23
¿Qué hice?
¿Estuve a punto de besarlo? No, eso no es posible. Yo no soy así. Tengo novio.
Mi conversación con mi hermana hace unos días vuelve a mi mente:
«—Yo quiero a Allan.
—Pero no como se supone que una chica debe querer a su novio».
¿Es cierto? No, estoy segura de que quiero a Allan. Nuestra relación no es perfecta pero es lo que debe ser. Aiden es solo mi amigo. No siento nada más por él. No puedo sentir nada más por él.
«—Dime que no te sientes más libre cuando estás con Aiden, que no quieres que el reloj se detenga, que no quieres escucharlo hablar durante horas».
Suelto un sollozo y me hago bolita en la cama. No, no, no, no…
La puerta se abre y Amelie entra. Me mira con tristeza.
—Tu llanto se escucha desde el pasillo —se excusa mientras cierra la puerta.
Camina hasta la cama y abre los brazos. No necesito más. Me abalanzo sobre ella, que me abraza con cariño y susurra palabras llenas de dulzura a mi oído. Yo solo lloro. Lloro por lo que parecen horas sin despegarme de ella, y cuando lo hago susurro con voz rota:
—Creo que me estoy enamorando de Aiden.
No dice nada, pero me abraza más fuerte, y eso es suficiente para mí.
Al día siguiente, tengo los ojos rojos y me duele la cabeza, pero me las arreglo para bajar a desayunar con una sonrisa en la cara. Una sonrisa que esconde como sangro por dentro.
—¡Emilie! —exclama mi madre con hastío—. Por fin llegas. —Mira mi cara suelta un chillido—. Dios, ¿qué te pasó en los ojos?
—Alergias —respondo.
Amelie me mira con tristeza e impotencia.
—Ponte algo antes de salir. —Revuelve su café. Luce emocionada y no sé por qué—. Recuerda llegar temprano hoy. Debes prepararte.
Frunzo el ceño con una tostada a medio camino a mi boca.
—¿Prepararme? ¿Para qué?
—Para la fiesta con los socios de tu padre —dice como si fuera obvio—. ¿Lo recuerdas? Te lo dije hace tres días.
No lo recuerdo. Estaba tan ocupada pensando en…
Aprieto los labios, tensa.
Una fiesta es lo último que quiero pero sé que no hay manera de evadirla. Mi madre me haría bajar incluso aunque estuviera muriendo. La imagen familiar lo es todo para ella.
—Claro, lo siento, estoy un poco distraída.
—Más te vale no estar tan distraída en la fiesta. Debemos dar una buena impresión.
—No te preocupes. Saldrá bien.
Asiente, y continúa disfrutando de su desayuno. Suspiro y me levanto.
—¿No vas a comer nada más, hija? —pregunta papá.
Se me forma un nudo en la garganta.
—No tengo hambre.
No responde.
Subo a ponerme gotas en los ojos y salgo sin despedirme. Necesito pensar.
Enamorarme de Aiden no estaba en mis planes, pero sucedió y, sinceramente, no sé qué hacer o cómo actuar. ¿Cómo voy a ser su amiga si quiero besarlo cada vez que lo veo?
¿Cómo puedo estar segura de que no voy a cometer ningún error si tocarlo envía miles de chispas por todo mi sistema nervioso?
Estoy jodida. Muy jodida.
El día pasa con una lentitud escalofriante.
Mentiría si dijera que no entré en pánico cuando vi a Allan. Sentía que toda mi cara gritaba «casi beso a mi mejor amigo y ahora descubrí que estoy enamorada de él», pero él solo me sonrió y me besó.
Abby, por el contrario, se encuentra extraña. No deja de lanzarme miradas y hacer gestos raros mientras saca las cosas que necesita de su casillero. Dani está enferma y su novio, para variar, no está cerca, así que estamos solas.
—¿Hay algo que quieras decirme? —le pregunto cuando me mira por décima vez.
—¿Por qué dices eso?
—Porque no paras de mirarme.
—No, todo bien. —Pero sigue viéndome raro—. ¿Tú tienes algo que decirme?
Arrugo el entrecejo.
—No. ¿Estás segura de que todo está bien?
—Perfectamente —canturrea.
Estoy a punto de replicar cuando veo la figura de Aiden detenerse en la esquina, mirarme y hacer señas para que lo siga. El aire se atasca en mis pulmones y juraría que mis ojos se abren más de lo normal. Abby frunce el ceño y sigue mi mirada pero Aiden es rápido escondiéndose.
—¿Qué veías?
—N-nada. —Aclaro mi garganta—. Voy al baño, ya vuelvo.
No la dejo hablar, me encamino en dirección al pelinegro. Para mi sorpresa, ya no está donde lo vi por última vez. Pienso donde podría encontrarlo y no tardo en hallar mi respuesta: las gradas.
Y así es. Está fumando un cigarrillo mientras mira el cielo. Su cabello está despeinado y su sudadera arrugada, libre de manchas de pintura. Parece nervioso. No lo culpo, yo también estoy nerviosa. Acordamos que todo estaría bien entre nosotros, que lo olvidaríamos, pero decirlo y hacerlo son cosas muy diferentes.
—Escucha, sé que dijiste que todo estaba bien pero… —Sacude la cabeza—. No puedo dejar de pensar en que tal vez no es así, en que algo cambió luego de lo que sucedió anoche en la azotea.
«Algo cambió, sí. Descubrí que estoy enamorada de ti».
—Nada cambió, Aiden —le miento—. Te prometo que todo está bien.
—No quiero perderte por mi estupidez. No debí… Soy un idiota. ¿Cómo se me ocurrió acercarme así?
—No es solo tu culpa. Yo no lo impedí, yo también me acerqué.
«Yo también quería besarte».
—Pero debí...
—Aiden, ya está. No podemos cambiar el pasado. No sucedió. Nos alejamos a tiempo. Eso es lo que importa.
Intenta sonreír pero le sale una mueca extraña.
—Tienes razón. Lo siento, es que tu amistad es muy importante para mí y…
—Tu amistad también es importante para mí. Te prometo que nada cambiará, no me alejar ni haré las cosas extrañas.
Traga saliva pero asiente.
—Bien.
—Ahora debo irme. Lo siento. Tengo clase.
—Sí, claro. Yo también.
—Vale —comienzo a girar pero me detengo cuando lo recuerdo—. Oh, espera. No podré ir al parque hoy. Tengo una fiesta con los socios de mi padre.
Su semblante decae un poco pero no tarda en ponerse la máscara.
—Está bien. Te veo mañana, entonces.
Asiento.
—Te veo mañana.
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