20
De alguna manera, me siento más cercana a Aiden ahora de lo que me sentía hace dos semanas. Su dolor sirvió como un puente entre ambos. No volvimos a hablar de lo que sucedió esa noche ni sobre su hermana o sobre su madre. Simplemente fingimos que no había sucedido. Así como yo fingí que no lo vi mientras mi novio me daba placer. Somos los mejores mentirosos.
Retoco la pintura con algunas sombras y luces. No es perfecta, está lejos de serlo, pero es algo. Llevo días pensando en qué podría regalarle a Aiden para animarlo. Porque, si bien no ha vuelto a llorar —al menos frente a mí—, lo cierto es que no es el Aiden bromista y sarcástico de siempre. Tampoco es como si un cuadro fuera a hacerlo saltar de alegría, pero es una manera de hacerle saber que sigo aquí, apoyándolo.
Alguien golpea la puerta de mi habitación y entro en pánico. Volteo el cuadro y le pongo una sábana encima. Es un intento patético de esconderlo porque cualquiera con dos neuronas sabría lo que es, pero no tengo tiempo para pensarlo.
Tomo una bocanada de aire y abro la puerta. Es una suerte que detrás de ella no se encuentre mi madre o mi padre, sino Amelie. Mira mi atuendo manchado con el ceño fruncido, luego mete la cabeza a la habitación y observa el lienzo mal tapado junto con los óleos medio escondidos detrás de un retrato.
—Es bueno que lo tienes que esconder es tu pasión y no un cadáver porque lo encontrarían enseguida —bromea con una media sonrisa burlona.
Ruedo los ojos.
—Qué graciosa.
La hago pasar y cierro la puerta.
—¿Puedo verlo? —Estira la mano para quitar la sábana.
—¡No! —La detengo—. Es… No está terminado.
—Estoy segura de que aún así es hermoso.
—Puedo mostrarte otros pero… este no.
Ahora me mira como si me hubiese salido un cuerno de unicornio.
—¿Por qué no?
—Porque… es un regalo.
—¿Un regalo? —Sus cejas se elevan con sorpresa—. ¿Vas a regalar un cuadro?
—Uhm sí. —Me remuevo, incómoda por la manera en que me mira.
—Vaya, eso sí que es raro.
—No es raro.
—Sí lo es, teniendo en cuenta que somos muy pocas personas las que sabemos de tu afición al arte. ¿Para quién es?
—Eso no importa.
—Vamos, desembucha.
Algo me dice que ella ya sabe la respuesta.
—Para Aiden —admito en voz baja.
—¡Lo sabía! —exclama con emoción.
—Baja la voz.
—Lo sabía —susurra esta vez—. ¿Cuándo voy a conocerlo?
Mis cejas se disparan.
—¿Conocerlo? ¿De qué hablas?
—Bueno, si tienes nuevo novio creo que lo conveniente sería…
—¡No tengo nuevo novio! —grito yo esta vez. Bajo la voz—. Aiden es solo mi amigo.
—Ajá. Como digas.
—Amelie…
—No dije nada. —Sonríe, fingiendo inocencia.
—Pero lo estás pensando.
—¿Ahora lees la mente? —Una mirada seria de mi parte, un resoplido de la suya—. Es que... no sé, Allan y tú no tienen mucha… química.
—¿A qué te refieres con eso? Claro que tenemos química. Llevamos un año juntos y nos conocemos desde hace mucho más.
—Y aún así nunca pintaste nada para él. O te preocupaste por él de la manera en la que te preocupas por Aiden.
—Eso no es cierto.
—¿No lo es? Dime que no te sientes más libre cuando estás con Aiden, que no quieres que el reloj se detenga, que no quieres escucharlo hablar durante horas. Y que pasar tiempo con él hace que inmediatamente tu día sea mejor.
Me quedo muda.
—¿Y eso que tiene que ver con…?
—Lo tiene todo que ver, Emilie, porque eso es estar enamorada.
El mundo se detiene.
—No. —Sacudo la cabeza—. No, yo quiero a Allan.
Sus ojos reflejan compasión. No quiero verlos.
—Pero no como se supone que una chica debe querer a su novio.
No soy capaz de responder. Amelie suspira y pone su mano en mi hombro.
—Escucha, te lo digo porque eres mi hermana y te amo. Y sé que no eres feliz con Allan.
—Yo… —El nudo en mi garganta me impide hablar.
—Solo piénsalo, ¿está bien?
Asiento con la mirada ida.
Amelie se dirige a la puerta y yo reacciono.
—Espera, ¿por qué viniste? —pregunto.
Se tensa.
—Nada importante. Piensa en lo que te dije.
Y se va, dejándome hecha un manojo de pensamientos y emociones.
A la noche, cuando veo a Aiden, no me siento como los días anteriores. Estoy… nerviosa.
Yo nunca estoy nerviosa cerca de él pero las palabras de mi hermana no dejan de repetirse en mi cabeza una y otra vez.
«Dime que no te sientes más libre cuando estás con Aiden, que no quieres que el reloj se detenga, que no quieres escucharlo hablar durante horas».
Trago saliva y camino hacia él. Está fumando, como siempre, y el humo hace remolinos a su alrededor.
Mi corazón da un salto cuando él me toma de la mano y me ayuda a sentarme junto a nuestro árbol. Él lo hace después, terminando su cigarrillo para luego tirarlo al suelo.
—¿Qué tal tu día? —pregunta, mirándome con atención.
«Tranquila, no hay manera de que sepa de tu conversación con Amelie».
—Fue… normal. Ya sabes, estudié, pinté…
—¿Pintaste? —Su voz está cargada de sorpresa.
Mi rostro se enciende.
—Uhm sí.
—Entonces yo tenía razón, sí te gusta pintar.
Me encojo sobre mí misma.
—Bueno, sí, pero no es algo que suela contar. No soy tan buena.
—No menosprecies tu trabajo, rubia —me dice con el ceño ligeramente fruncido—. Tienes talento, y mucho.
—¿Lo crees?
—Por supuesto que sí. ¿No has pensado en… estudiar una carrera relacionada con el arte?
Bajo la cabeza, huyo de su mirada.
—No, eso no es para mí.
—¿Que no es para ti? Se te iluminaron los ojos cuando dijiste que pintaste. Se nota que es lo que quieres.
—No, yo… quiero estudiar administración de empresas y trabajar con mi padre. El arte no me llevaría a ningún lado.
Mi corazón se parte al decirlo.
—¿Quién demonios te dijo esa estupidez? Tal vez no sea fácil pero…
—¿Podemos cambiar de tema?
Y tal vez sea mi voz rota o que simplemente sabe que no va a lograr hacerme cambiar de opinión pero accede. Aunque mi mente se queda estancada en sus palabras.
Y el monstruo de los recuerdos despierta, engulléndome de un solo bocado.
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