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Capítulo 30

CAPÍTULO 30

Issia

Repasé mi reflejo una última vez, alisando la solapa de mi saco, y revisando que todo combinara a la perfección. Desde mi cabello atado en una cola alta, hasta mis zapatos puntiagudos de tacón, que me encantan.

Le sonreí a la persona que veía en el espejo, y me convencí que hoy mi día sería estupendo; me convencía de eso a diario, y después de decirlo tanto, creo que comenzaba a tomarlo en serio.

Hoy volvería a la universidad, y la idea me hacía mucho anhelo. Me faltaba muy poco para acabar, y aunque no fuese a llevar todos los cursos, me sentía mucho más cerca de mi meta.

El reloj en mi muñeca marcaba las siete quince. Debía darme prisa si quería llegar a tiempo. Me costó mucho acostumbrarme a tener que salir casi cuarenta minutos de donde vivía para llegar al bufete y ahora a la universidad, y en serio estaba planteándome el comprar un auto, aunque considerando que aún no estaba cien por ciento recompuesta de todos los gastos del nuevo departamento, la idea se miraba muy fantasiosa.

Pero tampoco debía pasar por alto que Damien se ofrecía a llevarme y traerme, y que yo me negaba rotundamente a aceptar sus propuestas, y no era por el hecho de sentirme incomoda cuando estábamos solos, porque, de hecho, últimamente pasábamos mucho tiempo juntos; más bien todo se debía a que no quería aprovecharme de su generosidad y amistad.

Él vivía bastante lejos del departamento, en una residencia estudiantil, casi al otro lado de la ciudad.

Y aunque insistía en que no era molestia, vaya que yo la creía una.

Tomé mi bolso y verifiqué por última vez que todo estuviera en orden antes de salir y bajar todas esas escaleras que comenzaban a cansarme. Una de las tantas cosas que extrañaba era tener un elevador, además de un novio sincero.

Despejé ese triste recuerdo de mi mente, y me enfoqué en mi camino, no quería terminar cayendo como el otro día.

—Buenos días, Clarissa —saludé a la portera, quien ya no se comportaba tan mal conmigo. Supongo que luego de casi un mes, cualquiera se acostumbra.

—Buenos días, niña Issia —le sonreí y continué mi camino, esperando porque no me detuviera esta vez. Qué no lo haga, por favor, que no lo haga—. Casi lo olvido —me detuve sin querer hacerlo. Quería tener un maldito día tranquilo, sin tener que atormentarme, pero tristemente parece que hoy no iba a ser la excepción—. Él vino otra vez.

—Gracias por no dejarlo pasar —me limité a responder. Si había algo bueno en ella, es que era una mujer que amaba su trabajo y protegía y acataba cada una de las instrucciones que le indicaban los inquilinos del edificio. No como Joe.

—Le ha dejado otra carta en su casillero —Lo mismo de todos los días.

Sé que debía ablandar mi corazón, creer que era un gesto agradable el que tenía conmigo al tratar de solucionar las cosas, pero no podía; no podía simplemente hacer como si no hubiera pasado nada. No podía solo creer que comenzaría a ser sincero, menos luego de enfrentar a Cameron.

Fui con ella en cuanto volvió de su dichoso viaje. Necesitaba saber por qué no me dijo quién era verdaderamente Amanda. No entendía que razones tenía para evitarme ese mal trago y menos aún, si lo había hecho por mi bien o para un mal.

Se sorprendió cuando le planteé todo de frente y sin tapujos, pero se recompuso de inmediato, como siempre solía hacerlo, y dijo lo más estúpido que alguna vez alguien hubiese sido capaz de decirme.

"Fue por el bien de tu salud mental, Issia"

Mi salud mental y una mierda.

Esa era la excusa más asquerosa y barata que no quería volver a escuchar nunca más en la vida. Comenzaba a odiar que todos tomaran tal cosa como una excusa para mentirme, para herirme y tratarme como una muñeca de porcelana que no era.

Si ellos que decían amarme me pisoteaban a su antojo, como no lo haría alguien que me odiara por esa misma razón,

Me enfadé mucho más en cuanto dijo eso, porque lo hacían parecer como si el que hubiera estado enferma, fuera un impedimento para avanzar, como si todo fuera mi culpa; como si por esa razón pudieran mentirme sin descaro alguno.

Detestaba tanto su supuesta sobreprotección.

Y lo peor no fue eso, fue que cuando le pregunté cómo supo que saber quién era en verdad Amanda iba a afectarme, se quedó callada y yo sola tuve que comenzar a sacar conjeturas en voz alta.

Cameron dijo que se enteró de todo gracias a que estuvo investigando, pero no le creí absolutamente nada, así que no me quedó más que preguntarle si Collins le había pedido que no me dijera, y cuando no hubo una respuesta de su parte, tomé su silencio como una afirmación que me dolió mucho más.

—Haz lo mismo que con el resto —indiqué una vez tomé el papel entre mis manos. No era capaz de abrirlo, si lo hacía, era probable que mi decisión terminara por ser doblegada y no quería eso.

Luego salí y emprendí mi camino hasta la estación de autobuses a paso rápido. Quería obviar todo lo que hacía Collins y enfocarme en lo importante que era este día.

Quería y necesitaba sacarlo de mi mente, y luego de mi corazón, aunque fuera imposible, porque cada que cerraba los ojos, lo veía frente a mí; cada que el viento movía mi cabello y provocaba escalofríos en mi piel, sentía que eran sus dedos repasando mi cuerpo. Era imposible olvidarlo, cuando en la soledad del día, dentro de mi pequeño departamento, anhelaba escuchar su voz; o en la noche, necesitar de sus besos y sus brazos para abrigarme cuando sentía frío.

Negué repetidamente, volviendo a la realidad.

Pegué un brinco en cuanto sentí unos golpes en el hombro derecho. Con una pequeña sonrisa, giré hacía el lado contrario; sabía de quien se trataba.

—Ya no caes en ese truco —lanzó al tiempo que tomaba mi antebrazo para que detuviera mi caminar.

—Eres predecible, Damien.

Moví mi vista hacía aquel lugar, y luego subí a su rostro lleno de felicidad. No sé cómo le hacía para verse tan impecable y alegre a diario.

—Ya buscaré algo nuevo, Iss. De eso no tengas duda.

Por supuesto que no tenía duda. La verdad es que Damien era impredecible, aun cuando yo dijera que no, siempre conseguía una forma de alegrarme y distraerme, al menos algunos minutos.

—¿Puedo saber qué haces aquí? Teníamos un trato de solo dejar que me trajeras a casa dos veces por semana y ninguna de venir a recogerme.

—¡Por supuesto que no! Dijimos que podía venir a traerte cuando fuera necesario —arrugué el entrecejo cuando mencionó tal cosa. No recordaba que hubiéramos dicho eso.

—¿Cuándo acordamos eso? —investigué y por la forma en que sonrió burlonamente sabía que lo que se venía a continuación, era uno de sus tantos juegos tontos.

—Yo lo acabo de acordar, y no puedes negarte —acercó su rostro peligrosamente al mío, y yo retrocedí por inercia—. ¿O acaso vas a rechazarme una vez más? Sólo piensa que ya estoy aquí y sería todo un desperdicio si decides dejarme con mi auto esperando por ti.

Hice una mueca, porque tenía razón; después de todo, ya estaba aquí.

—Que detestable puedes ser a veces, Damien — Y sin un solo comentario más, terminé aceptando y caminando a su lado para llegar hasta su auto, estacionado una cuadra atrás.

Él sonrió satisfecho. De verdad que era detestable que siempre se saliera con la suya, pero su compañía y su amistad me estaban sirviendo de mucho.

No tenía a nadie más.

Patrick aun no me perdonaba, Cameron y Collins eran unos traidores; de Luisa y Corbin no quise saber más (aunque estuvieron tratando de dar conmigo); Martin había desaparecido del mapa. Y estaba segura que, si le contaba algo de esto a Tía Eleonor, no dudaría en volver a tratar de convencerme para irme a vivir con ellos a Oregón, y no quería irme de Washington. Muy dolida y melancólica estaba, pero eso no iba a hacer que renunciara a todo de la noche a la mañana.

El camino no pasó de lo normal, entre una que otra broma, con rock viejo de fondo, y la calefacción a tope por el frío clima que había.

Viajar con Damien era de lo más común, o quizás para mí todo había perdido su sabor desde que Collins y yo nos habíamos dejado, o desde que lo dejé, mejor dicho.

—¿Estás emocionada? —trató de romper el hielo, y yo quité mi vista del auto frente a ambos para responderle.

—Ansiosa más bien —dije a lo ligero, sintiendo como desviaba la vista unos segundos de la carretera para verme a mí al hablar.

Damien siempre trataba de ser muy atento cuando estaba conmigo, y aunque yo me decía que era por ser un buen amigo, o simplemente un hombre caballeroso, en el fondo sabía que todo se debía a algo más. Algo de lo que no tenía interés en saber.

—Debes estar serena. Todo saldrá bien —colocó su mano sobre la mía, recostada sobre mi pierna, y el impacto me quemó y me sorprendió al mismo tiempo.

Intenté ocultar los escalofríos que aquello provocó en mi interior, al no bajar mi vista y mantenerla firme en el frente, como si no me importara para nada el tacto suave y tibio sobre mi piel.

—Aún no me has contado como conseguiste comprarte semejante auto —aproveché mi comentario para apartar mi mano, con la excusa de girarme en mi asiento hacía él, como si quisiera verlo a la cara mientras relataba su gran historia.

—Ahorré parte de mi sueldo y del dinero que me da la fundación para mis gastos —expresó, y yo entrecerré los ojos como muestra de no creerle absolutamente nada. Era un muy buen auto, y lo cierto es que no creía que en estos años hubiese juntado tanto dinero—. ¡¿Qué?! ¿Acaso parezco tan miserable como para no poderme conseguir un auto tan fabuloso? Mejor no respondas eso, me cansa escuchar que reamente soy fabuloso y admirable por mi esfuerzo.

No pude aguantar la risa en cuanto mencionó lo último. Si me dieran un dólar por cada vez que él me hacía reír, definitivamente yo también tendría un auto así de genial.

—¡Ya, dime como lo conseguiste! —rogué haciendo un mohín. Esta vez, fue su turno de reír.

—Bien. Bien. Carl me contó sobre él. Era un auto confiscado, de algún traficante o algo así, y por esa razón, comprarlo fue mucho más barato, por eso está blindado y tiene, mejor dicho, tenía un rastreador —confesó y yo abrí la boca en sorpresa completamente fingida, la verdad es que tampoco es que fuera la gran hazaña —¿Feliz? ¿O es que crees que estoy metido en algo turbio?

Elevé los hombros en respuesta, porque lo cierto es que, aun cuando Collins había insistido en que no podía confiar en Damien, yo lo hacía. Podían llamarme tonta, o incluso ilusa, pero ¿cómo iba a dudar de quien había sido mi compañero y ayuda para incriminar a Tayler? Simplemente no podía hacerlo.

—Lo último que quiero creer, es que tú también me estés engañando y resulte que en realidad estoy rodeada de víboras —lancé sin siquiera pensarlo, y me arrepentí en el mismo instante.

Damien sonrió con esa dulzura y carisma, que provocaba las mismas emociones que ver a un cachorro corriendo hacia ti, mientras menea la cola.

—Eso sería lo último que haría, Iss —De nuevo tomó mi mano y aprovechó que ahora el auto se encontraba parqueado frente a la universidad, para girar hacia mí—. Sé que estás cansada de las promesas, pero esta viene desde el fondo de mi corazón: Voy a serte sincero y transparente todo el tiempo, ya sea para bien o para mal, y voy a estar contigo y para ti, siempre que pueda y lo necesites.

Sus palabras me hicieron sonreír, pero no en un sentido sentimental, al menos no romántico, porque mi mente no estaba para imaginar en abrir mi corazón nuevamente.

—No lo digo en un ámbito romántico, hablo de apoyo y amistad, Issia Haynes. Ya te he dicho que no soy el plato de segunda mesa —Negué ante sus palabras cargadas de reclamo y humor.

—¿Entonces así tratas a todas tus amistades o solo es otra técnica para tratar de conquistarme?

—¡Qué ego! Pero para que te quedes más tranquila, la respuesta a lo primero es sí, me gusta estar para las demás personas porque creo que transmitir felicidad es elemental en el ciclo de la vida; y a lo segundo, por supuesto que no. Soy demasiado egoísta con respecto al amor, y no hablo solo de una relación, también me refiero al que me tengo a mi mismo, no soy capaz de verme compartiendo el corazón de quien amo, y mucho menos de menospreciarme a tal forma, de perder mi dignidad, mi orgullo y hasta mi integridad, tratando de ocupar el lugar de alguien más, peor aún, de tratar de borrarlo para quedarme yo con un solo pedazo. También soy avaro en ese sentido, y me gusta tenerlo todo. Conmigo, o es todo, o no es nada.

Elevó los hombros al terminar, y yo no hice más que observar su rostro. Sé que creía haber perdido mi habilidad para ver la honestidad con que todos decían hablarme, pero muy a mi pesar, y aun cuando mi mente gritaba que nuevamente estaba siendo engañada, me di cuenta que este hombre era demasiado transparente como para no notar lo sincero que era en todo esto. Y quise darme un golpe por eso, pero también quise darle un abrazo por hablarme con la verdad.

—Es tarde, no creo que quieras llegar tarde a tu primera clase —Volví a negar y le sonreí.

No tenía ninguna otra forma de responder, al menos no cuando mi mente se hacía un revoltijo por dentro, procesando todo y a la vez solo perdiendo el tiempo. Era mi modo automático, supongo.

—Gracias por traerme, Dam. Nos vemos en el trabajo —Solté su mano y sentí como aún después de haber perdido su tacto, la marca de su palma y sus dedos se quedaron impregnados cual tinta.

—Que así sea. Si necesitas algo, no dudes en llamar.

Dicho esto, se acercó y depositó un beso en mi mejilla a modo de despedida; traté de parecer serena, porque no era la primera vez que lo hacía, pero terminé abriendo los ojos de más y sintiendo como el calor se apoderaba de mi interior.

Salí del auto demasiado rápido y lo despedí con la mano una vez estuve abrigada por la seguridad del frío y fuera de su alcance.

Para no querer ser la segunda opción, a veces sentía que se comportaba más allá de amable y bueno para solo querer ser mi amigo.

(...)

De tener que resumir mi día en dos palabras, usaría, agotador y turbulento.

Dicen que el primer día de clases suele ser tranquilo, pero para nada si llevabas clase con el licenciado O'ckaford, ese hombre sacó más de mí, que el resto de catedráticos en todos los años que llevaba de carrera.

Y ni hablar del trabajo, desde que el FBI y la policía supieron de la presencia de Tayler Hill dentro del lugar, se encargaban de revisar a cuanta persona, archivo y papel que entrara y saliera. Lo cierto es que nunca encontraban nada, ni tampoco lo hicieron luego del cateo del edificio, ni de hacer declarar a casi todos los trabajadores, desde los abogados, hasta el hombre que hacía limpieza. Ellos decían que habían revisado expedientes, investigado la relación que cada una de las personas dentro del bufete, pero yo no les creía nada, mucho menos que nadie en este lugar fuera un sospechoso.

La respuesta que ellos tenían a todo, es que Tayler solo había llegado por mí, y aun cuando yo me encargué de que todo lo que había pasado con ese prepotente fuera un secreto, las autoridades se habían encargado de hacer ventilar la noticia como si fuera pan fresco.

Ahora todos sabían que uno de los mafiantes más poderosos del país, me tenía en su acecho. Y quienes no lo creían porque era un chisme de corredor y oficinas, lo confirmaban al darse cuenta de la cantidad de hombres que vigilaban mis pasos, aun cuando estos fueran de "incógnitos", Frederick era uno de ellos, y Carl, el hermano de Damien, aunque este iba más por la seguridad de su hermano que la mía.

Aun me parecían fastidiosos, pero estaba comenzando a acostumbrarme a su compañía; una que parecía ser innecesaria, pues desde el atentado hace casi un mes, no se había vuelto a saber nada de Tayler, gracias al cielo.

Bajé del autobús y me desvíe del camino a mi departamento, solo para pasar al pequeño mini súper mercado de enfrente y comprar algunas cosas que necesitaba para la cena, dije que lo haría hoy por la mañana, pero pasé tanto tiempo viéndome en el espejo, que se me fue el tiempo.

Me dolían los dedos de los pies, lo único que quería hacer era llegar y recostarme en la cama a ver las manchas en el techo. No era tan entretenido como lo planteaban Piper y Damien, pero me hacía pensar en algo que no fuera mi vida por unos minutos hasta quedarme dormida.

Compré y pagué tan rápido como pude. Salí y crucé la calle sin ver a los lados, tampoco es que pasaran autos tan seguido y menos a esta hora. Lo único que podía incomodarme, eran los tipos en la esquina que siempre se la pasaban molestando y chiflando como si alguien les pagara por hacerlo. Los primeros días de verdad me asustaban y fastidiaban, al punto de hasta tenerles miedo, y le di la razón a Collins en algo, yo no estaba acostumbrada a este lado del mundo, pero pude adaptarme. Los seres humanos tenemos esa bella y fatídica capacidad de hacerlo a todo.

Esta vez no fueron los chiflidos o gritos llenos de insulso los que me hicieron correr hasta adentrarme al edificio, lo fue ver esa figura al lado de aquel auto, mientras caminaba hacia mí.

—Buenas noches, niña Issia.

—Por lo que más quiera en el mundo, por favor no deje pas...

—¡Issia Haynes! ¡Dios santo! ¡No puedes seguir escapando! —Clarissa salió de detrás del pequeño mostrador, como si pudiera sacar a aquella mujer del edificio con sus manos—. He pasado casi una hora escondida en mi auto esperando a que vinieras, y tuve que correr con miedo a esos hombres en aquella esquina para conseguir venir hasta aquí y hablar contigo. Collins me contó sobre tu temible portera y para evitar que fuera ella quien me mandara de regreso a casa, tuve que esperar para encontrarte y encararte de una vez por todas.

Desvié la vista, como si con ello pudiera evitar darle una explicación. Sé bien que Luisa no tenía nada que ver con lo que pasaba con Collins y Amanda, que al igual que yo, tan solo había sido una víctima, pero no quise hablar con ella todo este tiempo, por miedo a que intentara hacerme cambiar de decisión y lo consiguiera.

—Si vienes a hablar de Collins, si lo que quieres es que yo vuelva, la respuesta es no, Luisa, no puedo hacerlo.

La mencionada lanzó una risa completamente fuera de lugar.

—No vengo por él, vengo porque me preocupas, no he sabido nada de ti, y creí que al menos comenzabas a considerarme una amiga —se acercó sigilosamente, pasando de Clarissa quien estaba frente a mí como toda una heroína.

—Lo hice, pero...

—Pero creíste que yo estaba de lado de mi primo —terminó por mí y en ese momento ambas nos observamos directamente a los ojos—. Pregúntale a sus mejillas cual fue mi decisión luego de saber lo que te había hecho, y de cómo metió a mi indefenso marido en toda esa cochinada.

Intenté verme indeleble a sus palabras, pero para mí mala suerte, no lo conseguí, y terminé por hacer un mohín con mis labios.

—¿Entonces? ¿Podemos pasar y hablar como gente civilizada, o prefieres que nos quedemos aquí con tu portera en medio de ambas?

Muy a mi pesar negué y como respuesta, me hice a un lado para que pasara hacía las escaleras; ella pasó de Clarisa haciéndole una leve mueca, para luego llegar a mi lado, y comenzar a caminar hasta mi departamento.

—¡Niña, Issia! Antes de que lo olvide. Piper está en su departamento esperándola —me giré un tanto desorbitada al escucharla mencionar tal cosa, pero de inmediato se corrigió—. Subió hace como cinco minutos, dijo que prefería esperarla allá arriba y no aquí.

Le agradecí su información, y al darme cuenta de la mirada curiosa de Luisa, le expliqué todo muy rápidamente, en lo que llegábamos hasta el quinto piso.

Como la portera lo anunció, la rubia que también se había convertido en una gran compañía, estaba allí, leyendo un pedazo de papel, mientras sostenía otros sobres dentro de su mano, recostada en la pared al lado de la puerta de mi departamento,

—Piper —la llamé al notar lo enfrascada que se encontraba en lo que leía. Al escuchar mi voz, rápidamente escondió los papeles y se giró hacía mí.

No le tomé mucha importancia a su última acción, aunque si la creí de lo más extraña.

—¡Linda! Lamento haber venido sin avisar, no sabía que tenías visita —se acercó para abrazarme y luego sonreírle a Luisa.

—No te preocupes, ¿pasas?

Prefería tenerla a ella a mi lado, por si las cosas con Luisa comenzaban a verse pesadas.

Asintió con esa perfecta sonrisa que siempre la acompañaba, y luego pasó a saludar a Luisa, con la misma emoción que tuvo la primera vez que me habló a mí. No podía decir lo mismo de Luisa, ella parecía más interesada en buscarle hasta el más oscuro secreto, pero terminó sonriéndole de la misma manera que Piper lo hacía.

Una vez dentro, les ofrecí a ambas un sándwich, mientras me quitaba los zapatos y los dejaba en el mueble al lado de la puerta. Ambas aceptaron en lo que se movían a mi pequeña sala. Observé de reojo a Luisa, quien no pasaba por alto nada en el departamento. De paso, mientras rebanaba el tomate, también pasé mi vista por el lugar, y me sentí satisfecha de ver que todo había quedado como lo planeé en un principio.

Luego desvié mi vista a Piper, quien de nuevo parecía ojear los papeles en sus manos.

—¿Qué es eso que lees? —pregunté casi terminando de preparar mi gran cena. Esta vez sí me alarmó la forma en que trató de ocultar lo que hacía.

Luisa también movió su atención a la mencionada, y sin parecer muy brusca, elevó su cuello para tratar de leer.

—Algo que encontré en el cesto de la basura —entrecerré los ojos ante su confesión—. Cuando le pregunté a Clarissa porqué estaban allí, dijo que la dueña así lo había pedido.

—Un momento —expresó, Luisa, mientras se levantaba y le arrebataba uno de los sobres a Piper. Ya para este momento estaba convencida de que era—. ¡Esto tiene el nombre de Issia!

Dejé de lado el pan, y cerré los puños. Lo que menos me agradaba de todo esto, era saber que esas cartas estaban dentro de mi departamento. Que alguien más había leído las mentiras que Collins escribió para mí.

—Issia, linda. Sé que es tu intimidad, y lamento haber sido una entrometida, pero desde que te encontré hace un mes en la recepción, completamente destruida, quise saber que te pasaba, y no creas que para juzgarte, tan solo para saber si podía ayudarte en algo —Se levantó para tratar de alcanzarme, al darse cuenta que planeaba salirme del departamento—. No debí leerlas, lo sé, pero detesto verte tan destruida, tan apagada. Mi instinto de madre sobre protectora no soportaba no poder hacer nada para que sonrieras y brillaras como deberías hacerlo. Por favor, perdóname.

—No tengo nada que perdonarte, Piper, tu eres pura felicidad y amor, y sé que no harías nunca nada para dañar a alguien más— lo decía en serio, no había nadie tan bueno y sincero como ella—. Pero me molesta que hayas leído todas esas mentiras, que hayas desperdiciado tu tiempo y encima, que esas cartas ahora estén dentro de mi departamento.

—Yo creo que lo que te molesta, es creer que cuando las leas, vayas a perdonarlo. Que, si lo haces, entonces querrás volver a sus brazos —negué al borde de las lágrimas.

—No quiero pensar en él nunca más. Porque duele, porque me lastima —confesé, y me refugié en el hueco que dejaba la pared y el refrigerador, mientras sentía como mis piernas flaqueaban.

—El amor, cuando es de verdad, perdona y supera todo —dijo y yo solo pude negar.

—Pero solo hasta cuando es sano. Si yo paso esto, si hago como si nada y vuelvo con él, ¿qué me dice que no va a volver a mentirme? ¿Qué no va a engañarme de nuevo?

Volví a repetir algo que me decía a diario, algo que me impedía leer las cartas, algo que me obligó a rogarle a Clarisa que no lo dejara pasar jamás.

—¿Acaso no lo extrañas? ¿No quieres volver a su lado?

—¡Por supuesto que lo hago! Todos los malditos días me convenzo que no debo añorar sus besos, sus abrazos o incluso todos sus gestos de amor. ¡Todos los malditos días!

Exploté de nuevo y me lamenté por estarlo haciendo. Por recaer una vez más.

Tonta, Tonta. Tonta.

—¿No crees entonces que ambos se merecen una segunda oportunidad? —negué, mientras me limpiaba las mejillas—. ¿No esperas tu aun el perdón de Patrick?

Dejé de lado mi acción en cuanto escuché su pregunta.

—No sé bien que haya pasado, pero sé gracias a una de las cartas, que se pelearon feo, y que tú lo único que esperas es que luego de haberle mentido, te perdone. No soy quien, para decirlo, Issia, y probablemente no quieras volver a hablarme luego de esto, pero no puedes esperar por algo, que tú tampoco estás dispuesta a dar —se acercó a mí, pero de inmediato traté de apartarme, así que, sin borrar su sonrisa, dio un paso atrás—. Lee esas cartas y piensa que todos se merecen una segunda oportunidad, al menos solo para ser escuchados y perdonados. La vida se pasa demasiado rápido como para desperdiciarla guardando rencor.

No pude responderle, porque la verdad es que tenía razón, me costaba admitirlo, pero la tenía. Y me dolía creerlo, porque entonces la que había estado errando todo este tiempo, no había sido otra que yo, pero sólo por no querer escucharlo más, porque el que me haya mentido no tenía nada que ver conmigo.

Piper dejó el resto de cartas sobre la barra que separaba la cocina, de mi supuesta habitación, se despidió de Luisa y luego sonrió en mi dirección.

Quería estar enfadada con ella, pero era imposible hasta imaginarlo.

No me moví de donde estaba, cerré los ojos mientras me pasaba las manos por el cabello y trataba de guardar la compostura, de no alterarme, de no demostrar cuanto me había dañado su discurso.

La risa del otro lado, proveniente de Luisa, me hizo arrugar el entrecejo. ¿Es que acaso toda esta situación le causaba gracia? Porque eso era lo que parecía.

—Lo lamento, es solo que lo que Collins te ha escrito en esta carta, es una vieja historia de nuestra adolescencia, más bien de la suya, pero yo estuve muy enterada de todo —Hizo lo mismo que Piper al dejar el papel sobre la barra, y luego caminar en mi dirección—. Supongo que ahora es cuando quieres estar sola, para que la curiosidad te mate y termines leyendo, o para que quemes todas estas cartas. De cualquier forma, te doy tu espacio, pero vengo mañana, de eso no tengas dudas.

Colocó sus manos sobre mis hombros y yo traté de hacerle una buena cara, sin embargo no fue más que una mueca desganada.

—¿No vas a opinar acerca de esto? Creí que estabas aquí para hablarme de cómo había estado Collins y cuento le afectó —comenté y ella de nuevo volvió a reír, mientras negaba.

—No tengo porque entrometerme, ni mucho menos influir en lo que quieras hacer con él, esa decisión es solo tuya —lancé un suspiro, y ella le dio un leve apretón a mis hombros—. Pero esa rubia tiene razón, al menos date la oportunidad de perdonarlo.

Y sin más, me dio un pequeño abrazo y luego se marchó. Dejándome sola, con un montón de cartas que no sabía ni que contenían, pero que seguramente harían temblar mi mundo entero.

Me acerqué a la barra con lentitud, y tomé la primera que encontré. No tenía fecha, tan solo mi nombre escrito en el sobre.

Con las manos temblorosas saqué lo que había dentro, y lo desdoblé en lo que lanzaba otro suspiro.

Muñeca:

No hay forma de expresar una disculpa, pero sí de decir cuánto te amo.

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¿Cómo están mis bellas muñecas?

¿Curiosas por saber qué dicen las cartas y cuál va a ser la reacción de Issa?

¿Qué piensan de Piper?  ¿Tiene razón?

¿Y que creen de Damien? ¿De verdad no estará planeando enamorar a Issia?

Nos leemos pronto. Las amo muchísimo. Gracias por su apoyo, son increíbles ❤️

Mz

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