57
Mis padres han muerto.
Y no hay nada que pueda hacer. Mors me ha confirmado que ya es tarde. El techo se les ha caído encima y sus corazones han dejado de funcionar, sus pulmones no encuentran el oxígeno y sus frágiles cuerpos han quedado aplastados.
El humo sigue saliendo en una hilera flotante mientras mi corazón continúa detenido en mi pecho. Las lágrimas no dejan de brotar, pero aun así logro divisar cómo los vecinos de las casas más cercanas observan los destrozos con los ojos como platos.
Y todo es por culpa de mi hermano, quien también se ha quedado de piedra junto a Mors y a mí, aunque él permanece de pie con la mirada horrorizada ante lo que acaba de suceder: él ha perdido el control y sus poderes se han manifestado, acabando así con la vida de nuestros padres y destrozando nuestra casa. Esa casa en la que nos hemos criado.
—¡Mira lo que has hecho! —le grito al mismo tiempo que me deshago de los brazos de Mors y me alzo del suelo.
Camino hacia mi hermano con decisión, ahora ni siquiera el frío me molesta. Solo quiero llegar hasta donde Isaac permanece inmóvil y clavarle mis uñas en su rostro hasta que empiece a sangrar.
El susto y la perplejidad iniciales se han convertido en ira.
Una ira que me conduce a coger a mi hermano de la nuca inesperadamente -tanto para él como para mí- y arrastrarlo hasta la parte más alejada del jardín. Así ningún vecino nos verá, pues entre que estamos ocultos y la oscuridad de la noche, se nos camufla totalmente.
Hundo mis dedos en el cuello de mi hermano hasta que mis uñas arañan su piel sin piedad.
—¡Mira lo que has hecho! —repito, y lo obligo a alzar el rostro con mi mano libre en dirección a la casa.
Mi hermano solloza entre mis manos; una agarrando su mentón, y la otra clavada en su cuello. De hecho, se abren heridas en él y empieza a brotar sangre dorada. Sangre mortem que se desliza por su cuello.
Pero no me da pena esta imagen. Me repugna tanto que no me contengo y mis poderes destructivos se descontrolan y empiezan a fluir por todo mi cuerpo hasta las palmas de mis manos.
Y entonces Isaac empieza a gritar de auténtico dolor.
—Duele, ¿verdad? —exclamo como una loca trastornada.
Ante su respuesta nula, aumento la presión. Y él grita más y más a todo pulmón. Su garganta se desgarra y su voz sale ronca al mismo tiempo que esa sensación de poder que tanto me gusta recorre cada célula de mi cuerpo.
«No puedo dejar que esto pare», pienso, sintiendo el placer que me invade.
Pero, de pronto, para.
Unos brazos fuertes se enroscan en torno mi cintura y me obligan a retroceder y soltar a Isaac.
Mors.
Por un momento me niego y forcejeo sin soltar a mi hermano. Es más, aumento la intensidad de las descargas.
—¡Vas a matarlo, Live! —me advierte Mors.
—¡Me importa una puta mierda ahora mismo! —le grito, y pataleo cuando me alza unos centímetros del suelo—. ¡Quiero verlo muerto! Igual que ellos. —Acabo con la voz entrecortada.
—¡No, Live, no quieres! —insiste él.
Y tiene razón.
Mors es la voz de mi conciencia.
—¡Es tu hermano! —añade.
Y estas palabras me hacen soltarlo antes de matarlo.
Sin más, dejo que Mors me aleje de él. No obstante, cuando lo suelto, mi hermano cae tendido sobre el césped, abatido. Me alarmo un poco pensando que puede que lo haya matado ya, pero logro ver que su pecho sigue subiendo y bajando.
Suspiro de alivio pese a seguir en mi estado mental de lunática asesina.
Pero, siendo sincera conmigo misma, ¿cómo puedo perdonarle algo así al ser que acaba de matar a mis padres? A sus padres.
Puede que no haya sido consciente de ello, pero... Me hierve la sangre solo de pensar en lo que acaba de ocurrir, por lo que me derrumbo sobre el pecho de Mors y vuelvo a sollozar desenfrenadamente.
Él me envuelve en sus brazos, ahora con calidez y seguridad.
—¿Puedes llevarlos al Infinito, por favor? —sollozo.
Una vez él me habló sobre el Infinito, un lugar donde las almas están a salvo de las demás. Pero solo pueden entrar allí con la condición de no volver a salir nunca más. Y eso es lo que quiero para mis padres, que descansen en paz para siempre, sin que nadie los moleste, aunque eso comporte no volver a rescatarlos jamás.
Alzo la vista, y Mors asiente mientras trata de secarme algunas lágrimas que se deslizan por mis mejillas.
—Diles que los quiero mucho —digo con un hilo de voz.
—Primero tenemos que encargarnos de este desastre. —Señala la casa destrozada con su barbilla—. Pero lo haré, amor. Lo haré personalmente.
—¿Cuándo?
—Primero os llevaré a La Guarida a ti y a... Isaac —pronuncia con los dientes apretados. No se me escapa la furia que reluce en sus ojos dorados cuando menciona a mi hermano—. Y esta noche lo haré.
Asiento ligeramente con la cabeza y dejo que él me coja entre sus brazos. Me lleva en volandas hasta su Jaguar y, en menos de un segundo, trae a mi hermano, arrastrándolo de su tobillo como si fuera un traste pesado, y lo mete en los asientos traseros.
Mors arranca el motor y alzo la mirada hacia la ventanilla para ver la imagen devastadora de la casa en la que he crecido hecha pedazos, igual que mi corazón cada vez que pienso que mis padres están ahí, tendidos y sin vida. Toda esa vida que han dedicado a criarnos a Isaac y a mí.
Y con esa imagen y una sensación de total calma, una calma inmensa y pesada, mis párpados se cierran.
***
Mis párpados deciden abrirse con la claridad de una luz que proviene de encima de mí. Al principio no sé dónde estoy, pero luego reconozco los ventanales que hay en el techo de la habitación de Mors, desde los cuales se filtra la luz que hay detrás del cielo encapotado de Seattle. Solo veo nubes blancas a través de los cristales.
Vaya, ya es de día.
No entiendo cómo he podido dormir toda la noche después de lo sucedido. Pero, repentinamente, recuerdo la sensación de mis párpados pesados a raíz de los poderes de Mors en mí. Nunca ha utilizado esa intensidad con sus poderes en mí; no hasta el punto de dormirme.
Pero anoche lo hizo, y sé que era necesario. Yo hubiera hecho lo mismo por él.
Me muevo ligeramente en la cama, hecho que me hace sentir unos brazos en torno a mi cintura. Sus brazos.
—¿Mors? —murmuro con voz débil, y me vuelvo hacia donde está él.
Siempre está despierto para mí, pues, por lo que veo en sus ojos dorados, que me miran atentamente, ha estado observándome desde que me he levantado. Y también ha leído mis pensamientos.
Esto último lo sé porque sus ojos están tan rotos como mi corazón.
Me mira conmovido, sin saber qué hacer para aligerar el peso de las cadenas que, desde anoche, envuelven mi corazón y lo arrastran hasta las profundidades más oscuras. Una no pierde a sus padres, a ambos, cada día. Y, mucho menos, a manos de su hermano pequeño.
—¿Amor? —responde él al fin.
—¿Dónde está Isaac? —es lo primero que pregunto.
Y lo hago porque no quiero cruzármelo. No en las próximas horas.
—Anoche lo devolví a las celdas del sótano —deja ir secamente.
No se me escapa cómo tensa la mandíbula ni cómo frunce los labios ante la mención de mi hermano. Además, sus ojos relucen de furia.
Giro sobre mis costados para poder observarlo más cómodamente al mismo tiempo que dirijo mi mano hasta su cuello y desplazo mis dedos a su mandíbula. Él cierra los ojos ante mi tacto, y así parece más relajado.
Puede que él pueda usar sus poderes para calmarme, pero nada supera el poder del tacto que tengo sobre él.
—He pensado algo —murmura él en voz baja, todavía con los ojos cerrados.
—¿Sí?
Sus párpados se abren antes de hablar de nuevo y, para ello, retira con ternura mi mano de su mandíbula para enlazar nuestros dedos. Así tiene menos efecto.
—He estado meditando toda la noche cómo manejar la misión de Vancouver —empieza, y me mira directamente con seriedad—, y he decidido que, si tú estás de acuerdo, Isaac debe ir. Se merece ir, se merece sufrir —dice con frialdad y firmeza.
Me quedo mirándolo sin pestañear, y no sé qué pensar, la verdad. No sé qué decirle al respecto, solo estoy segura de que...
—Tienes razón —completo en voz alta—. Se merece ir. Y ¿sabes qué? A partir de ahora no me pidas permiso con cualquier cosa que tenga que ver con Isaac. Él ya no es mi hermano —pronuncio con voz entrecortada—. Ya no —repito.
Mors alarga su mano hacia mi cabello. Acaricia mis mechones lisos y castaños hasta retirármelos de la cara tras posármelos detrás de la oreja.
—Sé que no va a mejorar nada esta situación, pero quiero que sepas una última cosa de él —añade—: le he pedido a Carter que lo entrene personalmente y que lo presione más que al resto.
Me limito a asentir.
—Bien —comento, y desvío la mirada hacia los cristales del techo—, me parece bien.
Mors hace una mueca de disgusto que logro percibir con el rabillo de mi ojo.
—No soporto verte sufrir así, amor —confiesa después de un silencio prolongado en el que me mantengo distante—. Y lo peor es que no puedo hacer nada para ayudarte.
—Tú —digo, y vuelvo a mirarlo a esos ojos dorados preciosos—. Tú ya eres suficiente, mi vida. Pero hay cosas en las que simplemente no puedes ayudarme. Hay cosas que tengo que afrontar por mí misma, Mors.
De nuevo, asiente. Acto seguido, coloca su palma en mi cuello y me atrae hacia él para estrecharme contra su pecho.
—¿Mors?
—¿Sí?
Me quedo pensativa, porque no sé cómo preguntarle lo que necesito que él me desmienta desesperadamente. Es un pensamiento loco que acaba de cruzar mi mente, pero me da miedo saber la respuesta.
—¿Y si he sido yo la que los ha matado? —digo antes de que él pueda leerme—. ¿Y si yo he perdido el control de mis poderes y no Isaac? ¿Y si yo...? —Se me corta la voz—. ¿Y si papá y mamá...? Por mi culpa... —sollozo, y trato de reprimir mis lágrimas.
Pero ya es tarde. Se me escapan. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas.
—No, Live, fue Isaac —me asegura con seguridad en su voz.
Ha pronunciado mi nombre, así que lo creo. Solo lo hace cuando habla totalmente en serio.
—Tus poderes no se han manifestado hasta después de... —Hace una pausa—. Después de que Isaac perdiera el control. Es normal en los mortems novatos, ya te lo dije. Y tampoco es la primera vez que veo algo así, la verdad.
Me regala una sonrisa débil y rescata las lágrimas que siguen derramándose de mis ojos.
Sin embargo, su gesto adorable no frena mis pensamientos destructivos, porque rompo a llorar de nuevo. Me lamento diciendo:
—Todo ha sido culpa mía. Tú tenías razón, no tendríamos que haber sacado a Isaac de La Guarida. He sido una puta egoísta, solo pensaba en qué hacer para cubrir todo de cara a mis padres y las excusas... —Me sorbo la nariz sin poder continuar—. Y... Y... He sido tan...
—...valiente —completa Mors con franqueza— y buena hermana. Ha sido culpa mía por no haberme llevado a Isaac en cuanto se levantó de la mesa. Tendría que haberlo traído de vuelta a La Guarida inmediatamente, pero no lo hice y... —Traga saliva—. Lo siento mucho, cariño, de verdad. —Niega con la cabeza y en su rostro se instala la expresión más triste que jamás he visto—. Lo siento —repite.
Se me rompe el corazón al verlo así, por lo que acerco mi rostro al suyo hasta que sello mis labios con los suyos. Él me devuelve el beso cálido y delicado.
—Anoche, mientras dormías, los llevé al Infinito —murmura, separándose unos centímetros—. Y estarán bien, Live. Tus padres estarán muy bien allí.
Asiento y junto mi frente con la suya.
—Gracias —le agradezco—. No quiero abusar de ti, pero ¿podrías hacer algo más por mí? —susurro en sus labios.
—Lo que sea, amor.
—¿Me acompañas al cementerio?
NOTA DE LA AUTORA:
¡Hola! Últimamente estoy on fire🔥 con tanta actualización, mis cielas. Y esto está llegando a la mejor parte... ✨just saying✨
Estoy viendo ya el horizonte de la historia, acabando ya los últimos capítulos y estoy muy emocionada por terminar la obra. Pero también nostálgica... ¿Alguien más se siente así?
Por cierto, en el siguiente capítulo conoceremos a gran parte de la familia de Live. ¿Tenéis ganas de conocerlos? Yo me he hecho un árbol genealógico y todo🙃
Lamentándolo mucho, la obra no estará terminada antes del 11 de junio, lo cual no es malo, porque eso significa que tenemos Live y Mors para rato, pero el tiempo se me ha echado encima. Lo bueno es que es por una razón: voy a cumplir un sueño. ¡Y estoy muy emocionada! La semana que viene os cuento más.
Espero que estéis disfrutando. Un beso❤
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