Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

37

No vuelvo a ver a Mors después de lo ocurrido ayer en la cocina de La Guarida en todo el día. Solo recibo un mensaje por su parte durante la mañana en el que se lee:


Buenos días, Live.

Spencer te llevará al instituto hoy, yo tengo algunos asuntos que tratar.

Nos vemos más tarde.


«Genial», pienso con sarcasmo.

Como si la cosa no estuviera lo suficientemente tensa entre nosotros. Y ahora va y me evita con «tengo algunos asuntos que tratar». Bueno, a ver, que han pasado menos de veinticuatro horas desde el beso, pero sus palabras, como dagas, siguen reproduciéndose en mi mente una y otra vez.

«Solo ha sido un beso», me dijo con su dichosa pero perfecta sonrisa, consciente de que iba a hundirme.

Sin embargo, tal y como sigo manteniendo desde ayer, todo este espectáculo y flirteo entre nosotros se ha terminado. No importa cómo brillen sus ojos dorados, o cómo me sonría con sus dientes blancos, o cómo hace que se me agite la respiración con su mera presencia, o cómo le encanta leerme los pensamientos sin descaro...

«Sí, definitivamente lo he superado», me felicito irónicamente.

Sin perder ni un segundo más en pensar en Mors, me apresuro a vestirme de una vez y peinarme a toda prisa antes de que se me haga demasiado tarde.

No sé a qué hora vendrá Spencer, el mortem llegado ayer mismo. Lo único que me quedó claro de él es que es una persona aparentemente torpe, insegura y nerviosa. No obstante, recuerdo que, cuando Mors ideaba el plan para reunir al escuadrón de mortems, mencionó que él es el mejor en el área armamentística, sea lo que sea que eso quiera decir. Además, ayer el pobre muchacho hizo un esfuerzo por conversar y me sonrió tímida y forzadamente un par de veces, al contrario que Riley.

Saludo a mis padres apresuradamente de paso a la entrada principal, mientras Isaac y ellos desayunan, justo en el momento en el que un Porsche gris se detiene en el asfalto de delante. Camino rápidamente hasta llegar al vehículo y encuentro el rostro inseguro de Spencer.

—Buenos días —saluda.

—Buenos días —respondo a la vez que me abrocho el cinturón de seguridad. Él aguarda para arrancar el motor hasta que termino—. Bonito coche —comento.

Spencer, quien ya tenía puestos los ojos azules en la carretera, se vuelve un segundo hacia mí y me sonríe.

—Gracias —dice él—, Mors me lo ha prestado. Me ha dicho que llevaba semanas en el garaje sin que nadie lo usara, así que más me valía darle uso, ¿no?

Le devuelvo la sonrisa.

Lo cierto es que en el inmenso aparcamiento de La Guarida siempre he visto, aparte del flamante Jaguar de Mors y el ahora abandonado Bugatti de Olympia, algunos coches cubiertos con lonas. Supongo que este Porsche será uno de ellos, aunque lo que no me cabe en la cabeza es qué tipo de obsesión tienen los mortems con el hecho de ir luciendo coches de lujo por las calles. ¿Pueden llamar más la atención?

Por un momento, espero a que Spencer responda a mis pensamientos puesto que, por costumbre, lo he confundido con Mors, quien ya habría contestado con algún comentario sarcástico. Al no recibir respuesta por parte del sereno Spencer, me doy cuenta de que soy libre de pensar lo que quiera.

—Ayer Mors me comentó que Chibale y las dos mortems que ha ido a reclutar ya están de camino a Seattle —comento.

Puede que Mors esté tratando de evitarme, pero no ha sido muy inteligente a la hora de enviarme a Spencer, pues a mi parecer es el blanco fácil para sacar información. Y mira que lo conocí ayer. Aunque supongo que, entre Riley y Spencer, el menos frívolo es el segundo y deduzco que Riley tampoco hubiera aceptado a hacer de mi chofer personal.

—Sí —contesta él—, llegarán esta tarde. Y, como Mors y Riley están acabando de idear algunos planes, yo he preferido hacer algo más fácil.

El muchacho pálido vuelve a sonreírme.

«Lo sabía: el blanco fácil», me felicito.

