56
Llego a casa una hora antes de que mis padres vuelvan de trabajar. Mors traerá a Isaac consigo dentro de un rato, pero mi hermano entrará antes y Mors, más tarde para no levantar sospechas.
—Todo saldrá bien, amor —me ha asegurado Mors cuando me ha dejado frente a mi casa con su Jaguar.
—¿Tú crees? —le he preguntado desde el asiento de copiloto. Él ha asentido—. No me he dado cuenta de la gravedad de la situación hasta ahora.
—Isaac se controlará y yo estaré con vosotros en todo momento. Si la cosa se complica, me lo llevaré.
—¿Y este Mors optimista y solidario?
Él me ha sonreído y ha puesto los ojos en blanco.
—No te acostumbres, amor.
—Tarde —le he dicho, y le he devuelto la sonrisa tras encogerme de hombros exageradamente—. Bueno, me voy ya para prepararme mentalmente de lo que nos espera esta noche.
He hecho ademán de salir del coche, pero su mano en mi rodilla me ha retenido. Yo le he lanzado una mirada interrogativa.
—Solo quiero recordarte que la invitación a mi habitación para esta noche sigue en pie —me ha dicho con esa sonrisa juguetona, y ha desplazado sus dedos por mis muslos lentamente.
Solamente recordarlo hace que, ahora en mi habitación, cuando hace ya unos treinta minutos que se ha ido, me sonroje y sonría como una idiota para mí misma.
No sé si lo ha dicho por haberlo utilizado esta tarde o para provocarme. Aunque, siendo sincera, ¿qué más da? Ha conseguido encenderme, y lo sabe, sobre todo porque he tenido que hacer un gran esfuerzo para evitar que su mano siguiera avanzando por la parte superior de mis muslos. Sé que cuesta creerlo, pero a veces a mi autocontrol le da por aparecer.
Me doy una ducha rápida y me visto con una de mis típicas blusas de color pastel. Sin embargo, la que llevo ahora es azul, al contrario de la de color rosa. Esa blusa que me ha dado Mors para recordar la noche en la que le confesé abiertamente mi amor.
—¡Live! —grita mi madre desde la planta baja, anunciando su llegada.
Justo a tiempo.
Bajo los escalones tan calmadamente como mi estado mental me permite. Intento actuar normal, aunque eso comporte que mis piernas tiemblen ligeramente.
—¿Has visto a tu hermano? —dice con cierta preocupación cuando llego delante de ella. Mi padre cuelga su abrigo en la percha, a su lado—. No me ha contestado a ningún mensaje en todo el día. —Pone sus brazos en jarra—. ¿Lo has visto en el instituto con Casey hoy?
—Sí, ha estado entrenando con el equipo, como siempre —miento—. Hoy Mor... Mark —corrijo más torpemente de lo habitual— vendrá a cenar. ¿Os importará? He avisado a Isaac y, aunque me ha puesto mala cara, ha accedido a llegar un poco más pronto.
—¡Genial! —exclama mi padre—. ¡Cena familiar de lunes! ¿Qué preparamos? —le pregunta a mi madre.
—¿Qué tal unas fajitas? —sugiero antes de que mi madre pueda pensar.
Las fajitas son la comida favorita de Isaac. Está obsesionado con ellas desde que fuimos a un restaurante mexicano hace un par de años.
—Sí —accede mi padre—, creo que sobró relleno de hace un par de días. Voy a ver si hay suficiente. Y también haré una ensalada... —murmura hasta desaparecer por la cocina.
Mi madre lo sigue, y yo me encargo de preparar la mesa.
En cuestión de unos veinte minutos, en los que me muerdo las uñas en la intimidad del salón mientras mis padres siguen en la cocina, suena el timbre por primera vez.
—¡Yo abro! —exclamo, y salgo disparada hacia la puerta.
Tal y como teníamos previsto, Isaac aparece detrás de esta. Se ha cambiado de ropa y está limpio, al contrario que esta tarde en la sala de entrenamientos con Carter esta tarde, cuando estaba sucio y sudoroso. Sin embargo, creo que eso se debe al toque mortem que lleva desde que se ha convertido: ahora hay un ápice de belleza que sobresale en comparación a cuando era humano. Su pelo brilla más, su piel parece suave, su rostro es más atractivo...
No es tan exagerado como Mors, que parece un jodido dios, pero se le nota.
—Hola —saluda tímidamente Isaac, todavía al otro lado de la puerta.
—Hola —repito.
Hablamos como si no nos hubiéramos visto en años.
Y, en realidad, me da la impresión de que es así. El distanciamiento que hemos sufrido mi hermano y yo desde lo del partido de fútbol, cuando todavía era humano, ha sido bastante doloroso, pero el de los últimos días ha sido incluso peor, sobre todo en este último fin de semana. Por suerte, las cosas están cambiando.
Lo sé porque me regala una sonrisa amable que me hace salir de mi ensimismamiento. Y yo reacciono al fin: me hago a un lado y le dejo acceder a casa. A su casa. Aunque él camina con pasos inseguros y observa todo como si fuera la primera vez.
Supongo que el hecho de ser mortem cambia totalmente la manera de percibir incluso lo conocido.
—¿Estás bien? —pregunto con voz temblorosa.
Él sigue avanzando y, sin volverse, se limita a asentirme. Camina con pasos vacilantes hasta el salón, donde mi padre está depositando un plato de ensalada.
—¡Eh, chaval! —le dice a Isaac a modo de saludo tras dejar el paso—. Hace días que no te veo.
Mi hermano parece un poco aturdido ante las palabras de mi padre, por lo que me acerco a él y le doy un codazo en las costillas para que hable.
—Sí, he estado ocupado —responde él, y sonríe forzadamente.
Nunca había estado en una situación tan incómoda con mi padre y mi hermano. Y solo quiero que venga alguien a rescatarme y, por suerte, sucede: el timbre vuelve a sonar.
Mors.
Corro hacia la puerta de nuevo y tiro del pomo hasta el punto de que casi la arranco.
—Entra a salvar la situación, anda —es lo primero que digo con desesperación en mi voz.
—Hola a ti también —saluda, y empieza a andar hacia el salón con pasos decididos.
Lo sigo hacia el interior de la estancia, donde ahora Isaac está sentado junto a mi padre. Mi madre entra con el plato del relleno de las fajitas, que deja en el centro de la mesa.
—Vaya, hijo, ya estás aquí —le dice a Isaac—. Que sea la última vez que no contestas a mis llamadas y mis mensajes, porque te juro que... —Mors se aclara la garganta y mi madre alza la vista hacia él, pues no lo ha visto entrar. Él le dedica una sonrisa encantadora que me hipnotiza incluso a mí, que ya creía que era inmune a ellas—. ¡Oh, Mark! —exclama, volviendo a su tono dulzón y despreocupado, como si hace veinte segundos no hubiera estado regañando a Isaac—. ¿Cómo estás? Ven, siéntate. Supongo que te gustarán las fajitas, ¿no?
Los ojos de Isaac brillan de ilusión cuando mi madre dice esas palabras. Y yo reprimo una sonrisa mientras tomo asiento junto a Mors, porque sabía que las fajitas serían una buena idea.
—Claro, me encantan —miente Mors con su encanto.
Mis padres sonríen complacidos y, por lo que noto en el ambiente, creo que Mors les ha infundido tranquilidad con sus poderes. Isaac ahora también se mantiene algo más relajado, aunque logro ver cómo su cuerpo y sus piernas están flexionados y en tensión.
Ahora es bastante más llevadero, por lo que le agradezco a Mors su intervención con una mirada llena de alivio que él intercepta.
