33
—Chibale se reunirá con nosotros en Edmonds —anuncia Mors cuando cuelga la llamada—. Así será menos sospechoso.
—Genial —digo—. ¿Crees que nos estarán vigilando?
Mors sigue con la vista puesta en el volante. Hace unos diez minutos que hemos salido de mi casa. Evidentemente también hemos tenido que traer a mi hermano con nosotros. Isaac reposa en los asientos traseros del Jaguar roncando ligeramente. Por suerte, ha logrado conciliar el sueño, aunque realmente soy consciente de que ha sido obra de los poderes de Mors, que lo han tranquilizado tanto hasta el punto de dormirlo.
No podía arriesgarme a dejarlo en mi casa después de todas las heridas que le han dejado los vitaes tras el partido, así como mis padres, de los que Mors se ha encargado de proteger después de hacer «unas cuantas llamadas», que, traducido a su lenguaje, significa obligar a un par de mortems que le tienen miedo a cuidar de mis padres.
Para algo tiene que servir la autoridad, ¿no?
—Obviamente —afirma—. No dispondremos del factor sorpresa, pero no cuentan con lo de Chibale, así que... Algo es algo —dice, y frunce los labios. En sus facciones continúan esas expresiones feroces, pero se relaja cuando siente mi mirada sobre él. De hecho, sonríe y me dice—: Por cierto, no te he felicitado por el plan. Me parece brillante, amor. Yo estaba demasiado furioso como para pensar en algo así, menos mal que uno de los dos se ha sido productivo.
Le dirijo una sonrisa sincera, igual que su mirada con su última intervención.
—Gracias, pero creo que aquí el que realmente tendrá que hacer el trabajo sucio será Chibale —digo—. Y me siento muy culpable de lo de su boda, pero es que no se me ha ocurrido nada mejor.
—No te preocupes. —Mors hace un gesto de despreocupación—. Cuando lo he llamado ya se esperaba algo así. Ya está acostumbrado.
—Eso espero. Por cierto, ¿cómo es el cuartel general de los vitaes? ¿Ellos también le han puesto un nombre como vosotros a La Guarida?
—Bueno, a ellos les va más vivir un poco alejados de las ciudades —explica—. Su casa es una gran mansión situada enfrente de la playa, a unos cuantos kilómetros de aquí, hacia el norte. La llaman El Paraíso —dice, y pone los ojos en blanco.
Niego con la cabeza un par de veces y respondo:
—Vuestro mundo está lleno de indirectas, es horrible y poético a la vez.
—Es sobre todo lo primero, pero sí, aparte de matarnos los unos a los otros siempre que tenemos la oportunidad, a veces nuestra rivalidad es excesiva, ¿no crees?
—Sí —digo, y frunzo los labios—. Aunque, respecto a lo de matar... Hay cosas que no me quedan muy claras.
Mors retira su vista de la carretera por un instante y posa sus ojos dorados en mí.
—¿Qué es lo que no entiendes de «nos matamos siempre que tenemos la oportunidad»? —repone él con una sonrisa, y se encoje de hombros—. Yo creo que es bastante sencillo.
Pongo los ojos en blanco.
—No, no es eso —indico—. Me refiero a la inmortalidad de los mortems y los vitaes. Si supuestamente son inmortales, ¿cómo es que se pueden matar?
La seriedad se instala en el semblante de Mors bruscamente.
—No hay nada realmente inmortal en la naturaleza, Live. Eso tiene que quedarte muy claro. Incluso yo soy ligeramente mortal, solo si la Vida lo hace, claro. Pero para un mortem o un vitae estándar las cosas cambian. A ver —aclara—, no son tan frágiles como un humano, pero lo cierto es que se pueden matar con relativa facilidad.
—¿Cómo? —pregunto.
—¿Qué es lo que caracteriza a un vitae? ¿Qué es lo que representa la vida en un cuerpo físico?
Me quedo pensativa. Hay muchas cosas que son sinónimo de vida en nuestro organismo, pues la mayoría de los órganos que nos componen son vitales. Sin embargo, hay algo con lo que sería completamente imposible funcionar.
—El corazón —siseo.
—Exacto —dice Mors—. Si se le arranca el corazón a un vitae, se le mata.
Eso tiene mucho sentido.
A lo largo de estos dos meses no he dejado de escuchar la expresión «Pienso arrancarle el corazón y todas y cada una de sus venas» en boca de Mors, Carter y Olympia.
Ahora entiendo por qué.
Mors se ríe ante mis pensamientos, pero yo lo ignoro preguntando:
—Y ¿los mortems? ¿Ellos también mueren si se les arranca el corazón?
—No —niega él—. Piensa de nuevo, ¿qué es lo que representa la muerte física en un cuerpo?
Reflexiono nuevamente hasta que hallo la respuesta.
—El propio cuerpo —concluyo—, la degradación del propio cuerpo.
—Así es —afirma él—, por lo que se puede matar a un mortem si se degrada su cuerpo. Concretamente con fuego. Si el cuerpo de un mortem es consumido por las llamas, este fallece.
Mi mandíbula casi llega al suelo del coche.
—Pero eso es muy peligroso, porque los vitaes pueden controlar los elementos —argumento.
Las palabras de Cecilia de la Cruz amenazando a Olympia en el paseo marítimo de Alki Beach resuenan en mi cabeza, ahora recobrando todo el sentido del mundo: «Vuelve a amenazarme y ordeno que prendan fuego a tu querido Carter. No deberías olvidar que podemos controlar los elementos y que solo nos cuesta un chasquido hacer aparecer una llama», le dijo.
—Es igual de peligroso que un mortem, que puede controlar cuerpos —indica Mors con calma—. Los mortems pueden atraer el cuerpo de un vitae con sus poderes y arrancarles el corazón en menos de un segundo, antes siquiera de que a ellos les dé tiempo de prender una llama. La naturaleza está diseñada para mantener el equilibrio, Live.
Y sin decir nada más, nos sumimos en un silencio cómodo mientras seguimos avanzando por la autopista de camino a Edmonds. Me quedo reflexionando sobre todo lo que acabo de descubrir, que me parece increíble.
Nunca me había detenido a pensar en algo así, en cómo todo está perfectamente equilibrado para que haya orden. Parece que la propia naturaleza haya otorgado el arma necesaria a los mortems para acabar con los vitaes y viceversa.
El puerto de la ciudad se alza ante nosotros unos minutos más tarde. Es de noche y todo está desierto, aunque yo recuerdo haber venido aquí el verano pasado con Marcus y todo parecía más alegre. Más vivo.
—Será mi culpa —comenta Mors mientras aparca cuando dejamos el puerto atrás.
Suelto una carcajada casi inaudible al tiempo que el Jaguar aminora la velocidad por completo. Desde nuestro ángulo podemos ver las embarcaciones flotando por debajo de las farolas.
—¿Y Chibale? —pregunto.
—Antes me ha dicho que cuando estuviera en Edmonds me llamaría. Estará al caer —dice Mors pacientemente consultando la hora—. Vamos a tener que darle indicaciones desde el móvil. Sería muy imprudente que viniera aquí porque estoy seguro de que ya se han dado cuenta de nuestra presencia en su ciudad. Mientras están distraídos preguntándose qué hacemos aquí, Chibale irrumpirá en su casa y los pillaremos en guardia baja.
Asiento a modo de comprensión.
Una facción de segundo después, el móvil de Mors vibra en la palma de su mano.
—¿Dónde estás? —pregunta con el ceño fruncido—. Vale, Live está a mi lado. Ahora pongo el altavoz.
La voz de Chibale se intensifica, inundando así cada rincón del Jaguar:
—Hola, Chibale —saludo para que sea consciente de que lo escucho.
—Hola, Olive —dice él con su voz calmada—. Estoy a unos diez minutos de Edmonds, así que este sería un buen momento para contarme qué tengo que hacer.
Miro a Mors como para pedirle permiso para contarle el plan, a lo que él asiente, y empiezo:
—El plan es bastante sencillo: solo tienes que ir al cuartel general de los vitaes y pedirles tu inclusión en el grupo.
—No me creerán —repone Chibale desde el otro lado de la línea.
—Lo sé, lo sé —digo con paciencia—. Todos lo sabemos. Pero...
—...me dará el tiempo suficiente como para obtener información —completa él.
—Exacto —afirmo—. Fíjate en los pequeños detalles, en todo lo que dicen, en cómo actúan... Eres el único que puede recopilar esa información, pese a que te cueste persuadirlos. —Hago una pausa—. Pero lo más importante es averiguar algo en concreto: tienes que...
—...descubrir si lo que dicen sobre que la Vida se ha reencarnado es cierto —interviene Chibale de nuevo, y suspira—. ¿Es eso?
—Sí —respondo—. Tanto Mors como yo hemos llegado a la conclusión de que...
—...si la Vida se hubiera reencarnado como indican los rumores, la chica estará con ellos. Estará en su fortaleza —vuelve a adelantarse—. Brillante, querida Olive, realmente brillante. No entiendo cómo nadie ha tenido esa idea.
Sonrío sabiendo que él no puede verme.
—Haré lo que esté en mi mano —prosigue la voz de Chibale—. Me quedan unos minutos para llegar. Deseadme suerte, nos vemos en unos instantes. ¿En qué parte de Edmonds os encontráis vosotros?
—Justo después del puerto —contesta Mors—. Es el mejor lugar que se me ha ocurrido para distraerlos y que tengas vía libre.
—Genial. En ese caso, cuelgo ya. Si tardo más de una hora, preocupaos —dice Chibale.
—Allí estaré si es así —le asegura Mors—. Gracias, amigo.
—Hasta luego.
Chibale cuelga y volvemos a quedarnos sumidos en el silencio del Jaguar.
Miro a Mors, quien desvía la mirada hacia delante, donde se encuentra el mar. Sus ojos dorados parecen serenos y creo que la intervención de Chibale lo está tranquilizando bastante.
—¿Crees que va a funcionar? —dejo ir.
Me acomodo en el asiento. Después de todo, lo único que tenemos que hacer es esperar para saber de Chibale.
—Chibale nunca falla —dice Mors con voz calmada—. Lo hará bien.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque lo he comprobado muchas veces a lo largo de los años —dice, y al fin me mira con esos ojos dorados que me aceleran el pulso—. La última vez que tuvimos un «gran plan» —dibuja unas comillas en el aire con sus dedos— fue el siglo pasado, cerca de los años veinte.
—¿Qué sucedió? —pregunto. La curiosidad brota de mis labios.
—Estábamos en búsqueda de la Vida en 1918, que era el año en el que tenía que reencarnarse en una chica de dieciocho años —explica—. Llevábamos meses siguiendo su rastro y el de los vitaes, que la protegían. Más o menos como ahora —dice con una sonrisa débil—, pero menos complicado. El caso es que su pista nos llevó a Nueva Orleans, donde, inesperadamente, los vitaes estaban organizados y nos tendieron una emboscada.
»Olympia, Carter y yo acabamos en un bar de una de las calles más concurridas de Nueva Orleans. Yo sentía la presencia de la Vida muy muy cerca. Sabía que estaba allí. Pero cuando llegamos nos habían tenido una trampa: habían usado a la Vida de cebo para atraerme y estaban rodeándonos. Había decenas de vitaes. —Niega con la cabeza como si se acordara de ese preciso instante al tiempo que frunce el ceño—. Todos éramos conscientes de que no podían matarme, pero, por el contrario, Carter y Olympia sí estaban en peligro.
»De hecho, nos enzarzamos en una batalla dentro de aquel reducido espacio y, pese a que yo pudiera controlar su mente y sus emociones, ellos nos superaban en número con diferencia. Cada vez que matábamos a un vitae, aparecían tres más de la nada. Y Carter y Olympia eran vulnerables. Y yo no los podía proteger. Ellos, los vitaes, controlan los elementos, y, como te he explicado antes, corrían el riesgo de morir consumidos por las llamas que no dejaban de prender. Casi los vi morir ante mis ojos.
»Hasta que Chibale entró como un verdadero dios por la puerta de aquel bar —suelta una carcajada divertida— e hizo caer los muros de acceso a la entrada del local. De ese modo, ya no podían entrar más y, además, contábamos con alguien de apoyo de nuestro lado. Así que nos pusimos manos a la obra con los vitaes que quedaban dentro y acabamos con todos y cada uno de ellos.
