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17

No sé en qué momento yo también caigo en los brazos de Morfeo, solo sé que cuando despierto Aiden sigue dormido. Su cabeza ya no está en mi regazo, sino que está en el suelo, a mi lado. Y su expresión ya no es torturada, sino tranquila, con las facciones relajadas. Es como si hubiese encontrado paz en ese mundo de sueños.

Mi corazón duele al recordar lo que sucedió ayer, lo que vi. Ese Aiden destrozado por pérdidas que no puedo ni imaginar. Ese dolor que carga silenciosamente.

No me muevo, le regalo un rato más de descanso. Lo que sí hago es mirar alrededor, a su desastre, y me encuentro con que Luc no se ha ido. Se encuentra dormido con la espalda contra la pared y la cabeza colgando en una posición muy incómoda. Seguro que luego le dolerá la espalda. Bueno, probablemente a Aiden y a mí también pero no me quejo. Vale la pena si es el precio para poder estar con él, para ayudarlo, aunque no haya podido hacer mucho.

No pasan ni cinco minutos antes de que Aiden despierte. Abre los ojos de golpe y se incorpora. Ahoga un grito y aprieta la mandíbula.

—¿Estás bien? —pregunto, preocupada.

Me mira y es como si todo lo que sucedió anoche volviera a su cabeza. Sus ojos se llenan de lágrimas que no derrama.

Sacude la cabeza para despejarse y toma aire.

—Aiden… —Mi voz es poco más que un susurro.

—No deberías estar aquí —murmura con los párpados apretados en un gesto de dolor.

—Estoy aquí porque me preocupas. Porque quiero que estés bien.

Abre los ojos y la tortura que veo en ellos es suficiente para fracturar mi alma en mil pedazos más.

—Nunca voy a estar bien —responde.

—Eso no es cierto. Nada es eterno, ni siquiera el dolor.

—El mío sí lo es.

—Compártelo conmigo. Tal vez así duela menos.

Sacude la cabeza frenéticamente.

—No.

—¿Por qué?

—Me mirarás diferente si te cuento. Y no podría soportarlo.

—No lo haré —susurro con voz rota—. Juro que no lo haré.

Sonríe pero no hay diversión en esa sonrisa, solo dolor.

—Lo harás.

—¿Sabes lo que fue para mí verte así? ¿Sabes lo que fue para mí saber que estabas sufriendo y no saber por qué ni cómo ayudarte? Quiero ayudarte.

—Venir fue ayuda suficiente, aunque hubiese preferido que no lo hicieras.

Dicho eso se pone de pie y camina hacia la puerta con dificultad. Yo me quedo ahí, queriendo seguirlo pero sabiendo que necesita tiempo.

Me siento y mis músculos protestan. Luc me mira desde su lugar, no sé en qué momento despertó pero me avergüenza pensar que pudo oír nuestra conversación.

—No quiero que pienses que Aiden actúa así porque quiere. Son… —Suspira, hay dolor en sus ojos también—. Son fechas difíciles. Para todos pero en especial para él.

—Ayer…

—No me corresponde a mí contártelo. Él lo hará cuando se sienta listo, no tengo dudas de eso. —Me mira como si buscara algo—. Eres especial, ¿sabes? Él no suele acercarse a las personas. Antes de que llegaras, yo era su único amigo. —No contesto porque, sinceramente, no sé qué decir—. Pero me alegra que estés en su vida, Emilie. Él sonríe más ahora. No sabes lo difícil que es ver a la persona que consideras tu hermano en lo más bajo y no poder ayudarlo. Soy feliz sabiendo que ahora también roza lo más alto contigo.

Trago saliva.

—Gracias… por llamarme.

—Sería un idiota si no lo hubiera hecho. No me necesitaba a mí, te necesitaba a ti.

Le regalo una sonrisa de labios apretados.

—¿Está herido? Físicamente, digo.

Luc aprieta los labios.

—No que yo sepa, debe estar dolorido por la posición incómoda en la que durmió —dice con amargura.

Asiento y me dirijo a la puerta.

—¿No quieres beber un café y comer algo antes de irte? —Su voz me detiene.

La verdad es que muero de hambre. Anoche no cené y mi estómago lo sabe pero…

—No quiero molestar, ni a Aiden ni a ti.

—No molestas. —Se levanta y mueve su cuello en círculos con una mueca de dolor en los labios—. Ven. Mi abuela prepara los mejores panqueques del país.

Pese a que aún no estoy segura de que sea la mejor idea, lo sigo.

En el patio, fumando un cigarrillo con manos temblorosas, se encuentra Aiden. No nos mira cuando pasamos a su lado, solo ve un punto fijo en el cielo y sé que en realidad no está aquí, está perdido en su mente, en sus recuerdos y en su dolor.

La casa de Luc es muy bonita por dentro. Acogedora. Hogareña. Todo lo que la mía no es. En la cocina, una mujer canosa prepara unos panqueques que huelen delicioso de espaldas a nosotros.

Supongo que oyó la puerta cerrarse porque inmediatamente dice:

—Estoy preparando tus favoritos, Aiden. Ya casi están listos.

Se voltea con una sonrisa y recién ahí nota que no es Aiden el que llegó.

—Oh. Lo siento, creí que…

—Ella es Emilie —dice Luc—. Es… una amiga de Aiden.

Los ojos de la mujer se agrandan.

—Emilie. —Sonríe—. Tienes un nombre muy bonito. Yo soy Norah, la abuela de estos dos jovencitos.

Luego de decir eso, se voltea y sigue con lo suyo. Miro a Luc con una ceja arqueada. Él no tarda en entender lo que quiero decir.

—No de sangre pero nos criamos prácticamente juntos —dice en voz baja—. Mi abuela lo quiere como si fuera su nieto.

Muevo la cabeza en un gesto de afirmación y me siento en la mesa. Frente a mí aparece un plato con tres panqueques y jugo de naranja. Mi estómago se cierra.

La señora Norah mira la puerta como si esperara que Aiden entrara en cualquier momento.

—Dale un momento, ¿sí? —Luc besa la cabeza de su abuela—. No es fácil para él.

Ella asiente, sus ojos llenos de dolor.

¿Qué sucedió para que todos sufran tanto? ¿Cuáles son las heridas de Aiden?

Estoy por terminar el primer panqueque cuando la puerta de abre y siento sus pasos arrastrados. Soy lo primero que mira al entrar a la cocina. Sus ojos están rojos y se ve tan triste que no correr a abrazarlo me supone un esfuerzo descomunal.

—Hijo, te guardé unos panqueques —le dice Norah con voz suave—. Ven, siéntate.

Él traga saliva pero se sienta a mi lado. Continúo comiendo pero no puedo evitar mirarlo de reojo. Sus ojeras, las comisuras de sus labios bajas, sus ojos cristalizados… No lo pienso, solo extiendo mi mano y aprieto la suya por debajo de la mesa. Él se tensa y me mira como si lo hiciera por primera vez. Intento sonreírle y él intenta devolvérmela. Casi suspiro de alivio.

No hablamos pero tampoco lo necesitamos. Sabemos entendernos solo con miradas y gestos.

La abuela de Luc es quien lleva la posta de la conversación mientras su nieto la ayuda con algunos comentarios que en otro momento me habrían hecho gracia.

Cuando terminamos, me despido de la señora Norah y de Luc con un abrazo y, como no estoy segura de que acercarme sea una buena idea, le regalo una sonrisa temblorosa a Aiden. Sin embargo, no he cruzado el portón cuando lo oigo gritar mi nombre. Me detengo y giro para verlo correr hacia mí. Se detiene y vacila pero sacude la cabeza e intenta sonreír pero se ve demasiado forzada.

—Yo… esto... gracias por venir ayer.

—Tú habrías hecho lo mismo por mí.

Asiente y muerde su labio, indeciso.

—Era… era el aniversario de la muerte de mi madre y mi hermana —susurra con la voz rota y los ojos cerrados—. Fue un accidente automovilístico. Yo fui… —Sacude la cabeza—. Yo estaba en el auto cuando pasó.

Cubro mi boca con mis manos, mis ojos se llenan de lágrimas.

—Aiden, lo siento tanto…

—No te disculpes, no fue tu culpa. —Toma una respiración profunda—. No reacciono bien a los recuerdos que estas fechas me traen. Lo lamento por eso.

Acorto nuestra distancia y envuelvo los brazos alrededor de su torso. Él tarda apenas un segundo en rodear mi cintura con los suyos y hundir su nariz en mi cabello.

Suaves sollozos llenan mis oídos.

—Gracias por compartir esto conmigo.

Nos separamos. Beso su mejilla y me voy, sintiendo que una parte de mi corazón se queda aquí, con él.

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