3
El motor casi inexistente del Jaguar vuelve a rugir a mi alrededor. Mors, el chico de ojos dorados, conduce con una expresión divertida presente en su perfecto y reluciente rostro.
«Tengo que dejar de pensar en esto», me repito una y otra vez.
—No es tu culpa —suelta con su suave voz—, es normal que pienses esas cosas.
—¿Puedes dejar de meterte en mi cabeza? —pregunto, y pongo los ojos en blanco.
—No.
Su boca se curva en una sonrisa torcida que hace que se alboroten todas las hormonas de mi cuerpo.
—¿Cómo es posible que sepas lo que estoy pensando? —insisto, ignorando su breve respuesta.
Mors se encoje de hombros mientras su vista se fija en la carretera.
—Ya te lo he dicho antes, amor, soy la Muerte en persona —justifica con naturalidad—. Tengo que ganarme la vida de alguna manera, ¿no? —dice con otra sonrisa.
No hace ni una pizca de gracia.
—Pero, ahora en serio —sus expresiones se endurecen un poco—, es uno de los poderes que tengo, por suerte o por desgracia. A veces, escuchar los pensamientos de todos resulta agotador y cansino... Pero ¿qué le vamos a hacer?
En circunstancias normales, sé que no me creería ni una palabra, pero todo lo que he vivido esta noche es demasiado... real. Él ha sido capaz de leerme la mente y ordenarme cosas que no quería hacer bajo ningún concepto, haciendo así que una fuerza más potente que mi voluntad actuara a su favor. Por algún motivo, sé que no miente, básicamente porque lo he vivido: está hablándome sobre lo que yo misma estaba pensando sobre él.
—Y ¿qué otros poderes tienes? —continúo.
—Puedo hacer que te calmes en la situación más aterradora de tu vida —declara abiertamente—, como ahora. O infundirte terror en las circunstancias más calmadas. Depende mi humor —chasquea la lengua con superioridad.
Está en lo cierto: si no fuera por la atmósfera de serenidad que me está infundiendo con sus poderes, estaría al borde del desmayo, aterrorizada. Gritaría, intentaría abrir la puerta del coche en marcha, cogería el volante para desviarlo de la carretera o quién sabe qué locura cometería... Pero aquí estoy, tan tranquila en el asiento de copiloto disfrutando de su aroma a frutos del bosque, cerezas y granada.
—¿Carter y Olympia son tus... seguidores? —vacilo ante la última palabra porque no sé cómo denominarlos.
—Sí, son mortems —afirma—. Aunque para mí son como familia.
¿Familia? Nunca pensé que habría una familia unida por la muerte y los asesinatos. Me resulta espeluznante, la verdad, pero no puedo sentir nada más que no sea la calma con la que Mors me ha hechizado.
—Pues parecen bastante normales —comento sin malas intenciones.
Mors profiere una carcajada, me mira y enarca una ceja.
—¿Normales? —cuestiona—. ¿Qué esperabas? ¿Un ejército de tipos tatuados y con navajas?
—Algo así —confieso distraídamente—. Y ¿ellos también pueden leer mentes y controlar los estados de ánimo?
—No —dice él, y niega con la cabeza—, ellos son mortems normales y corrientes. Solo yo puedo hacer eso. Pero los mortems son inmortales y, aparte de poder matar a los seres vivos cuando les venga en gana, también pueden controlar los cuerpos de las personas, los animales y las cosas. No está nada mal, ¿no?
Siento cómo mis ojos se abren como platos por la sorpresa pasajera antes de volver a mi estado de calma. Todo esto sigue siendo surrealista y absurdo a la vez, y me resulta muy difícil creer toda esta historieta.
—No es una historieta —protesta Mors.
—¡Ya has vuelto a meterte en mi cabeza! —me quejo.
«Si yo pudiera, yo también lo haría», pienso.
—¿Sigues sin creértelo? —contraataca él para desviarme del tema—. ¿Sigues sin creerte lo que te he contado?
—No lo sé... —admito—. Tengo la cabeza hecha un lío. Ha sido un día largo para mí.
—Para mí también, amor —contesta él empáticamente. A saber qué quiere decir eso, pero supongo que, traducido a su vocabulario, implica muertes y sangre—. ¿Puedes dejar de juzgarme? —dice con una sonrisa directa a mí que casi me mata. Ha vuelto a leerme la mente—. Gracias.
—Lo siento, no estoy acostumbrada a que invadan mi privacidad mental —contraataco con una sonrisa falsa.
Él pone los ojos en blanco, aún con las manos en el volante.
—¿Por qué te cuesta tanto creernos? —pregunta de repente.
—Porque no cada día se te presenta la Muerte y te dice que eres un bicho raro —respondo con sarcasmo, reproduciendo sus propias palabras—. No lo sé —me encojo de hombros—. ¿Qué puedes hacer tú para convencerme? —lo reto.
Me fijo en cómo pasa su lengua por el labio superior a la vez que se queda pensativo, gesto que me inunda en una montaña de fantasías que prefiero no mencionar.
—Ya te he dicho que depende de ti —concluye, rompiendo el silencio al fin—. Por hoy, ha sido demasiada información, amor.
No me doy cuenta de que el motor del coche ha cesado porque me quedo atrapada en sus ojos dorados a lo largo de unos treinta segundos. Casi se me corta la respiración, por lo que, con todas mis fuerzas, siendo consciente de que sigo bajo su influencia, aparto la vista hacia el exterior del coche y reparo en que mi casa se halla justo frente a mí.
El trayecto se me ha hecho muy corto y casi ni me he inmutado de lo que ha ocurrido fuera del coche porque he estado demasiado ocupada encargándome de deshacerme de mis pensamientos enfermizos en referencia al físico de Mors, pensamientos que él mismo me está metiendo en la cabeza con sus poderes mentales.
Avergonzada, agacho levemente la cabeza para que no se note el rubor en mis mejillas -aunque seguramente Mors ya se haya dado cuenta- y me desabrocho el cinturón de seguridad antes de decir vacilantemente:
—Eh... esto... —parpadeo rápidamente un par de veces—. Gracias por traerme, supongo.
Mors me dedica una de sus encantadoras sonrisas perfectas y seductoras.
«¿No podría dejar de hacer eso de una vez?», pienso.
—No hay de qué, amor. Nos veremos pronto.
¿Pronto?
—¿Por qué? —cuestiono para dar voz a mis pensamientos, aunque seguramente él ya los haya escuchado.
—Porque, como ya hemos hablado, no sabemos qué diablos eres, así que tenemos que ver cómo evolucionas —explica con claridad—. Espero que acabes siendo de las nuestras, una mortem. Estoy deseando verte vestida de negro cada día, estarías espectacular... —sus ojos recorren mi cuerpo sin ningún tipo de reparo.
Intento advertirle que deje de hacer eso con una mirada severa, pero lo único que logro es sentir un escalofrío por mi columna vertebral a causa de su comentario.
—Bueno... —rompo la incomodidad del momento, afortunadamente—. Me voy.
Decidida, abro la puerta del Jaguar con la vista de Mors clavada en mí. Acto seguido, bajo de él y lo bordeo hasta llegar a la puerta de mi casa. Miro furtivamente hacia su dirección antes de introducir las llaves en la cerradura y percibo cómo él continúa allí, donde lo he dejado, y me dedica una última sonrisa seductora.
Hago caso omiso -o lo intento- y me meto en casa apresuradamente.
Por suerte, tanto mis padres como mi hermano ya están en sus respectivas habitaciones, por lo que me alivia el hecho de no tener que dar explicaciones, aunque eso también conlleva tener que caminar en silencio hasta llegar a mi dormitorio.
Una vez allí, en la oscuridad mi cuarto, ubicado en la segunda planta de la casa, dirijo una mirada rápida a través de la ventana para comprobar que el coche de Mors no está en el asfalto.
Como era de esperar, ya se ha ido, pero en vez de sentirme a salvo, en vez de sentir alivio, lo único que me invade es la conmoción. Mors se ha ido, y, con él, la calma. La tranquilidad artificial con la que me estaba hechizando era útil; ahora todo se derrumba. Ahora solo soy la Live humana y corriente con emociones reales.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro