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1 - Darse besos en la puerta de un cementerio

Celebrar tu cumpleaños en un cementerio es muy triste. Soy consciente de que no es algo muy usual, pero esta es solo la primera vez.

«Will Kendrick, 29 de agosto de 2023», reza la lápida que tengo delante de mí.

—No me puedo creer que ya haya pasado un mes—dice Rebecca a mi derecha.

A mi izquierda, Eric alarga su brazo en su dirección y coge su mano. Le da un apretón cariñoso a modo de apoyo.

Me encanta tener a dos amigos tan cercanos y afectuosos. Rebecca es mi mejor amiga de la infancia: vivimos en el mismo barrio, fuimos a la misma escuela e instituto, y llevamos dos años estudiando la misma carrera en la Universidad de Washington. Allí es donde conocimos a Eric, quien rápidamente se integró a nuestro grupo el año pasado. Él es la tercera pieza que nos completa a Rebecca y a mí.

Siempre he pensado que Rebecca y yo somos almas gemelas, aunque lo cierto es que la entrada de Eric en nuestro grupo fue una de las mejores cosas que nos podría haber pasado. Él es bastante tranquilo, y siempre nos ayuda a desempatar en los desacuerdos que Rebecca y yo tenemos.

—Parece que haya pasado un año entero —digo en un susurro.

Eric suspira, y desplaza su mano y la de Rebecca para ponerlas sobre la mía. Rebecca, por su parte, me envuelve con sus brazos.

—Will estará muy orgulloso de ti, Live —dice la última.

Will era mi novio, mi mejor amigo, mi confidente y mi persona favorita. Hace un mes exactamente estaba esperando a que viniera a recogerme a mi casa. Íbamos a cenar juntos con motivo de nuestro segundo aniversario de noviazgo. Bueno, más bien del día en el que nos conocimos.

Nos vimos por primera vez un 29 de agosto de hace dos años, durante la semana de bienvenida a los nuevos alumnos de la Universidad de Washington. Él iba a empezar su último curso en Psicología, y fue uno de los encargados de hacernos un tour guiado por el campus. Yo también me inscribí para ser una de las voluntarias del tour de bienvenida junto a Rebecca y Eric, que, en aquel momento, íbamos a empezar segundo.

Will captó mi atención desde el primer momento, y supongo que yo también capté la suya, pues se quedó hablando conmigo al final de la sesión de bienvenida y enseguida sentí que él era para mí. Intercambiamos números y estuvimos enviándonos mensajes a diario. También nos veíamos por el campus, y posteriormente entramos en la fase de tener citas, hasta que oficializamos la relación.

Y todo iba bien.

Yo era feliz yendo a la universidad junto a Rebecca y Eric, saliendo con Will cada fin de semana, y viéndolo cumplir sus metas con el pasar del tiempo. Él quería ser terapeuta para ayudar a la gente. Este verano, al fin, se había graduado del máster. Al mismo tiempo, llevaba un año trabajando como recepcionista en una consulta de terapia a tiempo parcial.

Hasta que, el último 29 de agosto, tras acabar su turno, mientras yo esperaba a que viniera a recogerme, me llamó.

«Ya estoy de camino. En diez minutos llego. Te quiero», fueron las últimas palabras que me dijo.

Resulta que la siguiente llamada que recibí –tras una gran frustración y tras llamarle de vuelta diez veces al ver que ya habían pasado más de treinta minutos– no fue tan agradable: la madre de Will, sollozando, me contó cómo el coche de su hijo había volcado mientras conducía a mi encuentro. A nuestro encuentro. Pero nunca lo hubo. Nunca pudo despedirse de mí; ni yo de él.

Aún recuerdo cómo se peinaba el cabello rubio cuando el viento se lo removía mientras estábamos sentados en Alki Beach o en los Golden Gardens, hablando de nuestros planes de futuro. Tenía unas ganas inmensas de convertirse en un buen terapeuta, y, aunque no lo habláramos muy a menudo, no escondía su entusiasmo cuando me decía que tenía muchas ganas, diciendo siempre que quería tener una mini yo. Era increíble, por fuera y por dentro. Pero la vida nos fastidia a todos, ¿no?

Una lágrima se desliza por mi mejilla.

—Feliz cumpleaños, Live —murmura Eric.

Casi me había olvidado de que hoy cumplo veintiún años.

Esta mañana he desayunado con mis padres y mi hermano, Isaac. Me han regalado una entrada para una granja de alpacas con tal de levantarme los ánimos. Saben que tengo una obsesión severa con las alpacas, ya que es mi animal favorito y siempre les digo que quiero adoptar una, pero hoy me resulta un poco imposible estar ni remotamente feliz.

Es mi vigesimoprimer cumpleaños y la persona con quien pensaba que iba a pasar el resto de mi vida nunca volverá a estar conmigo.

El sol casi ha desaparecido por completo, dejando el cementerio Lake View con un aura de belleza y una penumbra algo turbulenta.

—Creo que deberíamos irnos —comento en voz baja.

Rebecca asiente y Eric retira su abrazo con suavidad.

—¿Estás segura? —dice el último—. Podemos estar aquí todo el tiempo que necesites.

—Sí —respondo con decisión. Me arrepiento al instante—. Bueno, en realidad... ¿Os importa si tengo un momento a solas? —Señalo la tumba.

—Claro, no te preocupes —dice Rebecca—. Te esperamos en la salida.

Asiento, y ambos se encaminan hacia las grandes puertas del cementerio.

Cuando ya se encuentran a una distancia considerable, me agacho y toco la lápida con la ingenua idea de sentir a Will más cerca. Se me escapa otra lágrima.

Me fijo en las flores que hay encima de su tumba: todas son muy bonitas y recientes. Su madre me ha mandado un mensaje esta mañana deseándome feliz cumpleaños. Supongo que ha sido ella quien ha puesto las flores.

Sin embargo, hay una pluma negra que interrumpe los colores vivos de las flores.

Mi corazón da un vuelco. Will me regaló un colgante dorado con forma de pluma.

«Es para que siempre te acuerdes de nosotros, y de lo rápido que pasa el tiempo. La vida es muy fugaz: un día estás vivo, y al día siguiente los cuervos te están consumiendo», me dijo.

Will generalmente no era un intenso. Era bastante tranquilo, pero cuando se trataba de hablar de sus sentimientos, se abría completamente, aunque ello a veces implicara decir algunas cursiladas. Y lo cierto es que a mí me encantaba.

Toco mi colgante rápidamente y miro a mi alrededor. Me siento extrañamente observada, y me invade algo de miedo al comprobar que estoy completamente sola en un cementerio casi oscurecido.

Sin pensarlo mucho, agarro apresuradamente la pluma negra y la quito de entre las flores. Echo un último vistazo a la tumba de Will y me encamino atropelladamente hasta la salida.

«Al menos la peor parte de este día se ha acabado», pienso medio aliviada.

Acelero el paso un poco más, porque la oscuridad ya es tal que tengo temo no poder ver la salida. Solo queda un rayito de luz en el cielo. Sin embargo, veo que no me queda prácticamente nada para llegar a la verja que da al exterior.

En los últimos metros, diviso algo que me paraliza por completo antes llegar a las puertas: en medio de la penumbra, bajo una de las pocas farolas que iluminan la oscuridad, Rebecca y Eric se besan apasionadamente.

No me lo puedo creer.

—¿Qué...? —mascullo entrecortadamente.

Por un instante, no estoy segura de que me hayan escuchado, pero, repentinamente, ambos se retiran y se miran, alarmados, el uno al otro.

—Live, no... —empieza Rebecca.

Se acerca a mí y posa su mano en mi codo, como si así intentara convencerme de que hace menos de treinta segundos no estaba dándose el lote con nuestro mejor amigo.

—Creo que sé muy bien lo que acabo de ver con mis propios ojos —digo con decisión, y retiro su mano suavemente de mi codo.

—Pero... —intenta decir Rebecca.

—¿Cuánto tiempo lleváis así? —exijo, y los señalo acusadoramente, escandalizada.

Miro tanto a Rebecca como a Eric con seriedad, esperando a que uno de los dos me diga la verdad.

Puede resultar algo exagerado, pero creo que es bastante normal sentirse un poco traicionada al ver que hay implicaciones románticas en mi grupo de amigos más fiel y que ninguno de ellos me haya dicho nada.

—Un año —dice Eric finalmente.

—¿Un año? —repito—. ¡Un año! ¿Y no se os había ocurrido decírmelo?

—Queríamos hacerlo, Live, pero no estábamos seguros de cómo hacerlo —dice Rebecca.

—Sois mis dos únicos amigos —digo—, ¿cómo crees que me lo hubiera tomado? Solo teníais que decírmelo.

—Lo sentimos mucho, Live, nosotros solo... —dice Eric.

Nos quedamos en silencio durante unos segundos.

—Quiero irme a casa —concluyo, y me pongo a caminar hacia el aparcamiento.

Llego al Volvo plateado de Rebecca y me acomodo en uno de los asientos; en el de detrás del asiento del conductor. Normalmente me siento en el de copiloto, pero no me apetece estar al lado de ella incómodamente mientras conduce. No en estas circunstancias. Voy a darle el honor a Eric.

Rebecca arranca el motor y nos sumimos en un silencio sepulcral, hasta que la misma dice:

—Mierda, el depósito está casi vacío, tengo que parar en la gasolinera más cercana.

«Maravilloso», pienso sarcásticamente.

En cuestión de minutos, Rebecca estaciona en una gasolinera bastante lúgubre y solitaria. Solo diviso un Jaguar negro mal aparcado en un borde del asfalto.

Rebecca hace ademán de salir del coche, pero Eric dice:

—Tranquila, ya voy yo.

Pongo los ojos en blanco.

Nada más cerrar la puerta de un portazo leve por parte del último, Rebecca se aclara la garganta, medio nerviosa.

—Live, te prometo que lo queríamos decírtelo, pero hoy no era el día —dice con voz temblorosa.

—Claro, hoy no era el día de comunicarse como adultos con responsabilidad afectiva —digo con cierto desprecio—, pero sí para darse besos en la puerta de un cementerio.

—Live... —insiste.

—No —la interrumpo.

—Live, en serio —exige ella, y alzo la vista al espejo retrovisor. Rebecca me sostiene la mirada—. Sé que ha estado mal no decírtelo, pero simplemente nos hemos enamorado. ¿Qué hay de malo en eso?

—No tengo nada en contra de que os enamoréis. No es que quiera ser una dramática —digo—. Solo necesito procesar que mis dos mejores amigos son más que...

Enmudezco de repente, ya que, al apartar la vista hacia la ventana, sin saber si estoy alucinando o no, veo cómo un joven alto y vestido de con ropa oscura apuñala a otro más bajito que él en el corazón con una daga. Se encuentran junto al Jaguar negro, justo delante de nuestro coche.

Horrorizada, no logro ahogar un grito de terror y me llevo las manos a la boca.

—¿Live? —pregunta Rebecca. No soy capaz de contestar—. Live, ¿qué pasa? Es por lo que he...

—¿No has visto eso? —la interrumpo.

Mi mano apunta hacia delante, donde el agresor retira el arma y la limpia en su camiseta sin escrúpulos. Seguidamente, su silueta se vuelve hacia nosotros y, bajo la luz de los faros, veo su mirada feroz y una expresión de confusión en su rostro. Me mira a mí fijamente en todo momento.

Posa sus ojos sobre los míos durante más tiempo de lo que se consideraría normal, por lo que casi paso por alto que Eric entra de nuevo en el coche.

—Dime que tú también lo has visto, Eric —logro decir—. Al tío que está allí afuera —digo, y lo señalo.

Justo se encuentra caminando hacia nosotros. ¡Está caminando hacia nosotros! Entonces comprendo que, pese a la distancia, ha logrado escuchar mi grito.

—¿Ver el qué, Live? —pregunta Eric confuso.

—Está... —sollozo. Mi respiración se agita—. ¡Está viniendo, Eric! —exclamo mientras el atlético cuerpo de ese hombre recorta cada vez más la distancia.

Mi cara debe de reflejar el terror puro porque ni Eric ni Rebeca saben qué hacer. ¿Cómo es posible que no hayan visto nada? Ese tío acaba de apuñalar a otro chico y está acercándose a nosotros. ¿O es que estoy alucinando?

—Live, ¿de qué diablos estás hablando? —pide mi mejor amiga—. Yo no he visto nada, ese coche está vacío y creo que...

No dice ni una palabra más porque, sin explicación alguna, Rebecca y Eric caen desmayados en sus asientos.

El pánico se apodera de mí de una manera indescriptible mientras el chico de negro se acerca al coche, y me percato de que no hay nadie más en la gasolinera. No puedo hacer nada. Ni siquiera comprendo por qué mis mejores amigos se han desmayado.

Mi puerta se abre y él, el agresor, dice:

—No te preocupes, solo será un desmayo. —Señala a Rebecca y Eric con un dedo.

Su cercanía debería preocuparme, pero lo único que realmente acapara mi atención ahora mismo es el análisis de las facciones del desconocido: sus ojos son de color dorado, su nariz es recta y sus pómulos están bien marcados. Su cabello es rubio oscuro, con destellos rojizos, y desprende un aroma de frutos del bosque, granada y cereza.

«Joder, es perfecto», pienso sin querer.

No sé en qué momento he decidido pensar en algo así cuando realmente debería estar aterrorizada por dentro. ¿Por qué pienso estas cosas?

—Lo sé —dice él con una voz terroríficamente dulce y atractiva.

Extrañamente, en vez de sentirme aterrada, estoy muy tranquila. La calma me ha invadido repentinamente sin explicación alguna y sospecho que tiene que ver con este chico. Él está provocando que piense cosas que no debería; su presencia me infunde serenidad en vez de alarmarme. Siento que ya no controlo ni mis pensamientos ni mis sensaciones, solo me dejo envolver por su atmósfera. Y lo odio. Detesto no poder hacer nada.

—Yo no te debo explicaciones —susurra—. Tú, en cambio, creo que me debes algunas respuestas.

Frunzo el ceño.

—¿Qué...? —siseo. Nada de esto tiene sentido—. ¿Qué estás diciendo?

—Ahórrate las excusas —me interrumpe con una sonrisa... adorable—. Sé que no tienes ni idea de qué estoy hablando, pero solo necesito que me des la mano.

Impulsivamente y sin detenerme a pensar, hago lo que me ordena con ansias de tocar su piel perfecta y aparentemente suave. Es como si alguien estuviera dándome órdenes que realmente no quiero cumplir. No quiero darle la mano, pero acabo haciéndolo.

Una vez lo hago, su tacto recorre todo mi cuerpo y confirmo mis sospechas: su piel, por más corto que haya sido nuestro tacto, es sumamente suave.

—Genial —puntualiza él tras soltarme—, se ve que eres toda una incógnita, amor.

—¿Cómo? —me atrevo a preguntar con la poca sensatez que resta en mi mente.

Él ignora mi voz temblorosa, y me muestra sus dientes perfectos en una sonrisa antes de contestar:

—Tienes dos opciones —aclara con naturalidad—: o te subes a mi coche o te subes a mi coche. Tú decides.

Dirijo la mirada hacia mis amigos, quienes todavía reposan en los asientos delanteros con los ojos cerrados en una postura muy incómoda. Seguidamente, mi vista se desvía hacia el asfalto, donde el cuerpo del muchacho bajito al que ha apuñalado el agresor que se encuentra a mi lado diciendo cosas sin sentido todavía yace inerte.

El poco sentido común que queda en mí decide salir.

—¿Por qué debería ir con un desconocido que acaba de apuñalar a alguien?

—No soy un desconocido cualquiera —expresa él con cierta superioridad—, soy el desconocido que desmayado a tus amigos con sus superpoderes —añade, y hace un gesto de despreocupación medio cómico.

Mi mandíbula se desencaja por completo.

—¿Superpoderes? —pregunto.

Él pone los ojos en blanco. Unos ojos dorados preciosos, por cierto.

«Deja de pensar estas cosas», me riño a mí misma.

Pero simplemente no puedo evitarlo, hay algo que me incita a hacerlo; algo de lo que él es responsable. ¡Joder, cómo odio no tener el control!

Se inclina hacia mí, y su rostro queda casi pegado al mío. Puedo ver algunas gotas resplandecientes presentes en su perfecto rostro a causa de su proximidad. Diría que es sangre, pero el fluido brilla demasiado.

—Confía en mí, amor —murmura—. No voy a hacerte daño, solo quiero darte las respuestas que necesitas.

Mis labios se abren al reparar en los suyos, y el deseo de acercarme más se apodera de mí. No entiendo por qué estoy tan descontrolada. Necesito alejarme de él.

«Es culpa suya», zanjo.

—Mira —aclaro con voz ronca—, sé que estás haciéndome algo en la cabeza. ¿Puedes parar? No dejo de pensar en cosas...

Me paso las manos por la frente e intento sentir pánico o terror o miedo... O cualquier cosa que no sea esta tranquilidad tan repentina. Quiero tenerle miedo a este chico vestido de negro que acaba de cometer un asesinato, pero simplemente hay algo que me lo impide. Solo siento paz; demasiada paz.

—Esa es la gracia —repone él, encogiéndose de hombros—. Ambos sabemos que acabarás haciendo lo que yo quiera, así que ya puedes ir bajándote del coche.

Él se levanta y retrocede un paso para concederme espacio para salir, pero esa llama de autocontrol que aún permanece en mi mente se enciende.

—¡No voy contigo a ningún lado! —exclamo—. Acabas de matar a ese pobre... —lo señalo acusadoramente con un dedo— indefenso delante de mí y...

—Sí, sí —me corta poniendo los ojos en blanco—, soy de lo peor. No es algo que no me hayan dicho antes, amor. Pero bueno, supongo que tendré que obligarte...

Por más que mi decisión sensata y correcta —la de quedarme en el coche e intentar buscar ayuda para Rebecca y Eric— vague por mi mente y luche por ella, mi cuerpo desobedece y sale del coche pisándole los talones al irresistible chico de ojos dorados. Es como si una especie de fuerza externa tirara de mi cuerpo hasta llegar al asiento de copiloto del Jaguar del chico vestido de negro, algo que enciende una alarma de peligro dentro de mí.




Nota de la autora:

¡Hola! Espero que hayas disfrutado de este primer episodio. Te espera mucho más en los próximos capítulos.

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