38
Entiendo lo que Mors quiere decir con «nuestro segundo hogar» cuando, treinta minutos después de salir de La Guarida estamos recorriendo con el Jaguar un camino que me resulta alarmantemente familiar: el cementerio Lake View.
Al descubrirlo, Mors, a mi lado, en el asiento de conductor, suelta algunas carcajadas por lo bajo.
Pongo los ojos en blanco a la vez que le dirijo una mirada de advertencia.
—¿Qué es tan gracioso? —requiere Kim desde uno de los asientos traseros.
Tanto ella como Nikola se han ofrecido a venir con nosotros en el Jaguar. En cambio, Spencer y Riley se han sumado al Opel de Chibale, quien conduce justo detrás de nosotros.
Lo cierto es que no entiendo por qué se desplazan en coche si tienen supervelocidad, aunque deduzco que lo harán por mí, pues recorrer un camino a pie desde el centro de Seattle no es lo más adecuado para una frágil humana.
—Live y yo estamos rememorando nuestro bonito primer encuentro —dice Mors con naturalidad, y me sonríe con diversión—. Bueno, estrictamente no nos conocimos en el cementerio, sino que fue... —Hace una pausa y, con la mirada atenta puesta en la carretera, señala una gasolinera que hay a nuestra derecha— justo ahí.
—Vaya —comenta Kim con su tono dulzón y su inglés algo europeo—, qué conmovedor.
No puedo verla porque su asiento se encuentra justo en el posterior al mío, pero en sus últimas palabras también puedo denotar un poco de recelo. Por su parte, la polaca, Nikola, se mantiene callada. Lo único que percibo de la última tras la intervención de Kim es un suspiro de impaciencia.
Minutos más tarde, cuando tan solo nos encontramos a unos metros del cementerio, Mors aminora la velocidad del Jaguar y lo detiene en un aparcamiento que hay cerca de la entrada, así como Chibale, quien también estaciona el Opel a nuestro lado. Acto seguido, bajamos todos de los vehículos y nos encaminamos a la desierta verja del cementerio, únicamente visible gracias a la escasa iluminación de una farola.
Camino al lado de Chibale, que me da un apretón afectuoso en el hombro nada más empezar la marcha hacia la puerta. Él y yo andamos el uno al lado del otro en silencio y admirando al resto del grupo, que se han adelantado a nosotros gracias a sus zancadas decididas. De hecho, todos ellos, liderados por Mors, parecen los dioses de la destrucción: vestidos de negro al completo, con su perfecta anatomía, sus cabellos ondeando en el frío de diciembre mientras se dirigen a un cementerio en plena noche...
En fin, solo Chibale hace que me sienta medianamente normal, pues se adapta a mi ritmo y me acompaña con su sonrisa humilde. Con todo, creo que él también necesita alguien en quien apoyarse, ya que, pese a conocer a Mors y a sus mortems desde hace siglos, él sigue siendo diferente. Chibale, al fin y al cabo, es un vitae. Y mi presencia humana le hará sentir... ¿vivo?
El chirrido agudo de la verja me saca de mi ensimismamiento y me hace dejar de pensar en mis tonterías sobre la inclusión de grupo.
Mors es el primero en irrumpir en el cementerio, y espera a que todos entremos en él. Aguarda hasta que Chibale y yo, los últimos, accedemos al recinto, y se posiciona a mi lado.
Los demás siguen avanzando, ahora liderados por Spencer y Kim, de los cuales solo puedo oír unas risitas por parte de la segunda. Asimismo, Nikola y Riley también dialogan y lo único que percibo de ellas es un rumor suave.
Me parece curioso que las dos vayan juntas, ya que, a mi parecer, se asemejan bastante en el carácter: ambas observadoras, analíticas y calladas. De hecho, lo único en lo que se diferencian realmente es en que la polaca, Nikola, al contrario que Riley, es rubia. Por lo demás, son iguales. Bueno, en realidad no: Nikola me cae ligeramente mejor, dado que por lo menos ha mostrado un poco más de amabilidad en el breve tiempo que la he conocido.
—¿Juzgando a la gente, amor? —dice la voz de Mors a mi lado.
