S4. Transformación
—¿Al menos podrías darme una razón? Si es que no soy lo suficiente para ti, si no cumplo con los requisitos que buscas en una mujer, si es que hay alguien más o…
—Ya basta, Ayleen. No sé ni en qué maldito momento sacamos este tema, pero me estás haciendo sentir muy irritado e incómodo — caminé de un lado para otro, intentando mantener la calma, pues sentía que en cualquier momento podría perder el control.
—Ahora que lo pienso, el tiempo que hemos estado juntos, jamás te he oído hablar de que tengas una novia. No quiero sonar atrevida o irrespetuosa, pero ¿es que acaso te gustan los hombres? Digo, no lo digo de mala manera. No está mal si ese fuera el caso.
—No existe nadie en este puto mundo que pueda satisfacerme como…
Me he obligado a mí mismo a olvidar su nombre, y ahora me doy cuenta de que puedo recordarlo, pero es como si mi boca estuviera sellada y no pudiese decir su nombre. ¿Qué es lo que me sucede? ¿Por qué he vuelto a traerla a mi mente?
—¿Quién? ¿Quién es ese alguien? — preguntó curiosa.
—No quiero oír más. Quiero estar solo. ¿Podrías darme mi espacio? Ve a tu casa. Mañana nos estaremos viendo en la clínica.
—Perdóname por ser tan tonta. Principalmente por hacerte enojar. No sacaré nunca más este tema, te lo prometo. Buenas noches — dejó la copa de vino sobre la mesa y salió de la casa sin decir nada más.
No quiero que me atormente su recuerdo. Necesito sacarla de mi cabeza, de la misma forma que lo hice hace tantos años atrás. Pero, joder, qué difícil es. Odio esta maldita culpa que me carcome por dentro.
Me sorprendí detenido frente a su habitación. Todo sigue intacto desde la última vez que la vi. Esa horrenda pintura que solo trae consigo los peores y más dañinos recuerdos. Esa oscuridad parecía impregnada en cada rincón. Su ropa estaba bien doblada y guardada en el gavetero. A veces quisiera echar para atrás el tiempo, para haberla hecho mía una vez más. Miento si no admito que extraño su cuerpo, su sonrisa, su olor. No es lo mismo; no se siente igual este lugar. Todo ha cambiado drásticamente.
Cerré los ojos, transportándome a ese sublime momento en que la tuve entre mis brazos, regresando de nuevo a la realidad de inmediato y recordando lo estúpido que fui. No puedo remediar el daño, pero sí traerla de vuelta conmigo.
Abrí la puerta del sótano, navegando levemente por el equipo quirúrgico y abriendo las cortinas de par en par. Recorrí brevemente a esa joven, cuyas características no son iguales y una brillante idea surgió en mi cabeza.
—Estás de suerte, pequeña lombriz… — me detuve al lado de la camilla, destapando su cuerpo de las sábanas blancas y observándola con detenimiento—. Hace mucho tiempo no encontraba una motivación; aunque debería llamarle más bien “una musa”. Sé que no eres ella, pero me fue entregado este don de crear e innovar, así que trabajemos duro en tu nueva transformación.
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