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22

Lleno mis pulmones de aire para luego depositarlo dentro del globo azul. Mis labios tienen una sonrisa eterna, aunque una parte de mí siga queriendo golpear a Aiden por no contarme que hoy era su cumpleaños.

Luc me envió un mensaje esta mañana avisándome y diciendo que estaba invitada a la pequeña celebración en casa de su abuela. Seremos solo Norah, Luc, Aiden y yo. Algo pequeño pero significativo.

Lo primero que hice fue ocuparme del regalo y Luc me ayudó a transportarlo en su auto.

Ahora estoy inflando globos con el castaño mientras Norah hace el pastel favorito de Aiden.

Aún falta una hora y media para que su turno en la cafetería termine, tenemos tiempo, pero los nervios me están matando. Solo espero que le guste mi regalo. Al principio parecía una muy buena idea pero ahora ya no estoy tan segura. Tal vez debí comprarle una sudadera o un reloj.

—Hey, cálmate. Le encantará —afirma Luc como si pudiera leer mi mente.

—Ni siquiera lo has visto.

Él sonríe.

—No, pero lo conozco y sé que se pondrá feliz incluso si le regalas una barra de jabón.

No puedo evitar reír.

—Gracias por invitarme.

—No hay nada que agradecer. Eres importante para mi amigo, eres importante para mí.

Una parte de mí, una oscura y que detesto que salga a la superficie, siente celos de su amistad porque yo nunca tuve algo así.

—El pastel de Aiden está listo. —Norah ingresa a la sala con una sonrisa enorme y los ojos brillantes—. Ahora solo falta esperar a que llegue.

Y rezar para que no deteste mi regalo.

Estoy exhausto.

Fue un día largo en la cafetería. Trabajé solo porque era el día libre de Luc y la chica que lo cubre, Gia, estaba enferma. Y, como si eso fuera poco, todos decidieron que era un buen día para tomar un café. Solo quiero saludar a Norah e ir a pintar un rato. Tal vez duerma allí. No quiero ir a casa. No hoy.

Abro la puerta, todo está a oscuras.

Frunzo el ceño.

—¿Norah? ¿Luc? ¿Están ahí? —Camino hasta el interruptor de la luz—. Luc, como esto sea…

La luz se enciende al mismo tiempo que el confeti me cae encima y un coro de «¡Feliz cumpleaños!» me hace dar un paso hacia atrás.

Norah tiene una sonrisa gigante en los labios. Luc acaba de lanzar los papelitos de colores con una de esas pistolas para fiestas. Y mi rubia… digo, Emilie tiene esa sonrisa de ángel que hace que quiera besarla ahora mismo.

Hace tiempo dejé de negármelo, no sirve de nada hacerlo: estoy enamorado de la rubia. Y es una cosa jodida porque tiene novio pero estoy bien siendo su amigo. No necesito nada más que eso.

—¿Qué es…? —balbuceo como estúpido.

—Feliz cumpleaños, hermano —Luc es el primero en llegar a mí y envolverme en un abrazo con golpes en la espalda y todo. Le sonrío, porque estoy realmente agradecido de tenerlo en mi vida. Sin él no estaría aquí ahora.

Me da un pequeño paquete rojo que, cuando lo abro, descubro que es un set de pinceles nuevo. Se ven tan perfectos que la idea de usarlos me genera rechazo, pero sé que lo haré, y el primer cuadro que pinte tendrá pecas y ojos tormentosos.

Norah es la siguiente. Me rodea con sus brazos delgados y besa mi frente —tengo que agacharme para que lo haga porque no hay manera de que su metro sesenta pueda contra mi metro ochenta y siete—. Luego me entrega un cuaderno. No, no un cuaderno. Un álbum.

Un álbum lleno de fotos mías. Yo jugando al fútbol con Luc, yo con la cara llena de chocolate, yo sonriendo, yo pintando… Tantos recuerdos. Pero ninguno con ellas. Porque Norah sabe que eso me haría sentir mal —incluso cuando no sabe el peso que cargo sobre mis hombros—.

Esa mujer que aprendí a amar como si fuera mi propia abuela me toma de las mejillas con la delicadeza que la caracteriza.

—Parece que fue ayer que llegaste con el trasero embarrado por caer a un charco de lodo luego de defender a mi pequeño Luc. —Sus ojos están llorosos—. Y mírate ahora. Diecinueve años. Eres todo un hombre.

—Soy muy feliz de tenerte en mi vida, Norah —le digo, con una sonrisa genuina—. Eres la mejor abuela.

—Oh, basta, me harás llorar. —Se limpia los ojos, entonces me guiña uno y susurra—: Creo que hay alguien que se muere por felicitarte así que mejor me voy.

En efecto, mi rubia no para de pasar sus manos por sus pantalones. Le doy un repaso rápido mientras la veo caminar hacia mí. Blusa oscura de mangas cortas, jeans, el cabello cayéndole a los lados del rostro en suaves ondas. Simplemente hermosa.

Al llegar a mí, no pierde el tiempo y me abraza. Y, joder, mentiría si dijera que no se siente bien, que no se siente como mi hogar.

Cuando se separa, mi cuerpo protesta. Sus ojos brillan, emocionados, aunque intenta hacerse la dura. Me da un golpe en el brazo derecho, escucho la risa de Luc pero toda mi atención está puesta a la chica frente a mí.

Me froto el brazo.

—¿Se puede saber a qué se debe eso?

Se cruza de brazos y entorna los ojos.

—No me dijiste que era tu cumpleaños.

Muerdo una sonrisa.

—Sí, bueno, los cumpleaños no son algo muy especial para mí.

—Pues lo serán a partir de ahora —suena emocionada—. El próximo año haré algo grande. Especial. Lo amarás.

Mi pecho se calienta y una sonrisa estúpida se forma en mis labios. Que desee estar en mi próximo cumpleaños me hace sentir bien. Feliz.

—Me gusta lo que hicieron hoy —digo, viendo los globos que cuelgan del techo y un letrero medio chueco de feliz cumpleaños con una bonita caligrafía.

Mi… La rubia se remueve, incómoda.

—Tu regalo está en la habitación de Luc.

Mi ceño se frunce de inmediato.

—Bueno, vamos a buscarlo.

Hago el amago de ir a por él pero ella me lo impide.

—¡No! —La miro sin entender—. Quiero decir… mejor lo ves cuando me vaya.

—¿Y eso por qué?

No responde.

—Tiene miedo de que no te guste —Me sopla Luc, y recibe una mirada asesina de parte de Emilie.

—¿Es eso? —Duda pero asiente—. Rubia, dudo que puedas darme algo que no me guste.

Un suave «te lo dije» se oye en la sala pero lo ignoro y le tomo la mano a la única chica que logró abrirse lugar en mi corazón. La electricidad es inmediata. Sé que ella también la siente porque da un respingo.

—Vamos a verlo.

Tras varios segundos de vacilación, me deja guiarla hacia la habitación de mi amigo. Allí, la veo caminar hasta la cama, donde se encuentra un lienzo enorme envuelto en papel de regalo azul. Mi color favorito.

Mi corazón se acelera.

—Yo… pinté esto hace unos días. Planeaba dártelo pero luego me arrepentí, y entonces hoy Luc me dijo que era tu cumpleaños y no sabía qué regalarte, pero vi esto y me dije que tal vez no era tan mala idea. —Habla sin parar, retorciendo las manos—. Ahora volví a cambiar de opinión, debí haberte comprado algo. Seguro te parece feo y…

—Rubia… —La freno. Me mira y me parte el alma que en sus ojos haya lágrimas—. Me va a encantar, no tengo dudas.

Me acerco y tomo el cuadro. Con mucho cuidado, oyendo su respiración agitada, rasgo el papel, descubriendo el mejor regalo que alguien me dio nunca.

Un chico de ojos expresivos y sonrisa burlona fumando. El humo crea ondas y sube hasta fundirse con el cielo estrellado.

—¿Soy… yo? —pregunto en voz baja.

Emilie rasca su frente.

—Uhm sí. No quedó como me hubiera gustado. De hecho, ni siquiera tienes que conservarlo si no quieres. Mañana te compraré algo y…

No la dejo terminar. Pongo el cuadro sobre la cama y la rodeo con mis brazos. Al principio, está tensa como una cuerda pero luego se relaja y me devuelve el gesto.

—Gracias —murmuro contra su cabello, sintiendo el aroma a coco inundar mis fosas nasales—. Es el mejor regalo que me han hecho.

—No tienes que mentir para hacerme sentir mejor.

«¿Quién te hizo sentir así, rubia? ¿Quién te hizo creer que tu arte no vale?»

Me alejo unos centímetros para poder verla.

—No estoy mintiendo. Es precioso. No quiero que vuelvas a dudar de tu talento, rubia, y si lo haces, dímelo. Estaré más que encantado de recordarte lo increíble que eres.

Sorbe por la nariz y limpia sus ojos con delicadeza, riendo.

—Idiota, ya me hiciste llorar.

—Hace tiempo que no me llamabas idiota.

Me mira desafiante.

—¿Lo extrañas? Porque puedo hacerlo más seguido.

—No me molesta que lo hagas pero me gusta cómo se oye mi nombre con tu voz —admito.

Su respiración se atasca y yo siento que acabo de meter la pata. Pero entonces sonríe y camina hacia la puerta.

—Vamos. Norah me matará si secuestro al cumpleañero por mucho tiempo.

Suelto una risa baja y la sigo.

El resto de la tarde es tranquila pero jodidamente especial. Hay comida deliciosa y junto con Luc y Emilie hacemos juegos ridículos como dígalo con mímica. Es como si fuera un niño otra vez.

Por supuesto que las extraño pero no me siento triste. No en este momento.

El pastel es delicioso. Chocolate con almendras, mi favorito. Emilie prácticamente se chupa los dedos y le pide a Norah que la adopte, lo que la hace soltar una carcajada y decirle que lo haría con gusto.

Norah, de hecho, se va a acostar a las ocho, alegando que está demasiado cansada, y Luc lo hace a las nueve, con la excusa de que está muy cansado y al día siguiente madruga. Así que solo quedamos la rubia y yo.

Una idea se mete en mi cabeza de pronto.

—¿Tienes que ir a tu casa ya?

—No, mi hermana me está cubriendo. —Me mira, extrañada—. ¿Por qué?

—Porque vamos a salir.

—¿Salir? ¿A dónde?

Sonrío.

—A tocar las estrellas, rubia.

Agradezco que Emilie aceptara la sudadera que le presté antes de salir, porque hace bastante frío.

Puedo notar que quiere preguntar a dónde vamos, pero no lo hace porque sabe que no voy a responder. Serpenteamos entre las calles prácticamente vacías hasta que llegamos a nuestro destino.

—¿Qué hacemos aquí? —inquiere finalmente, curiosa.

—Ya te lo dije, rubia, vamos a tocar las estrellas.

—Dudo que eso sea posible.

—Ya lo verás.

Comienzo a subir por la escalera del derruido edificio. Emilie vacila pero finalmente decide seguirme. Cuando llegamos arriba, nos encontramos con las mantas que siempre dejo por si hace frío cuando vengo. Le ofrezco una y nos sentamos.

—¿Y cómo se supone que vamos a tocar las estrellas desde aquí?

—Recuestate —le pido.

Lo hace y suelta un jadeo sorprendido.

La comisura de mi labio izquierdo se alza.

Desde esta altura, las estrellas se ven todavía más bonitas. No más cerca pero siempre se puede usar la imaginación para creer que sí.

—Es… hermoso, Aiden. Nunca había visto algo tan bonito.

Mi sonrisa vacila un segundo.

No puedo dejar de mirarla.

—Tampoco yo.

Y los dos sabemos que no hablo de las estrellas. Ni siquiera estoy viéndolas. Mi cuerpo se encuentra completamente girado en su dirección. Emilie traga saliva y me imita. Y nos quedamos así, solo mirándonos como si buscábamos en los ojos del otro las respuestas a esas preguntas que no nos atrevemos a pronunciar en voz alta. Como si temiéramos desaparecer.

El aire comienza a hacerse cada vez más denso. Respirar… ¿Cómo se hacía? ¿Para qué servía? Solo existen sus ojos recorriendo mi rostro y sus labios siendo humedecidos por su lengua.

Trago saliva.

Quiero besarla. Maldición, necesito besarla.

Sin pensarlo, pongo mi mano en su mejilla. La acaricio y se siente como seda en mis dedos. Ella no se aparta, solo me mira, indecisa. Su expresión contrariada es un golpe en mi pecho, porque esto está mal, porque la estoy confundiendo, porque debería alejarme y disculparme por ser un idiota pero no puedo. No puedo alejarme de ella.

No sé cómo, pero ahora estamos más cerca. ¿Ella se acercó? ¿O fui yo? Da igual. Ahora puedo sentir el movimiento de su pecho con cada respiración acelerada y ella puede sentir mi corazón golpear con fuerza contra mi caja torácica.

Sus labios están entreabiertos, sus pupilas dilatadas.

«Quiere que la beses. Bésala. Hazlo».

Y casi sucumbo. Casi sucumbo ante el anhelo y las ansias por probar sus labios. Pero entonces ella se aparta, exaltada. Se sienta con una mano sobre el pecho y me mira con los ojos muy grandes. Yo también me siento, sin tener una puta idea de qué hacer.

—Oh, Dios, casi te beso —murmura más para ella que para mí—. Casi te beso…

—Emilie… —Intento tocarla pero ella retrocede.

—No… yo… —Sacude la cabeza, conmocionada— tengo novio. Tengo novio y casi te beso…

—Fue mi culpa, lo siento, me dejé llevar.

—Soy yo quien tiene un compromiso con Allan. Y esta vez no puedo culpar al alcohol. —Se toma la cabeza—. Dios…

—Todo está bien. —Intento mostrarme calmado, aunque por dentro esté enloqueciendo—. Solo… olvidemos que esto pasó, ¿vale?

Duda, pero termina asintiendo. Y en el fondo, sé que ninguno de los dos va a poder hacerlo.

—Quiero ir a casa —dice, y mi pecho se aprieta.

—Si es por…

—No es por… por eso. Es tarde, mañana hay instituto y…

Es mentira. Siempre nos quedamos hasta bien entrada la noche y nunca le importó.

Quiere huir de mí.

Asiento, porque el nudo en mi garganta me impide hablar. De todos modos, me las termino arreglando para hacerlo.

—¿Quieres… que te acompañe?

Sacude la cabeza frenéticamente y es un golpe directo a mi pecho.

—No es necesario —responde.

—Es tarde y podría ser peligroso.

—No te preocupes, estaré bien.

Asiento, resignado, porque sé que no importa cuanto insista, no aceptará.

Bajamos en un silencio incómodo, tenso, y cuando llegamos al suelo nuevamente, ella sigue sin poder verme a los ojos.

—Bueno, espero que termines bien tu cumpleaños. Nos vemos.

Se voltea y comienza a caminar pero la tomo de la muñeca antes de que pueda dar dos pasos.

—Esto no cambiará nada entre nosotros, ¿verdad?

Ahora sí me ve a los ojos, y me rompe el alma que los suyos estén llenos de lágrimas.

—Claro que no —dice, y se va.

Ambos sabemos que mintió, pero no estamos listos para admitirlo.

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