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14

El descenso se me hace eterno y fugaz a la vez. Lo único que siento es que mis pulmones no dejan de expulsar aire rápidamente y que mi garganta deja ir un grito desesperado ante la caída. No entiendo cómo es que no me ha dado un infarto todavía.

Solo espero el golpe, el golpe contra el asfalto y la muerte.

Sin embargo, en contra de todos mis pronósticos, cuando veo cómo el suelo se encuentra más y más cerca, en vez de sentir la temida muerte, con lágrimas en mis ojos, caigo inesperadamente sobre una superficie suave, casi flotante.

Y no hay dolor.

Parpadeo con rapidez para intentar ver qué diablos me ha salvado de la inminente muerte a la que estaba destinada, pues con los ojos húmedos no puedo ver nada.

«Madre mía, Live, ni morir sabes hacerlo bien», es lo primero que pienso.

La capa de agua que cubre mis ojos se va disipando poco a poco y, para mi sorpresa, desde un ángulo bajo observo un rostro familiar: unos ojos azules y pequeños contienen ira en el rostro pálido e invadido por algunos rizos de color rubio. Se trata de Carter, que, según lo que he experimentado en los últimos segundos, ha logrado cogerme al vuelo antes de que cayera contra el suelo.

Entre sus brazos siento cómo su cuerpo está completamente tenso, alerta, como siempre. Aunque, cuando baja la vista hacia mí, sus ojos se emblandecen un poco, observándome con preocupación.

—No te preocupes, Live —su voz empática y cálida me envuelve, me transmite seguridad y protección—, estás a salvo.

—¿Dónde...? —Hago un gran esfuerzo para hablar, pero mis cuerdas vocales se resisten—. ¿Dónde está Mors? —digo con voz ronca, apenas audible.

El pecho de Carter sube y baja después de suspirar profundamente.

—Él no está en Seattle —dice con un tono serio y altamente alarmado.

No entiendo por qué actúa de esta manera, como si tuviera... miedo. Carter suele parecer un tío seguro de sí mismo, con las ideas claras, y el hecho de que se encuentre así me está desconcertando bastante.

Aunque tampoco es que yo esté en la situación más privilegiada y cómoda del mundo. Estoy esposada y en volandas de Carter, que me ha salvado de morir golpeada en el asfalto tras una caída de casi doscientos metros desde la Aguja Espacial.

Por lo que decido dejarme de preguntitas y concentrarme en mi integridad física mientras él camina con paso acelerado por las calles oscuras y nocturnas de Seattle. Tan solo percibo el vaho que suelta cuando respira y sus ojos permanentemente alerta.

—¿Dónde está Olympia?

No puedo evitarlo. Sé que he dicho que nada de preguntas, pero necesito saberlo.

—Se ha encargado de los vitaes —responde Carter con concentración a la vez que nos acercamos a lo que parece ser un aparcamiento—. Llegará en cualquier momento.

Noto cómo él acelera el paso, puesto que el viento me da con más intensidad en la cara, hasta que llegamos a un vehículo familiar: el Bugatti de Olympia.

Carter abre la puerta del asiento de copiloto y, con delicadeza, retira el asiento delantero y me posa con suavidad en los de la parte trasera. Acto seguido, escucho el sonido de unas botas resonando en el eco del aparcamiento.

—¡Olympia! —exclama Carter.

Me incorporo en el interior del coche para poder ver qué sucede fuera.

Olympia corre hacia Carter con el viento haciendo ondear su vestimenta y su cabello oscuro. Parece una diosa sacada del mismísimo Olimpo, ya que, después de lo que deduzco que ha sido una pelea en desigualdad de condiciones, pues era ella sola en contra de cinco vitaes, ha salido intacta. Tan solo aprecio un pequeño rasguño en la mejilla izquierda, nada más.

Cuando llega a los brazos de Carter, se funden en un abrazo íntimo que hace que me sienta tan fuera de lugar que me obliga a desviar un poco la mirada.

—¿Estás bien? —le pregunta Carter cuando retiran sus cuerpos.

—Sí —contesta ella con un gesto de despreocupación y una sonrisa exclusiva para Carter—, he acabado con dos de ellos. Pero se me han escapado la maldita Cecilia de la Cruz y los imbéciles de Phil Elliot y Amy Jordan. Te prometo que, en cuanto pueda, iré a por ellos y les arrancaré el corazón hasta que no les quede ni... —dice con voz feroz a la vez que niega con la cabeza.

Entonces se percata de mi presencia y se lleva las manos a la cabeza.

—Oh, Dios, Live... —dice atropelladamente. Antes de volverse hacia mí, le pregunta a Carter—: ¿Se encuentra bien?

—Creo que sí, pero lo mejor es que volvamos a casa ya y le curemos algunas heridas —repone él.

Olympia asiente y, acto seguido, se acerca al coche y se inclina hacia mí desde el asiento de copiloto.

—¿Estás bien? —me pregunta.

—He estado mejor —pronuncio con la voz más ronca que jamás he tenido—, pero, visto lo visto, podría haber acabado muy mal.

Ella asiente.

—Lamento mucho que te hayan hecho esto esos desgraciados.

Ahora yo niego con la cabeza.

—No —digo—, es lo que me merezco. Ayer Mors me llevó a un sitio y... —mi voz se rompe—. Había un vitae y nosotros... yo...

El recuerdo de su charco de sangre plateada entorno a mí hace que me encoja, rememorando cómo entré ayer por la noche a casa y empecé a lavar las prendas empapadas de color plata en el baño. Por suerte, mis padres estaban en una cena con los vecinos y mi hermano estaba en no sé qué fiesta de alguno de sus amigos.

—Lo sé —dice Olympia—. Mors nos lo explicó todo antes de irse, pero no contábamos con que se vengaran tan rápidamente.

—Yo no...

Mi voz vuelve a ceder y noto un nudo en la garganta que, por más que trague, no se deshace. Solo quiero llorar. Y lo hago.

Empiezo a sollozar en el interior del coche como si tuviera tres años, expulsando todo lo que me ha afectado durante la última semana. Ni siquiera mis poderes sobrenaturales pueden expulsar tales experiencias, sigo necesitando la vía humana para ello: las lágrimas.

Dentro del reducido espacio del coche, Olympia se inclina más hacia mí, hasta quedar arrodillada en una posición que parece muy incómoda en el único espacio libre y pequeño de los asientos traseros, que mayoritariamente están ocupados por mi cuerpo, y me acaricia el pelo a modo de consuelo.

—No es tu culpa, Live —dice firmemente—. En cualquier caso, es culpa de Mors por haber tenido esa idea.

—Él no me obligó —lo defiendo—. Lo hice yo —confieso.

—Pero él lo mató.

—Y ¿qué? —pregunto con altibajos en mi voz—. Eso no me hace menos culpable de haberlo herido y haber permitido que Mors lo matara.

Se forma un silencio sepulcral en el interior del coche justo cuando digo la última palabra, que es el momento exacto en el que Carter se acomoda en el asiento de conductor del Bugatti.

Este último se vuelve hacia nosotras y, con una seriedad y una sinceridad totalmente francas en sus ojos azules, dice:

—Nadie puede detener a Mors, Live. Si lo mató es porque quiso y pudo y nadie, absolutamente nadie, puede frenarlo cuando desea matar. Olympia lleva viviendo con Mors más de veintitrés siglos; yo, tres. Ninguno ha logrado desviarlo de lo que tiene en mente cuando quiere hacer algo. Y lamento comunicarte que no serás la excepción.

Sus palabras duelen más que lo que hubiera sido el golpe que me hubiera dado después de caer de la Aguja Espacial hacia el vacío.

«Es una lástima que Carter me haya salvado», pienso destructivamente.

Intento quitarme eso último de la cabeza y me doy cuenta de que realmente todavía no le he agradecido que me salvara.

—Lo siento —me disculpo.

Olympia me dedica una sonrisa empática como diciendo: «No tienes de qué disculparte» a la vez que vuelve a inclinarse para abrazarme. Yo trato de devolverle el abrazo, pero me doy cuenta de que sigo esposada.

Al ver mi ademán incómodo, ella repara en las esposas y se apresura a poner sus dedos entorno a ellas. Con un gesto despreocupado, como si no hiciera ningún esfuerzo, tira de los bordes metálicos y se desprende de ellos ágilmente.

Me doy cuenta de que las muñecas me duelen muchísimo.

—Te las curaremos en La Guarida —me insta ella.

Creo que se ha percatado de mi rostro de molestia y el color levemente morado que se dibuja en mis muñecas.

—Vámonos, Carter —le ordena.

El rubio hace rugir el motor del Bugatti y salimos del aparcamiento en dirección a La Guarida, el rascacielos de la Tercera Avenida.

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