Vuelve a alejarme de mis pensamientos y a traerme de nuevo a la vida real, en la que un grupo de mortems, la Muerte y yo estamos en un cementerio en plena noche para hacer vete a saber qué.
Del mismo modo, Chibale acelera el paso y nos deja a solas a Mors y a mí nada más escuchar sus palabras.
Antes de contestar, lo miro a sus atrapantes ojos dorados y recorro su rostro perfecto, sus mechones rubio oscuro con destellos rojizos cayendo sobre su frente, sus hombros rectos, su cuerpo atractivo bajo esos pantalones ajustados negros y esa chaqueta de cuero...
—No más de lo normal —respondo medio avergonzada, no sé si por juzgar a Riley o por haberme marcado un tour por su apariencia adictiva.
—¿Te arrepientes ya de haber venido? —dice enarcando una ceja.
De su boca, acompañando a sus palabras, sale una nube de vaho, dejando en evidencia el frío que nos envuelve. Por suerte, yo me he envuelto en un anorak calentito y me he puesto una bufanda en torno a mi cuello.
—Ya sabes que no —digo, y me encojo de hombros.
No sé muy bien que decir, puesto que desde la conversación que hemos tenido esta mañana y el beso de ayer no hemos vuelto a interactuar como es normal en mí. Si bien es cierto que de camino a aquí Mors ha hecho el comentario sobre la gasolinera, me da la sensación de que o bien quiero que haya toda la distancia posible entre nosotros, o bien que no haya ni un solo milímetro.
Si algo he aprendido de él en estos últimos meses es que no existe punto medio.
Sin embargo, por un instante, esos pensamientos se detienen cuando pasamos por un sendero muy familiar para mí del cementerio Lake View. Identifico la tumba de Will justo en el punto más bello del cementerio, donde se divisan luces a lo lejos, más allá de los abetos rodeados de niebla densa y gélida humedad.
No he visitado su tumba desde septiembre.
Y esa minúscula fracción de segundo me hace reflexionar acerca de la importancia de la muerte. La muerte puso fin a la vida de Will en un abrir y cerrar de ojos; una noche cualquiera, la noche de mi dieciséis cumpleaños... Y todo por un estúpido accidente. Pero no fue hasta un año más tarde cuando di con ella; con Mors.
Ironías de la vida.
—¿Por qué estamos aquí? —interrumpo el silencio que nos separa.
Decido apartar los pensamientos que tienen que ver con Will nada más pasar de largo por su tumba con el propósito de dejar de pensar en él y concentrarme en lo que estoy a punto de presenciar.
—Porque es aquí donde esperan que vengamos —responde Mors.
Llegamos a una explanada donde hay menos densidad de tumbas y empiezo a divisar mausoleos alzándose entre la niebla.
—Y ¿qué vamos a hacer ahora? —prosigo—. ¿Dónde están los vitaes?
Cuando hemos llegado creía que encontraríamos a un ejército de vitaes vestidos de blanco esperándonos en la puerta del cementerio. No obstante, Lake View permanece en su silencio sepulcral -nunca mejor dicho- e inquietante en la noche oscura.
—De momento, lo único que tienes que hacer es mantenerte a mi lado, ¿vale? —dice, y me sonríe—. No te preocupes, cada uno sabe más o menos cuál es su papel. Ahora lo verás.
Su sonrisa me derrite, algo que me hace desviar la vista hacia el suelo lleno de césped al mismo tiempo que el vaho que suelto se disipa a mi alrededor tras el suspiro que suelto por esa dichosa sonrisa.
—¿Qué se supone que quiere decir eso? —pregunto.
—Nada bueno —dice, y ladea la cabeza adorablemente.
Estoy a punto de quejarme cuando sus pasos, inesperadamente, me guían hacia la puerta de uno de los mausoleos. Lo sigo y accedo a un espacio amplio de mármol con columnas rodeadas por verdes enredaderas. A los lados hay unas cuantas tumbas con lápidas polvorientas y en el centro del espacio hay una fuente de agua que produce un incesante rumor.
Tras cederme el paso para que entre antes que él, Mors cierra la puerta detrás de sí. El resto ya se halla dentro, en torno a la fuente, iluminados por las luces brillantes que hay en cada esquina tétrica de la sala.
—Bien —empieza Chibale, y da una palmada en el aire—, repasemos todo antes de iniciar la acción. Riley y Nikola, os encargaréis de observar la situación desde la distancia. Como ya hemos acordado con Nikola, la mejor estrategia es saber de dónde vienen y adónde van. En el caso de ver que algún vitae huye, Riley, tú serás la encargada de rastrearlo hasta su destino, ¿está claro? —Tanto la rubia como la morena asienten seriamente—. Cuando sepas algo, Riley, ya nos notificarás.
—Kim y Spencer, vosotros dos os quedaréis aquí, en primera línea —sigue explicando Mors—. Desconocemos cuántos serán, pero todos sabemos que no habéis perdido ninguna batalla antes. Spencer nos proporcionará la munición. Y yo también iré con ellos.
El inseguro de Spencer también se limita a asentir y a ajustarse bien una de esas camisas negras con la cruz cristiana destacando por su color blanco, así como su piel pálida bajo ella.
«¿Quién diablos va a un campo de batalla vestido con una camisa y medio pecho al descubierto?», pienso.
Aunque, ya que hablamos de indumentaria, me fijo en que Kim se ha cambiado su vestido ajustado por unas mallas deportivas finísimas de color negro que marcan todo su físico, en especial su trasero, y se ha puesto una sudadera del mismo color cuya cremallera se ha abrochado hasta la altura de sus senos, que marcan un escote muy pronunciado. Además, lleva unos aros dorados colgando de sus orejas, su cabellera larga y lisa cae por su espalda y juraría que le ha dado tiempo a maquillarse. Asimismo, mastica un chicle de manera despreocupada al mismo tiempo que apoya todo su peso sobre una de sus piernas.
—Y yo me quedaré con Olive justo aquí —añade Chibale.
Este comentario me hace reaccionar.
—¿Por qué? —me quejo.
Ahora entiendo a qué se refería Mors con «Nada bueno». Y también caigo en que desde un inicio ha planeado dejarme aquí encerrada con Chibale mientras ellos luchan ahí... Sabía que el hecho de dejarme venir no iba a ser como me lo imaginaba, pero pensaba que habíamos llegado a un acuerdo con toda la tontería de «tengo que protegerte».
En contra de mis expectativas, Kim es la primera en responder diciendo:
—Porque eres una carga, querida. Da gracias a que tienes un niñero. —Señala a Chibale, como si no me hubiera quedado claro.
Hago el esfuerzo del siglo por no poner los ojos en blanco y mandar al infierno a esta entrometida. ¿Quién se cree que es esta tipa para hablarme así?
—Lo que Kim quiere decir es que es muy peligroso para ti —intenta arreglar Chibale—. Lo sabemos por experiencia. Y, además, si se enteran de que estás aquí, serás su principal objetivo.
—Y ¿cómo saben que estáis aquí? —digo.
—Porque los he convocado dentro de veinte minutos —dice Mors mientras consulta la hora en su móvil—. He hablado con nuestra amiga Cecilia de la Cruz —añade con sarcasmo.
«Porque es aquí donde esperan que vengamos», me ha dicho hace un rato. Y ahora todo cobra sentido. Literalmente ha avisado a los vitaes de dónde estaremos. Bueno, mejor dicho, de dónde estarán ellos, ya que los vitaes no saben que estoy aquí.
—Pero... —protesto.
—Ahora no, Live, por favor —me corta Mors con una mirada severa. Resopla y desvía la mirada hacia los demás—. Tenemos que prepararnos. Spencer, Nikola, empezad a organizarlo todo —ordena—. Y vosotras, Kim y Riley, vigilad la puerta por si vienen antes de tiempo.
Las últimas asienten y avanzan hasta la puerta, donde se detienen y la abren mínimamente para observar a través de una rendija diminuta que hay en ella.
Por otro lado, Spencer y Nikola se agachan junto a la fuente. No entiendo qué hacen hasta que empiezan a descolocar algunas de las baldosas del suelo tan rápido que, en un abrir y cerrar de ojos, dejan una gran superficie del suelo al descubierto. De ella, repentinamente, después de retirar bastante polvo, extraen un cofre de madera con una apariencia pesada.
Sin embargo, entre ambos cargan con su peso y apenas percibo un atisbo de molestia en sus rostros.
Mientras Nikola devuelve las baldosas perfectamente a su estado inicial, Spencer, con la ayuda de Chibale y bajo la mirada atenta de Mors, abre el cofre y empieza a disponer unos artefactos de manera ordenada encima de la superficie asfaltada del suelo.
—¿Qué es todo esto? —pregunto.
Chibale coge uno de ellos y se acerca a mí para que pueda verlo de cerca. La primera impresión que me llevo es que es algo similar a una pistola, solo que termina en una obertura muy fina.
—Armas especiales para matar a vitaes —explica él, girándola en sus manos para que pueda observarla desde todos los ángulos—. Como ya sabrás, a los vitaes se les mata si se les arranca el corazón. —Asiento—. Pues, bien, esto contiene unas granadas diminutas que, si se colocan en el lugar idóneo del pecho, explotan dentro de este y revientan el corazón de los vitaes.
Habla en tercera persona, como si él mismo no fuera un vitae. Supongo que pasar tanto tiempo con los mortems le pasará factura.
—En cambio —prosigue, ahora mostrándome una ballesta con una flecha metálica—, esto solo les causa molestias, porque se introduce en su corazón, y los mantiene inmóviles. Perfecto para interrogatorios y torturas —añade, y se la queda mirando con cierto respeto.
—Hablas como si lo hubieras vivido —digo ante sus expresiones.
—Claramente —dice él con franqueza, y me sonríe débilmente.
Su mano recorre la flecha de metal hasta llegar a la punta con lo que creo que es nostalgia y temor mezclados.
—Aunque a veces me olvide por estar rodeado de mortems constantemente, sigo siendo un vitae —repone, afirmando así lo que sospechaba.
Nos quedamos en silencio y, de fondo, oigo cómo Mors, quien estaba ayudando a Nikola y Spencer a distribuir las armas entre todos, dice:
—Bien, chicos, quedan solo diez minutos. ¿Todos disponéis de armas?
Veo que Riley, Spencer, Kim y Nikola asienten al mismo tiempo que ajustan sus armas y se las colocan en lugares discretos gracias a algunos cinturones que el mismo Spencer ha sacado del cofre.
—Perfecto —prosigue Mors, ahora con autoridad—. En ese caso, Nikola y Riley, ya podéis salir y ocupar vuestra posición. Os recomiendo que os pongáis en lo alto del mausoleo contiguo; desde allí tendréis un buen campo de visión.
—De acuerdo —dice Riley haciendo un gesto afirmativo con la cabeza—. ¿Vamos? —le pregunta a Nikola.
La polaca accede y, la una junto a la otra, salen del mausoleo tras echar un último vistazo. Me fijo en que Nikola me dirige una tímida sonrisa antes de marcharse cuando pasa a mi lado.
—Kim y Spencer —añade Mors—, vosotros ya podéis ir inspeccionando el terreno. Los vitaes llegarán enseguida.
—Si no te importa, querido Mors, voy a ir con ellos un par de minutos para prepararlos —dice Chibale—. Siempre hay aspectos que un vitae puede aportar mejor que un mortem para estas batallas.
Mors asiente y le sonríe débilmente.
—Bien —responde Chibale con esa cálida sonrisa en el rostro—, en unos minutos estaré de vuelta, Live.
Los dos mortems y el vitae abandonan el mausoleo con pasos firmes, dejándonos dentro con las puertas cerradas a Mors y a mí.
Nos separan varios metros y una cantidad incontable de silencio, pues él está a un lado de la fuente; yo, al otro.
Él me mira con sus ojos dorados y yo suspiro hondo al notar esa electricidad que empieza a fluir en mí nada más sentir su vista puesta en mí. Saco el poco coraje que queda me queda dentro para intentarlo una última vez.
—Sé que seré pesada con el tema de no poder hacer nada, pero... —empiezo.
—Lo sé, amor, lo sé —me interrumpe él al mismo tiempo que frunce el ceño—. Sé que no puedes estarte quieta en un sitio y empiezo a pensar que traerte ha sido un error.
Sin saber en qué momento ha ocurrido, ambos recortamos la distancia que nos separa en el silencio únicamente interrumpido por el rumor de la fuente y algún que otro canto de algún ave que se encuentra fuera del ambiente cargado del mausoleo.
Ahora tan solo se halla a unos centímetros de mí.
—No —susurro—, es lo único inteligente que hemos hecho hasta el momento, pero quiero involucrarme más —le pido con voz débil, casi como un ruego.
—Chibale te mantendrá a salvo —dice él con voz apenas audible—, no tienes que involucrarte en nada. Vamos a matar a tantos como podamos para que paguen por lo que te han hecho.
Alzo la vista hacia su rostro.
—Pero ¿y si sales herido? —repongo sin ceder ante la presión de su mirada—. Los vitaes pueden controlar los elementos. Son peligrosos.
Inesperadamente, Mors se ríe por lo bajo.
—Soy la Muerte, amor, un poco de vientecillo o fuego no me harán daño —dice con seguridad.
—Pero los demás mortems que te acompañan pueden... —insinúo—. Si el fuego consume sus cuerpos...
No sé si mi incapacidad de acabar un enunciado se debe a mis nervios por la batalla o por su proximidad a mí. Sea por la razón que sea, siento un nudo en mi garganta que me impide hablar.
—Todos saben cuidar de sí mismos, por eso han sobrevivido tantos años —dice él con voz tranquilizadora.
Acto seguido, suspira y su aliento con su aroma dulce de cereza, granada y frutos del bosque me alcanza.
—Bueno —murmura él sin despegar su mirada—, tendría que ir yéndome ya. Aguarda aquí con Chibale y no hagas ninguna tontería, ¿vale?
Repentinamente, con mucha lentitud, acerca una de sus manos a mi rostro y me acaricia la mejilla. Su tacto suave hace que me estremezca nada más entrar en contacto mi piel con las yemas de sus dedos.
Acto seguido, después de este gesto tan afectuoso y adorable, retrocede sin apartar sus ojos de mí, como si intentara absorber este momento, y empieza a alejarse hacia la puerta.
—Mors —lo detengo antes de que pueda abrirla. Con una mano, me toco la mejilla en el lado en el que sus dedos la han recorrido—. Espera, quiero que sepas algo.
Él frunce el ceño con preocupación y me lanza una mirada interrogativa desde la entrada al mausoleo.
—¿Sí?
—Si llega a pasarte cualquier cosa —digo con un hilo de voz—, ten bien presente que voy a salir de aquí.
Las últimas palabras amenazaban con no salir, pero finalmente las he pronunciado en un susurro que sé que él ha captado, ya que, nada más dejarlas ir, da un par de zancadas hacia mí de nuevo y hace ademán de querer acercarse más. Sin embargo, se mantiene a una distancia prudente sin decir ni una palabra, solo me mira con una ligera conmoción que jamás he visto en él.
Los segundos que tarda en hablar transcurren como siglos, hasta que, después de lo que parece un debate interno consigo mismo, dice:
—Yo también quiero que sepas algo.
Hace una pausa, y me da la sensación de que está conteniéndose para no aproximarse más, no obstante, respira hondo y niega con la cabeza. Acto seguido, se planta delante de mí en una fracción de segundo, como el viento, y posa su mano en mi mandíbula. Poco a poco, su dedo pulgar recorre mi labio inferior al mismo tiempo que susurra:
—El beso que te di ayer no fue «solo un beso».
Y, sin más, con una última mirada, gira sobre sus talones y desaparece del mausoleo antes de que me dé tiempo a pestañear.
NOTA DE LA AUTORA:
¡Hola! ¿Qué tal?
La intensidad va en aumento y... ¡me encanta!
¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Qué tal el final? A mí me parece uno de los grandes pasos, pero, definitivamente, el capítulo 40 será EL capítulo. Ahí lo dejo...
Por cierto, sigo dedicando capítulos a lectores. ¡Si dais apoyo, ya sea con votos, comentarios o mensajes, podré hacerlo con más personas!
Un abrazo✨
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