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EPÍLOGO

MORS

—Sí —responde ella sin pensárselo dos veces.

Empiezo a recorrer su vientre con besos, alzando su blusa a mi paso, hasta que llego a sus pechos y me detengo durante un rato más largo en el borde de su sujetador con mis labios.

Noto sus temblores y sus manos contra mi nuca.

«Más, más, más», escucho sus pensamientos hambrientos, lo cual me incita a arrancarle literalmente la blusa y romper las tiras del sujetador para dejarla completamente desnuda ante mí.

La admiro, absorbiendo lo preciosa que es y recorriendo su cuerpo perfecto con la mirada hasta llegar a sus ojos. Esos putos ojos verdes que me vuelven loco. Sin embargo, lo que me mata es la manera en la que me mira: segura, inocente y sedienta a la vez.

Joder, Live es adorable. No me puedo creer que la tenga aquí, delante de mí, desnuda y a contraluz del océano en lo alto de un faro, casi tocando las nubes grises que cubren el cielo.

Acto seguido, se lanza sobre mí y me besa de nuevo, pidiendo todo de mí y, de paso, me ayuda a deshacerse de mis pantalones. Además, sus dedos atraviesan mi ropa interior como si fueran fuego y se posan en mi entrepierna, haciéndome jadear por lo repentino que ha sido.

Aunque no sé por qué me sorprende, si incluso ella es consciente de que su tacto es una de mis grandes debilidades.

—Dios, Live... —balbuceo.

Y ella vuelve a sorprenderme cuando gatea hasta que se encuentra a la altura de mis caderas e introduce mi miembro en su boca sin reparo, algo que me estimula muchísimo más de lo que ya está haciendo.

—Joder, Live... —gimo al cabo de dos minutos, cuando creo que voy a empezar a correrme.

Pero ella sigue.

«¿Te gusta?», pregunta mentalmente.

Casi paso por alto su pensamiento de lo alterado que me encuentro ahora mismo.

—¿Có-Cómo...? Ah —suelto, sin poder continuar por unos segundos—. ¿Cómo puedes preguntar algo así? —acabo completando.

Ella, confusa, se incorpora sobre la cama y me fulmina con la mirada.

—O me respondes o paro —amenaza adorablemente seria.

Yo niego con la cabeza y le dedico una sonrisa. Asimismo, me acerco a ella, le acaricio el rostro y el cabello y digo:

—No me he corrido solo porque has parado.

Se dibuja una sonrisa en sus comisuras y me besa.

—Pero ahora me toca a mí —murmuro cuando sus labios se separan de los míos.

Mis manos descienden hasta su cintura y hago rotar su cuerpo hasta que queda tendido sobre la cama por completo.

Me apresuro a deshacerme de sus bragas para apoyar mis manos en sus muslos y separarlos ligeramente. Dejo una caricia en su entrepierna, algo que la hace temblar por completo, e introduzco dos de mis dedos.

Ella abre la boca, medio sorprendida, y trata de ahogar los sonidos de placer que se abren paso por su garganta.

«Mors, Mors, Mors», piensa antes de empezar a murmurar mi nombre en voz alta entre gemido y gemido.

No obstante, al cabo de unos minutos, cuando ya está lo suficientemente húmeda, me incorporo para introducir mi miembro dentro de ella. Me concentro bastante en hacerlo con delicadeza para no hacerle daño, lo cual implica que ambos nos mantenemos en un silencio que solo queda interrumpido por nuestras respiraciones agitadas y las olas colisionando contra las rocas del acantilado.

Pero, una vez pasado ese momento de tensión, empiezo a dar embestidas lentas y ambos enloquecemos.

Ella cierra los ojos y se muerde los labios. Siento que es tanto por el ligero dolor como por el placer.

—Amor, ¿estás bien? —pregunto, con preocupación.

—Sí, solo duele un poco —admite, y me sonríe débilmente—. Pero sigue.

—¿De verdad?

—De verdad —me asegura.

Me resulta bastante poco familiar tener este tipo de conversaciones tan... humanas (sí, esa es la palabra ideal), durante el sexo, pues nunca lo he practicado con alguien que no es sobrenatural. Live lo es a medias, pero, al fin y al cabo, físicamente sigue siendo humana.

Así que esto es tan nuevo para ella como para mí.

Hago caso a lo que me pide y, con mucho cuidado, empiezo a intensificar mis movimientos contra ella, lo cual nos hace gemir el nombre del otro repentinamente.

La estancia se llena de deseosos «Live» y «Mors» entre embestida y embestida; entre beso y beso; entre el roce de nuestra piel.



Me despierto un poco acalorado. Entre la calefacción y la noche de anoche... Joder, ni el fuego del infierno se puede comparar con lo que fue esta misma cama hace tan solo unas horas.

Ahora Live duerme envuelta entre las sábanas blancas «como una oruga», como diría ella. Verla durmiendo, con esos ojos siempre medio ansiosos descansando y su cuerpo sin tensiones, podría ser uno de mis pasatiempos.

Es que simplemente es mi persona favorita, y ahora se encuentra a mi lado, vestida con mi jersey oscuro y con parte de su cadera al descubierto, lo cual me permite admirar su marca de nacimiento.

La miro durante un minuto, fascinado como el primer día, y la cubro con las sábanas para que no pase frío, pese a la calefacción. Pero Live tiende a tener más frío que yo a causa de su condición humana.

También le acaricio sus mechones castaños, acto que la hace quejarse un poco, y me dirijo a la pequeña cocina para dejar de molestarla. Voy a sorprenderla con esas tortitas que tanto le gustan.

Sin embargo, cuando estoy batiendo la mitad de los ingredientes, percibo el sonido de la vibración de mi móvil. Durante una fracción de segundo me quedo rememorando dónde lo dejé, y luego recuerdo que está en una de las mesitas de noche, por lo que me apresuro (con mi supervelocidad, claro) a descolgarlo antes de que Live se despierte por el molesto sonido.

«Chibale», leo antes de decir:

—¿Sí?

Me desplazo de nuevo hasta la otra punta de la sala para no molestar a Live.

—Mors... —responde Chibale con la voz medio ronca.

Se me cae el alma a los pies. Esa voz no es normal y tengo la sensación de que algo malo ha pasado.

—Escúchame, no me queda mucho tiempo —me interrumpe—. He descubierto la verdad, ¿vale? —Las últimas palabras suenan en apenas un suspiro—. Ya sé porque Live no se transformó en la Vida pura cuando su hermano la atravesó con una daga. Tiene que... —balbucea—. Tiene que morir a manos de la propia Muerte.

Joder. Joder. Joder.

Siento que mi corazón ahora está en mi garganta.

—Chibale, ¿qué...? —trato de decir.

—Mors, para que Live se transforme en la Vida pura tú tienes que matarla —aclara lentamente—. No hay otra manera, amigo mío. Y por eso ningún otro método funcionará.

Tardo un segundo en formar algo coherente, periodo de tiempo en el cual solo escucho la respiración entrecortada de Chibale al otro lado de la línea.

—¿Dónde estás, Chibale?

—En Vancouver —confiesa—. No podía quedarme en Seattle sin hacer nada, y necesitaba descubrir por qué todos los vitaes se han reunido aquí. Quieren obligarte a matarla, Mors. Por eso están congregándose: para unir sus fuerzas, ir a por vosotros, obligarte a matarla y llevársela de tu lado para protegerla y hacerla su líder.

Y eso es exactamente lo que Live quiere, pero no así. No de esta manera.

—Hostia puta... —suelto, e intento controlar mi ira en la medida de lo posible—. Chibale, yo...

—Mors, querido... —interviene él—. Ya están de camino. Salid de allí lo antes posible. Yo... —su voz se entrecorta—. Te quiero mucho, amigo mío. Me... Me han disparado —suelta, y su respiración se hace pesada—. En el corazón —completa.

Se me cae el alma a los pies y mis ojos se salen de sus órbitas.

—Chibale, no, por favor... —exclamo.

—Ya es demasiado tarde, Mors... —lo oigo llorar y se me parte el alma en mil pedazos—. Di-Dile a Alyssa que... Q-Que la quiero.

La línea sigue viva, pero solo percibo un último suspiro por parte de Chibale antes de que todo se suma en un silencio sepulcral.

Empiezo a hiperventilar a lo largo de un minuto, pero pienso en las últimas palabras de el egipcio y me convenzo a mí mismo de que o salimos de aquí, o Live corre un gran riesgo.

—Live, amor... —digo, llegando a su lado, en la cama—. Live, despierta —insisto—, es importante.

Intento parecer calmado y no precipitarme, pero en cuanto ella abre los ojos y ve mis ojos, medio furiosos y medio aturdidos, sabe que algo no va bien.

—¿Qué...? —empieza a preguntar.

—Solo vístete —digo antes de que pueda terminar—. Tenemos que largarnos. Saben dónde estamos.

Ella abre los ojos como platos y empieza a abrigarse apresuradamente. Yo también me pongo mis pantalones y me calzo.

—¿Quiénes? —insiste.

—Los vitaes —respondo evasivamente—. Chibale... —se me hace un nudo en la garganta.

«Ahora no es momento de contarle que ha fallecido, Mors, se asustará más», me digo.

Aunque realmente también es porque prefiero no asumir la verdad: que mi amigo desde hace siglos, mi figura paterna, ha muerto y que he sido su última llamada.

Dejo atrás esos pensamientos y me centro en lo que realmente importa: llegar a la avioneta. Una vez allí, una vez estemos a salvo de los vitaes, le contaré todo y decidiremos cómo nos sentimos al respecto mientras volamos a un lugar seguro.

La cargo a mis espaldas repentinamente, tras comprobar que se ha vestido, y descendemos por la escalera de caracol del faro, donde ya no hace tanto calor como en la planta más alta.

La avioneta, la avioneta, la avioneta.

Pienso en ello una y otra vez mientras me abro paso por el vestíbulo, hacia la puerta principal.

Ya queda menos.

Pero cuando salimos al aire libre una sorpresa desagradable: decenas de figuras vestidas de blanco marcando una línea, acorralándonos contra el edificio gracias a una cortina de agua compacta que los vitaes sostienen en el aire gracias a sus poderes. Los demás nos penetran con la mirada delante de la capa (o celda, mejor dicho) de agua flotante peligrosamente.

Siento el suspiro de Live en mi cuello cuando freno en seco y ella también los percibe. No obstante, lo peor de todo es que la mayoría de ellos se presentan húmedos, con la ropa adherida a sus cuerpos perfectos y sus cabellos pegados a sus rostros, dándoles una imagen más tétrica.

Genial, justo lo que necesitábamos.

Aunque lo que es todavía más horrible es que cada vez se van uniendo más y más de ellos, accediendo por los acantilados tras haber nadado entre las olas furiosas.

—Cuánto tiempo, amigos míos —habla una voz de entre ellos que no me cuesta reconocer: Cecilia de la Cruz.

Esta avanza entre sus colegas y se posiciona en el centro, enfrentándose directamente a mí.

—No tanto como el que quisiera —respondo evasivamente.

Y me atrevo a caminar con decisión hacia ella hasta tenerla a solo medio metro.

—No os temo —digo, y paseo la mirada por todos ellos—. ¡No podéis hacer nada contra mí! —exclamo—. No hagáis caso a las movidas que esta payasa os ha vendido, son todo mentiras.

—Mors... —murmura Live, temblorosa, en mi oreja.

—Nos vamos —sentencio.

Paso por el lado de Cecilia y le propino un codazo en el hombro con cierta chulería dispuesto a atravesar su frontera de vitaes y agua flotante, lo cual a ella le sienta fatal.

Y, de hecho, le sienta tan mal que, repentinamente, siento cómo el peso de Live a mis espaldas desaparece y, cuando me giro, veo cómo Cecilia la sostiene con sus brazos entorno a su cuello y un cuchillo afilado en su garganta.

Los viates suspiran y se disponen en una disposición circular, rodeándonos por completo con dos filas bien sólidas, acorralándonos definitivamente.

—Como la toques... —amenazo a Cecilia de la Cruz, abriendo los ojos como platos.

—¿Qué me vas a hacer? —dice ella con un tono complacido y una sonrisa llena de malicia—. Ahora eres tú quien peligra aquí. —Pasea el cuchillo por el rostro de Live, poniendo especial énfasis en su ojo derecho—. Ya sé que ella tiene poderes curativos, así que supongo que a ninguno de los dos os importará que empiece por estos ojos tan bonitos, ¿verdad?

—¡Cállate la puta boca! —grito, y doy un paso hacia adelante.

Ella lo ve y clava el cuchillo en la mejilla de Live.

La última rompe a chillar de dolor, lo cual despierta una ira en mí que me hace agonizar.

—¡Déjala en paz! —la amenazo con más frustración.

Saco mi pistola apta para vitaes (sí, de esas que les vuelan el corazón), y percibo una ola de suspiros por parte de algunos vitaes en las filas traseras, pero Cecilia no hace más que sonreír como una psicópata.

—Oh, ya estamos de nuevo con las amenazas —comenta con voz cantarina, y sus manos se cierran en el cuello de Live con más fuerza, así como su cuchillo, que ahora clava en su cuello, haciéndola sangrar profundamente.

Y, pese a que ella trate de reprimir los gritos, no puede resistirse y acaba desgarrándose de dolor, medio llorando. Además, siento con mis poderes cómo duele. Es como mi propio dolor en mi piel y es horrible.

Entonces tanto Cecilia como Live se convierten en un borrón rápido que vuela a mi alrededor, incitándome a enzarzarme en una lucha a ciegas con ella, pues ha echado a correr en círculos en torno a mí. Y, evidentemente, caigo en su provocación.

Si hay una mínima posibilidad de hacer que suelte a Live, allá voy.

La persigo con la supervelocidad dentro del círculo marcado por los suyos hasta que la alcanzo y doy con su hombro. Seguidamente, siendo consciente de que puede afectar también a Live, agarro su brazo y la estampo contra el césped.

Tal y como preveía, tanto Cecilia como Live colisionan contra el suelo juntas. La primera se alza del suelo mientras Live se retuerce de dolor, algo que yo tomo como una oportunidad única.

No se está dando cuenta de que me está dando vía libre para dispararle en lleno.

Sin perder ni un segundo más, alzo la pistola, la cargo y disparo directamente al pecho de Cecilia, medio celebrando mi victoria contra esa zorra. Sin embargo, los últimos centímetros de la bala parecen ir en cámara lenta, pues, con absoluto horror veo cómo Cecilia agarra a Live del suelo y la hace ascender hasta la altura de la bala, como si ella solo fuera su escudo protector.

Entonces la bala atraviesa el corazón de Live y mis rodillas ceden cuando veo cómo se abren sus ojos ante la estrategia en la que acabamos de ser partícipes, justo antes de que sus párpados caigan.

Pocos saben lo que es perder al amor de tu vida. Verla sangrando y con esos ojos preciosos mirándome por última vez mientras se la llevan de mi lado sabiendo que nunca más seremos lo mismo....

Sabíamos que iba a ocurrir tarde o temprano, pero ¿sin despedida? Y todo por mi culpa, por no haber calculado bien. Por no haberla protegido.

No sé si mi corazón podrá soportar esta imagen durante más tiempo.

Mi Live. Mi vida. 




NOTA DE LA AUTORA:

https://youtu.be/6aAa-EJTQ7o

Mil gracias por todo, espero que podáis dejarme vuestros pensamientos y comentarios al respecto. Un beso enorme💖

Laila E. M. A., 16/01/2022

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