—¿Planes? —insisto, enarcando una ceja—. ¿Qué planes?

—La verdad es que yo también los desconozco —admite él, para mi fastidio.

Hago un gran esfuerzo para no resoplar.

—Y ¿por qué no han contado contigo? —pregunto.

No es que me interese lo más mínimo ahora mismo, pero puestos a hablar...

—Porque no soy muy bueno en eso —dice, y aprecio cómo se encoge de hombros desde el rabillo de mi ojo—. Se me da mejor recibir órdenes.

—Pero si tengo entendido que eres uno de los mejores mortems —digo.

Él se vuelve su mirada hacia mí y abre los ojos como platos con sorpresa.

—¿E...? ¿Eso te ha dicho Mors? —balbucea.

—Sí —admito, y sonrío—, en armas, concretamente.

Él se encoge de hombros.

—Vaya, es todo un halago que Mors piense eso de mí —dice, y suspira—, pero sencillamente me gusta todo aquello relacionado con programar cosas y las partes más técnicas. Soy todo un friki de Colorado, nada más.

—Todo un friki de Colorado inmortal y letal —corrijo. Este hombre necesita un poco de seguridad y yo estoy dispuesta a dársela—. Y ¿qué tipo de armas haces?

—Son algo... especiales —vacila—. No son como las de los humanos, si es en lo que estás pensando. Supongo que ya las verás algún día.

No sé qué quiere decir con eso, pero me imagino cosas muy turbias que incluyen mucha sangre o cachivaches complicados de usar y con muchos cables.

—Seguro. Al menos, durante este último mes en el que estamos luchando a contracorriente, espero que encuentres algún momento para enseñarme algo de lo que haces —digo, y le sonrío nuevamente.

—Claro —accede él justo cuando llega al aparcamiento del instituto.

Como era de esperar, el Porsche gris atrae todas las miradas, algo que hace que quiera poner los ojos en blanco. La gente debe de pensar que vivo de OnlyFans o algo así, porque he de admitir que yo sí lo haría si alguien se presentara al instituto con Bugattis, Porsches o Jaguars.

En fin, a los mortems les gusta mucho lucir. ¿Qué le voy a hacer yo?

—Bueno, gracias por el servicio —le digo a Spencer.

Él ladea la cabeza a modo de «De nada» y me mira con sus ojos azules e inocentes antes de que abandone el vehículo.

—Buena suerte con tu día —me desea.

Le sonrío por última vez y me encamino con dignidad hacia el edificio. Algunas miradas me siguen, pero sencillamente paso de ellas.

El día transcurre sin muchas novedades: empiezan las preparaciones de la temporada y el decorado navideños (sí, a principios de diciembre); mi hermano me evita en los corredores; su amigo Casey, en cambio, me saluda y me sonríe desde la distancia; como en la soledad de mi mesa y acabo el día con una clase de Geografía que lo cierto es que me interesa bastante, ya que hemos tratado la distribución urbana. No suena muy divertido, lo sé, pero al menos ahora sé por qué sería incoherente colocar un polígono industrial en medio de una ciudad.

Acabada mi jornada estudiantil, me encamino hacia la puerta principal preguntándome quién me tendrá preparado Mors. ¿Será Spencer? ¿Será Riley? ¿Tendré que volver a casa caminando?

«Hagan sus apuestas», completo mentalmente.

Para mi sorpresa, no obstante, no es ninguna de las opciones que he planteado: el propio Mors aguarda en el interior del Jaguar negro en el aparcamiento cuando bajo la escalinata de la entrada.

—Pensaba que tenías «asuntos que tratar» —lo saludo cuando me acomodo en el asiento de copiloto.

Él me mira a los ojos con los suyos dorados, acto que me hace recordar la calidez de su aliento cerca de mi rostro, su mano sobre la mía, el sabor deseoso de sus labios, el calor de nuestros cuerpos...

«Genial. Ya me ha hipnotizado otra vez», pienso con fastidio al tiempo que desvío la vista hacia el frente.

Él no lo pasa por alto, por lo que alza las cejas y sus comisuras se curvan en esa dichosa sonrisa divertida suya. No lo miro directamente, pero sé que lo está haciendo.

—Buenas tardes a ti también —dice él—. Y, sí, me he dado cuenta de que no eres rencorosa. —Su voz está recargada de sarcasmo—. ¿Qué pasa, amor? Comprendo que Spencer no te haga sentir ni una centésima parte de lo que yo te hago sentir con solo mirarte, pero es un chico bastante obediente.

Lo miro con perplejidad y me cruzo de brazos con indignación.

—Créeme, el problema en todo esto no es Spencer —suelto.

Él deja ir un par de carcajadas y arranca el motor.

—Me estoy quedando contigo, amor —aclara, y me mira de nuevo con otra sonrisa—. Siento que estás ligeramente alterada. ¿Te ha ocurrido algo hoy en el instituto? —ahora su voz denota seriedad.

—No —digo, y suspiro—. Bueno, sí.

Advierto su mirada de preocupación, como si dijera «¿A quién tengo que matar?»

—O sea, no es el instituto —reformulo, y niego con la cabeza—. Es todo en general. Spencer me ha dicho que estáis haciendo un plan y no sé qué más y...

—...es todo muy incierto —completa, a lo que yo asiento.

—Sí, es eso —afirmo.

—Lo sé, puedo leerte —dice en voz baja, con los ojos de nuevo en la carretera— y sentirte. Así que, primero de todo...

Suspira y empiezo a sentir cómo mi cuerpo se relaja en el asiento, así como mi mente, que queda invadida de clama artificial.

Quiero quejarme, pero lo cierto es que me siento mejor. Mi cabeza está más despejada y me siento menos abrumada. Debo de admitir que su poder de controlar emociones y pensamientos a veces resulta bastante útil.

—Mejor, gracias —se lo agradezco en voz alta.

Él se vuelve hacia mí y me sonríe con sinceridad.

—Ahora que estás más tranquila, quiero decirte algo —empieza el con franqueza.

«Por favor, que no sea sobre anoche», no puedo evitar pensar.

Por un momento, por un minúsculo instante, su ceño se frunce y una pequeña curvatura reaparece en sus labios, pero al cabo de unos segundos vuelve a su expresión seria del principio.

—El plan que he ideado junto a Riley es algo complejo —prosigue.

—¿Qué quieres decir?

Respira hondo antes de decir:

—Que implica dejarte fuera de él, del plan. Y con «fuera» me refiero a desprotegida —aclara.

Mi estado de serenidad gracias a sus poderes me impide ponerme a la defensiva. Sin embargo, afortunadamente, no está controlando mis pensamientos furiosos.

Aún.

—No necesito... —empiezo a mascullar.

—Ya sé que soy muy insistente con este tema —me corta sin reparar en mí—, por eso he pensado que me quedaré contigo para vigilar que nadie ponga en riesgo en tu vida. Tengo a los mortems más potentes del planeta ahora mismo en La Guarida y estoy seguro de que se las apañarán sin mí. Y con Chibale de mi parte...

—¡Mors! —ahora lo interrumpo yo—. Sea cual sea el plan, no va a funcionar. No así. —Hago una pausa en la que ambos permanecemos callados y observando la carretera que da acceso al centro de Seattle—. Ellos se protegen a sí mismos, tú me proteges a mí. Pero ¿a ti? ¿A ti quién te protege? —exijo.

Mis palabras lo dejan perplejo, como si le hubiera caído un jarro de agua fría. Sé que se esperaba cualquier cosa. Cualquier cosa excepto esto; excepto la cuestión de que yo también quiero protegerlo, por absurdo que sea. Pero ¿por qué no puede ser así? ¿Por qué todos me creen incapaz de valerme por mí misma en el mundo de los mortems y los vitaes?

Yo no quiero que me proteja, quiero que me...

—Nadie puede proteger a la Muerte —dice.

Y ahora soy yo quien enmudece porque, en cierto sentido, tiene razón.

—Pero —añade él ante mi incapacidad de hablar— solo lo haré si tú quieres que me quede contigo. Si no es así, haré rotaciones con los mortems para protegerte a ti y a tu familia día y noche.

Sus dedos en torno al volante tamborilean con impaciencia, algo que indica que está esperando una reacción por mi parte, ya sea verbal o mental.

