42
—Riley me ha dado noticias —dice Mors—: ayer, rastreando al vitae que salió del campo de batalla, su pista la ha llevado hasta Vancouver.
Una ola de sorpresa recorre la mesa, especialmente acentuada por las cejas perfectas y oscuras que Kim enarca. Incluso Nikola muestra un poco de emoción en su característico rostro inexpresivo.
—Dice que allí se concentra una gran cantidad de vitaes —prosigue Mors—. Y coincide exactamente con lo que llevo sintiendo desde hace semanas: una presencia de Vida en la frontera con Canadá.
—¿A qué te refieres con «una gran cantidad»? —pregunta Kim.
—No lo sé —admite Mors, y se cruza de brazos sobre la mesa—. Y Riley tampoco lo sabe con certeza. Solo me ha dicho que hay muchos... Demasiados —corrige.
—Y ¿te ha dicho Riley cómo están actuando? —interviene Nikola por primera vez—. ¿Cómo se mueven por la ciudad o algo?
—Solo me ha dicho que sospecha que es allí donde esconden a la Vida, que por eso son tantos, pero que no está al cien por cien segura.
Ante estas últimas palabras, todos nos quedamos pensativos. Tan solo se escucha el leve repiqueteo de las uñas afiladas, largas y pintadas de negro de Kim contra la taza de café que sostiene entre sus dedos, provocando el sonido con sus movimientos de impaciencia.
Entonces, Chibale hace la pregunta que todos tenemos en mente:
—¿Qué es lo que vamos a hacer?
Mors, a mi lado, respira hondo y, con su aire autoritario, suelta firmemente:
—Creo que lo mejor que podemos hacer es esperar. Como Kim y Spencer —señala a los aludidos, que se encuentran enfrente de él— todavía tienen que recuperarse y no quiero que haya más bajas, vamos a esperar a que Riley nos dé más información.
Vuelve a instalarse el silencio en la mesa y, igual que antes, tan solo se perciben ruidos expresivos: Chibale suspira; Nikola suelta la cuchara dentro del bol de avena y desvía la mirada hacia el gran ventanal; y Spencer mastica el último trozo de la tortita que me ha robado hace unos minutos.
No obstante, cómo no, la que más destaca es la reacción de Kim, quien niega con la cabeza efusivamente mientras mira con sus ojos de color miel a Mors con el ceño fruncido, como si estuviera ofendida. Su cabellera larga y lisa se agita en el aire, cayendo por su espalda como una cascada.
—¿Y la mascota? —pregunta con malicia, y me señala con un dedo—. Todos sabemos que la estás escondiendo de los vitaes. Si se queda, supondrá un riesgo para todos nosotros y...
—Me llamo Live —la corto.
La sangre me hierve de repente.
Anoche, en el cementerio, ya me dijo que era «una carga» para ellos y que diera gracias a que Chibale se quedara conmigo para protegerme. Se lo pasé por alto, pero ahora no voy a permitir que intente intimidarme así.
Mi intervención la deja perpleja, ya que enmudece de repente y, como si me hubiera visto por primera vez, me mira a los ojos y me sonríe de la manera más falsa que jamás he visto en alguien. En serio, su dentadura perfectamente blanca se alinea en una sonrisa con una mueca de asco muy pronunciada en su rostro.
Es como si estuviera diciendo «¿Cómo te atreves a hablarme?»
—Vaya, vaya... —dice con voz cantarina, y chasquea la lengua. Ahora señala a Mors con el mismo dedo diciendo—: Veo que acostarte con él te ha dado las agallas que te faltaban, eh, querida. —Kim pone los ojos en blanco y se ríe con maldad.
Abro los ojos como platos ante sus acusaciones, pues, aunque me haya acostado con él -que técnicamente no ha ocurrido aún; solo nos duchamos y dormimos juntos-, no le incumbe ni tiene el derecho de decirlo aquí, delante de otras personas.
—¿Qué...? —balbuceo.
—Ah —me interrumpe ella de manera exagerada, y se ríe más—. ¿O es que te crees que no os escuché anoche en el pasillo mientras tonteabas con él como la patética cría que eres? Le he dado gracias a Dios esta noche cada cinco minutos por que a Mors se le ocurriera la brillante idea de llevarte a su habitación, que está allí arriba, fuera del alcance de nuestros oídos... —Suspira con demasiado énfasis—. Imagínate tener que escuchar tus gritos —continúa ella con esa maldita sonrisa—. Por experiencia propia —sus labios se curvan más de lo que creía posible—, sé que la primera vez con él es como estar en el mismísimo cielo y tampoco es que...
—¡Basta ya! —exclama Mors bruscamente.
Fulmina con la mirada a Kim, algo que hace que su sonrisa, lejos de desaparecer, se relaje levemente.
Ella sabe que todo cuanto tenía que decir ha hecho su efecto, pues por mis venas empieza a correr una ira que no sé si podré soportar durante mucho tiempo antes de canalizarlo hacia ella y hacer que se retuerza de dolor con mis poderes...
Sin embargo, para mi sorpresa, mis músculos se relajan al sentir una ola de tranquilidad inusual.
Ya estamos. Mors y sus poderes. Qué bien.
«Oh, Mors, vamos...», me quejo mentalmente.
Él se limita a posar su mano encima de la mía brevemente bajo la mesa para confirmar que ha sido él con sus poderes y para pedirme que me relaje, que no haga caso a Kim.
—Los vitaes saben que está aquí, obviamente. ¿Dónde iba a estar sino? —sigue él, rompiendo el silencio sepulcral que se ha formado—. Pero no se atreven a estar a un radio de un kilómetro de ella porque saben que estoy acompañándola.
—Ah, igual que anoche en el cementerio, ¿verdad, Mors? —ataca Kim sin cortarse ni un poco.
De nuevo, otra ola de silencio sepulcral sacude la mesa, aunque esta vez de manera brusca. Y eso solo quiere decir una cosa: Kim tiene razón. Mucha razón, para ser concretos.
Y lo sabe, puesto que sus expresiones no se relajan ni un centímetro con esa sonrisa fastidiosa de satisfacción. Además, fulmina con la mirada a Mors de manera desafiante y directa, disfrutando de cómo le devuelve él la mirada, pese a que sea totalmente letal y mortífera por parte del último.
—Creo que Kim tiene razón —dice Nikola inesperadamente. Todos nos volvemos hacia ella—. Ayer se juntaron todos para enterrarte vivo —se explica pausadamente—. ¿Qué te hace pensar que no vendrán más y te cogerán?
—No importa la cantidad —dice Mors con los ojos puestos en sus propias manos y negando con la cabeza—, soy mucho más poderoso que ellos...
—No quiero decir eso... —dice Nikola.
Mors alza la mirada hacia la polaca y levanta la mano con un gesto para silenciarla.
—Me alimento de muertes, Nikola. —Niega con la cabeza—. Soy la mismísima Muerte, no pueden conmigo, no importa cuántos sean.
La parte de su perfil que logro ver se muestra fría y vulnerable a la vez. Es como si intentara convencerse a sí mismo de sus palabras en vez de a los demás presentes.
—Mors, amigo, con todos mis respetos —empieza Spencer con su voz nerviosa, atreviéndose a mirarlo directamente—, opino igual que Nikola. Tú mismo lo dijiste para convencernos la noche que Riley y yo vinimos: esta vez es distinto. No digo que puedan acabar contigo; solo la Vida puede hacerlo. Todos lo sabemos. Pero podrían retenerte hasta que ella llegara para almacenar tu energía en algún lugar.
En contra de todas las reacciones que tenía previstas de Mors, para mi sorpresa, se limita a respirar hondo y a mantenerse pensativo a partir de las palabras francas de Spencer, que se han quedado flotando en el ambiente tenso.
—¿Qué...? —balbucea con frustración y confusión al fin Mors tras unos segundos—. ¿Qué opinas de esto, Chibale?
Cómo no.
La opinión de Chibale, al parecer, es la más importante para él ahora que Carter y Olympia, las únicas otras dos personas de las que él se fiaba, ya no están.
Además, parece el triple de importante porque le ha pedido que lo diga en voz alta, cuando todos sabemos que podría leerle la mente tranquilamente y tomar una decisión. Por lo que, sí, me da la impresión de que la opinión de Chibale es decisiva.
—Creo que todos tienen cierta razón, mi queridísimo Mors —dice el egipcio con franqueza. Se toca barba nerviosamente, aunque su voz es calmada—. Ahora mismo no eres invencible; eres vulnerable. Además, las muertes han caído porque no hay muchas conversiones de mortems, necesitamos nuevos mortems, y siento que no estás en tu mejor versión, sinceramente.
«Chibale y su tacto», pienso.
Pero Mors no se lo toma tan bien como yo.
—¡No soy débil! —suelta con determinación.
—Lo sé, amigo mío, lo sé —dice Chibale con voz serena, y frunce el entrecejo—. No lo eres; lo estás.
Por un momento, Mors se queda petrificado y mira con los ojos muy abiertos a Chibale.
—Y sabes que eso solo quiere decir una cosa —añade Chibale.
Sus palabras, por alguna razón que no entiendo, hacen que todos los presentes, exceptuando a Mos y a mí misma, sonrían con malicia. Incluso Nikola lo hace. Pero es como una expresión peligrosa, tanto que me provoca cierto miedo, especialmente en el rostro de Kim.
—Necesitamos una criba —murmura Mors a mi lado.
Supongo que lo ha hecho para que yo me entere de algo, sin embargo, sigo sin entender sus reacciones.
—¿Qué quieres decir? —pregunto con una risita nerviosa.
—Que vamos a matar a un cinco por ciento de la población de Seattle y a convertir a algunos humanos en mortems para jugar al escondite con los vitaes, querida —se adelanta Kim con otra sonrisa falsa—. Será divertido —añade, y me guiña un ojo.
Se me cae el alma a los pies.
¿Cómo puede soltar algo así con tanta naturalidad?
—¿Matar? —pronuncio con un hilo de voz.
—Sí —dice Spencer, y me lanza lo que pretendía ser una mirada tranquilizadora con sus ojos azules frenéticos—, nada de lo que preocuparse. Es invierno: la gente muere por resfriados y enfermedades. Apenas se notará, Live.
Sin acabar de convencerme mucho el argumento de Spencer, dirijo mi vista de Chibale a Mors un par de veces, quienes me miran con toda la tranquilidad del mundo, como si fuera lo normal.
Otro apretón en mi mano por debajo de la mesa por parte de Mors hace que me trague el nudo que tengo en la garganta. Eso o son sus poderes.
¿Qué más da? Lo importante es que me siento ligeramente mejor por la seguridad que él me ha infundido.
—¿Cuándo? —pregunta Nikola.
Mors, con su palma encima de mi mano aún, suspira antes de contestar:
—Este fin de semana.
Suspiro en el silencio del Jaguar al mismo tiempo que salimos del aparcamiento de La Guarida. Lo peor que te puede pasar un viernes a las siete de la mañana es tener un desayuno con una reunión de mortems planeando la matanza de humanos como si nada de cara a mañana.
Por no mencionar los cincuenta mensajes que acabo de ver en el chat de mi madre.
¿Se puede saber dónde diablos estás?
¿Estás bien?
Live, ¿puedes dar alguna señal de vida...?
Necesito que respondas.
¿Hola?
¿Estás con Mark? Si es así, por favor, solo te pido que respondas.
Yo le respondo:
Sí, me he quedado a dormir en casa de Mark. No te preocupes, estoy bien. Me va a llevar al instituto. Nos vemos esta tarde.
—Te noto callada —dice Mors al cabo de un rato.
Avanzamos por una de las carreteras principales de Seattle de camino al instituto.
—¿Cómo pretendes que no lo esté? —pregunto, y lo miro de manera agresiva a los ojos.
Él me examina con los suyos, esperándome y sosteniéndome la mirada, que no le presta ni una pizca de atención a la carretera.
—¿Por qué?
Pongo los ojos en blanco y me cruzo de brazos.
—Ya me has leído la mente —gruño—, sabes exactamente por qué.
Él suelta un par de carcajadas y veo por el rabillo del ojo cómo niega con la cabeza.
—Toda esta situación me ha destrozado la mañana —digo, y pasan por mi mente los besos tiernos que me ha dado nada más despertarme en su cama—. ¿Cómo...? —balbuceo—. ¿Cómo podéis matar a gente inocente?
Sus facciones pasan del divertimiento a una leve seriedad en menos de un segundo.
—Simplemente no lo asimilas, lo sé —dice, y se encoge de hombros—. Pero es algo que hacemos siempre, amor.
