5
Tal y como predije ayer, hoy es un día duro: me llueven felicitaciones de cumpleaños atrasadas junto a un ápice de tristeza y timidez en la voz de los que me dedican esas palabras. Todos saben que se cumple un año de la muerte de Will, pero nadie lo menciona, solo se limitan a felicitarme por mi cumpleaños. Creen que por no mencionarlo nadie se acordará o algo por el estilo, pero todos sabemos que las cosas no funcionan así.
—¡Live! —grita una voz familiar en el pasillo en el cambio de clases.
Me vuelvo y veo a Blair andando hacia mí. También la acompaña Elina.
Blair Jeffery avanza hacia donde me encuentro con su cabello rubio y liso ondeándole en el aire, mirándome a los ojos con los suyos grandes y de color caramelo bajo unas gafas que destacan en su rostro. Su cuerpo alto y atlético atrae algunas miradas por sí solo, pero hoy en especial lo hace más porque lleva puesto su uniforme de animadora.
Por otro lado, Elina Matthews da zancadas en el pasillo para poder seguir el ritmo de Blair a causa de su cuerpo bajito y sus piernas cortas. También me sonríe y percibo cómo la alegría le llega a esos ojos azules y observadores de ella, que solo se ven un poco eclipsados por su pelo lacio y negro perfectamente peinado con una raya en medio.
—¡Eh, Live Royce! —exclama Elina con su voz alegre y cantarina—. ¡Felicidades!
—Muchas gracias —logro murmurar cuando me envuelve entre sus brazos y casi me deja sin aire.
—Te sientan bien los dieciocho —comenta amablemente Blair—. Ayer no te envié un mensaje porque... —empieza incómodamente. Sé que quiere mencionar lo de Will y que no quería agobiarme y tal, pero no lo hará—. Prefiero hacerlo en persona —zanja con una sonrisa forzada.
Al contrario que Elina, a Blair la sonrisa no le llega a los ojos, pero igualmente aprecio el gesto. Ellas dos, junto a Marcus, son las mejores amigas que cualquiera podría pedir. Llevamos juntas desde que empezamos el instituto y, pese a la muerte de Will, no se han alejado de mí.
Su amistad entre ellas es más fuerte, pero yo tengo a Marcus, por lo que nuestras relaciones son bastante similares.
—Gracias —agradezco—. ¿Qué clase tenéis ahora?
—Literatura —responden al unísono.
—Oh, vaya —digo chasqueando la lengua—, yo tengo español. ¿Nos vemos a la hora del almuerzo?
—Claro —afirma Elina con una sonrisa de despedida.
Me separo de ellas y continúo hasta llegar a mi aula.
La hora de español se me hace tremendamente eterna por el aburrimiento, pero, afortunadamente, termina antes de que mis ojos cedan y se cierren. El timbre marca el final de la clase y, soltando un suspiro de alivio, abandono el aula y me encamino hacia la cafetería, donde veo a Elina, Blair y Marcus sentados en nuestra mesa habitual.
Justo cuando me dispongo a avanzar hacia ellos, una mano me frena por el codo, provocando que gire sobre mis talones para descubrir a quién pertenece ese tacto tan suave y sedoso.
Para mi sorpresa, me encuentro con el rostro perfecto de Olympia Miller, flanqueada por el cuerpo intimidantemente recto de Carter. Sí, Olympia y Carter, los súbditos de Mors, de la Muerte. Dos mortems con apariencia humanamente normal.
La única reacción que soy capaz de realizar es abrir los ojos como platos de manera involuntaria.
—Olive—saluda ella con una expresión divertida—, ¿cómo estás?
—¿De maravilla? —logro pronunciar.
No sé qué más decir, solo quiero huir de ellos tan rápido como sea posible. No quiero estar cerca de ellos, cerca de la Muerte, pero tampoco puedo evitar estarlo para saber más, para intentar creer todo lo que Mors confesó.
—Genial —valora ella—, nos preguntábamos si te gustaría sentarte con nosotros —me ofrece.
Se me cae el alma a los pies.
Nunca nadie se ha relacionado con Carter y Olympia de manera informal en el instituto desde su llegada a principios de septiembre. Solo hablan cuando se les requiere y únicamente se relacionan el uno con el otro dentro del espacio que compartimos todos. Parece que han trazado un círculo en torno a ellos para que nadie se les acerque, sin embargo, precisamente su apariencia de intocables les hace muy atractivos. Por no hablar de los cuerpos perfectos que tienen ambos, igual que Mors, con sus ojos dorados y su cabello medio despeinado...
«Vale, ahora no puedo culpar a Mors por hacerme pensar eso», pienso. «¡Maldita sea, ¿puedo dejar de pensar en él de una vez?!»
—Eh... —musito—. Veréis... —me excuso—, mis amigos me esperan —señalo con mi dedo índice hacia la mesa en cuestión—, pero gracias.
Intento que mi sonrisa sea convincente, pero sé, por sus expresiones de indiferencia, que ha salido forzada. Muy forzada.
—Oh, vamos —se queja Olympia ladeando la cabeza—, te sientas con ellos todos los días, Olive.
—Live —la corrijo—. Pero ¿por qué queréis que vaya con vosotros?
Olympia se abrocha distraídamente el botón del escote de su vestido negro a la vez que responde:
—Porque eres una de los nuestros.
—Soy una «presencia mixta» —susurro, reproduciendo sus propias palabras de ayer por la noche—. Por favor, dejadme seguir siendo humana —pido casi con desesperación.
Carter intercambia una mirada significativa con Olympia y ella pone los ojos en blanco.
—Encima que te habíamos hecho un hueco en nuestro club exclusivo... —insiste con una lástima exagerada.
Ahora soy yo quien pone los ojos en blanco.
—Buen intento —puntualizo con voz cortante.
Olympia no dice nada más, simplemente se vuelve y, con Carter pisándole los talones, se dispone a andar hacia la cola de la cafetería.
—¡Espera, espera! —los detengo alzando la voz más de lo que me gustaría admitir—. Vale, iré con vosotros —accedo cuando los tengo a escasos centímetros—, pero me gustaría tener algo a cambio.
Carter enarca una ceja y Olympia me mira expectante.
—Quiero respuestas —digo pausadamente.
Olympia sonríe y suspira exageradamente de alivio.
—Menos mal —comenta sarcásticamente—, creía que nos pedirías estar con nosotros siempre.
Procuro no volver a poner los ojos en blanco por sus palabras y me posiciono detrás de Carter en la cola para comprar mi zumo de piña de cada mañana junto a un sándwich vegetal. Acto seguido, cuando los tres disponemos de nuestra comida, nos dirigimos a la mesa en la que mis dos acompañantes suelen comer, apartados, cada día.
Mientras lo hago, a cada paso, siento las miradas de la multitud presente en toda la cafetería y, por un instante, parece ser que todos se han callado para observarnos. Pero, finalmente, acabo descubriendo que solo son imaginaciones mías por la adrenalina del momento, aunque no se me escapan las expresiones de perplejidad de Marcus, Blair y Elina cuando paso por su lado. La de Marcus, especialmente, es la más marcada e incluso puedo descifrar un poco de confusión en sus ojos, igual que esta mañana cuando le he comentado que todo lo que él piensa que ha vivido es fruto de su imaginación.
Me duele mucho verlo así, pero ahora mismo tengo mis propios problemas.
—Bueno —empieza Olympia tras acomodarse en su silla y desenroscar el tapón de su bebida—, ¿qué quieres saber?
Hago tiempo para meditar mi respuesta mientras me deshago del envoltorio del sándwich con demasiada lentitud.
—Eh... —musito—. La verdad es que ahora me pillas mal... —confieso con una risita nerviosa nada típica de mí—. Pero, en general, la situación me sobrepasa. Sé que solo han pasado unas horas desde que hablamos, pero...
—Te cuesta creernos —completa Carter con su voz grave.
Hago un gesto afirmativo con la cabeza para hacerle saber que está en lo cierto.
—Y te entendemos —prosigue él empáticamente, mirándome directamente con sus ojos azules—, a mí también me costó imaginarme que algo así fuera real.
No sé si me sorprenden más las palabras de Carter o el hecho de que, aparentemente, es mucho más amable de lo que parece. En cualquier otra circunstancia, la cara de Carter lo único que indica es que quiere partirte las piernas, pero ahora siento que me entiende.
—¿Qué...? —farfullo—. ¿Tú también...? ¿Cómo? O sea, ¿tú también eras humano?
—Ambos —me espeta Olympia tras limpiarse la boca con una servilleta—, ambos hemos sido humanos. Pero eso es lo de menos ahora mismo, Live —hace un gesto de despreocupación—. Lo más importante ahora eres tú. ¿Qué quieres que hagamos para demostrarte que somos mortems?
Tras soltar esas palabras, Carter intercambia una mirada de complicidad con ella, pero Olympia se limita a darle unos golpecillos en el pecho para tranquilizarlo, como si realmente quisiera decirle: «Tranquilo, yo me encargo».
Entonces, gracias a esa mirada, me doy cuenta del poder de la pregunta de Olympia: puedo pedirle cualquier cosa; cualquier cosa para que me lo demuestre. Y, de entre ellas, encontramos su rasgo más característico: matar. Carter la ha mirado así porque teme que le pida a Olympia que mate a alguien para demostrarme que son mortems delante de todo el mundo.
—No te voy a pedir que mates a nadie, evidentemente —aclaro, para el alivio de ambos—, pero Mors me dijo algo que me resultó curioso sobre los mortems: podéis controlar los cuerpos de las personas, animales y cosas. ¿Es eso cierto?
—Sí —afirma Olympia—, ¿quieres verlo?
Mi cabeza no puede esperar ni un segundo para asentir efusivamente.
Olympia ahora sonríe con malicia y deja la botella de la que estaba bebiendo para mirarme con sus ojos marrones y concentrarse por completo. No sé cuáles son sus intenciones, pero he da admitir que, llegados a este punto, me invade un poco el miedo.
—No te preocupes —me tranquiliza ella—, no se notará. Seré discreta, solo tienes que hacerme caso, ¿vale?
La miro con confusión, pero también vuelvo a asentir, aunque ahora lo hago tímidamente.
—Apoya tu cabeza en tu mano sobre la mesa —me indica.
Hago caso a sus instrucciones: apoyo el codo sobre la mesa y la cabeza sobre la palma de mi mano.
—Bien... —comenta Olympia.
Su mirada se pasea levemente por nuestro alrededor y, de repente, se concentra en mi brazo y me sonríe. La curvatura de su boca me distrae tanto por sus intenciones que me cuesta darme cuenta de que mi brazo se ha desplazado hacia el exterior, dejando mi cabeza colgando. Esta última casi colisiona contra la mesa, pues mi barbilla roza la superficie, pero, antes de que se produzca el golpe, logro levantar la cabeza y actúo como si nada hubiera ocurrido.
No soy capaz de reaccionar a lo largo de unos diez segundos, hecho que mis acompañantes perciben a juzgar por sus expresiones de superioridad.
«O sea, esta chica, que aparentemente es una simple humana, ha sido capaz de mover mi brazo sin ningún contacto físico», me digo para convencerme a mí misma.
—¿Quieres otra muestra? —pregunta Olympia, divertida.
No tardo en decir lo que pienso:
—Sí, la verdad es que sí. ¿Por qué no?
Olympia vuelve a sonreír malévolamente y le propina un codazo en las costillas a Carter.
—¿Qué tal si pruebas tú? —Lo persuade acercando demasiado sus labios a los de él.
Carter recorta la distancia que les separa y une sus labios con los de Olympia. Este gesto tan afectuoso pero fugaz hace que me obligue a girar ligeramente la cabeza. No es que me cause repulsión, sino que tengo envidia sana: me encanta ver a la gente feliz y enamorada, pero yo llevo un año sin serlo en este aspecto y me resulta difícil asimilar que la gente continúa con sus vidas.
—Si me lo dices así... —murmura Carter.
Percibo una risita de Olympia por lo bajo y, cuando vuelvo a posar mi vista en ellos, Carter se aclara la garganta y me dice:
—Elige a alguien.
—¿Qué...? —balbuceo, y niego con la cabeza—. No creo que...
Me niego a elegir a alguien que pueda convertirse en su víctima o algo así, por lo que decido salvar la situación:
—Esperad, tengo una idea mejor. Podéis mover objetos, ¿no?
Ambos asienten con aprobación hacia mi idea y veo cómo Carter busca algo con su mirada. Al cabo de unos segundos, sus ojos reparan en mi botella de zumo. No obstante, antes de hacer cualquier cosa, el rubio me sonríe y, tras percibir su mirada directa, me fijo en la dirección de esta y veo, asombrada, cómo el tapón de la botella se desenrosca de ella poco a poco.
Cuando el tapón se desenrosca del todo, lentamente, se eleva por encima de la botella; levita. ¡Levita! Sin embargo, Carter lo deja caer bruscamente sobre la mesa y el casi inaudible sonido del plástico contra la mesa hace que me salga de mi ensimismamiento.
—Esto es increíble —dejo ir en voz baja, aunque sé que ellos lo han escuchado.
—No has visto nada aún, pequeña aprendiz —dice Olympia—, pero sí, es impactante ver este tipo de cosas por primera vez. ¿Te gustaría que te enseñáramos?
—¿Cómo? Si yo no tengo poderes.
—Quizá no los hayas manifestado todavía, pero por tus venas fluye sangre sobrenatural, Live. Seguro que posees algún tipo de don.
—¿Cómo sabes eso? —le espeto—. ¿Es eso posible?
—Casi al cien por cien —me garantiza Carter—, especialmente teniendo en cuenta que eres medio mortem medio vitae. Tus poderes deben de ser muy... —se queda pensativo, buscando la palabra idónea— completos.
Siento cómo el latido de mi corazón se acelera. ¿Yo, Live Royce, con poderes? Ojalá pudiera empezar a reírme en su cara, pero me aguanto las ganas de hacerlo para otro momento.
A ver, en cierto punto tienen razón: si lo de que tengo una presencia mixta, tanto de la Vida como de la Muerte, es cierto, ser un bicho raro debe tener sus ventajas. Y con ventajas me refiero a poseer cualidades de ambos grupos.
—¿Cómo podéis estar tan seguros de ello? —insisto, y frunzo el entrecejo.
—Aparte de los siglos de experiencia y las maravillas que hemos vivido —Olympia frunce los labios con descaro—, Mors nos lo comentó ayer después de que te dejara en casa.
—Es solo una teoría —se apresura a complementar Carter—, aunque yo confío en que tiene razón, sinceramente.
Mors, cómo no. Me da mucha rabia tener que enterarme de sus pensamientos a través de terceros cuando él tiene un acceso tan fácil a los míos. Soy consciente de que solo lo conozco de una noche, pero aun así me resulta surrealista e injusto.
—¿Te gustaría comprobarla? —Olympia interrumpe el hilo de mis pensamientos—. La teoría —aclara.
Me alarmo al instante.
—¿Qué? ¿Ahora? ¿Aquí? —interrogo sin pensar.
Tanto Carter como Olympia se ríen de mi reacción.
—Claro que no —me tranquiliza la segunda—. No sabemos cómo pueden desarrollarse tus poderes ni qué control tendrías sobre ellos. Y, además, no te dejaríamos hacerlo con todos estos humanos de por medio; podrías herir a alguien.
Suspiro de alivio al instante.
—¿Quieres hacerlo después de clase? —sugiere—. Podrías venir con nosotros —insiste con una sonrisa enorme.
Ese gesto me da la pista de todo el numerito que están montando: nada de esto es casualidad; ellos están conmigo por alguna razón, estoy convencida de ello.
—Todo esto es un plan de Mors, ¿verdad? —digo poniendo los ojos en blanco.
—No del todo —me contradice Olympia—. Nos dijo que te vigiláramos de cerca, pero lo de los poderes se me acaba de ocurrir. Creo que puede ser divertido —confiesa.
Sinceramente, en sus ojos noto franqueza. Olympia está siendo honesta. Y precisamente esa sinceridad es lo que me lleva a responder:
—De acuerdo, iré con vosotros.
Olympia sonríe con satisfacción y Carter le corresponde con otra sonrisa similar.
Por encima de sus hombros, no obstante, empiezo a divisar cómo los alumnos que se hallan en la cafetería empiezan a alzarse para dirigirse de nuevo a las clases. Ni me había dado cuenta de ello, pues el descanso se me ha pasado volando con Carter y Olympia, y todo el dolor de cabeza que supone el mundo de los vitaes y los mortems dichosos.
—Bueno —me excuso al mismo tiempo que me levanto—, será mejor que me vaya. Nos vemos luego, entonces.
Mis dos nuevos acompañantes también se alzan y recogen sus residuos en sus bandejas cuando en la cafetería apenas quedan un cuarto de los alumnos que la ocupaban.
—Así será, hasta luego —se despide Carter antes de que yo me retire.
Sin embargo, cuando ya les he dado la espalda y he avanzado un par de metros, la voz de Olympia me detiene diciendo:
—¡Eh, Live, espera! Una última cosa: ¿nos has creído ya?
Esa es justamente la cuestión que estaba planteándome de camino al aula y lo cierto es que creo que ya tengo una respuesta. Tras la charla de ayer con Mors, la discusión de esta mañana con Marcus y las demostraciones sobrenaturales de Olympia y Carter, sé que no me queda otra que ceder ante la presión. No hay ninguna otra alternativa más evidente que esta, por lo que me atrevo a contestar con voz segura:
—Sí.
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