—Bueno, Mark —empieza mi madre una vez estamos todos sentados. Solo queda mi padre, que vuelve de la cocina con las tortillas de maíz—. La última vez que hablamos nos dijiste que Carter y Olympia estaban en Tacoma con la otra parte de la familia. ¿Sabes algo de ellos?
—Sí —responde Mors con naturalidad—, han estado de visita unos días aquí, en Seattle.
Cojo una tortilla y la pongo sobre mi plato mientras dejo que la conversación sea conducida por Mors. Pongo el relleno con una cuchara y enrosco la tortilla entretenidamente. Sin embargo, antes de llevarme la fajita a la boca, me fijo en la mirada incrédula de Isaac sobre Mors, por lo que fulmino con la mirada a mi hermano para que deje de ser tan evidente con el hecho de que algo va mal, e inclino a cabeza hacia la comida para invitarlo a que coma en vez de que siga actuando raro. A ver si así hace algo propio de su vida humana: comer, comer y comer. No dejaba de hacerlo.
Y sospecho que ahora tampoco, pues se lanza hacia las tortillas y el relleno como si no se hubiera dado cuenta antes de que han estado sobre la mesa durante todo el rato.
—¿Piensan quedarse más tiempo? —pregunta mi madre—. Podrías decirles que se pasen a cenar algún día de estos —sugiere.
Tanto ella como mi padre ya han preparado sus fajitas, así como Mors, que enrolla entretenidamente la suya y la mira con cierto recelo, ya que el hecho de comer sigue resultándole extraño. Pero ¿qué le vamos a hacer? Estos son los pequeños sacrificios de ser el novio de una humana.
Finalmente acaba llevándosela a la boca con cierta naturalidad y, cuando termina de tragar (y de leerme), dice con otra sonrisa:
—Me encantaría, y a ellos también, pero este mismo jueves se van de nuevo.
Genial. Una verdad a medias que nos recuerda a todos por qué estamos aquí.
—Oh, vaya, es una lástima —se lamenta mi padre—. En ese caso, seguro que para Navidad podrán venir, ¿no?
—Por supuesto —responde Mors, y le da otro mordisco a su comida.
Para entonces, yo ya voy por la tercera fajita. No me escondo, comer es una de mis pocas virtudes. Y Isaac va por la misma línea, pues ya ha devorado como dos fajitas, pese a seguir mirando a Mors con ira en sus ojos por mentir a mis padres de una manera tan fluida.
No lo culpo, a mí también se me hace raro, pero ¿acaso tenemos otra alternativa? Bastante tengo con el hecho de que mi hermano esté metido en este mundo, no puedo meter a nadie más y arrastrar a mis padres conmigo.
—Vaya, Isaac, te veo cambiado —comenta mi madre, que ahora se vuelve hacia mi hermano.
Este último relaja un poco sus expresiones, pero su ceño sigue fruncido y su expresión molesta no acaba de desaparecer. Hace ademán de dirigir su mirada hacia mi madre, pero sus ojos reparan en un punto sobre su hombro.
Que ahora evite el contacto visual con mis padres me preocupa, por lo que le dirijo una mirada de advertencia a Mors. Él se limita a infundirme calma artificial.
«¿En serio? ¿Este es tu plan? ¿Relajarnos a todos?», replico mentalmente.
Pero mi hermano sigue sin contestar a mi madre, así que digo atropelladamente:
—¿Cambiado?
—Sí, está más guapo —dice mi madre con una sonrisa divertida—, pero también parece cansado. Míralo.
La mano de mi madre señala a Isaac y me fijo en que, en el rostro de mi hermano, pese a tener ese toque mortem que le aporta esa belleza de la que habla mi madre, se dibujan unas ojeras bastante pronunciadas.
—He estado entrenando en el equipo de fútbol bastante estos últimos días —habla Isaac al fin.
Mi padre y mi madre intercambian una mirada significativa que Isaac no pasa por alto.
—Ya, ya, será eso —dice mi padre con voz cantarina, y alza una ceja—. No hace falta que nos mientras, hijo, Live ya nos lo ha contado.
Isaac empalidece de repente y se queda aturdido. Solo abre los ojos como platos y los dirige hacia mí con horror.
—¿Qué os ha contado? —pregunta con un hilo de voz.
—Lo de la chica con la que has estado últimamente —aclara mi madre, y amplía su sonrisa—. Por eso no me has contestado a ninguno de mis mensajes. —Por un momento, vuelve a su tono autoritario de madre enfadada—. ¿Cómo se llama?
Mi hermano no sabe si suspirar de alivio o rogarle a Mors que lo mate allí mismo. Cuando esta tarde le he dicho que tenía una excusa para cubrirlo este fin de semana, estoy segura de que no se esperaba algo así. Por eso ahora me está mirando y ha puesto los ojos en blanco.
Acto seguido, también suelta un fuerte suspiro y se alza de la mesa.
Mors hace ademán de levantarse y seguirlo, pero agarro su brazo para retenerlo al mismo tiempo que me alzo y lo miro directamente a los ojos.
—Yo me encargo —le digo, así como a mis padres, que ven el punto por el que ha desaparecido Isaac con desilusión en sus rostros. Cualquier rastro de diversión ha desaparecido—. Se está comportando como un crío, pero ahora le voy a decir que tampoco es para tanto que os lo haya contado... —miento, pues esa no es la verdadera razón por la que mi hermano se ha ido.
Mors no parece muy convencido, pero asiente con sus ojos dorados puestos en mí con una mirada de advertencia. Yo le asiento de vuelta para que se quede más tranquilo y avanzo por el corredor hacia la cocina, siguiendo los pasos de Isaac.
No obstante, él no está aquí. Pero la puerta trasera que da acceso al patio posterior de la casa está abierta y diviso a lo lejos la figura familiar de Isaac.
—¡Eh! —grito cuando ya estoy fuera—. ¿Adónde te crees que vas?
Doy unas cuantas zancadas hasta que lo alcanzo, y lo cojo del hombro hasta hacerlo girar sobre sus talones.
En su cara encuentro la expresión más triste que jamás he visto en mi hermano: sus ojos están cristalinos, con lágrimas; su mandíbula, apretada; sus labios, temblorosos. Y sus puños están apretados a cada uno de sus costados.
—Lejos de aquí —pronuncia con un hilo de voz.
No sé qué decirle, porque él no quiere irse. Lo sé, y él también. Ese es el motivo de que estemos así: yo reteniéndolo, pese a que él sabe que podría deshacerse de mí tan fácilmente como quisiera con su superfuerza de mortem.
Pero no lo está haciendo.
—¿Qué pasa? —pregunto con franqueza y suavidad.
Lo obligo a mirarme a los ojos para que sienta la presión. Esos ojos verdes, idénticos a los míos.
—Estar con ellos —responde, y cierra los ojos—, con papá y mamá, así, me pone enfermo. Siento que algo ha cambiado... —Traga saliva y abre los ojos de nuevo. En ellos puedo ver que está realmente devastado—. No puedo concentrarme en otra cosa que no sea el latido de sus corazones.
—Es normal —digo en un intento de tranquilizarlo—, tus sentidos se han intensificado, y los humanos y los vitaes te hacen reaccionar así.
—Ya, pero no sé si podré seguir aguantando mis ganas de matarlos y... —Vuelve a suspirar hondo, y niega con la cabeza—. Mors y tú tampoco ayudáis actuando como si todo esto fuera lo más normal del mundo, soltando una mentira tras otra.
—Isaac...
Intento alargar mi mano hacia su rostro, pero él retrocede un paso, deshaciéndose así de mi agarre sobre sus hombros.
—Me duele terriblemente la cabeza —confiesa en un susurro débil, y se frota las sienes con sus manos— y solo quiero llorar.
El frío de diciembre empieza a hacer efecto en mí. No me había dado cuenta de que no llevo ninguna capa a parte de mi blusa por el subidón de tener que ir detrás de mi hermano, pero ahora me arrepiento de no haber cogido ni una mísera sudadera antes de salir.
—Podemos volver a La Guarida ahora mismo, si quieres —sugiero, y los dientes empiezan a castañearme.
Mi hermano me dirige una mirada de «No tienes ni idea de nada», lo cual me da miedo y me causa rechazo.
—No, no quiero —dice él lentamente—. Solo quiero mi vida normal y humana de vuelta. Es lo único que quiero, Live: mi antigua vida.
—Ya sabes que eso es imposible, Isaac.
—Ese es el problema, que me lo habéis arrebatado todo —ruge, y el vaho sale de su boca junto a sus palabras—. Y lo odio —dice entre dientes.
Él se aleja más de mí, pero yo me interpongo en su camino tras dar unas cuantas zancadas más.
—Live, por favor, apártate de mi camino —dice con voz impaciente.
—No puedo.
Mantengo una distancia prudente, pero logro divisar la ira palpitante en el rostro frío de mi hermano. Está conteniéndose, igual que hace unos minutos, dentro de casa con mis padres.
No obstante, esos ojos verdes irradian un brillo peligroso y siento cómo el cuerpo de mi hermano se abalanza sobre mí repentinamente. Como acto reflejo, me encojo y me abrazo a mí misma mientras cierro los ojos, esperando lo peor: el ataque de mi hermano.
Pero jamás llega.
Lo único que noto, todavía con los ojos cerrados, son unos brazos que me cubren y una espalda donde se apoya mi cabeza, así como el aroma delicioso de granada, frutos del bosque y cerezas.
Mors.
—Ni se te ocurra ponerle un dedo encima —suelta con voz fría.
Abro los ojos y me encuentro su cuerpo, de espaldas a mí, a modo de escudo protector entre mi hermano y yo.
No quiero ni imaginarme cómo estará mirando a mi hermano, aunque deduzco que sus preciosos ojos dorados se habrán enrojecido y su mandíbula estará tensa.
—¿En qué diablos estás pensando, tío? —prosigue Mors—. Si quieres que nos vayamos, nos vamos ya, pero a tu hermana no la vuelves a tocar.
—Su hermana tiene voz propia —me quejo, y me deshago de su protección.
Salgo de detrás de él y me planto a su lado, justo enfrente de Isaac, quien ahora parece entre aterrorizado y culpable.
—Nos vamos ya —zanjo, y me cruzo de brazos para parecer autoritaria.
Aunque, pensándolo bien, resulta casi absurdo teniendo en cuenta que Mors se encuentra a mi lado: me saca una cabeza y la expresión de su rostro es mortífera. No deja de fulminar a mi hermano con la mirada y lo observa como si en cualquier momento fuera a moverse inesperadamente.
—Yo no vuelvo con vosotros —susurra mi hermano con cierta seguridad en su voz.
Una sonrisa maliciosamente terrorífica se forma en los labios de Mors.
—¿Qué has dicho? —pregunta el último provocativamente.
«La Muerte en su estado más puro», pienso.
—Que no voy a volver con vosotros —se atreve a repetir Isaac.
Mal, mal, mal, renacuajo. Así no se juega al juego de Mors; él pone las normas, él es el líder, él siempre consigue lo que quiere.
—Ya te gustaría —se burla Mors, y le lanza otra sonrisa desafiante.
Y mi hermano vuelve a caer.
Isaac comete el error de empezar a caminar y esquivar el cuerpo de Mors en su propia cara, algo que al último le complace enormemente, porque esa dichosa sonrisa autoritaria sigue allí. De hecho, se ensancha mientras mi hermano sigue andando hasta la cerca del patio trasero.
—¡Eh, Isaac! —digo, y lo persigo.
Mors, a mis espaldas, maldice por lo bajo y también me sigue, aunque sé muy bien que podría utilizar la supervelocidad para pararle los pies a Isaac en una fracción de segundo.
Corro detrás de mi hermano hasta que tan solo nos separan unos centímetros. Mi respiración se dispara y mi vaho sale despedido hacia todas las direcciones por el contraste del frío. Un frío que, por cierto, sigue penetrando mi piel sin piedad.
—Déjame en paz ya, Live. Hemos tenido suficiente por hoy —dice mi hermano mientras sigue avanzando.
Por su parte, Mors, como ya preveía, ha utilizado su supervelocidad para interponerse en el camino de Isaac e impedirle el paso.
Mi hermano está atrapado entre Mors y yo.
Pero él sigue avanzando hacia Mors, dejándome atrás, y dispuesto a intentar burlar a Mors de nuevo, pese a que todos sabemos que eso no va a volver a ocurrir, sobre todo por la posición autoritaria de la figura de Mors, que se mantiene firme aguardando la llegada de Isaac.
—Ven aquí —le ruego a mi hermano—, ¡para!
Pero él continúa.
Y a mí no me queda otro remedio que correr hacia él, con mis pulmones quejándose por el dolor de respirar tanto aire frío de golpe, antes de que se tope con Mors.
Justo cuando estoy a punto de volver a tocar el hombro de Isaac, este último se vuelve y me grita a todo pulmón:
—¡Que me dejes en paz!
Sin embargo, más que su tono dirigido hacia mí, lo que más me horroriza es el estruendo que escucho después de sus palabras y el temblor que siento en el suelo.
Todo se detiene.
Con el corazón encogido, me vuelvo lentamente hacia mi casa, que estaba a mis espaldas, y abro los ojos de horror cuando veo que el segundo piso del edificio está completamente destrozado, cayendo sobre el primero. Sobre la planta donde mis padres seguían cenando inocentemente.
Mis rodillas empiezan a fallarme al ver cómo, en cámara lenta, empieza a salir una hilera de humo cargado de todas las partículas de los materiales con los que está construida la casa, así como percibo que todas y cada una de las luces se han desvanecido en el interior. Sin embargo, Mors ya está a mi lado, rodeándome con sus brazos, antes de caer al suelo.
Reprimo un grito desgarrador que amenaza con salir de mi garganta cuando entiendo qué ha sucedido: mis padres siguen allí dentro.
Trato de correr hacia el interior de la casa, trato de deshacerme de los brazos de Mors al mismo tiempo que sollozo como una desesperada, pero él no me suelta. Solo intensifica su agarre al mismo tiempo que yo sigo convencida de que tengo que entrar.
«Necesito rescatarlos», me repito una y otra vez.
Pero lo único que consigo es perder el equilibrio y caer sobre el césped con Mors todavía envolviéndome con sus brazos. Él también se arrodilla conmigo.
Y entonces entiendo por qué lo está haciendo.
Si no quiere que entre es porque...
—Sí, amor, no hay nada que puedas hacer por ellos ahora—me dice él con suavidad con un hilo de voz.
Suelto un grito que acaba de desgarrar mis pulmones mientras lloro ante sus palabras.
NOTA DE LA AUTORA:
Bueno, bueno, bueno... Aquí está el capítulo al que siempre he temido llegar. Ha sido bastante difícil a la hora de escribir, la verdad.
¿Qué opináis? ¿Es tan trágico como yo creo que es? ¿O solo soy yo que me siento así?
¿Qué hará Live? ¿Qué pasará con Isaac? ¿Y la misión de Vancouver? LO VEREMOS PRÓXIMAMENTE, PERO QUIERO LEER TEORÍAS.
P. D.: ¿Os gustaría que pusiera al inicio de cada capítulo el vídeo de la canción que haya escuchado para escribirlo? Creo que podría ayudar a captar las vibes de la escena, pero nunca antes lo he hecho, así que si alguien me da luz verde, lo haré en los próximos capítulos, porque tengo playlists kilométricas🤭.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro