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23

No vuelvo a saber de Mors desde que me dejó en casa tras la tarde de inyecciones de sangre mortem y vitae. Se aseguró de que la fiebre me bajara hasta recuperar mi temperatura normal y condujo hasta West Seattle. Por suerte, solo se encontraba mi hermano en casa, por lo que no tuve que dar explicaciones.

Paso dos semanas preguntándome dónde estará Mors con sus sonrisas, sus ojos dorados y su aroma adictivos. Y, de hecho, cuando Carter y Olympia me llevan al instituto al día siguiente, me contengo. Pero cuando llevo tres días sin verlo no puedo evitarlo.

—Va a pasarse un par de semanas fuera de Seattle —me dice Olympia con una sonrisa empática de las suyas—. Ya sabes, cosas de Mors: quiere asegurarse de tener bien controlados a los vitaes de todas las ciudades cercanas a Seattle.

—Y ¿tanto tiempo le conllevará? —insisto.

«Qué desesperación, Live. Anda, cálmate un poco, que parece que te estés arrastrando por él», me riño mentalmente.

Bueno, y no voy tan mal encaminada porque realmente lo estoy haciendo.

—Por supuesto —interviene Carter—, es Mors —dice como si fuera una evidencia—. Visitará todas y cada una de las ciudades. E incluso irá más allá.

No sé qué responder ante eso, lo único que surgen son más y más dudas, por lo que trago el nudo que tengo en mi garganta y decido no hablar más del tema porque, si empiezo, no terminaré. Y Carter y Olympia también lo saben, pues sus posturas se tensan.

—Bueno, el timbre está a punto de sonar —dice Olympia para zanjar el tema—. Llegarás tarde a tu clase de Español. Nosotros tenemos Biología. ¿Nos vemos cuando termines?

Asiento y me despido de ellos con una sonrisa forzada.



Los días transcurren con Carter y Olympia pisándome los talones día sí día también. Sé que la verdadera razón de ello es que Mors les ha pedido otra vez que sean mis niñeros y que me entretengan.

Y no me quejo. La verdad es que los días se me harían muy aburridos de no ser por los parloteos de Olympia sobre coches y marcas de lujo y desayunos inesperados en las mejores cafeterías de Seattle antes de ir al instituto. Incluso un día Carter y ella vienen a «estudiar» a mi casa, ocasión perfecta para presentárselos a ambos a mis padres cuando llegan de trabajar, que es el momento exacto en el que mis niñeros se van. Por suerte, Isaac no estaba en casa para babear por Olympia, aunque dudo que lo hubiera hecho bajo la mirada atenta pero suave de Carter.

Pero es que sencillamente no comprendo por qué no es el mismo Mors quien tendría que estar aquí si tanto se preocupa por mi seguridad. A ver, dicho así suena muy turbio, pero lo que no puede hacer es irse por ahí mientras sus pobres dos mortems casi esclavizados juegan a ser mis guardaespaldas.

Bueno, en realidad sé que no se lo estará pasando en grande, pero siento que no soporto que esté tantos días sin poder ver esos ojos dorados preciosos, esa sonrisa perfecta, ese cabello rubio con destellos rojizos... Incluso echo de menos sus comentarios sarcásticos y pícaros y cómo me infundía esa sensación de serenidad artificial con sus poderes.

Además, a lo largo de su ausencia me acompaña la sensación de que se ha ido por lo que pasó durante la última vez que lo vi, cuando me inyectó sangre vitae y mortem con el propósito de ver cómo reaccionaba mi cuerpo. Me invade el recuerdo de su impotencia al ver que no había servido para nada, ya que mi sangre absorbió los componentes sobrenaturales, y su culpabilidad por haberme visto desmayándome dos veces y con fiebre durante la segunda inyección.

Y todo porque pensaba que era su culpa, cuando ya le dije que había sido mi decisión. Pero, conociéndolo tan poco como he sido capaz de hacerlo en el último mes, puedo deducir que su perfeccionismo y autoexigencia van más allá de los niveles normales, hecho que tiene sentido, puesto que él por sí solo ya es extraordinario.

—¿Te apetece una noche de tranquilidad, relax y comida? —pregunta Olympia cuando ya han pasado dos semanas desde la partida de Mors.

La morena me intercepta en el pasillo en el cambio de clase y me rodea el brazo con el suyo mientras avanzamos por el corredor hacia la siguiente aula.

—Carter se va de la ciudad un par de días —completa— y he pensado que podríamos pasar tiempo juntas. —Me sonríe radiantemente.

—¿Más tiempo del que ya pasamos? —repongo sarcásticamente.

—Eh —se queja frunciendo el ceño aparentemente ofendida—, tampoco es para tanto, solo nos vemos en el instituto.

—Y por las mañanas, y todas las tardes —enumero—. Incluso me acompañas al baño.

—¿Qué clase de mujer sería si no lo hiciera? —pregunta.

—Bueno, vale —acepto—. Quedaremos si es lo que quieres, aunque empiezo a sospechar que quieres secuestrarme —bromeo.

—Tú no sabes lo que es un secuestro de verdad —contesta con un gesto de superioridad. Sin embargo, lo peor es que sé que habla en serio por ciertos ápices sombríos presentes en su voz.

—Sí, sí, cosas de mortems.

Pongo los ojos en blanco. Llegados a este punto, casi ni me sorprende que diga estas cosas.

—Bien —dice ella—, entonces te llevo a casa después y te recogeré de nuevo a las ocho. ¡Qué emoción! —exclama, y la miro horrorizada. Recibimos miradas discretas de algunos de los alumnos que nos rodean—. ¿Qué? —replica ella ante mi mirada severa.

—Nada, nos vemos luego.



Olympia me ayuda a instalarme de nuevo en la que ya puedo considerar mi habitación de La Guarida. Llevo mis escasas pertenencias, que consisten en una blusa y un pantalón de recambio para mañana, y me pongo un pijama cómodo que ella me presta. Negro y ajustado, cómo no. Ni siquiera me molesto en llevar el mío porque no me apetecía ponerme a doblar ropa sabiendo que mi amiga estará más que encantada de dejarme su ropa.

Ella viste con un camisón negro que casi me hace llorar de lo bien que le queda. Esta mujer podría vestirse literalmente con trapos de cocina y parecería una jodida diosa.

—¿Te apetece ver una película? —pregunta mientras se acomoda en mi cama extragrande de matrimonio.

—Sí, por qué no —digo, y me encojo de hombros.

—Genial, entonces dame un minuto.

Repentinamente, se levanta de la cama como un rayo y en un minuto exacto vuelve a entrar con las manos repletas de bolsas de comida basura. Ni siquiera me ha dado tiempo a reaccionar ante sus veloces movimientos cuando ella me mira sonriente desde la comodidad de la cama mientras abre una bolsa y se lleva una patata frita a la boca.

—Definitivamente queréis engordarme —comento a la vez que cojo otra de las bolsas y empiezo a deleitarme con el sabor de las palomitas.

—¿Qué parte no has entendido de «una noche de tranquilidad, relax y comida»? —repone ella.

—La parte de tranquilidad y relax —bromeo.

Olympia pone los ojos en blanco.

—Qué graciosa —dice con ironía—. Bueno, ¿qué película quieres ver?

Coge el control remoto de la televisión y empieza a revisar el contenido de Netflix.

—Me da igual, la verdad —contesto con indiferencia.

Ella me mira con el entrecejo exageradamente fruncido.

—Hoy te veo especialmente gruñona —dice, todavía con la vista puesta en mí—. Va a ser mejor que ponga No es romántico, a ver si Rebel Wilson te alegra un poco.

Pulsa el botón de reproducción y empiezan los créditos de lo que creo que es una comedia romántica.

Y, evidentemente, mi instinto no falla: es una comedia romántica en toda regla. La única diferencia que encuentro es que esta critica las mismas comedias románticas, hecho que me parece fantástico para la trama. Además de Liam Hemsworth, claro.

—Te veo muy callada —comenta Olympia cuando vamos por la mitad de la película.

—¿De qué quieres que hable exactamente? —respondo, y me encojo de hombros.

—De lo que quieras —dice suavizando su voz. Creo que mi intervención ha sido algo cortante, aunque no era mi intención—. Solo quiero asegurarme de que estás bien.

—Estoy bien —indico atropelladamente—. Estoy aquí, a tu lado, y llevo dos semanas sin que nadie haya intentado matarme —añado con una sonrisa de suficiencia.

Ella suspira y me mira con preocupación.

—Pensar en la muerte no es estar bien —formula lentamente.

—Y ¿cómo pretendes que no piense en él...? —digo con franqueza— ¿En la Muerte? —corrijo rápidamente.

Pero Olympia no pasa ese detalle por alto. De hecho, se incorpora y me fulmina con la mirada, esta vez con mucha seriedad en ella mezclada con la preocupación inicial.

—¿Qué? —pido.

No sé cómo interpretar sus facciones y lleva varios minutos sin decir nada.

Vuelve a suspirar profundamente y al fin dice:

—Sé el efecto que Mors tiene sobre los humanos. Es muy...

—¿Poderoso? —sugiero.

—Iba a decir «adictivo». —Ladea la cabeza. He de admitir que es un adjetivo muy acertado—. Pero, sí, también es poderoso, y no solo para los humanos. Aunque a la gente como tú su apariencia, su aroma, su voz y todo en general de él os afecta enormemente.

—¿Cómo lo sabes?

Me pregunto qué efecto tendrá Mors en los mortems y los vitaes. Aparte de autoridad, por supuesto.

—Porque pude comprobarlo por mí misma —contesta—. Ya te dije que fui humana, aunque hace muchos siglos de entonces.

—Carter dijo que conoces a Mors desde hace veintitrés siglos —digo, recordando la noche del incidente en la Aguja Espacial—. ¿Es eso cierto?

—Sí —afirma, y asiente con la cabeza—, lo vi por primera vez en el siglo II antes de Cristo. Grecia estaba bajo el dominio del imperio macedónico que había dejado Alejandro Magno y...

—Espera, espera, espera —la interrumpo con voz chillona. Mis ojos se salen de las órbitas—. ¡¿Eres originaria de la Antigua Grecia?! —exclamo.

—Sí —dice ella entre risas a causa de mi reacción.

—Tú eres de Grecia; Chibale, de Egipto... —enumero con los ojos como platos sin poder contener la emoción—. No me digas que Carter es de la época de la Revolución Francesa.

Recuerdo que el rubio comentó que él conocía a Mors desde hacía dos siglos.

Olympia vuelve a reírse.

—No, es de unos años antes —aclara.

—Vale, perdón —balbuceo—. Es que no puedo contener la emoción con estas cosas. Me parece muy surrealista. Bueno, entonces, ¿cómo conociste a Mors?

Me incorporo, suelto la bolsa de palomitas medio vacía y le presto más atención que a cualquier clase de Historia a la que he asistido en mi vida.

—Cuando cumplí los dieciocho años, mis padres querían casarme con un hombre —comienza.

—Empezamos mal —suelto sin saber que estoy pensando en voz alta.

—La verdad es que sí —admite, y sonríe débilmente—. Y lo cierto es que no era el peor hombre que conocía —prosigue—. Pero es que sencillamente no quería casarme ni con él ni con nadie. Era demasiado joven y desde hacía un tiempo tenía claro que mi objetivo en la vida no iba a ser casarme ni tener hijos. Al menos no en ese momento. Aunque he de admitir que, siglos más tarde, Carter me hizo cambiar totalmente esas ideas; si pudiéramos, formaríamos una familia.

»El caso es que en ese momento no había tenido nada más claro en mi vida: quería viajar, salir de mi ciudad, descubrir otras culturas. Y mira que no existían los aviones y que las religiones no eran muy tolerantes. Pero yo sabía que mi máxima aspiración no era quedarme atrapada en mi ciudad, cocinar y criar niños. Quería libertad. Y voz. Y gente de verdad.

»Por eso hui de mi hogar. Empecé a caminar por valles, montañas y bosques. Iba recorriendo pequeñas ciudades del imperio día a día muriéndome de hambre, sed y con los pies ensangrentados. Por no hablar de algún que otro susto que me llevé por el camino; ser mujer en la Antigua Grecia no era fácil, pero afortunadamente mi instinto fue suficiente para que ningún desgraciado me pusiera un dedo encima.

»Sin embargo, con lo que no contaba era con despertarme en medio de un campo de batalla. La noche que conocí a Mors, desperté a partir de gritos de guerra, pues era el año 168 antes de Cristo, el último año de la Tercera Guerra Macedónica, cuando los romanos vencieron y acabaron con la grandeza de Grecia.

»Había decidido pasar la noche en un valle cercano a un bosque y me sobresalté cuando, de repente, me desperté y todo cuanto me rodeaba era fuego, sangre y destrucción. Era muerte.

—Y por eso estaba allí Mors, ¿no? —apunto—. Para gestionar las muertes producidas en esa guerra.

—Exacto —dice ella—. Y yo me encontraba rodeada de llamas. Las flechas romanas zumbaban cerca de cabeza y no dejaba de oír sonidos de auténtico horror. Entonces, de la nada, apareció Mors y me sacó de allí. Me llevó al borde del campo de batalla, en el límite del bosque, y empezó a leerme la mente.

»Obviamente yo desconocía qué capacidades tenía, pero sabía que él era especial. Él no era como nadie a quien hubiera conocido antes. En cambio, él en menos de dos minutos ya lo sabía todo de mí. Pero a mí eso no me importó, solo quería salir de aquel espantoso lugar lo antes posible, hecho que él hizo realidad: nos sacó a ambos del bosque y me condujo a una taberna en la que me proporcionó alimento y bebida. Llevaba días sin comer.

»Y en aquella misma taberna me lo contó todo. Así, sin más. Sin contexto, ni preguntas, ni cuestiones. Y yo lo creí. Lo creí porque no tenía ningún lugar al que ir y él había sido el único que me había dado esa pizca de humanidad que yo siempre había estado buscando; esa grandeza; esa profundidad. Por muy contradictorio que suene, así es como yo veo a la Muerte. Así es como yo siento a Mors: humano, sincero.

»A partir de aquel instante, lo seguí a donde fuera. Y él me dejó seguirlo. Él empezó a ser mi familia; y yo la suya. Me sentía como la hermana pequeña mimada con la que toda niña sueña ser alguna vez en su vida.

»Tardé un poco en acostumbrarme a todo el sombrío mundo de los vitaes y los mortems, pero acabé incorporándolo al cabo de pocos meses. Entonces le pedí que me convirtiera porque, sinceramente, ¿a qué estaba esperando? Convertirme en mortem era la maldita llave de la libertad; era todo lo que había soñado: fuerza sobrehumana, poder y eternidad para viajar y vivir la historia en directo.

—Y ¿qué respondió él? —pregunto.

—Al principio vaciló un poco —admite Olympia—, pero gracias a sus poderes sabía que era mi mayor deseo. Y él también quería a alguien a su lado después de tantos años solo. Él nunca tuvo una familia consolidada, lo más cercano a eso había sido y sigue siéndolo Chibale. Por eso accedió y me dio a beber su sangre. Desde entonces, empezamos a recorrer mundo y a presentarnos en los lugares como hermanos. Y el resto de la historia ya la conoces —termina.

Su relato me deja tan absorta que percibo los diálogos de la película como un ruido de fondo.

La historia de Olympia es tan triste y traumática como alucinante.

—¿Y Carter? —inquiero—. ¿Cómo lo encontrasteis?

—Carter fue un miliciano de Lexington durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos —explica—. En una de las primeras batallas que se libraron, en 1775, él casi murió a manos de los colonos británicos. Mors y yo pasábamos por allí para recoger las almas de los fallecidos.

»Yo paseaba por Lexington esperando a que los idiotas de ambos bandos se mataran a tiros de una vez porque tenía mejores cosas que hacer y, de repente, cuando escuché cómo el primer disparo impactaba contra un cuerpo, fui al lugar donde se hallaba este último a la espera de que se desangrara y muriera lo más rápido posible.

»Pero entonces le vi la cara. Un rostro increíblemente hermoso pero lleno del sufrimiento que le infundía la bala —sonríe y pone una expresión triste al mismo tiempo—. Y no pude evitar dejar de ocultar mi presencia a los humanos y agacharme junto a él.

»Carter me observaba sin dar crédito a sus ojos como si hubiera visto a un ángel apareciéndose. —Suelta una carcajada—. Y yo actúe como tal. O eso quiero pensar. Me abrí las venas allí mismo, con centenares de disparos sobrevolando nuestras cabezas, y le di de beber mi sangre cuando su respiración empezaba a volverse bastante irregular. Lo salvé justo a tiempo.

»A Mors no le hizo mucha gracia al principio. —Ladea la cabeza—. Pero no pasó ni un año cuando ya estaban abrazándose como hermanos. Antes de que pasara eso, durante el año inicial, Mors se quejaba porque decía que Carter y yo éramos demasiado empalagosos. —Vuelve a reírse—. Y la verdad es que no lo culpo.

Me lanza una mirada significativa bastante exagerada y su risa me contagia.

—Pues si ahora ya sois inseparables, no quiero saber cómo estabais en aquel momento —bromeo.

—¿Perdona? —se queja—. Pero si ahora es él quien está empezando a sacar una faceta empalagosa que no había visto nunca —comenta.

Se me cae el alma a los pies.

«No es lo que piensas, Live», me repito una y otra vez.

—¿Qué...? ¿Qué quieres decir? —balbuceo.

Olympia me dirige una sonrisa radiante.

—¿Recuerdas que Carter dijo todo eso de que cuando Mors se proponía algo no había nada ni nadie que pudiera detenerlo, y que tú no eres la excepción? —cuestiona.

Asiento. Cómo olvidarlo...

—Bien —continúa—, pues yo no pienso lo mismo, Live. No sé qué diablos pasa entre Mors y tú, si es que hay algo, pero quiero que tengas presente que él raramente se preocupa por la gente en general, especialmente por los humanos.

La garganta se me seca repentinamente.

—¿Cómo? —pregunto con voz chillona.

—Ya me has oído —dice Olympia, y sonríe todavía más—. Además, tú ya eres una excepción por ti misma: eres humana, mortem y vitae a la vez. Es obvio que eres... especial para él.

—¿Especial?

Trato de no reírme en su cara.

—Sí, Live, especial. Aunque ni se te ocurra decirle nada de esto, eh —me advierte.

—Sabes que puede leer mentes, así que eso es prácticamente imposible.

—En ese caso, intenta no pensar mucho en mis palabras, ¿vale?

Alzo los brazos con un gesto de inocencia a la vez que advierto que la película ha concluido. Aparecen los créditos finales en la pantalla del televisor con su respectiva banda sonora, de modo que me acomodo en la cama y me quedo mirando a Olympia mientras ella me cubre con el edredón.

—Intentaré no pensar mucho en ello, aunque me parezca lo más absurdo del mundo —digo, y pongo los ojos en blanco—. Y, por cierto, ¿cuándo piensa volver? No es que me disguste vuestro servicio a domicilio de niñeros, pero...

Lo cierto es que no sé justificar por qué quiero que regrese, simplemente quiero que lo haga. Lo necesito.

—No es lo mismo —completa Olympia, a lo que yo asiento—. Ya, bueno, estará aquí antes de lo que te esperas.

Empieza a levantarse de la cama y recoge las bolsas de comida basura que hay en ella. También apaga el televisor.

—Eso no es muy específico —me quejo.

—Mors no es muy específico —contraataca, y se encoje de hombros como queriendo decir «Es lo que hay».

«Bueno, Live, se ha intentado», me consuelo.

—No te preocupes por él, Live. Estará bien —añade la morena con otra sonrisa—. Ahora es momento de que descanses un poco, ¿vale?

Hago un gesto afirmativo con la cabeza.

—Buenas noches —me desea ella, y sale de la habitación.



NOTA DE LA AUTORA:

¡Hola! 

Este capítulo es muy especial porque se explica cómo se conocieron Mors, Olympia y Carter. Como habéis comprobado, está plagado de referencias históricas. No es que me apasione mucho la historia (porque conlleva mucha documentación), pero lo he disfrutado bastante.

Dejando la historia de lado, ¿qué tal va vuestro inicio de año? ¿Qué propósitos tenéis? El mío es sencillamente no tener propósitos porque sé que nunca los cumplo... (Y así me va la vida...) Pero bueno, lo cierto es que he disfrutado bastante estos últimos días y la verdad es que no quiero que se acaben las vacaciones 😢.

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