

Respirar.

Tengo que respirar.

Lo intento pero no lo consigo. No me rindo. Lo sigo intentando hasta que, poco a poco, el aire comienza a entrar en mis pulmones nuevamente.

—Eso es. Muy bien. Así. Concéntrate de mi voz. Solo piensa en mi voz.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que pueda ponerme de pie sin sentir que mis rodillas van a volver a fallar.

Amelie me mira con preocupación en los ojos.

—Sé que ahora no lo parece pero todo estará bien.

—No —respondo con voz ronca—. Nada estará bien.

Camino hacia la casa con el corazón acelerado. Los invitados se están yendo, no hay rastros de Abby. Mi madre tiene una expresión severa en el rostro. Mi padre luce confundido y estresado.

—Yo no te crié así —es lo primero que sale de la boca de mi madre—. Yo no crié a una puta.

—Mamá…

—¡No! ¡Te callas! —Me paralizo, jamás me gritó de esta manera—. ¡¿Crees que tuve una hija para que mienta y engañe a su novio?!

—No lo engañé. Abby sacó las cosas de contexto. Yo…

—¡Eso no me importa! ¡Eres una…!

—¡Por el amor de Dios, cállate y déjala hablar!

Las tres damos un respingo al oír a papá gritar. Él nunca levanta la voz. Siempre está calmado. Pero ahora mira a mi madre como si la estuviera retando a refutar.

—Explícanos qué sucedió —me pide y asiento.

—Aiden es mi amigo. No es un drogadicto como Abby dijo, tampoco es violento. Eso solo son rumores que se han esparcido.

—Por algo habrá sido —murmura mi madre.

—Y tampoco engañé a Allan —continúo, haciendo caso omiso a sus palabras—. Ayer fue el cumpleaños de Aiden y fuimos a la azotea de un edificio a terminar de celebrarlo. Estuvimos a punto de besarnos pero no sucedió. Nos alejamos antes de cometer un error.

—¿Y aún así tienes el descaro de decir que no lo engañaste? —exclama mi madre, completamente encolerizada—. ¡Casi besas a otro muchacho!

—Pero no lo hice. Juro que no lo hice.

Sacude la cabeza.

—Espero que hayas solucionado las cosas con Allan.

Siento la bomba a punto de explotar. No hay manera de volver a poner el seguro.

—No. Nosotros… nosotros terminamos.

La expresión de mi madre es de confusión pura.

—¿Qué?

—Terminamos. Allan y yo ya no estamos juntos.

No lo veo venir pero mi madre me toma de los brazos con fuerza, haciéndome daño.

—¿Cómo puedes ser tan estúpida? —me grita—. ¿Acaso no piensas en cómo eso puede afectar a la empresa? Eres una maldita egoísta.

—Jessica —advierte mi padre.

—Allan no dejaría que eso sucediera. —Mi voz tiembla, este lado de mi madre me asusta—. Es una buena persona.

—Se suponía que tú también lo eras, y mírate.

—Jessica, ya es suficiente.

—¡No! ¡Nos arruinó! Todos escucharon lo que dijo Abby. ¿Qué van a pensar ahora de nuestra familia?

—No me importa lo que piensen sobre nuestra familia, me importa que mi hija sea feliz, y estar con Allan al parecer no lo hace.

—Eres un… —comienza mi madre pero se detiene cuando ve que mi padre se irgue en toda su altura.

—Cuidado con lo que dices.

Mi madre no le responde pero se ve furiosa. Me suelta y yo me froto los lugares donde sus manos dejaron marcas rojas.

—Está bien. Lidien ustedes con las consecuencias de todo esto.

Dicho eso, sube las escaleras a paso apresurado. No me muevo. Nadie lo hace. Amelie abre la boca como si quisiera hablar pero levanto la mano, deteniendola.

—Ahora no, por favor.

Asiente.

Mi padre me mira con tristeza en los ojos.

—Lo lamento. —Eso es todo lo que dice.

Trago el nudo en mi garganta y subo a mi habitación.

Lloro toda la noche. Lloro por Allan, por su corazón roto, por Aiden, por mis dudas, porque todo salió mal, por mí…

Solo lloro, sintiendo que una parte de mi corazón se rompió y que repararla va a ser imposible.

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