63
Mors y yo bajamos al salón principal tras habernos despertado realmente tarde, sobre todo por las pesadillas sobre Isaac y la dichosa daga. Una noche de locos, en el mal sentido, claro, ya que me he despertado unas cinco veces más palpándome el pecho y convenciéndome de que estoy bien, de que la herida se ha cerrado, de que mi corazón sigue latiendo y que todo sigue igual.
Encontramos a Chibale, Carter y Olympia sumidos en un silencio reflexivo que sería totalmente incómodo de no ser por el rumor vago que emite el televisor, un ruido de fondo al que nadie presta atención.
Chibale remueve con una cucharilla su taza de café en una de las butacas que dan a las vistas de la ciudad, esta última en uno de sus días invernales usuales: nubes grises cubriendo el cielo, calles con un poco de tráfico y una capa de nieve presente en cada rincón.
Asimismo, Carter y Olympia reposan sobre uno de los sofás, abrazándose. La morena le susurra algo a él y le acaricia los mechones rubios. Carter le responde con una sonrisa adorable, aunque, desde mi posición, puedo advertir cómo ambos siguen cansados y abatidos.
Y, a ver, es normal, pues los mortems veteranos lograron tirarlos desde el helicóptero que pilotaban rumbo a Vancouver. Seguro que debe de haber sido un momento horrible, incluso sabiendo que no morirían en el acto.
Mors me da un apretón en la mano a modo de gesto cariñoso, y me sonríe levemente al mismo tiempo que siento cómo me infunde calma con sus poderes.
—Buenos días —saluda él, y me hace avanzar consigo hasta el sofá contiguo a Carter y Olympia.
Tomo asiento a la vez que los dos últimos se incorporan para sonreírme.
—¿Estás bien, Live? —pregunta Olympia.
—Todo lo bien que puedo estar —digo, y ladeo la cabeza—. Ayer fue un día duro —murmuro, pero sé que ellos me han oído.
Noto cómo Chibale se sienta a mi lado.
—Y que lo digas, querida —coincide, y me pone una mano en el hombro—. Pero lo importante es que estamos todos bien y aquí.
Todos asentimos en el silencio tras las sabias palabras del egipcio.
—Oh, Carter —suelto repentinamente—. Ayer no pude curarte la herida para que sanaras antes. Lo siento. Mors me comentó que te habían herido antes de... lo del helicóptero, pero anoche no tuve fuerzas para usar mis poderes curativos.
El aludido me corresponde con una sonrisa empática.
—No te preocupes, en serio —me asegura con despreocupación—, al fin y al cabo, soy un mortem y me acabo curando más rápido que los humanos. Ya casi ni siento el dolor. Y, si te paras a pensarlo —enarca una ceja—, tú ya tenías suficiente con lo tuyo. Recuerda que uno no muere y resucita cada día.
Sus palabras me arrancan una pequeña risa, pues en cualquier otra circunstancia sonarían completamente absurdas. Incluso ahora suenan absurdas pese a ser la pura realidad.
De la nada, Mors me tiende una taza humeante de café y se sienta a mi lado. Me sorprende, porque ni siquiera he apreciado cómo se ha movido de mi lado. Pero es lo que tiene la supervelocidad, supongo. Y todavía no me he acostumbrado a ella.
Le agradezco ese gesto con una sonrisa antes de dar el primer sorbo.
—Bueno, bueno, bueno... —empieza Chibale con voz cantarina—. Tenemos a cuatro profesionales perdidos por ahí, campando a sus anchas; decenas de vitaes concentrados en Vancouver; y a la Vida reencarnada y muerta sin ser la Vida pura. ¿Por dónde empezamos?
Sus palabras sientan como un jarro de agua fría. No porque ninguno de nosotros lo sepa; al contrario: todos somos conscientes de ello, pero puesto sobre la mesa de esta manera, se puede apreciar cómo el panorama que tenemos delante es más complejo de lo que ya aparentaba.
Mors resopla.
—Creo que deberíamos empezar con Kim, Nikola, Spencer y Riley —interviene Olympia antes de que Mors pueda hablar.
—E Isaac —añado, a lo que la morena asiente.
—Es verdad —coincide Carter—, ahora mismo ellos son nuestra mayor amenaza. Incluso más que los vitaes, porque saben cómo funcionamos por dentro y los conocemos desde hace demasiado tiempo.
—Sospecho que van a quedarse por la ciudad para vigilarnos, y ahora que tienen a Riley... —comenta Olympia—. Bueno, las probabilidades de que nos metan en una encrucijada se han multiplicado. Riley siempre encuentra a quien rastrea —admite, y se cruza de brazos.
—Pero esta vez les llevamos ventaja —interrumpe Mors con una sonrisa de superioridad—: ellos no saben que Live no es la Vida pura. Solo la mataron y la dejaron ahí tirada... —Sus ojos relucen de ira palpitante—. Y seguro que siguen creyendo que Live se ha reencarnado siendo la Vida pura, tal y como indicaba la teoría de los vitaes. Pero no es así y ahora toda la comunidad está esperando a que anuncie que la he matado definitivamente por mi instinto contra ella.
El salón se sume en un silencio inmenso tras las palabras de Mors, ya que todos nos detenemos a reflexionar durante unos minutos eternos.
Y, la verdad, yo no sé cómo me siento al respecto. Mors tiene toda la razón del mundo: tanto los mortems como los vitaes están a la espera de que se anuncie que he fallecido a manos de Mors, pero sigo siendo la misma. Inexplicablemente, soy la misma presencia mixta. ¿Cómo se supone que debemos actuar ante esta situación?