Vuelve a buscar mi mirada y sus ojos irradian sinceridad.
—¿Te escandaliza tanto que los vitaes hagan nacer a gente en masa? —pregunta. Enmudezco y no sé qué responder. Ante mi silencio, él chasquea la lengua y dice—: No, ¿verdad? Pues es absolutamente lo mismo por nuestra parte.
—Lo sé, pero... —trato de protestar, sin éxito.
—Ya hemos llegado, amor —me corta con voz suave—. Lo mejor es que te centres en tener una vida de estudiante normal y dejar de pensar tanto, ¿vale?
Miro por encima de su hombro, por el cristal, donde se alza el edificio principal del West Seattle High School. Bajo la mirada hacia mis manos en silencio. No tengo ganas de ir a clase, la verdad.
Inesperadamente, él, en silencio, coge sus mis manos entre una de las suyas; con la otra, me alza la cabeza desde la barbilla.
—Además, voy a arreglar lo de «me has estropeado la mañana» —dice con esa sonrisa torcida que tanto me gusta de él.
No puedo evitar ladear la cabeza y devolverle una pequeña sonrisa.
—¿Cómo? —pido desafiantemente, volviendo a mi inusual tono empalagoso nada propio de mí.
Mors enarca sus cejas de manera divertida.
—Prepara una excusa para pasar el fin de semana fuera de Seattle —dice, y se humedece los labios con la lengua mientras espera una reacción por mi parte.
—Espera, espera, espera —digo, y frunzo el ceño—. ¿Vamos a irnos mientras los demás hacen el trabajo sucio aquí por ti?
Y con «trabajo sucio» me refiero a lo que Kim ha definido como «matar al cinco por ciento de la población de Seattle y convertir en mortems a humanos».
Él pone los ojos en blanco exageradamente.
—Se llama ser el líder —dice con aires de superioridad absurdos—. Y, créeme, no te gustará quedarte. Es lo mejor para ambos, porque vendrán muchos vitaes a la ciudad para intentar frenar a los mortems.
—Mors...
—Amor... —responde, y me sonríe con ternura—. Yo estaré contigo.
La mano que estaba en mi barbilla me recorre el rostro desde la parte inferior hasta el pómulo.
—Y así —susurra, y vuelve a trazar el mismo camino hasta la barbilla con más suavidad, haciéndome cerrar los ojos— podremos pasar más tiempo juntos.
Sus dedos bajan hasta mi cuello, desde donde acarician mi clavícula, provocándome un estremecimiento cálido. Acto seguido, se desplazan hasta mi cabello.
Mi respiración se hace pesada cuando, repentinamente, se aproxima un poco más al asiento de copiloto, cerca de mi rostro. Absorbo su aliento dulzón cuando insiste:
—No te preocupes por ellos, Live. Se las apañarán.
La temperatura sube cincuenta grados en el interior del Jaguar y lo único que quiero hacer es quitarle esa dichosa camiseta negra y tenerlo entre mis brazos como anoche.
—¿O es que tienes miedo de que la Muerte no te devuelva a Seattle? —murmura con una voz seductora que hace que me cueste respirar.
—Por experiencia personal, he tenido un éxito extraordinario en evitar a la Muerte —digo con voz débil—, así que...
—¿Así que...? —pide él con expectación.
—Sí, iré contigo —afirmo.
NOTA DE LA AUTORA:
¡Hola! ¿Qué tal todo?
Yo ya estoy de vacaciones y estaré aprovechando para ponerme al día con esta obra al 100%, así que se vienen actualizaciones buenas próximamente. Y ¿vosotrxs? ¿Cómo lleváis la entrada de la primavera?
Por cierto, dos cosas rápidas: la primera, estoy planteándome hacer un booktráiler de HQLVNS, ¿qué os parece la idea?; la segunda, quiero hacer un vídeo de YouTube relacionado con Wattpad o la escritura o algo, ¿alguna idea de algo que queráis saber o ver en el canal?
P. D.: ¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Cómo estáis viviendo esta versión empalagosa de Live y Mors? Yo es que me derrito, no os voy a mentir. Me encantan cada día más. ¿Y el plan de los mortems para que Mors se alimente? ¿A quién teméis más? Yo sospecho que Kim la va a liar un poco...🤐
Un fuerte abrazo✨❤
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro