Capítulo 42
Hasta que la olvide
Issia
—¡Vamos, Waffle! —volví a repetir, cuando se negó a moverse a pesar de que jalé su cadena—. Debo ir a la universidad.
Me ignoró, así que no me quedó más que tomarlo entre mis manos y llevarlo cargado hasta el edificio. No me molestaba hacerlo, porque no pesaba tanto, pero él no conocía lo que significaba quedarse quieto.
El tramo del parque a nuestro departamento, era corto. Todas las mañanas hacíamos esto, tomar algo de aire, pasear unos minutos y dejar que él hiciera sus necesidades y así, evitar estragos en mi alfombra.
Además, esto me servía como relajante y analgésico de tantos cambios de humor.
Hacia bastantes días que me sentía mucho mejor, que me tomé como prioridad y me enfoqué solamente en aprobar mis exámenes. No tenía tiempo para pensar en él y en lo qué pasó, y era mejor así, porque entonces olvidarlo era mucho más fácil.
O al menos superarlo.
Al llegar al departamento, tuve que maniobrar para sacar las llaves y evitar que Waffle saltara de entre mis brazos al suelo. Al final tuve que optar por bajarlo y esperar porque no corriera como loco en el pasillo.
El otro día casi me corren porque tiró una maceta al suelo.
Y de verdad que no comprendo su hiperactividad, cuando vivíamos con Collins jamás se comportó de esa forma.
Patrick decía que era por el cambio de ambiente que sufrió, y podía darle la razón, de no ser por las salidas en las mañanas, su única comunicación con el exterior era mi pequeña ventana.
Y tampoco es que fuera de mucha ayuda.
Luego de darle comida y agua, proseguí a darme una ducha y prepararme para ir a la universidad. Por suerte, como era costumbre, dejé preparado el conjunto que usaría y todos los papeles que iba a utilizar, ya que luego de salir de clases, Damien me acompañaría a buscar un auto.
No me podía creer que luego de tantos años, al fin volvería a tener uno, ni mucho menos, que usaría el dinero de mi padre para comprarlo. Tampoco estaba muy segura si saber de mi decisión lo haría feliz, ya que fue él quien me prohibió tener uno.
Pero no me importaba.
Estaba tan emocionada por hacer esto, por dar este paso, que todas mis dudas se volvían insignificantes.
Repasé rápidamente mi atuendo: algo ligero, pero que no eliminaba mi estilo formal para más tarde ir al trabajo, pero que al mismo tiempo me permitiera estar de un lado a otro.
Casi siempre el utilizar botines con tacón bajo, me hacía sentir informal, pero estaba convencida que con mi traje de pantalón corto y saco, lo equilibraba un poco.
Sin darle más interés a mi ropa, tomé un cepillo para desenredar mi cabello, mientras caminaba hacia la mini cocina para sacar mi desayuno del refrigerador. También lo había preparado desde un día antes para no perder tiempo.
Tenía el tiempo justo, así que traté de ser rápida, aunque no tanto, ya que para mantenerme serena y sana, comer con tranquilidad era realmente importante.
Me tomé mi tiempo, y a pesar de eso, todavía tuve espacio para arreglarme un poco, y revisar una última vez que llevara todo, y vaya que lo hice, pues casi olvidaba la chequera.
Ni siquiera recordaba dónde la había guardado, si entre las cosas que no utilizaba pero guardaba por sí acaso, o entre las cosas que guardaba porque significaban algo importante.
Tenía dos cajas para eso. Señalizadas.
Por suerte la chequera estaba en la primera, junto a mis audífonos y algunas prendas de ropa que probablemente debería donar a la caridad.
La clase en la universidad me sirvió para despejar algunas dudas, aunque no del todo, ya que aún cuando trataba de concentrarme en leer y estudiar, las imágenes y los recuerdos de los días pasados, conseguían distraerme.
Por suerte pude mantener toda mi atención en aprobar mi prueba. No me hubiera perdonado perder nuevamente una materia. Ya todo era un caos, como para agregar algo más.
Al menos en algo tenía que reponer todas las desdichas que me perseguían últimamente.
—Antes de que lo olvide. Los parámetros para la presentación grupal se encuentran en la página de la universidad. Nos vemos en la siguiente clase.
Fruncí los labios cuando recordó tal cosa, y no es que me molestara trabajar en grupo, mi problema era ser la integrante que siempre era olvidada por el resto de compañeros.
Era mi culpa, jamás fui una persona sociable o de muchos amigos.
Salí de último, solo para escuchar murmullos de parte de mis compañeras de clase, a veces me parecían extrañas, más aún, porque esta vez se dirigían a mi.
—Oye, Issia, el viernes hay una fiesta en Astros, es por el cumpleaños de Carol, nos gustaría que fueras —agradecí su invitación, aunque tampoco entendía su nueva amabilidad hacia mi—. Puedes llevar a tu novio.
Fruncí aún más el ceño, mientras un foco se encendía en mi cabeza.
¿Acaso Collins se había aparecido por la universidad profanando algo así?
Iba a matarlo.
Esto en lugar de parecerme cursi y romántico, estaba comenzando a fastidiarme. Esta vez estaba dispuesta a gritarle hasta de qué iba a morirse. Seguía enfadada con él. Más que eso, estaba furiosa.
Le di media vuelta al pasillo casi envuelta en fuego, con las manos hechas puños, y las uñas enterrándose en mis palmas, y pasos firmes.
Estaba segura que mis compañeras debieron asombrarse por mi reacción, porque escuché sus pequeños pasos casi trotando detrás de mí.
Chismosas
Me detuve en seco, y el estrépito de sus pasos provocó que todo fuera mucho más dramático de lo que debería.
Ni siquiera me había percatado de lo tensa que iba mi mandíbula, hasta que la solté, haciendo un gesto de asombro, mientras observaba a Damien con una extraña sonrisa en sus labios.
—Iss —saludó animado, y tuve que ver a mi alrededor para asegurarme que caminar era seguro.
Toda esta situación me hacía sentir ansiosa. Ser el centro de atención nunca fue mi fuerte.
—Creí que me esperarías en el estacionamiento —recordé, intentando no verme demasiado tensa, aunque aún lo estaba.
—Quería conocer la universidad de la que tanto hablan Cameron y Piper.
Sentir tantas miradas sobre nosotros, aumentaba mi estado de alerta. Quería salir corriendo. Necesitaba escapar de toda esta atención. Ya.
—Claro. Vámonos —lo animé, y tuve demasiado miedo al creer que me pediría que diéramos una vuelta, o que lanzara algún chiste acerca de todas las personas interesadas en escucharnos y vernos como si fuéramos dos animales de zoológico.
Por suerte, él asintió sin más, se recompuso y me hizo una señal para encaminarnos hasta el estacionamiento.
—¡No olvides la fiesta, Iss!
—¡Ni a tú novio!
Me encongí de hombros en cuanto los gritos de mis compañeras, que seguramente resonaron por todo él campus, también lo hicieron en mis oídos.
Maldito momento en que le pedí a Damien que viniera, y que al muy tonto se le ocurriera bajar de su auto para adentrarse en la universidad.
—Creo que deberías informarles que estás soltera —exclamó mi acompañante, al tiempo que me daba un leve empujón que no respondí, porque sentía vergüenza de lo que había pasado, y probablemente de lo que iba a decirle a él.
—No hablan de Collins, él nunca vino por mí a la universidad —De hecho, ni siquiera recordaba haberlo mencionado con nadie—. Ellos... —No estaba segura si decírselo o no, después de todo era una estupidez, además de una equivocación—. Ellas, más bien, asimilaron que mi novio eras tú.
Ojalá hubiera podido grabar su reacción al decir eso. Fue como una explosión de emociones, primero parecía confundido, luego asombrado, y finalmente parecía que la situación le divertía, mientras que yo seguía muriendo de pena.
—¿Por qué? ¿Insinuaste algo? —sugirió en tono de broma, mientras me daba pequeños toques en las costillas con sus índices. Lo detuve rápidamente, no era momento para demostrar afectos en público.
—¡Por supuesto que no! Ni siquiera hablo con ellas. Con nadie, realmente —mencionarlo en voz alta, hacia que mi situación se escuchara más alarmante, así que para evitar preguntas y comentarios, preferí hacerle preguntas a él—: Y, ¿tú? ¿Acaso dijiste algo que los hiciera creer que estábamos juntos?
Lanzó un bufido, mientras elevaba una de sus tupidas cejas.
—Hablaba por teléfono con Piper, y mencioné que había venido por ti, alguno debió escucharlo y sacar conjeturas demasiado apresuradas —explicó y le di la razón—. Ya sabes cómo son los chismes.
Por supuesto que lo sabía, pero tampoco me cabía en la cabeza que a mis compañeras les interesara tanto.
—No se si creerte —bromeé con un ápice de verdad en el tono que utilicé.
—¿De qué me serviría a mí decir que soy tu novio cuando se que no lo has olvidado? —se escuchaba hasta cierto punto dolido—. No tiene importancia, mejor hablemos de tu nuevo auto. ¿Qué clase de modelo te gustaría?
Elevé los hombros.
Ni siquiera había pensado en ello.
—Algo cómodo y accesible.
No había mejor explicación que aquella.
Damien elevó los hombros y fingió que entendía lo que quería, mientras llegábamos a su auto.
Para mi desgracia, una vez que lo encendió, las bocinas dispararon la música a un nivel alto en extremo. Me tapé los oídos con las manos para amortiguar un poco la incomodidad.
—Lo siento —musitó con una risilla y yo no le encontraba el chiste a aquello.
No sé cómo es que podía manejar con todo ese ruido a su alrededor. Me molestaba, y mucho. Estaba agradecida porque al menos ya acabaría mi suplicio.
«Hubiese acabado antes si hubieras preferido ser acompañada por Luisa»
Por supuesto, pero ella quería llevarme a una agencia de autos y yo no estaba dispuesta a pagar tanto por un auto, aún cuando los fondos en el banco me lo permitieran.
Pero ella era una terca, aún cuando se lo dije, insistió que era mejor invertir en un auto nuevo, y, que mi padre se lo merecía por cabron.
Sus palabras, no las mías.
Y aún cuando tenia parte de razón, yo no le iba a hacer eso.
Yo no necesitaba un auto de lujo, tan sólo uno que me facilitara la movilización del departamento a la universidad, y de la universidad al trabajo.
Es por eso que preferí que Damien me acompañara, él alardeó un millón de veces acerca de cómo había conseguido su auto en una ganga, este era su momento para corroborarlo.
Al llegar al predio, explicó que aquí era donde la policía guardaba todos aquellos autos que le eran confiscados a delincuentes o personas que simplemente no pagaban sus deudas.
Al principio escuchar eso, consiguió alarmarme. ¿Yo estaba dispuesta a conducir un auto de alguien que era un asesino, un narcotraficante, o incluso, un secuestrador?
Negué.
Ya no estaba segura que este era el lugar correcto.
Además, había bastantes autos, pero ninguno parecía ser para mí.
—No hagas esa cara, algunos han sido traídos aquí porque sus dueños estuvieron en algún accidente y nadie lo reclamó. Vamos
Tomó mi mano y me obligó a caminar junto a él por un gran pasillo repleto de autos.
Nos deteníamos cada cinco segundos para apreciar el que estuviera enfrente, él esperaba mi afirmación o mi negación para continuar avanzando.
Lo cierto es que mientras más pasos dábamos, menos convencida estaba de seguir con esto. No niego que más de un auto consiguió que me asombrara por lo bonito o bien cuidado que se veía, pero con el pensamiento de quien pudo ser su antiguo dueño, las ilusiones se borraban.
No tengo ni la menor idea del tiempo que llevábamos ya dando vueltas, con el dueño del lugar, detrás nuestro, para asesorarnos, pero sé que todo consiguió detenerse en cuanto un Mitsubishi Eclipse de color verde musgo, se asomó en nuestro caminar.
Mi corazón comenzó a bombear con desenfreno, mientras sentía las manos sudar y temblar al mismo tiempo. Ahogué el gesto de asombro y tuve que detenerme, porque la maroma de recuerdos me impidió seguir avanzando.
—¡Feliz cumpleaños, Issia! —La voz de tía Eleonor, tan animada y jovial, me hizo sentir miserable. No entendía su afán por hacerme sentir bien, cuando mi vida no dejaba de ser una miseria.
Papá lo decía, Andrea lo decía, e incluso yo misma me recordaba que no merecía nada de felicidad. No cuando lo que más amaba en la vida se fue por mi culpa.
"Eres una basura"
Esa voz resonaba con fuerza en mi interior, derrotando mis ánimos, y hasta mis ganas de vivir.
17 años, y, ¿de qué me servía haber existido tanto cuando hace mucho que perdí la vida?
Tan joven y tan rota. Tan joven y tan ingrata con lo que tenía.
Eso decía mi psicólogo, como si no lo supiera yo ya.
Él parecía harto de atenderme y no ver resultados, y yo harta de no poder morir para hacerle la vida más fácil a todos.
—¿A qué no te imaginas que te hemos comprado?
Unas alhajas nuevas, seguramente. Sonreí, no podía no hacerlo cuando sabía que lo hacían porque a mi madre le encantaban, y yo era como su retrato.
El peor martirio de mis días, era verme en el espejo y saber que la maté.
—Patrick nos contó que has aprobado el curso de manejo —Por supuesto, para no tener que viajar más con Andrea.
Me quedé sin palabras y pensamientos cuando hilé las cuerdas.
—Está abajo —Eso fue suficiente para salir corriendo y encontrar el hermoso auto, con un moño rojo enfrente.
Era tan divino, que supe que no lo merecía.
No merecía esto. No merecía su amor. No merecía seguir cumpliendo años, ni recibiendo regalos, cuando lo que debería estar recibiendo eran flores sobre mi tumba, o quizás, ni siquiera eso.
Yo no lo valía.
—Todos hemos contribuido para comprártelo, hasta tu padre.
La fantasía se rompió en ese preciso instante.
—Si él ha dado algo, entonces no lo quiero.
Mi enojo fue incipiente. A diario me martirizaba diciendo que era una desdicha, pero no perdía la oportunidad para querer lucirse como el padre del año.
—¿Te gusta? —La voz de Damien consiguió que sacara los malos recuerdos de mi mente, o quizás esos eran los buenos, no lo tenía en claro, porque en mi pasado todo era monocromático, oscuro y angustiante.
Negué, y me di la vuelta.
Estaba segura que, si continuaba observando ese auto, terminaría por echarme a llorar, porque la ansiedad ya se había asomado con los pequeños cambios dentro de mi cuerpo.
—Quisiera ver ese —señalé un auto corinto al azar, que parecía bastante sencillo.
No llamó mi atención por su estilo, sino por lo alejado que estaba de este.
Respiré mejor con cada paso lejos de un objeto que me teletransportaba a una de las etapas más duras y difíciles de mi vida. La razón por la que estaba en Washington, la que me impulsó a las decisiones más drásticas en mi vida, y que de paso, me dejó más huellas en el alma que en el cuerpo.
No conseguí concentrarme por varios minutos. El hombre que nos acompañaba, explicó todo lo necesario acerca del pequeño auto, o eso creo, porque no le estaba prestando ni un ápice de atención, estaba más enfocada en recordar que era una mujer fuerte y que nunca más sería esa Issia del pasado, que nada de eso volvería, que estos eran otros tiempos, y yo también era otra.
Traté de enfocarme cuando me preguntaron si quería subir al auto, y no sé si fueron los sentimientos encontrados, las ganas de olvidar mi pasado, o instinto, pero en cuanto me senté en el asiento del piloto y presioné el volante entre mis manos, con la vista fija al frente, conseguí sentir lo que necesitaba. Me sentí segura de poder dar este paso, de vencer uno de mis tantos miedos y recobrar la vida que hace mucho me robaron.
La fortaleza que sentía dentro del auto, era lo que necesitaba para continuar avanzado.
—¿Voy por los papeles? —investigó el vendedor, subastador, o lo que sea que fuera, mientras yo seguía acariciando la piel del asiento, y los artefactos del tablero. Supongo que era más fácil leerme de lo que yo creía.
—Damien, ¿Tú que crees? —necesitaba su punto de vista, después de todo, fue él quien escuchó todos los detalles del auto, yo solo me subí a él para probarlo.
—Es un buen auto, el motor está en perfecto estado, y es bastante económico, no hay ningún desperfecto fuera de unos cuantos arreglos en... —lo detuve en cuanto me di cuenta que comenzaría a hablar de cosas que no entendería.
—Solo dime si es una buena inversión —solicité, a lo que él respondió con una carcajada.
—Lo es, Iss —le sonreí de vuelta, mientras pedía que se comenzaran los trámites.
Según el hombre, luego de hacerme firmar varios papeles, contratos y documentos, que leí detalladamente, podrían darme el auto en dos días mientras se hacía un sinfín de procedimientos más. Pagué la mitad de su precio por adelantado, y me sorprendí de lo barato que salió.
Mientras Damien manejaba hasta el bufete, sentía su mirada sobre mí, como si quisiera decirme o preguntarme algo y no tuviera el valor de hacerlo. Me sorprendía, él no solía ser así de reservado, era una persona en extremo extravagante, a la cual le dificultaba mantener la boca cerrada.
—¿Te comió la lengua el ratón? —investigué con sorna, y él río, cerrando un minúsculo segundo los ojos.
—Sólo iba a decirte que no creí que tuvieras permiso de conducir.
Abrí la boca y volví a cerrarla casi al mismo tiempo, era algo tan fácil de responder, diciendo "la tuve", porque no podía solo lanzarlo esperando porque no quisiera saber acerca de ello.
No estaba segura si debía abrirme de esa forma, o si sería paciente para no indagar. Aún lo estaba conociendo, y sabía que era reservado cuando quería, pero, ¿lo sería esta vez?
—No tienes que apenarte, cuando mi hermano compró su primer auto, tampoco tenía permiso, ni sabía manejar muy bien que se diga —lanzó una risilla, como si el recuerdo consiguiera remover sus emociones.
—Ni siquiera estoy segura de saber manejar, aún —susurré tan bajo, como si hubiera querido decirlo solo para mí.
¿Cuántos años habían pasado? ¿Cuatro? ¿Cinco?
—Puedes practicar con mi auto; solo prométeme que no vas a estrellarlo —Su tono precavido consiguió que riera, pero sin sentir realmente su broma.
El que usara estrellar y auto en la misma oración, no era algo que desbloqueara buenos recuerdos, aun cuando la palabra "estrellar" no fuera la específica para definir lo que sucedió aquella noche.
—Sólo bromeaba, Iss —alentó, mientras soltaba la palanca de cambios para tomar mi mano—. Sé que no le harías nada a mi auto, eres la persona más cuidadosa que conozco. Con solo ver la delicadeza con que cierras la puerta y te sientas, sé genuinamente que frenarías con cuidado y unos metros antes de que cualquier objeto, persona o auto se atravesara.
—Pero no si fuera un lago —No tenía noción de lo que salía de mis labios, tan sólo sé que no pude evitarlo mientras mi vista se nublaba y me llevaba de vuelta al pasado.
—¿Qué? No entiendo a qué te refieres.
Inspiré profundamente, sintiendo como mi pecho se contraía y los dedos de mis pies se encorvaban dentro de mis zapatillas, como si el auto aún estuviera en marcha, y no detenido a la orilla de la carretera. Era como si mis ojos se hubieran oscurecido y las imágenes que le transmitían a mi cerebro fueran de esa noche.
Era un recuerdo tan vivo, tan luminiscente, que por más que parpadeaba, no se iba; por más que luchaba para apagarlo, mandaba flashes cada vez más fuertes, cada vez más poderosos.
—Fue la noche del cumpleaños de mi hermana menor—inicié, con la vista fija al frente, pero con oscuridad latiendo en ellos—. Mi padre y yo tuvimos una pelea demasiado fuerte, él me reprochó y reclamó el hecho de no tener a mi madre con nosotros, como siempre, pero ese día fue distinto —me detuve un segundo, porque recordar las palabras de mi progenitor, siempre conseguían sacar mi lado más débil—, le dije que me iría de su casa para que no tuviera que cargar conmigo nunca más, pero me lo impidió, porque sus prejuicios acerca de qué pensaría la sociedad, eran mucho más grandes. Así que me escapé, llena de furia, de odio y de dolor, porque en el fondo yo siempre supe que él tenía razón, que quien debió morir fui yo y no mi madre. Manejé hasta salir de la ciudad, hasta llegar al lugar donde todo ocurrió. Aceleré el auto lo más que pude. Recuerdo que alguien me gritó que me detuviera, quizás fui yo misma, pero aun cuando quise hacerlo, era muy tarde, la misma inercia me hizo caer en pique y comenzar a hundirme. No luché ni siquiera un poco, pero si tuve miedo, tuve mucho miedo, hasta que el agua me cubrió por completo y me quedé dormida.
Un absorto silencio nos cubrió, era la primera vez que conseguía contarlo sin llorar, y me sorprendía de mi fortaleza, y de no tener miedo de su respuesta, o de lo que estuviera pensando. Por extraño que fuera, me sentía libre por no tener que seguir ocultándolo. No lo entendía. No me cabía en la cabeza como contar acerca de aquel suceso me hacía sentir mejor.
¿Era acaso que ya no me dolía? ¿Por fin lo había dejado atrás?
No era necesario que respondiera esas preguntas, cuando sabía que, a pesar de todos esos golpes, de vivir en un agujero oscuro, por fin me había convertido en luz. Al fin había salido el arcoíris.
"No serás completamente libre, hasta que puedas contar de tu pasado y darte cuenta que ya no duele, que ya no hay secuelas" Eso decía tía Eleonor.
Estuve atada al recuerdo de mi madre, como si fuera un martirio constante, como si no pudiera avanzar porque ella no estaba. Por años estuve convencida que la única manera de pagar por no salvarla aquel día, era mantenerme esclavizada al dolor, al sufrimiento, y a la penumbra.
Porque todos dijeron que debía dejar atrás mi pasado, pero nunca que debía dejarla atrás a ella.
Se escuchaba desalmado tener que olvidarla, pero no iba a sacarla por completo de mi memoria, solo estaba enterrando el dolor, mientras dejaba su sonrisa. La misma que yo veía todas las mañanas frente al espejo.
Porque continuar solo era posible, hasta que la olvide.
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Si, muñecas, estoy viva 🤣
Lamento la tardanza, pero no he estado en mis mejores días. En fin, al menos he podido terminar el capítulo y comenzar el siguiente.
¿Cómo les ha parecido este?
Comentarios, dudas, interrogantes.
Las amo. Pasen un feliz día ❤️
Mz
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