—Realmente esto tiene una solución bastante sencilla —dice Chibale, rompiendo el silencio—: tenemos que darles lo que quieren.
Repentinamente, el rostro de Mors parece excesivamente concentrado, lo cual, conociéndolo, sé que significa que está tratando de leerle la mente a Chibale.
—Por favor, Chibale, no intentes ocultármelo —le pide, casi como una orden—. Habla o déjame leerte.
—Lo que quiero decir —sigue el egipcio—, es que tenemos que anunciar que Live está muerta, que tú la has matado definitivamente. Y así desviaremos la atención, porque nadie puede cuestionar o comprobar que realmente sea así. Lo único que debemos hacer es jugar bien nuestras cartas.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Carter, medio confuso.
—Todo el mundo sabe que quieres a Live —aclara Chibale—. Bueno, o, para ellos, que la querías... La cuestión es que, evidentemente, si el amor de tu vida ha muerto, lo más coherente es que no hagas apariciones en los próximos meses. Así nadie sospechará.
—¿Y qué pasará conmigo? —pregunto con un hilo de voz.
La idea de que Mors tenga que esconderse me produce escalofríos, pero la de tener que separarme de él es otro nivel.
—Vendrás conmigo, obviamente —me tranquiliza él, y pone su palma sobre mi mano—. Nos esconderemos juntos.
Suspiro de alivio.
—Es un buen plan —admite Carter—, pero personalmente dudo que funcione, porque pronto el rumor se extenderá y les llegará a los vitaes. Y habrá un gran cabo suelto.
—¿Cuál? —pregunta Chibale con interés.
—Tú, al ser vitae, siempre nos ayudas a saber si la Vida está cerca, a un radio de unos doscientos kilómetros más o menos —argumenta el rubio—. Siempre nos has ayudado a localizarla en ocasiones anteriores para que Mors la matara. Los vitaes podéis sentirla si está cerca. Y nuestros mortems sabrán que mentimos, porque los vitaes no se sentirán atraídos a ella. Si ayer Live se hubiera convertido en la Vida pura, decenas de vitaes habrían empezado a desplazarse hacia Seattle, hacia ella. Pero sabemos que siguen concentrados en Vancouver. Sabrán que mentimos, por lo que necesitamos otro plan.
—Entonces, lo que Carter pretende decir —comenta Chibale con una expresión pensativa— es que, indirectamente, los vitaes sabemos que Live sigue siendo Live la presencia mixta.
Mors asiente.
—Exacto, eso es verdad —dice él con la voz cargada de frustración—. Todavía no se habrán dado cuenta, pero tarde o temprano sumarán dos más dos, y lo sabrán.
—Ya —interviene Olympia con firmeza—, pero yo opino que realmente nos estamos yendo por las ramas con tantos planes y teorías. Lo que necesitamos averiguar lo más pronto posible es por qué diablos Live no se ha convertido en la Vida pura. Sin esa información no podemos avanzar.
Lo que acaba de soltar Olympia es bastante evidente, pero es completamente cierto. Saber por qué no soy la Vida pura es nuestra casilla de salida, y sin ello no podemos construir sobre el vacío.
—Espera, espera, espera... —musita Mors, y si rostro intenso de concentración vuelve a aparecer—. Chibale, dilo en voz alta.
El egipcio parece levemente aturdido, pero cede ante Mors cuando dice:
—Solo estaba pensando en que... —balbucea, como si no supiera por dónde empezar—. Ah, sí, estaba pensando en que quizá no es el hecho de matar, sino el acto; la manera en la que se ha llevado a cabo.
—¿Cómo? —pregunta Olympia.
—Lo que quiero decir es que quizá esa no era la manera correcta de matarla.
Se me cae el alma a los pies y se forma un nudo en mi garganta.
—Perdón, pero mi propio hermano me atravesó con una daga. Créeme, fue una buena manera de morir —digo medio ofendida.
—No se trata de eso, amor —me tranquiliza Mors con voz suave—. Lo que Chibale quiere decir es que hay millones de maneras de morir y que puede que esa no hubiera sido la correcta para matar a esa parte de mí que habita en ti.
—Parece que estemos hablando de un aborto —añado, y niego con la cabeza—, pero sí, entiendo adónde queréis llegar: tenemos que encontrar la manera adecuada de destruir a la Muerte que tengo dentro, pero ¿cómo se hace eso? —suelto—. ¿Cómo se mata a la Muerte?
Todos enmudecen y el peso de mis palabras marca una tensión clara en el ambiente.
—Esa es una buena pregunta —sentencia Mors con un hilo de voz—, pero, mientras la resolvemos, creo que lo más prudente es que Live no se quede en la ciudad.
—La seguirán —insiste Olympia—. Siempre lo hacen.
—No saldremos por donde ellos esperan que lo hagamos —dice enigmáticamente Mors—. Iremos a un lugar seguro. Es mejor que quedarse aquí encerrados aguardando a que nos ataquen desde fuera en cualquier momento —concluye.
—Supongo que eso conllevará una estrategia de distracción, ¿no? —pregunta Chibale.
—Evidentemente.
NOTA DE LA AUTORA:
El final ya está cerca, queridas, pero todavía quedan muchos interrogantes abiertos.
¿Qué esperáis que ocurra? ¿Adónde irán Live y Mors para estar seguros? Ahora que tanto mortems como vitaes van a su caza, no quedan muchos lugares seguros...
Pero en el siguiente capítulo quedará resuelto todo. ¿Cuándo queréis que actualice? ¿Mañana?🤭
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