18
—Encantado de conocerte, Olive —dice amablemente Chibale, y yo le sonrío desde el otro lado de la sala. Acto seguido, se percata de la presencia de Carter y Olympia—. ¡Olympia!
La morena se acerca a él y lo envuelve en un cálido abrazo.
—¡Te he echado mucho de menos, Chibale! —exclama ella.
—Yo también, querida, yo también —responde a la vez que se deshace el abrazo—. ¡Carter! —Se vuelve hacia el aludido—. Tan callado como siempre, ¿eh?
Carter le sonríe y también acepta otro de sus acogedores abrazos.
Según lo que he podido observar en los últimos minutos, parece que se conocen desde hace mucho tiempo.
—¡Vaya, qué maravilla! —dice Chibale señalando la mesa—. Menudo banquete habéis montado aquí.
—Sabíamos que tendrías hambre —indica Olympia con una expresión divertida—. ¿Verdad?
—Pues claro que sí —responde él con una gran sonrisa.
«Me representa», pienso para mis adentros.
Mors parece escucharme porque disimula una sonrisa y una mirada fugaz dedicada a mí.
—Entonces lo mejor es que no te hagamos esperar más —dice Mors, no sé si a Chibale o a mí.
—Genial, todo tiene muy buena pinta, como siempre —indica Chibale con voz cantarina mientras empieza a dirigirse hacia la mesa.
Todos empiezan a tomar asiento entorno a la mesa y lo cierto es que no sé dónde sentarme. Afortunadamente, siento el tacto de Mors sobre mi codo, que ejerce una presión sobre mí que me hace avanzar hasta el asiento que hay al lado de Carter.
El leve cosquilleo sobre mi piel me abandona cuando Mors toma asiento justo enfrente de mí, al lado de Chibale. Esto me proporciona un campo de visión perfecto para observarlo tanto a él como al invitado.
—Bueno, Chibale, cuéntanos qué tal te está yendo —empieza Olympia antes de llevarse a la boca un tenedor con un trozo de una patata al horno.
Chibale se sirve de la misma fuente mientras dice:
—Últimamente he estado por aquí y por allí, como siempre... —Se encoge de hombros—. Pero en el último año me he instalado en Bellingham. Me han ofrecido un puesto de trabajo en la Western Washington University y me ha parecido un buen lugar para pasar desapercibido, fuera de todo este revoltoso mundo.
—Oh, venga —repone Mors con una mirada divertida—. Si no pudiera leerte la mente sonarías casi convincente, pero ya sabes que puedes explicarles la verdadera razón por la que te has instalado en Bellingham.
Chibale sonríe mientras come una patata.
—Se trata de una mujer, Alyssa, una de las profesoras de la universidad —confiesa—. Ya llevamos unos meses conociéndonos y vivimos juntos.
—¿En serio? —pregunta Olympia con los ojos como platos—. Me alegro mucho por ti. Espero que nos la presentes pronto. ¿Sabe ya lo de...?
—Claro que sí. Y se lo ha tomado bastante bien, la verdad. —Chibale sonríe como si tuviera la imagen de la tal Alyssa en mente—. De hecho, le encanta.
Miro a Mors interrogativamente para mostrarle mi desconcierto.
«¿Lo de qué?», pienso.
Mors se revuelve en su silla, divertido, y se aclara la garganta exageradamente.
—Live está un poco perdida —anuncia—, y me parece muy feo que se sienta excluida. Por favor, Chibale, muéstrale de qué estamos hablando.
Todos los presentes me miran con la misma expresión traviesa en el rostro. No entiendo qué les resulta tan gracioso, hasta que mis dudas desaparecen cuando, de repente, Chibale mira fijamente una de las velas más cercanas a él y, sin explicación, la llama de esta empieza a flotar por el aire. Solo la llama, sin ninguna vela que prender.
Mis ojos se abren como platos y, viendo cómo esa llama ardiente levita consumiendo la nada, lo comprendo todo.
—Eres vitae —susurro, pero sé que todos han podido escucharme.
Según toda la información que he recibido durante los últimos días de Mors, Carter y Olympia, los vitaes tienen el don de controlar los elementos, aparte de crear vidas, evidentemente; así como los mortems, que pueden controlar cuerpos.
—Así es —afirma él.
Creo que todos están esperando mi reacción, porque nadie habla y todas las miradas están puestas en mí.
—Y ¿qué hace un vitae en casa de los mortems? —pregunto para romper la tensión.
—He ahí la pregunta del millón —comenta Carter.
Todos se echan a reír y trato de no poner los ojos en blanco.
—Chibale es un vitae muy... —empieza Olympia, dejando reposar el tenedor en el aire, entre sus dedos— poco común.
—Gracias por eso, querida —responde el aludido con un gesto de afecto con la mano dirigido a Olympia—. Pero, sí, Olive, supongo que no encajo con la imagen de vitae que estas tres malas influencias —señala a Mors, Olympia y Carter, y sonríe— te habrán inculcado.
—No creo que lo hayan hecho —digo con franqueza, y me encojo de hombros—. De hecho, me han pintado a los mortems mucho peor.
Todos se ríen ante mi comentario.
—No lo dudo —dice Chibale, aún entre risas—. Pero retratar al enemigo de la manera más humillante y terrorífica siempre es más fácil.
—Cierto —coincide Mors—, aunque nosotros al menos nos lo podemos permitir.
Enarco una ceja a modo de confusión.
—¿Por qué? —pregunto.
—Porque no odiamos a los vitaes por el simple hecho de ser nuestros enemigos naturales —responde Carter, y se lleva una copa de vino a los labios—. De hecho, técnicamente nunca fuimos enemigos naturales —dice después de tragar.
—¿Cómo? Me siento estafada —confieso—. Llevo días pensando que os odiabais porque así es como funciona vuestro mundo, pero ya veo que no.
—Para nada —dice Chibale negando con la cabeza—. Les tengo más aprecio a estos tres que a cualquier vitae. La enemistad entre mortems y vitaes se remonta a mucho antes de que conociéramos a Olympia.
El otro día Carter me dijo que Olympia conocía a Mors desde hacía más de veintitrés siglos, por lo que no puedo llegar a imaginarme cómo de lejano es el origen de tal conflicto.
—Y aquí es cuando Chibale explica la historia —comenta Mors.
Me fijo en que él está limitándose a dialogar y observarnos mientras comemos. Su plato permanece vacío y vuelve a darme pena el hecho de que no pueda disfrutar de la comida. Sin embargo, según él mismo dijo: «Es como comer cartón». Pero aun así me parece muy triste que su fuente de energía sean las muertes.
Su mirada rápida me hace comprender que me ha escuchado. Es seria, pero parece comprensiva.
Repentinamente, noto cómo la calma que siento se intensifica todavía más. Creía que no podía haber nada más potente, pero parece que está infundiéndome un estado de relajación casi absoluto.
«¿Puedes parar?», me quejo.
De nuevo, la calma alcanza un grado incluso mayor, y Mors se ríe por lo bajo, disimuladamente, pero la voz suave de Chibale me frena en el preciso momento en el que estoy a punto de quejarme.
—Desde el inicio de los tiempos —empieza nuestro invitado tras dar un sorbo a su copa y aclararse la garganta—, vitaes y mortems convivían en armonía y paz. Tanto la Vida como la Muerte —mira a Mors, que inclina la cabeza exageradamente ante la alusión— mantenían una relación cordial y tenían acuerdos oficiales. Había equilibrio demográfico, había tantas vidas como muertes para el nivel de desarrollo de la época. Todos estaban conformes, todos tenían cuanto necesitaban. La Vida era poderosa, moderada, así como la Muerte.
»Hasta que, durante el siglo XV antes de Cristo, cuando gran parte de la población se concentraba en Egipto, la Vida traicionó a la Muerte. La primera empezó a crear vidas sin control, deshaciendo así el equilibrio y el orden natural. ¿Por qué? —lanza la pregunta al aire sin esperar respuesta—. Porque, como supongo que ya sabrás, la Vida se alimenta de los nacimientos, igual que Mors obtiene energía de las defunciones. Por tanto, la Vida se hizo más fuerte, más poderosa. Y se vició a ese poder.
»Sin embargo, con lo que nadie contaba, ni siquiera la propia Vida, emborrachada de poder y fuerza, fue con que su acto desataría no solo un sentimiento de rechazo por parte de los mortems, sino que también activaría en la Muerte un deseo de matar a la Vida, de darle caza. En otras palabras, desde el momento en el que se produjo el desequilibrio, Mors empezó a sentir involuntariamente muchas ganas de encontrar a la Vida y matarla temporalmente, es como si se le hubiera activado un sexto sentido.
Mors asiente.
—Y ese momento fue el que marcó la guerra entre vitaes y mortems —prosigue Chibale—. Como podrás comprender, es una guerra que todavía sigue batallándose. Desde que la Vida traicionó a la Muerte, los mortems se dedican a matar a la gente por diversión y sin control para vengarse de los vitaes, no para equilibrar la naturaleza. Y los vitaes hacen lo mismo: crean vidas masivamente para intentar reponer todas las vidas que los mortems destruyen. Y Mors mata a la Vida cada dieciocho años, y la historia se repite una y otra vez...
Chibale concluye su relato. Sus palabras flotan en el aire, igual que sus llamas hace unos instantes, y parece que todos reflexionamos acerca de la historia que acaba de explicar.
—Es realmente abrumador —admito—. Ahora entiendo muchas más cosas. Aunque sigo sin comprender por qué tú —señalo a Chibale—, que eres un vitae, tienes una relación tan estrecha con Mors. ¿No se supone que deberías huir de él? Y ¿no se supone que Mors tiene el impulso de matar a cualquier vitae que tenga cerca? Él mismo me dijo que sentía un gran rechazo hacia los vitaes y la Vida, y que puede sentir su presencia.
—Así es —interviene Mors—. Pero he trabajado mi autocontrol con Chibale. Es uno de los únicos vitaes a los que no tengo ganas de estrangular, por no decir el único. Y eso es porque nos conocemos desde antes de que la Vida me traicionara. Soy casi inmune a su presencia vitae, es como si la tuviera muy interiorizada.
—Exacto —coincide Chibale, dándole apoyo—. Convivimos durante muchos años en los tiempos de armonía. Era una época en la que conocía a un Mors amable, franco y calmado —bromea—. Bueno, sigue siéndolo, solo que mata a cualquiera que se le planta delante. Pero es cierto que después de la traición, cuando empezó a desarrollar el impulso de matar a vitaes involuntariamente, cuando se desató la guerra, tuvimos algunos encuentros algo perturbadores.
—Sí —afirma Mors con una sonrisa radiante—, intenté matarte en más de una ocasión durante los primeros años, pero supongo que es cierto lo que dicen: «La práctica hace la perfección». Tardé cerca de dos siglos en no tener ganas de arrancarte el corazón —se encoge de hombros con naturalidad—, pero la intención es lo que cuenta, ¿no?
—Claro que sí, amigo mío. —Chibale asiente y le da unas cuantas palmadas en el hombro a Mors—. Volver a reencontrarnos en Egipto después de tantos años sin vernos y sin que quisieras matarme fue uno de los momentos que jamás olvidaré. No puedo esperar a ir a Egipto, llevo años sin volver a mis orígenes.
Abro los ojos como platos.
—¿Eres de Antiguo Egipto? —pregunto.
—Sí, fue una de las mejores etapas de la humanidad que recuerdo —responde él asintiendo con la cabeza—. Y, de no ser por la traición de la Vida, hubiera seguido siendo una etapa brillante en el mundo de los mortems y los vitaes, pero supongo que nada es perfecto. —Frunce los labios con disgusto.
—Y ¿por qué sigues relacionándote con mortems? ¿No te hace sentir fuera de lugar?
—Lo cierto es que no solo es por la amistad que tenía con Mors, sino que me avergüenza que nuestra líder, la Vida, hiciera algo así —confiesa sin tapujos—. No me pareció justo que rompiera los acuerdos y el equilibrio de la naturaleza por su ciega ambición de sentirse más poderosa. —Hace un gesto de desaprobación con la cabeza—. Por eso intento mantenerme al margen de los mortems y los vitaes. Suelo integrarme entre los humanos, aunque, evidentemente, de vez en cuando tengo que atender mis obligaciones de vitaes, que consisten en crear vidas periódicamente.
—Y ¿el resto de vitaes? ¿Te consideran un...? —no sé cómo terminar la frase.
—¿Vendido? —sugiere él—. ¿Traidor?
Ladeo la cabeza como diciendo «Sí, algo así».
—Bueno —dice Chibale—, la verdad es que sí. Soy consciente de que tengo una diana en la espalda y que se mueren por tirar los dardos, pero tengo mucha experiencia y sé cómo se comportan. Sé que tienen ganas de echarse encima de mí por relacionarme con mortems y, sobre todo, con la mismísima Muerte. Pero paso de ellos. Yo voy a lo mío. Me gusta pensar que me mantengo neutral.
—Ya, bueno —repone Mors sarcásticamente—, aunque de vez en cuando sí que apareces y me pides según que favorcillos.
—Los favorcillos son mutuos, amigo mío —dice Chibale, y toma otro sorbo de su copa—. Que, por cierto, supongo que me has convocado hoy aquí por algo, ¿no? Y deduzco que se trata de nuestra queridísima Olive. —Me señala con la mano que sostiene la copa.
El rostro de Mors adquiere seriedad casi instantáneamente. Sus ojos pasan de ser dorados con una chispa de humor a volverse completamente indescifrables.
—Sí, necesito que nos confirmes algo.
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