»Sin embargo, lo más importante fue lo que me dijo Chibale mientras luchaba contra sus propios vitaes: me indicó dónde escondían a la Vida para que yo pudiera matarla. Por tanto, cuando nos deshicimos de todos esos vitaes, fui en búsqueda de aquella chica, que se encontraba en una residencia no muy lejana al bar, y la maté.
No me doy cuenta de que tengo el corazón encogido hasta que termina su relato.
—Entonces, ¿Chibale traicionó a su propio linaje? —pregunto.
—Así es. Realmente siempre se ha mantenido leal a mí, pero esa fue una de las grandes muestras de su confianza. Cuando te digo que confío en él, me refiero a que le confiaría la vida de las únicas dos personas a las que jamás he querido. O a las que quería —corrige.
Me parece completamente adorable que admita el amor que sentía hacia Carter y Olympia, su única familia. Es la primera vez que le escucho decir «querido» desde su corazón. Y me encanta. Daría lo que fuera por volver a hacerlo.
Él me lee, aunque, a juzgar por la seriedad de sus facciones, pasa de mí y mis pensamientos ridículos.
—¿Y la Vida? —prosigo para cambiar de tema—. ¿Estaba asustada cuando llegaste?
Sus expresiones pasan de la frialdad al encanto cálido en menos de un segundo.
—Estaba sola, temblando en una habitación. Pero no me sentí mal. —Hace un gesto de negación con la cabeza—. En absoluto. De hecho, me encanta —admite—. Cada siglo mato a la reencarnación de la Vida cerca de seis veces y es el mejor sentimiento del mundo, pero parece que este año se me está resistiendo. —Aprecio cómo su mandíbula se tensa repentinamente, y suspiro por su ferocidad, a lo que él responde con una mirada directa a mí—. Sé que piensas que soy un monstruo, pero es la verdad. Es lo que realmente siento; mi instinto, mi naturaleza...
—Lo sé —lo interrumpo con voz suave—. No estaba juzgándote.
—Pues claro que estabas juzgándome —repone enarcando una ceja—. Te he leído.
Resoplo exageradamente.
—Disculpa, olvidaba que podías meterte en mi cabeza —digo sarcásticamente.
Él se ríe vagamente, hasta que, repentinamente, para y dice:
—Hablando de juicios y voces, creo que hay alguien que está pensando demasiado alto.
No entiendo a qué se refiere hasta que percibo que la respiración profunda de Isaac ya no es tan notoria como hace unos minutos.
«Genial, lo que nos faltaba», pienso.
—Live —empieza mi hermano con voz seria desde el asiento trasero—, no sé qué es lo que tramas pero me gustaría hablar contigo.
Me vuelvo para mirarlo. Tiene los ojos hinchados, la mirada algo perdida y el rostro lleno de desesperación y miedo. Por no hablar de los restos de algunas heridas que quedan en su cuerpo y el aspecto de demacración general de su ropa, la mitad de la cual está ensangrentada.
—Ahora no, Isaac —repongo con dulzura—. Enseguida volveremos a casa y podremos hablar con tranquilidad, ¿sí?
—No —dice él con seguridad—. Os he escuchado —me señala con un dedo acusador—. Este tío disfruta matando a la gente y, Live, sinceramente, desde que ha entrado en tu vida te comportas de manera muy...
A mi lado, Mors chasquea los dedos teatralmente mientras pone los ojos en blanco y mi hermano cae desmayado en su asiento.
—¿Puedes dejar de hacer eso? —me quejo recordando que hizo exactamente lo mismo con Marcus la noche que nos conocimos en aquella gasolinera.
A ver, la verdad es que aprecio que haya silenciado a Isaac porque no me apetece lidiar con él ahora mismo, pero hay formas y formas.
—Me encanta escuchar a la gente hablando de lo mala influencia que soy —dice Mors—, pero ahora mismo tenemos problemas más importantes.
Con un dedo, Mors señala el exterior del vehículo, donde los faros de otro coche aparecen y se acercan al Jaguar a toda velocidad.
En menos de un segundo, los faros se apagan y Chibale desciende del Opel negro que ha estacionado al lado del Jaguar.
Suspiro de alivio al ver su figura familiar y sana. No obstante, cuando abro la puerta y bajo del coche junto a él, advierto una cicatriz en su pómulo. Y su sangre plateada es reciente.
—¡Chibale! —exclamo.
—Lo saben —dice él casi sin aliento—. Saben que estoy aquí por vosotros, evidentemente se han dado cuenta cuando han sumado dos más dos... Aun así, no se han negado a hablar.
—¿Y bien? —requiere Mors, que se ha reunido con nosotros en una fracción de segundo.
Ni me había dado cuenta de su silenciosa aparición.
—Tenías razón, Mors, la Vida todavía no se ha reencarnado —dice Chibale—. Han intentado convencerme de lo contrario, pero tengo una incuestionable cualidad de saber cuándo alguien miente. Y todos lo hacían, se les notaba. Eran demasiados. —Asiente enérgicamente con la cabeza—. Y lo de que iban a por los padres de Live también es una farsa, solo te estaban asustando.
Vuelvo a suspirar de alivio.
—Y ¿la herida y la sangre? —señalo su rostro.
Chibale sonríe con timidez y se lleva la mano al pómulo para limpiarse con su manga el hilo de sangre plateada que brota de la herida.
—Cecilia de la Cruz a veces se pone demasiado a la defensiva, es bastante común en ella. —Hace un gesto de despreocupación con su mano—. Ha mandado a uno de sus súbditos a arrancarme el corazón nada más cruzar el umbral de El Paraíso, pero me temo que mis años de experiencia no son nada comparados con su ridícula fuerza.
A mi lado, Mors parece no haber escuchado las últimas palabras de Chibale, sino que se mantiene firme apoyado en el Jaguar mientras mira fijamente hacia el suelo. Sé que está leyendo a Chibale para revisar toda su conversación con los vitaes.
Cuando al fin termina, con el ceño fruncido y los ojos dorados llenos de crispación, dice:
—Entonces volvemos a lo mismo de siempre.
—Así es, mi querido Mors —coincide Chibale—. La Vida sigue suelta por ahí a punto de reencarnarse en una joven de dieciocho años.
«Perfecto, lo que todos necesitábamos oír», pienso.
Bueno, en realidad lo necesitábamos, puesto que, por más frustración que esto cause a Mors, la buena noticia es que la Vida no se ha reencarnado todavía y eso nos da la opción de llegar a ella.
—Solo queda un maldito mes para que se acabe el año —dice Mors completando mis pensamientos—. Tenemos que encontrarla antes de que ellos lo hagan.
—Y lo haremos. Siempre lo hacemos —lo anima Chibale con una sonrisa cálida que le llega a los ojos—. Sin embargo, el único cabo suelto en todo esto es Olive. No sabemos por qué le están dando caza y tampoco la han mencionado en ninguna de las conversaciones que he tenido con los vitaes.
Mors se tensa más a mi lado y suspira hondo. Seguidamente, cierra los ojos por un momento y dice:
—Por ahora solo sabemos una cosa: han intentado matarla varias veces. Pero ya que está confirmado que la Vida no está con ellos y que están empeñados y distraídos en encontrarla, vamos a aprovechar su debilidad para cambiar los roles.
—¿Qué tienes en mente, amigo mío? —pregunta Chibale con perplejidad.
Mors vuelve a abrir los ojos, feroces y sedientos, y sonríe con malicia mientras suelta:
—Ahora seremos nosotros quienes vayamos a por ellos.
NOTA DE LA AUTORA:
¡Hola! ¿Qué tal estáis?
¿Cómo os han dejado las palabras de Mors? Muy tranquilizadoras, ¿eh?😂
Yo estoy viendo a mis bebés (Live y Mors) evolucionar a grandes pasos. El otro día anuncié que había escrito mi capítulo favorito (ya lo veréis) y no puedo esperar a que lo leáis. ¡AAAAAA! En fin, que me emociono mucho. Y es que encima lo mejor está por venir...🤭
Además, hablando de evolución, estoy observando cómo esta obra está creciendo y llegando a más gente. Como autora, es muy importante para mí que, si os está gustando esta obra y tenéis ganas de motivarme, la compartáis para que llegue a muchos más lectores. ¡Os lo agradecería muchísimo que la compartierais con personas que creáis que les gustaría conocer a Live y Mors!
Por último, en referencia a compartir, me pregunto si os gustaría que dejara un link con la playlist que uso para escribir Hasta que la vida nos separe. ¿Qué me decís? ¿Queréis que lo haga? Un abrazo❤
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