Sin embargo, solo siento crispación e intriga mezcladas de la peor manera posible.

—¿Por qué? —acabo diciendo—. ¿Por qué estás haciendo las cosas así?

—Ya te lo dije en su momento, ¿acaso tengo que repetirlo?

No sé por qué, pero una de sus frases aparece repentinamente en mi cabeza: «Lo que más me asusta ahora mismo es que te maten. Perderte». Esas fueron las palabras exactas que me dijo en la Columbia Tower, el edificio más alto de Seattle, durante aquel precioso atardecer.

—Es eso, Live —dice con voz débil—. Es exactamente eso.

—Pues es precisamente lo que no entiendo —repongo—. ¿Por qué te importa que me maten?

Sus ojos buscan los míos con urgencia, y yo no puedo resistirme a encontrarlos. Me evalúan con confusión y yo con ansias de que oír lo que necesito.

Lentamente, muy lentamente, todavía mirándome, dice con franqueza:

—No lo sé, sinceramente. Pero es así, Live.

Vuelve a dirigir sus ojos a la carretera.

Pese a su tranquilidad artificial, mi circulación se acelera alarmantemente y me invaden las ganas de lanzarme a sus brazos y rogarle que me bese igual que anoche.

Sin embargo, mi mente va más allá de mis deseos caóticos.

—Bueno, pues ya sabes que a mí me importa una mierda que creas que «tienes que protegerme» —digo, rompiendo el silencio—. Por eso quiero proponerte una idea mejor que se me acaba de ocurrir y que nos puede beneficiar a todos.

—Te escucho, amor —dice él, ahora con calma.

—Llévame contigo.

Devuelve su vista hacia mí con una expresión de pura estupefacción a lo largo de una fracción de segundo. Acto seguido, estalla en carcajadas de burla.

—Hablo en serio —replico—. Es la mejor manera de sentirme útil y, al mismo tiempo, de estar en tu campo visual para que no te emparanoies. Así de sencillo. Además, puedo curar y herir: si alguien acaba herido, podré ser de ayuda.

Él niega con la cabeza con determinación y seriedad.

—Los mortems se curan por sí solos, son inmortales —dice cortantemente.

—Pero no tan rápido como yo —insisto—. Y, de paso, podré herir a algún vitae con mis poderes destructivos.

—Todavía no dominas esa faceta, amor. Lo más probable es que acabes reventando toda la instalación eléctrica de todo Seattle, y no queremos eso —responde con voz cansada.

—Lo sé, pero...

—No he dicho que no —dice, hecho que me deja confusa—. Sí, me has escuchado bien —aclara—. No te voy a obligar a hacer nada que no quieras siempre y cuando no comporte un riesgo para ti. Y debo admitir que tienes razón. Es lo más justo para ambos.

No sé cómo reaccionar ante sus palabras. ¿Acaba de decir que puedo ir con él y los otros mortems a luchar contra los vitaes? ¿Acaba de acceder? ¿En serio?

—Sí —contesta él a mis pensamientos.

Pero ese «sí» ha sido tan poco natural que me hace pensar que realmente sus motivos para aceptar mi incorporación en su plan van más allá de que «es justo para ambos».

Algo me hace sentir que en realidad lo hace porque cree que nadie puede protegerme mejor que él mismo. Si me lleva con él, no podrá culpar a nadie en caso de que me suceda cualquier cosa, solo a sí mismo.

Me duele que piense así. Me mata que crea que protegerme sea su responsabilidad. Porque yo no puedo hacer lo mismo por él. Aún.

—Después de lo que ocurrió con Olympia y Carter, soy el único en quien puedo confiar —dice, confirmando así mis sospechas.

Estoy a punto de protestar, sin embargo, llegamos a La Guarida y creo que, por su parte, él ya ha dado la conversación por terminada.

—Algo así —responde a mis pensamientos mientras subimos por el ascensor—, aunque realmente es porque hay cuatro mortems y un vitae en el salón, que, si no recuerdas mal, tienen oído supersónico.

Las puertas se abren repentinamente y, tal y como me ha indicado Mors, hay cinco personas dispuestas en el sofá y las butacas del salón principal: Chibale, Riley, Spencer y dos mortems más que no identifico.

Tanto Chibale como Spencer me saludan con una amplia sonrisa. Riley, en cambio, ni se digna a volverse hacia nosotros, sencillamente mantiene su vista puesta en el gran ventanal principal con toda la atención del mundo. Por otro lado, una chica rubia, alta, atlética y vestida con unos pantalones ajustados, un top negro y una sudadera con la cremallera abierta, me examina de arriba abajo con sus analíticos ojos negros.

—Hola —dice ella, tomando la iniciativa. Se acerca a mí y me tiende la mano—. Soy Nikola.

—Encantada de conocerte, soy Live. —Acepto su mano y la estrecho.

Como es habitual en cada ocasión que entro en contacto físico con un mortem, Nikola se estremece levemente y me mira con los ojos muy abiertos antes de retirar su mano.

«Sí, sí, presencia mixta y todo eso», pienso mentalmente. Y si pudiera, también pondría los ojos en blanco en mi cabeza.

Sin embargo, la presencia de la mortem restante me deja perpleja: se trata de una chica con una melena lisa larguísima y oscura, una figura impecable con unas curvas muy marcadas y unos pechos bien definidos que destacan bajo su vestido negro, corto y ceñido que tiene una obertura en uno de sus muslos, que están cubiertos por unas finísimas medias. Además, su rostro también es absolutamente perfecto, pues sus ojos, escondidos bajo unas pestañas largas, son de color miel y sus labios son grandes y están bien pintados.

Ella también se aproxima a nosotros dando pasos seguros pero provocativos, como si estuviera caminando sobre una pasarela.

—Oh, Live, por fin puedo conocerte, querida —dice con voz dulzona—. Soy Kim Shirakatsi. —Me tiende la mano—. Espero que hayas oído hablar de mí tanto como yo de ti.

«Conque esta es la famosa Kim», pienso mientras le estrecho la mano.

Según Mors y Chibale, ella es la mejor combatiente cuerpo a cuerpo -algo que ahora mismo con su aspecto de modelo de Victoria's Secret cuesta bastante de creer, la verdad- y la más difícil de convencer. Por lo que, sí, se podría decir que he oído hablar de ella, pero me temo que no de la manera en la que ella piensa.

Y con esto último me refiero a una mirada cargada de deseo que le dirige a Mors. Como mujer que soy, se activa en mí ese sexto sentido que me indica la innegable sensación de que Kim y Mors han tenido un pasado en común.

No sé cuándo ni cómo, pero esa mirada provocativa de ella hacia él me da para descartar muchas opciones y quedarme con unas pocas bastante claras.

—Bueno —la voz de Chibale, sentado en una butaca a unos metros de nosotros, rompe el hilo de mis pensamientos—, ahora que estamos todos presentes, ¿qué tal si nos contáis de qué va el plan?

Mors respira hondo a mi lado y me conduce hasta el centro de la estancia, donde él toma asiento junto a mí en el sofá, así como Kim, quien se sienta a su otro lado.

—Riley y yo hemos comenzado a idearlo esta mañana —empieza él paseando sus ojos dorados por todos los mortems y Chibale—. No es perfecto, pero servirá, aunque luego podremos pulirlo un poco con tu ayuda, Nikola.

La polaca asiente una vez.

—Bien —prosigue Mors—, a rasgos generales, este plan es bastante sencillo: vamos a seguir su método hasta que cedan. Vamos a ir de cacería y vamos a matar al mayor número de vitaes posible.

—¿Cuándo? —pregunta Spencer.

—El primer golpe será esta noche.

—¿Dónde? —dice Nikola.

—En nuestro segundo hogar. —Los dorados ojos de Mors adquieren ese arder de muerte.







NOTA DE LA AUTORA:

¡Hola! ¿Qué tal? ¿Os está gustando la trama hasta ahora?

Los próximos tres capítulos se vienen de manera intensa. Acabo de terminar de escribir el 40, que casi me causa un bloqueo. Pero aquí sigo, ahora con un poco más de tiempo porque he acabado los exámenes.

¿Cuál creéis que es «el segundo hogar» de los mortems?🤐 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro